Manuel Gerardo Sánchez: «Si tuviese que usar una etiqueta sería 'marica'»
Después de dos libros de relatos, el escritor venezolano publica su primera novela ‘El revuelo de los insectos’, una distopía queer ambientada en el Caribe.
El debate sobre género ha vuelto a la palestra pública, aunque siempre ha tenido sus propulsores. Más allá del boom suscitado por el feminismo, el debate identitario sobre sexualidad y género ha estado siempre dentro de la literatura.
En esta ocasión me encuentro leyendo El revuelo de los insectos (Editorial Egales, 2020) del joven escritor Manuel Gerardo Sánchez (Caracas, 1982), quien narra una distopía ambientada en un país caribeño, donde varios hombres descubren su identidad mientras un revolucionario llamado Pablo H instaura un régimen macabro con sus detractores o no partidarios.
El revuelo de los insectos, más allá de una distopía que pueda asemejar el contexto actual venezolano[contexto id=»381721″], es el discurso de varios hombres que descubren su sexualidad, su identidad y la libertad que genera la aceptación más allá de etiquetas y prejuicios, más allá de regímenes y, sobre todo, lo más importante, más allá del miedo interior, siendo coherentes con la complejidad del ser humano.
Después de dos libros de relatos (El último día de mi reinado y Sangre que lava), Manuel Gerardo Sánchez desvela su visión del mundo a través de la literatura con una novela corta que, sin grandes pretensiones pero con un lenguaje cuidado, hace homenaje a los narradores venezolanos de principios del siglo XX como Rómulo Gallegos o Enrique Bernardo Núñez, creando una historia que narra sensibilidades y conversaciones tan actuales como los debates en torno al género, la toxicidad de roles, la libertad y las nuevas masculinidades.
Empiezas el libro con un epígrafe del Discurso del origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres de Rousseau, donde se afirma que el bello estilo no hace que los argumentos mengüen. ¿Por qué la escogencia de la cita? ¿Al hablar del bello estilo no lo estás argumentando?
No, no estaba argumentando. Le estaba dando al lector unas pistas y una señas de qué se iba a encontrar o qué podría encontrarse en esas líneas. Un autor nunca debe justificarse, sale y ya está. Ese epígrafe nace porque para hacer este libro en vez de leer sobre dictaduras o acerca de Stalin o Trotsky me fui por las antípodas. Yo necesitaba, para entender bien mi distopía, conocer de liberalismo, hablar de libertades individuales y conocer la condición humana. ¿Qué es un ser humano y qué lo hace serlo? Por eso era inexorable volver a Rousseau, él nos da unas señas fantásticas que están presentes en todo el libro y por eso ese epígrafe que es la perfectibilidad del hombre y el mal radical. Según Rousseau, esas son las dos características que definen al hombre. El ser humano es el único ser que puede perfeccionarse, puede hacerse mejor o peor, pero perfeccionarse; puede perfeccionar su bondad tanto como puede perfeccionar su maldad y ahí está la segunda característica, para Rousseau, de la diferencia del hombre y los animales: la maldad. El hombre puede ser muy malo, ni los animales cuando están desollando a sus presas están pensando en la alevosía de desollarlas. Por eso no solo leí el discurso sino el contrato social y era imposible soslayar esta cita sobre del Discurso del origen porque yo sentía que cuando tienes una idea muy clara en la cabeza y la cuentas de manera bella es imposible que esa idea sea mala.
El lenguaje de El revuelo de los insectos tiene muchas referencias al costumbrismo venezolano. Entonces, si pensamos en este lenguaje, que posee mucha floritura y belleza en el estilo narrativo, ¿podríamos decir que te sirvió como recurso para ambientar una novela queer? ¿La elección del lenguaje como resistencia y como exaltación de lo queer?
Para mí es importante que una historia no solo esté muy bien contada sino cómo se usa el lenguaje al momento de contarla. No puedo con los libros que solo usan el lenguaje con el único propósito de contar. Cuando no hay un propósito estético a mí me pierde como lector, porque lo extraño, lo busco y cuando lo entiendo se me hace entrañable. Hay cierto costumbrismo venezolano, tengo que reconocerlo, porque tengo a los autores venezolanos muy presentes y porque la gente los dejó de leer. Los ídolos rotos o Cubagua, por ejemplo, son libros que hay que rescatar. Es verdad que hay un uso del lenguaje que podría parecer de otro tiempo, pero los guiños de este libro son muy actuales, con oraciones cortas, pero creo que en mi libro el lector se encuentra con una riqueza, y a la vez, con una sencillez que no entorpece la lectura. Sin embargo, sí es cierto que me preocupo mucho de la palabra y de designar lo que quiero designar. No es lo mismo pavonearse que contonearse. No es lo mismo contonearse que anadear. Entonces, cuando logro esa exactitud me siento complacido.
¿Te consideras un escritor riguroso con el lenguaje? Crees en su valor…
A mí me parece que tiene un valor. Este libro está muy limpio y no se parece al Manuel Gerardo de los libros anteriores, porque en este trato de no cometer excesos, porque sí reconozco que en mis libros anteriores había unos excesos y unos usos que no eran incorrectos pero sí eran exagerados, y eso es algo que hay que cuidar porque puedes cansar al lector. Esas lecciones se van aprendiendo también mientras vas escribiendo y te vas encontrando con las lecturas. Entonces pienso en Lemebel. A él lo tacharon al principio de ser una loca barroca, de tener un lenguaje excesivo, de oropel, canutillos, de poseer una munificencia. Pero tiene que ver, porque al final es un lenguaje que representa cómo se vive la homosexualidad, porque es suficientemente horrible lo que muchos homosexuales hemos tenido que vivir; buscamos en las palabras, en los libros, en las cosas bellas y en las bellas formas, la manera de eclipsar y opacar lo que no fue bello con nosotros. Entonces sí, podría haber una forma en esta novela de hacer del lenguaje algo bello para mostrar lo realmente terrible.
Buscamos en las palabras, en los libros, en las cosas bellas y en las bellas formas, la manera de eclipsar y opacar lo que no fue bello con nosotros.
Tu vienes del cuento y esta es tu primera novela. La lectura nos hace ver que quizás la idea fue un cuento que se fue alargando y perfeccionando. ¿Por qué pasaste del cuento a la novela?
Pues sí, era un cuento brevísimo, pero creo que el escritor se tiene que poner retos y yo tenía la pulsión de escribir largo. A mí me encantan los relatos breves y es verdad que este libro nació de una idea, en el año 2015, con los comandos de las FAES en Venezuela. Pensé: ¿qué puede pasar con unos pequeños ejércitos autorizados con la venia de un Estado para exterminar? Y no me equivoqué, porque en 2017 cobraron principal protagonismo. Entonces esta noticia me dio para un relato breve que después convertí en una novela porque empezaron a aparecer nuevos personajes y a zumbarme en la cabeza, nunca mejor dicho, porque eran como unos insectos. El libro tiene ese nombre por muchas razones. Había ideas y muchos nombres que me zumbaban al oído y dije, me voy a atrever. Inclusive ahora siento que hubiese podido hacerla mucho más larga.
Es paradójico, porque en lo personal las ideas te zumbaban para crear la novela, sin embargo, en el libro, los insectos, esos que zumban, tienen un valor peyorativo.
Claro, una de mis ideas hace referencia a la literatura de Reinaldo Arenas. Él es un recurrente en mi trabajo y estando en España descubrí un libro llamado Arturo, la estrella más brillante, un libro pequeño acerca de un muchacho homosexual que entra en uno de los campos de trabajo forzado de Fidel a principios de la revolución cubana y, en el argot revolucionario, siempre ha estado presente el término insecto, no solo en Cuba sino también en Rusia y en otros regímenes donde la homosexualidad no solo es perseguida sino penada o exterminada, entonces quería rescatar algunas claves literarias que situasen al lector en una narrativa de largo aliento que crea puentes entre unos u otros autores. Además tenía la imagen del final, un personaje que veía los destrozos revolotear.
Esta novela vuelve a poner en el debate lo dañino del juego de roles con respecto a las identidades de género versus la fluidez sexual. ¿Usaste la temática distópica para reflejar el camino árido que es la aceptación de la fluidez sexual?
Ahora en España está muy de moda la teoría queer, pero pienso inmediatamente en algunos textos que son necesarios citar. Uno de ellos es el de Monique Wittig, quien escribió El pensamiento heterosexual, un libro que afirma que está tan asumida la heterosexualidad como única mentalidad que no permite ni la suposición de otra cosa. Esta mentalidad, al creerse única, se arroga discursos, conciencias, narrativas y construcciones históricas fundamentadas en la naturalización de que somos hombres o mujeres. En mis personajes eso está presente porque ellos no tienen cómo liberarse ni cómo combatir esa mentalidad y no la identifican como una construcción histórica o social.
También es la complejidad de los personajes. ¿Puede ser un macho gay?
El personaje de Emilio, por ejemplo, que es efebo, delicado, la mariquita, es el que más se robustece y evoluciona, dándose cuenta de su masculinidad y de su individualidad; él entiende, en su drama y en su persecución, que él es único y diferente. En cambio Jon, que desde el principio se muestra como el macho, que folla con mujeres y con hombres, termina siendo el más débil. Todo eso está pensado a propósito, es mentira que los narradores decimos que el personaje se construyó casualmente, no, hay una búsqueda detrás. Los personajes te van pidiendo cosas que no tenías contempladas pero también hay unas intencionalidades y los personajes de este libro tratan de romper con unas mentalidades porque se dan cuenta de sus individualidades.
La milicia juega un papel importante en los personajes. ¿Estabas interpelando a la institución como relato hegemónico? ¿Por qué escoger un extremo tan poderoso como lo es el ejército para que los personajes decidan salir de su homosexualidad?
Para mí es muy importante entender que esos arquetipos de masculinidad no solo son unas construcciones baladíes, sino que como cualquier construcción es dialéctica, tiene una gran diversidad y si nos vamos al plano más fútil, ¿quién dice que no hay militares homosexuales? Es una estupidez, es como que me digan que no hay futbolistas homosexuales. El libro El deseo homosexual afirma que el desprecio a la homosexualidad se debe, entre muchas razones, a que el homosexual adjura de su hombría. El homosexual es lo peor porque quién va a renegar de lo viril si es lo poderoso, lo grande. Porque las sociedades están construidas alrededor del hombre, del falo. Lo que decía Deleuze en el Anti-Edipo, el falo es el gran significante de la sociedad. El que tiene un falo es poderoso, el homosexual, por consiguiente y más si es un homosexual que se deja penetrar, reniega de su heterosexualidad por querer ser mujer, femenino. Por eso todas esas ideas de cómo se construye la homosexualidad y donde entra lo militar que, para la mentalidad heterosexual, supone un efecto de hombría. Por eso mis personajes tenían que darse cuenta de que es una falacia y que ellos, los personajes, están en cualquier lugar, incluyendo, la milicia.
Hay un personaje transexual en la novela que también rompe, no solo con lo binario, sino que se confronta con que eso que ya no es pero que sigue estando ahí. ¿Es indudable que siempre volvamos al tema del género?
Sí, con el personaje de Madame Purpurina me planteaba eso. Los seres humanos somos femenino y masculino. Obviamente Madame Purpurina no puede ser cis género aunque quisiera y eso es intencional porque ese personaje es un crisol de cosas, como cualquier ser humano que no puede ser etiquetada como mujer transexual porque no lo es.
El que uses una etiqueta para que puedas explicar al otro no quiere decir que la etiqueta se ajuste a ti
Entonces, ¿por qué la necesidad del colectivo LGTBI+ de etiquetarse? Al final la etiqueta más allá de una lucha contra el prejuicio, ¿no es un capa limitante?
Las etiquetas son enunciaciones y sí son importantes para tomar postura, no de qué eres sino de cómo te ves y si cómo te ves tiene que llevar un nombre, lo tienes que usar. Ahora bien, el que uses una etiqueta para que puedas explicar al otro no quiere decir que la etiqueta se ajuste a ti. Las etiquetas encorsetan, aprisionan y si tú me preguntas en este momento si yo me considero queer, yo te diría que no porque soy muy latinoamericano y muy inmigrante para considerarme queer. Yo no pertenezco a ese colectivo blanco, anglosajón, burgués. Yo soy blanco, venezolano e inmigrante. En todo caso, si tuviese que usar una etiqueta sería “marica”, yo me creo más marica que queer, pero entiendo cuando los otros tienen que usar la etiqueta queer para poder explicarle a ese otro que no es como él.
Si pensamos en el feminismo en la actualidad, el movimiento más bien quiere deshacerse de todas las etiquetas que encorsetan a las mujeres. Por ejemplo, “literatura hecha por mujeres”. ¿No es acaso lo mismo para el colectivo LGTBI+?
Sí, las etiquetas son muy necesarias pero aprisionan. “Me hace mucho ruido todavía y no pasan por la experiencia real de ser homosexual”, me comentaron una vez y es cierto. Hay días en que me siento más hombre, hay días que me siento un héroe. Es muy complejo para que me envuelvan en una etiqueta, porque pueden ser muy castradoras.
¿El discurso no debería fomentar, más que la etiqueta, la complejidad del individuo?
Yo entiendo que hay que enunciar porque tú te tienes que plantear en este caso que la lucha ha sido plantarnos ante un monstruo, y cuando digo nos, te incluyo como mujer, porque tienes que incluirte y ahí la etiqueta es necesaria para decir “yo no subyugo como tú”, “yo no pienso como tú”. Si me tengo que poner un nombre lo hago para que no sea igual al del que subyuga, pero ese nombre no quiere decir que me explique y eso es lo importante. A mí no me explica la etiqueta queer. Así como yo no quiero que mi libro sea encasillado como un libro queer. Es una distopía en términos estrictamente teóricos.
¿Por qué terminas el libro con una carta del dictador del régimen?
El régimen no venció a los personajes, pero el régimen siempre tiene que hacer creer a los demás que él gana. Los poderosos siempre creen que vencen hasta cuando no vencen.