Una novela excesiva hecha de materiales distintos, citas, notas a pie de página, imágenes… todas ellas unidas por la voz de Bea, una joven profesora universitaria en plena crisis. Así podría resumirse muy brevemente Noche y océano (ed. Seix Barral), la novela con la que Raquel Taranilla ha ganado el Premio Biblioteca Breve 2020.
Bea, la protagonista de Taranilla y con la que comparte varias cosas, acumula información y conocimiento, pero ¿para qué? Su vida, precaria como la de muchos jóvenes investigadores universitarios, va a la deriva y todo lo aprendido hasta entonces, todo ese bagaje cultural acumulado, ya no le sirve para nada. Todo cambia cuando en su casa llega Quirós, un hombre que está preparando una película sobre el director de cine alemán Friedrich W. Murnau. Antes de irse para documentarse sobre los últimos años de Murnau, Quirós deja en casa de Bea una caja, sin aclarar su contenido. La curiosidad de Bea se acrecienta cuando, leyendo por internet, su ventana al exterior, descubre que han robado la cabeza del director de cine alemán y nadie sabe dónde está.
Si el protagonista de Hombre sin atributos ya no encuentra en la ciencia ni respuestas ni certezas, a tu protagonista, Bea, el conocimiento, sobre todo el humanístico, ya no le sirve para interpretar el mundo.
Exactamente. La novela surge, de hecho, de una crisis intelectual motivada por el hecho de que, tras años de estudio, me di cuenta de que había salido mal la apuesta intelectual-cultural que había hecho. Esta crisis está trasladada a la novela como también lo está la sensación de que la actividad intelectual y académica que se lleva a cabo en las ciencias humanas y sociales, tal y como las planteamos hoy en día, no cuenta el mundo, no me permite contar mi mundo.
En la novela cuentas que Lukács sacrificó el amor en favor del éxito académico y de los ideales políticos, un camino que Bea se niega a transitar.
A mí me llama mucho la atención el joven Lukács y, sobre todo, despierta mi interés el paso que da hacia el comunismo, que termina convirtiéndose en su salida. Bea, sin embargo, no encuentra una salida o, por lo menos, no encuentra una salida comparable a la de Lukács. De hecho, diría que Noche y océano es una novela de la amistad, pues aquello que finalmente dota de sentido a la vida de Bea es esa amistad final con Ana María. Ellas dos se hacen compañía. Es cierto que es una compañía muy escasa, muy precaria y puntual, pero es ahí donde yo le encuentro el sentido a esa renuncia a lo académico, cuya ausencia es suplida por otras vías.
Y unas de estas vías es internet.
Sí, más allá de la amistad, Bea encuentra algún tipo de posibilidad de trascendencia en algo que nos dan las redes sociales e internet: la superación de lo individual a través de lo colectivo. Hubo un momento en mi disciplina, la lingüística, en la que nos dimos cuenta de que un solo lingüista no podía abordar los textos leyéndose todo, sino que tenía que trabajar en grupos de investigación y con grandes corpus, con la ayuda de equipamientos informáticos. Como lingüista, en un principio, cuando comprendí esto, me sentí muy pequeña, sentí que ya no podía pensarme en un futuro como una filóloga clásica ni tampoco como una humanista capaz de abarcarlo todo. Luego me di cuenta de que hoy ya no se puede pensar si no es colectivamente: no puedo pensar sin despertarme por la mañana y ver qué es lo que estamos pensando colectivamente. A lo largo de la novela, Bea realiza este trayecto que va precisamente de lo individual a lo colectivo.
Un trayecto que puede leerse también en términos políticos como crítica al individualismo contemporáneo.
Sin duda. Ir más allá de lo individual es la manera que tiene nuestra generación de habitar el mundo. Esta no es la vía por la que opta Lukács, autor que, por otro lado, me encanta; él apuesta por el salto revolucionario al comunismo desde posiciones muy individualistas y, sobre todo, muy románticas. De hecho, Lukács es un romántico que se lanza al comunismo, mientras que Bea es una romántica con filiaciones comunistas que se lanza hacia otra cosa, hacia una idea de colectividad que es lo que define nuestra generación. En este sentido, a pesar de que es una novela pesimista, al final tiene un rayo de luz. Y esto se debe a que no puedo entender la literatura sin la piedad hacia mis personajes y hacia mis congéneres. Y este sentimiento de piedad lo tiene Bea, que sabe que lo esencial reside en esa unión con los demás.
Otro romántico es Murnau. ¿Es el romanticismo de ambos, el de Murnau y el de Lukács, un signo de otros tiempos?
Sí, claro. A mí me llama la atención las dos vías que adoptan para sobreponerse a su inconformismo: Lukács hace un salto revolucionario y Murnau huye. Ninguna de estas dos salidas es apta para Bea, por mucha fascinación que pueda sentir por ambos y por sus decisiones. Bea se da cuenta de que tiene que encontrar sus formas al margen de sus modelos, de esos señores a partir de los cuales se ha formado, y que se han revelado como insuficientes. Ya no le sirve seguir sus pasos, debe buscar otras formas y, sobre todo, debe aceptar la herramienta que le ha venido dada por la época: internet.
Antes de ahondar en lo que comentas, hablemos de Quirós, un joven que, narrativamente hablando, funciona como un dispositivo que hace posible la narración de Bea.
Quirós es realidad es el hombre objeto, es aquel que, en cierta manera, permite la acción, el que propicia que Bea hable. Cuando estaba escribiendo la novela, se la dejé leer a un veterano hombre de cultura que me dijo que no le funcionaba el personaje de Quirós. Y yo le contesté que no le funcionaba porque Quirós era un hombre. Su percepción hubiera sido otra si Quirós fuese una mujer, porque, desde un punto de vista literario y no solo, hemos asumido que la mujer es la que adopta una posición callada, la que funciona como agente propiciatorio para la unión entre vida y arte. Sin embargo, he querido que esta función la tuviera un hombre, es decir, Quirós, alguien que no sabe contar la historia que tiene entre manos y se la cuenta a Bea, quien le da forma.
Por lo que se refiere al papel de la mujer, la voz de Bea se alza contra toda una serie de teóricos, representantes de un canon y de un modelo de pensamiento que termina por rechazar.
Sí y es algo que está pretendido, a pesar de que hay muchas mujeres mencionadas, si bien en los márgenes. Aparece Sylvia Plath, Anne Carson… son las compañeras de Bea, pero no conforman ese pilar teórico ante el cual confrontarse.
Un referente del que, sin embargo, tú no puedes renegar es de Dostoievski, sobre todo el de Memorias del subsuelo.
En absoluto. Para mí, Memorias del subsuelo es el libro clave, la referencia primera detrás de Noche y océano. Me interesa esa lucidez muy puntual que pierde su fuerza en medio del desquiciamiento, de la locura y la rabia.
Y es desde el subsuelo, desde la cerrazón de una casa cuyas paredes parecen caérsele encima, habla Bea.
Está sensación de estar encerrada es la que yo tenía cuando escribía y el resquicio por el que se escapa esa voz encerrada y dialogar con el mundo es Quirós y, sobre todo, es internet.
Tu novela se construye a partir de referencias que se van entrelazando, materiales que se cruzan y que evocan, dentro de la literatura española, esa tradición que va desde Vila-Matas hasta el Fernández Mallo de Trilogía de la guerra.
Sí, esta tradición que señalas está muy presente. Indudablemente Agustín Fernández Mallo es un referente indiscutible como, evidentemente, también lo es Enrique Vila-Matas. Para mí, lo fundamental en este ir entrelazando materiales es su no jerarquización. Los materiales se van sumando, pero sin la idea del racord, pues la idea o la posibilidad de una conexión lógica ha desaparecido. Ahora la conexión es la simple yuxtaposición. Y la no subordinación, sino la yuxtaposición y la coordinación se fundamentan en la temporalidad: esto es lo que estás mirando ahora y no lo que estabas mirando antes y que ya no puedes rescatar, porque el hilo se ha perdido. Creo que esta es la lógica que nos permite darnos cuenta de cómo pensamos hoy en día y, en concreto, de cómo piensan los jóvenes, cuya cabeza está organizada de una manera distinta a la mía. La pregunta sobre cómo barajamos informaciones, cómo creamos cultura o cómo pasamos de los datos a algo más es la pregunta intelectual de mi generación.
Todo lo que comentas me remite al ensayo de Fernández Mallo, Teoría general de la basura.
Claro, porque, al final, todo es basura. Cuando todo está en el contenedor, todo es basura. Este el sistema de pensamiento en red, donde todos somos un nudo tan importante como cualquier otro y donde la importancia tiene que ver más con lo que produzcamos y con lo que seamos capaces de colar en los diálogos de los demás que en la idea de calidad que se podía manejar en otra época. La novela, al final, es la adición de una gran cantidad de materiales y esa abundancia y exceso que te hastía refleja esa sensación que yo tenía cada vez que, al investigar, me encontraba con nuevas cosas que, en realidad, no era nuevas, pues caducaría en nada, pero cuyo poso quedaría ahí junto a tantos otros.
¿La literatura terminó siendo tu vía de escape de la vida y la escritura académica?
Para mí, fue y es una vía de escape y, además, me permite formular verdades que no puedo exponer a través de la ciencia. Las verdades que me permite enunciar mi disciplina son insuficientes y muy poco gratas. La literatura es todo lo contrario. Ten en cuenta que vengo de una disciplina que, tras considerarla como la fuente principal de objetos de estudio, ha terminado por denostar a la literatura. Se considera que quienes hacen lingüística a partir de la literatura están pasado de moda; yo, por el contrario, la reivindico como espacio científico. Sé que es ir a la contra y que me condena a estar en tercera división de la ciencia, pero no me importa, porque estoy muy bien ahí. No quiero ser la referencia más citada en ningún campo.
Noche y océano remite al Tristram Shandy, por las constantes divagaciones de Bea, que continuamente está citando y buscando referencias para poder construir su relato.
Sí, ella se apoya en todas estas citas y referencias para buscar unas certezas que, sin embargo, se van disipando a lo largo de la novela. Bea se parece mucho a mí en cuanto a su inseguridad, una inseguridad que, además, creo que nos define mucho a las mujeres. Los hombres hablan con una seguridad que nosotras no llegamos a tener. Podemos ser las especialistas en un tema y, sin embargo, empezamos a hablar siempre dubitativas, buscando dónde apoyarnos, mostrándonos menos conocedoras del tema de cuanto realmente somos. Por lo que se refiere al modelo literario, lo que pasa es que el tiempo se ha deshecho. Lo que importa es lo que estoy leyendo ahora, independientemente de cuando fue escrito. Para mí el Tristram Shandy es mucho más moderno que Noche y océano.
No quiero volver a abrir la polémica en torno a tu relación de rabia con Aire de Dylan de Vila-Matas, pero me interesa mencionar el hecho en sí en cuanto creo que está muy relacionado con ese capítulo donde nos hablas de Sr. Emoción y reflexionas sobre cómo la situación emocional afecta a cómo leemos.
Ese es un capítulo muy importante, porque ahí se plantea precisamente cómo leemos y cómo nos relacionamos con aquellos que han escrito antes. ¿Qué nos callamos? ¿Por qué cuando digo que he escrito la novela con rabia hacia Vila-Matas con voluntad de provocar todo el mundo queda sorprendido, diciéndome que vaya charco he pisado? Y esto no quita que adore a Vila-Matas, sin su literatura yo no puedo entender mi escritura. Cuando llegué a la universidad, todo el mundo adoraba a Cortázar, mientras que para mí Vila-Matas representaba el camino de salvación ante varias cosas que a mí no me estaban gustando. Sin embargo, llegó el momento en que el modelo que él representaba desde un punto de vista literario dejó de funcionar para mí. Yo leí Aire de Dylan en una buhardilla en Bruselas, hecha polvo, con unas posibilidades de subsistencia muy complicadas. Y es ahí donde me di cuenta de que había que hacer algo nuevo: la novela proponía un modelo de mundo que había dejado de servirme como referente, ese modelo que encarnaba la novela no me permitía explicar muchas cosas de ese mundo mío que nada tenía que ver con el que se reflejaba no solo en aquella obra de Vila-Matas, sino en toda una literatura que ya no me daba las respuestas que buscaba. Y esas respuestas tampoco me las daba la llamada literatura social o mis referentes de izquierda, con los que podía dialogar, pero ya no me servían para contar el mundo en el que vivía. En esa búsqueda de nuevas formas, encontré referentes nuevos, como Fernández Mallo, por ejemplo, y empecé a leer otras cosas, en concreto, textos aceleracionistas. Busqué teorías que me ofrecían otras alternativas, más allá de la revolución, ante la sensación de que todas esas ventanas representadas por mis referentes de entonces ese estaban cerrando. Y así me di cuenta de que, de la misma manera que ya no podía ponerme la camiseta de Che Guevara, ya no podía decir “yo quiero ser Vila-Matas”.
No puedes ser Vila-Matas, ante todo, porque ya hay un Enrique Vila-Matas
Por supuesto. Y nació cuarenta años antes que yo.
De todas maneras, gracias a que se cerraran todas esas ventanas, abriste tú la tuya.
Esta es la lectura que yo saco de todo este proceso. Tras ganar el Biblioteca Breve, le escribí a Vila-Matas y él me dijo precisamente esto: Si Aire de Dylan ha servido para que tú encuentres tu manera, estupendo. Creo que es lo más sabio que se me podía decir.
Cambiando de tema, el humor define el tono narrativo de tu novela.
Yo necesitaba escribir una novela en la que me pudiera reír de mí misma. Internet nos permite ver la mierda que hay en el mundo, ¿qué voy a decir yo si vivo en la parte mejor del mundo? No me puedo quejar demasiado o, si me quejo, lo hago desde la parodia de mi misma y desde un posicionamiento cínico.
Volviendo a Lukács, ¿hemos pasado de la utopía al cinismo?
Evidentemente. Y la pregunta ahora es cómo construimos a partir del cinismo. Nos hemos metido en el gran lodazal del cinismo, yo la primera, pero ¿cuál es la salida? Esta es una pregunta que me hago constantemente. Si descreo de todo, ¿con qué revolución o proyecto me puedo sumar? Y la respuesta para mí reside en la posibilidad de construir conjuntamente fórmulas de convivencia.
¿También eres cínica con respecto a la literatura?
Soy muy cínica respecto de todo. Lo que pasa es que la literatura es una droga para mí. ¿Soy una especie de drogadicta que encuentra algo de satisfacción en la literatura? Posiblemente, sí. No soy una gran experta en el tema de las drogas, pero, llegados a este punto, no puedo recriminarle a nadie que sea drogadicto o vicioso, porque creo que las posibilidades de entender el mundo que tenemos en las manos son difíciles y pocas. La evasión se hace a veces indispensable. La literatura para mí es evasión, es un paliativo frente a todo lo que nos rodea, es el lugar en el que encuentro compañía.