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'Fariña': la invisible censura en tiempos del ‘ebook’

En esta época de ‘fake news’, de sobreinformación, cada vez hay más ciudadanos inconformistas y exigentes. Si una obra es censurada la gente no lo va a tolerar. Las prohibiciones de productos culturales puede traducirse, para la ciudadanía, en una irreverencia como sociedad del siglo veintiuno.

‘Fariña’: la invisible censura en tiempos del ‘ebook’

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Prohibido leer. A lo largo de la historia de la humanidad, diversas obras literarias han sido censuradas o secuestradas por su discutido contenido en diferentes partes del mundo. Las tres R de revisar, refrenar y reimprimir se adjudicaban a los censores. Nuestro imaginario social se ha impregnado de quemas de libros, arresto de ejemplares o destrucción de bibliotecas.

Ni 100 años han pasado desde que el Papa Pablo VI suprimiese la Lista Oficial de Libros Prohibidos por la Iglesia. Publicado desde 1551 a petición del Concilio de Trento, el Index librorum prohibitorum marcaba aquellos libros perniciosos por la fe y la consolidación de normas que debía seguir un título literario para poder ser publicado.

El combate entre el censor y escritor continúa vigente en nuestros días. Los libros, esos pesos pesados que cohabitan en nuestra habitación, pueden encender la llama de la revuelta. ¿Cuenta el autor de la obra con una completa libertad a la hora de publicar o, por el contrario, el legado del poder de la expurgación continúa vigente en nuestros días? “Desde el punto de vista legal, en nuestro país existe plenas garantías para desarrollar la libertad de expresión y creación, aunque esta libertad sufre varias amenazas”, comenta el Doctor en Derecho Pablo Velasco a The Objective.

Prohibir cosas de forma autoritaria puede suscitar la curiosidad. El llamado efecto Streisand sucede cuando, a la hora de condenar o prohibir, aumenta el interés del público y la difusión del contenido. El ejemplo más reciente de los últimos años ha sido Fariña. Historia e indiscreciones del narcotráfico en Galicia, libro de Nacho Carretero que, quedó apartado durante 121 días avivando la llama de la revuelta.

El 21 de enero de 2018, la juez Alejandra Pontano ordenó el secuestro de Fariña tras la demanda impuesta por Alfredo Bea Gondar, exalcalde del municipio gallego de O Grove. El autor y la editorial, Libros del K.O., fueron acusados por vulnerar el derecho al honor del mandatario pues aparece citado cuando fue procesado por delitos relacionados con el narcotráfico. En su momento, Bea Gondar reclamó a la editorial y autor la suma de medio millón de euros, además de la retirada de la obra.

¿Cuál fue la respuesta de la ciudadanía al incautar un libro en los tiempos del ebook? Disparar las ventas de la obra. El secuestro cautelar tuvo lugar 10 ediciones después y con una serie de televisión a punto de ser estrenada. Bea Gondar consiguió que Fariña estuviese en stand by durante casi 4 meses, tras depositar 10.000 euros por los posibles daños y perjuicios que la medida cautelar pudiese ocasionar al demandado.

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El llamado efecto Streisand sucede cuando, a la hora de condenar o prohibir, aumenta el interés del público y la difusión del contenido. Unsplash
Libros prohibidos que suscitan interés en la población

Ahora, a un año y medio del secuestro de Fariña. Historia e indiscreciones del narcotráfico en Galicia, la Audiencia Provincial de Madrid ha condenado a Bea Gondar con la suma de 16.000 euros al periodista y la editorial, tanto por las pérdidas de las ventas como por la paralización de la comercialización.

El efecto Fariña es el ejemplo más reciente de que un producto cultural deje de estar disponible para convertirse en objeto de deseo. Revistas, periódicos y semanarios son los más numerosos en la lista de secuestros judiciales. Una medida que, desde que acabó el régimen franquista, solo ha afectado a seis libros, incluido Fariña. Por citar alguno, en 2005 la productora Gestmusic ordenó secuestrar el libro del periodista Wayne Jamison, OT. La cara oculta, “al lesionar el honor y la fama del concurso”, según la productora.

Los censores de épocas pasadas son, ahora, personas con poder que pueden influir para intervenir, modificar o prohibir aquellas creaciones culturales que molestan al orden establecido. Sin embargo, cuando un libro llega a internet queda almacenado en la nube hasta el final de los tiempos. En 1998, Juan Ignacio Blanco escribió ¿Qué pasó en Alcácer?, una obra que quedó fuera de circulación por orden judicial por culpar a personas de altas esferas del crimen de Alcácer. Silenciar la verdad incómoda que no se recogía en la versión oficial hizo que, precisamente por su prohibición, el libro pasó a la lista de los más deseados.

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Los censores de épocas pasadas son, ahora, personas con poder que pueden influir para intervenir, modificar o prohibir. Unsplash

Aunque el libro dejó de venderse en tiendas, muchos ejemplares ya habían sido adquiridos y los restantes no fueron destruidos, además de poder adquirirse, actualmente, en Amazon u otras plataformas gratuitas. “Algo parecido sucedió con el secuestro de la revista El Jueves, que tenía una portada en la que salían el entonces príncipe Felipe y la princesa Letizia. Esa revista, que no tenía grandes números de tirada, tuvo en esa ocasión una clara publicidad gratuita y dicha portada circuló muchísimo más por internet”, aclara Velasco.

El profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Complutense de Madrid, Ángel García Galiano, explica a este medio que “en una democracia hay que guardar las formas” y aquellos que quieran censurar “lo harán por mecanismos indirectos: privar de subvenciones, utilizar gacetilleros venales que ataquen el producto, o peor, al autor del libro”. En un estado de derecho, como en el que vivimos, la cultura y el acceso a esta deberían formar parte de los cimientos para evolucionar como sociedad y “se tendría que mirar por su capacidad de apertura y tolerancia: a mayor miedo, mayor fanatismo y, por ende, mayor intolerancia”.

Democracia y literatura son vinculantes en tanto que la creación artística es una expresión de libertad. Nacho Carretero, en declaraciones a The Objective, añade que, aunque España cuenta con un alto grado de libertad, “hay mucho margen de mejora y camino por recorrer”.

En esta época de fake news, de sobreinformación, cada vez hay más ciudadanos inconformistas y exigentes. Si una obra es censurada la gente no lo va a tolerar. Las prohibiciones de productos culturales puede traducirse, para la ciudadanía, en una irreverencia como sociedad del siglo veintiuno. “A nivel legal, falta rebajar y disminuir al mínimo la presencia de las leyes que se refieran a la libertad de expresarse”, afirma el periodista y autor de Fariña. “Creo que un Estado que quiera ser moderno debe reducir al mínimo su control sobre la expresión. Por otro lado queda mucho que recorrer aún a nivel social. Todavía queda comprender que el equilibrio pasa por la educación, no por los juzgados. Y que si algo nos ofende, no significa que deba ser censurado”.

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