Sergio del Molino: «Los enfermos crónicos nos parecemos mucho a los personajes de las tragedias griegas»
En su nueva novela, Sergio del Molino se iguala a otros enfermos famosos de psoriasis como como Stalin, Nabokov, Updike, Escobar o Lauper
Empiezo nuevamente una entrevista telemática comentando la rareza de estos tiempos en los que no nos vemos, en donde nos ocultamos del otro, ocultamos la piel detrás de una pantalla o de una línea telefónica. “Estoy acostumbrado al tú a tú, es muy raro, pero bueno, nos adaptamos a todo”, agrega Sergio del Molino al otro lado de la línea, a quien entrevisto a propósito de la publicación de su nueva novela La piel, editada por Alfaguara.
Esta nueva novela muestra la vida del escritor entre líneas y una enfermedad cutánea, la psoriasis, lo iguala a muchos otros enfermos dermatológicos como Stalin, Nabokov, Updike, Escobar o Lauper. Todos ellos, junto al autor, son monstruos encarcelados por sus propios cuerpos.
La enfermedad los une y los signa, desvelando que las deformaciones no solo de la piel y del goce del rascado son un hecho en sí mismo, sino que promueve una forma de enfrentar la vida totalmente diferente a quien no padece, a quien no se rasca.
¿Escribir esta novela fue tu forma de combatir la enfermedad? ¿Convertir la batalla en verbo?
Yo creo que es una reacción, de la misma forma que reaccionas con el rascado. Escribí desde una posición más intimista. Este libro ha ido creciendo de una forma mucho más casual a como creció La España vacía, porque fui acumulando materiales y reflexiones que al principio eran una mera curiosidad. Encontrarme con personajes históricos que tenían mi misma enfermedad se acabó convirtiendo en una especie de obsesión y, cuando me quise dar cuenta, vi que tenía una tesis doctoral de personajes con psoriasis. Al reflexionar sobre esas historias, había algo que había pasado por alto: la psoriasis había sido muy importante para explicar sus obras o lo que habían hecho, o su personalidad o sus puntos de vista, su forma de estar en el mundo. Entonces me di cuenta de que a mí también me condicionaba mucho. Fue una revelación, aunque parezca una tontería, porque había estado negándome a la psoriasis, creyendo que eso era solo una cosa molesta, desagradable y dolorosa con la que tenía que convivir, que no formaba parte de mí o de mi personalidad. Descubrí que si no tuviera esta enfermedad sería una persona diferente, inclusive que mi escritura no sería igual. A partir de ahí es que empieza a tener sentido escribir un libro y enfrentarme a esa realidad de monstruo. No es tanto una catarsis, es una revelación. Necesité hacer una tesis doctoral para darme cuenta de una cosa sumamente elemental.
Al final, te terminaste reconciliando contigo mismo…
Me acabo aceptando y acabo viendo que algo que consideraba marginal y anecdótico es un aspecto central de mi vida, que me define; termino viéndome como un personaje trágico, que acepta el destino. Los personajes trágicos siempre caen víctima de su destino y no pueden luchar contra él. En eso los enfermos crónicos nos parecemos mucho a los personajes de las tragedias griegas: por mucho que nos empeñemos, la enfermedad siempre nos vence y siempre, nos marca de alguna forma. Es algo con lo que tienes que vivir y te tienes que resignar.
Las enfermedades crónicas te signan y también te hacen dejar el control a un lado…
Es una cura de humildad. Nosotros vivimos en una sociedad que nos enseña que todo lo que queramos hacer lo podemos hacer y que todo depende de nuestra voluntad, que si te empeñas en ganar el Premio Nobel solo debes esforzarte mucho y al final habrá una recompensa. La enfermedad te enseña justo lo contrario. Te enseña que hay cosas muy importantes que te condicionan y justamente por eso hago un alegato contra la visión de la enfermedad como una lucha. Los enfermos no luchan, reconocen la limitación de su propio cuerpo y lo llevan como mejor pueden. Porque esa idea de la lucha es hermana de la idea de que, si tu entrenas muy duro, al final ganarás las olimpiadas; si tú luchas mucho contra la enfermedad, al final la vences y no, no funciona así. Los enfermos sabemos que tenemos que llegar a un tipo de acuerdo con nosotros mismos y con la vida.
Hablas de la psoriasis de Stalin y de Pablo Escobar. ¿Crees que a estos personajes la enfermedad los hacía monstruos o su monstruosidad es una venganza contra la enfermedad?
En el fondo de la narración lo que hay es una pregunta de la monstruosidad física y la monstruosidad moral. Lo que me gusta de Stalin es que es un monstruo que no se redime. Estamos acostumbrados a que los monstruos feos, malos -que quedan pocos, incluso Darth Vader, que es un personaje que tiene toda la piel destruida y se cubre de negro-, al final ese malo malísimo se redime. Hay una especie de complacencia de que la monstruosidad puede redimirse, pero en el caso de Stalin no. Es parte del libro: analicé el problema de la relación entre su monstruosidad física y su monstruosidad moral, porque rompe las concepciones y los prejuicios que solemos tener, en los que hemos disociado o nos han enseñado a disociar, la monstruosidad física de la moral. Nos dicen que las deformidades de una persona no tienen nada que ver con su moralidad y con que sean malvados o buenos; tanto es así, que tendemos a pensar que son buenos. Pero en Stalin no está tan claro. Por ello, en la novela, se puede mostrar su enfermedad como causa de la monstruosidad moral, la necesidad de querer vengarse del mundo y provocar ese genocidio como respuesta a una incomodidad, a una condición física que no puede aceptar, esas ganas de rascarse. Además, a mí me parece muy sugerente que la tiranía surja de un picor de la piel.
En el libro mencionas: “No les faltan amantes a todos estos monstruos”. ¿Cuántas capas debe ponerse encima un monstruo para que surja eros o es la monstruosidad erótica en sí misma?
Hay mucha gente enamorada de esos monstruos. La propia monstruosidad tiene un punto erótico. Drácula es un libro muy sexual. La película que cito en la novela, Un hombre lobo americano en Londres, es una historia de amor. La monstruosidad es atractiva, a la vez que repulsiva. Lo que tiene la monstruosidad es que nos pone a prueba, pone a prueba nuestros sentimientos y las cosas que creemos sentir y pensar sobre nosotros mismos y sobre el mundo, nos pone en tesituras muy incómodas a los que no son monstruos, porque no sabemos cómo tratarlos. Pones a prueba la humanidad y la esencia misma de lo humano.
Cuando narras a John Updike, volvemos a lo que comentábamos antes, narras la aceptación de uno mismo, más allá de la aceptación de los demás…
Eso es lo más importante, porque al final la aceptación de los demás es una cuestión de coraje y es una apreciación muy subjetiva. A veces los enfermos de psoriasis, vamos a llamarlos monstruos, incluyéndome a mí mismo, realmente tenemos un sesgo muy paranoico de la mirada de los demás. Creemos que nos miran más de lo que realmente nos hacen. Tenemos una hipersensibilidad a la hora de sentir las miradas y creemos que nos rechazan más de lo que realmente sucede. Cuando podemos reunir el coraje de que no nos importe la mirada ajena, la disolvemos. Pero es mucho más difícil aceptarnos a nosotros mismos, porque no podemos cambiarnos. De eso va un poco el relato de Updike. Casi todos los personajes tienen cierta lubricidad porque es un libro que habla de la piel y no se puede evitar hablar del sexo. Son personajes que, como a mí, les ha costado mucho aceptarse y por eso me siento tan identificado; cuando los cuento a ellos, me estoy contando a mí mismo.
¿Cuando dejaremos el autoengaño o el cuerpo como cárcel para ser más libres?
El cuerpo como cárcel es una metáfora muy clara y tiene esa dualidad, lo mismo nos permite contactar con el mundo o nos aleja de él. La piel en sí misma tiene su propia capacidad metafórica. Ella sola no necesita una producción literaria. A la piel le prestamos muchísima atención y es una de las cosas que más nos preocupan. Lo que es sorprendente es que nos hayamos preocupado desde la poesía o desde la ciencia pero no le hayamos prestado atención filosófica a la piel.
Al narrador del capítulo La edad media de la piel le hace ruido ponerle nombre a sus zonas erógenas. ¿El lenguaje le ha fallado al cuerpo? ¿Por qué nos cuesta nombrar lo que somos corporalmente?
En ese capítulo intento hacer chistes sobre la incapacidad del lenguaje español para lograr un término medio: o tenemos un lenguaje soez muy explícito o un lenguaje anatómico, pero no tenemos un léxico que nos permita hacer un discurso elegante sobre lo que queremos contar, referirnos de forma sensual y a la vez elegante a ciertas zonas.
¿Es difícil describir la sexualidad porque termina plasmándose como pornografía?
No hemos desarrollado las herramientas lingüísticas necesarias para poder elevar el discurso del sexo porque, en el fondo, o nos da vergüenza o no le damos importancia, no sabemos ponerlo en un registro que pueda insertarse de forma natural y elegante en un discurso literario estándar. De hecho, una de las cosas que te chirrían como lector son las escenas sexuales y las descripciones que, de una forma u otra, están mal hechas. Es muy difícil encontrar buenas escenas sexuales. Es un reto y una incapacidad del lenguaje.
En el mismo capítulo, explicas cómo la mente daña el relato sexual, el encuentro amoroso. Cómo hacemos lo que nos han dicho y no lo que nos dictamina el cuerpo. ¿Es la mente el peor enemigo del disfrute de la piel?
Hemos construido unas expectativas muy grandes que le arruinan la adolescencia a casi todo el mundo; hemos creado un imaginario que se desinfla enseguida en el contacto con los propios cuerpos. Tenemos una relación muy sublimada con nuestro cuerpo y lo que debe ser un cuerpo perfecto, lo que debe ser la sexualidad y el sexo. El contacto con nuestro propio cuerpo y los cuerpos con los que nos vamos encontrando no lo resiste, es un choque poderoso y eso acaba reflejado en el lenguaje.
Como si fuéramos totalmente cerebrales…
Sí, es una de las ideas que atraviesan todo el relato, actuamos como si no tuviéramos cuerpo, como si fuéramos alma y como si el hecho de que nos picara la piel no influyera en nuestro carácter, en las decisiones que tomamos y en las relaciones con los demás. El cuerpo se va deteriorando, va generando mucho ruido y condicionándonos en nuestra manera de ver el mundo, de relacionarnos; por eso un joven y un viejo no tienen la misma forma de relacionarse, porque no tienen ni el mismo cuerpo ni la misma visión del mundo.
Al final del libro admites que la bibliografía que encontraste sobre el estudio de la piel fue escrita por mujeres. ¿Te diste cuenta de que los debate sobre el cuerpo y la belleza femenina es real y por eso la necesidad de estas mujeres de explicarse, así como tú explicas la psoriasis en el libro, justamente como dices que hacen los hombres, desde la literatura?
Para mí fue sorprenderte, yo no creo que hay formas de distinguir a los hombres de las mujeres, no hay marcas textuales, ni una aproximación distinta ni en temas ni enfoques. Me sorprendió mucho y no tengo claro por qué sucede, pero es verdad que cuando empecé a estudiar bibliografía, seria y científica sobre anatomía y antropología, me di cuenta de que estaba escrita por mujeres y, sin embargo, la historia, la filosofía y la literatura casi todas estaban escritas por hombres. Mi hipótesis, un poco enlazando con la que has planteado, es que la piel es más importante para las mujeres que para los hombres, en el sentido de que la mirada pública y la condena siempre ha recaído de una forma más violenta y fuerte sobre las mujeres; ha sido impuesta de los hombres a las mujeres. Creo que eso les ha generado una conciencia, saber, no elucubrar, entender qué es lo que sucede y por eso se han dedicado a hacer más estudios basados en el rigor y en el intento de iluminar zonas oscuras. Creo que para los hombres todavía hoy sigue siendo un asunto cómodo sobre el que relatar, porque en el fondo no nos afecta de una forma tan grave que como afecta a las mujeres. Pero es una hipótesis…
¿Quizás te has dado cuenta porque a ti ahora te está afectando?
Sí, pero me afecta menos que a las mujeres. De hecho, soy un hombre, que no estás hablando con la autora de La piel. No hay una mujer que haya escrito un libro parecido al mío, es muy difícil. Yo creo que subliman su experiencia de otra forma, porque creo que la vergüenza y la condena social funcionan de otra forma, son más grave y les cuesta mucho hablar de estos temas, porque los sufren más. Se ve en las consultas de psoriasis o cuando hablas con dermatólogos, sabes que la afección psicológica de la psoriasis es mucho mayor en las mujeres que en los hombres. Es más traumático ir a la playa y enseñar las manchas. Los hombres, en general, los que retrato, como Nabokov o yo mismo, todos hemos tenido hijos y unas familias totalmente normales; no nos ha supuesto un problema y más allá del complejo que nosotros mismos tenemos, no nos han rechazado. Pero una mujer sí sufre un rechazo mucho mayor y por eso le cuesta más escribir un libro así y es una pena. Creo que eso cambiará y veremos a una mujer que escribirá un libro sobre su condición y su enfermedad, pero todavía no hemos llegado a ese punto.
Pensando en lo que estamos viviendo en la actualidad, ¿crees que lo que está provocando el virus nos hará más conscientes de la piel y de cómo nuestro cuerpo vive la emocionalidad?
Sí, muchísimo, porque somos mamíferos. No sabemos querernos sin tocarnos. Estamos biológicamente programados para poder interesarnos los unos por los otros, amarnos y querernos a través del tacto. La gente fría y muy distante también necesita el tacto. Es una necesidad de especie, si se nos priva eso va a tener consecuencias sociales, emocionales. Nos va a provocar ser mucho más conscientes de la necesidad del tacto, de algo a lo que no se lo dábamos porque lo teníamos constantemente y que hacíamos de una forma muy natural sin meditar nunca sobre ello. Eso va a generar literatura, poesía, eso va a provocar un cambio de sensibilidad, pero todo depende de lo larga que sea esta situación; porque si esta situación dura dos meses, se olvida pronto, pero si la situación se prolonga mucho, tendrá efectos que notaremos y generará mucha bibliografía y generará un arte.