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Marcelo Luján: “La violencia y el peligro nos acechan siempre”

Marcelo Luján: “La violencia y el peligro nos acechan siempre”

Ana Portnoy | Cedida por la editorial

Unas adolescentes en bicicleta, una niña algo excéntrica y su hermano, una mujer en una clínica veterinaria… Escenas cotidianas, seres aparentemente inocentes, que no esconden nada y, sin embargo, de repente, la violencia lo tiñe todo. Los seis relatos que componen La claridad (ed. Páginas de espuma), libro con el que el escritor argentino afincado en Madrid ha ganado el premio Rivera del Duero nos sitúan en medio de la intemperie, en un mundo en el que la maldad aparece en cualquier momento, ahí donde menos se la espera. Luján descoloca así los lectores, enfrentándolos a relatos donde juega con lo fantástico, aunque conteniéndose, como si quisiera recordarnos que el mal no está en los fantasmas, sino aquí, en nuestro día a día.

Muchos de los relatos aquí reunidos tienen su origen en tu novela Subsuelo. ¿De qué manera dialogan los dos libros?

Creo que lo que une ambos libros es el uso del futuro narrativo. Se trata de un recurso técnico que me parece muy interesante, aunque no es muy frecuente, y que tiene que ver con el uso de una voz narrativa externa y omnisciente que anticipa hechos y datos que no acontecen dentro del tiempo narrativo del relato que se está contando. Este recurso me dio muy buenos frutos en Subsuelo, que tuvo un muy buen recibimiento por parte de los lectores, pero también por parte de la crítica. Además, en Subsuelo me sentí muy cómodo utilizando el futuro narrativo, la cuestión que ahora se me planteaba era cómo utilizarlo en los cuentos, cuyas claves narrativas y cuyas exigencias son completamente distintas a las de la novela. De todas maneras, más allá de la explicación técnica del recurso, que finalmente volví a utilizar en los relatos en tercera persona -los otros tres son en primera- lo relevante no es que el lector sea consciente de su uso, sino conseguir que, gracias al futuro narrativo, el lector se sienta atraído por textos cuya extensión…

Es particularmente larga.

Efectivamente. Desde el inicio era consciente de que estaba planteando historias que necesitaban una extensión excesiva para lo que esperamos del cuento. Yo estoy educado en la cultura latinoamericana y, en particular, rioplatense del cuento, donde se considera que, pasada la página diez o doce, la tensión de la narración empieza a perder fuerza. Para solventar este problema, recurrí al futuro narrativo. De hecho, cuando la historia corría el riesgo de perder fuerza y estacionarse, entra en juego el narrador que, hablando en secreto con el lector, avanza hechos futuros. De esta manera, toda la tensión narrativa se vuelve a organizar. Mientras escribimos, todos los escritores tenemos fuertes dudas acerca de lo que estamos haciendo, pero he de decir que, a lo largo de los tres años de redacción del libro, fui dando los relatos a distintos lectores de los que me fío mucho y me di cuenta de que funcionaban, de que haber optado por aquel recurso había sido una buena elección. Por tanto, una vez seguro de que, individualmente, los relatos funcionaban me preocupé por la composición del libro. Quería hacer un libro de cuentos, es decir, hacer que el lector, a pesar de las distintas historias, al terminar de leer La claridad tuviera la sensación de haber leído un libro.

Porque… ¿una cosa es un libro de cuentos y otra muy distinta, un libro recopilatorio?

No son la misma cosa. Como apuntas, hay una gran diferencia entre un libro de relatos y una antología. Sin despreciar a los compañeros y compañeras que publican colecciones de relatos, creo que cuesta más trabajo y más tiempo sacar adelante un libro de cuentos, puesto que es fundamental dotarlo de una coherencia interna, algo que no necesariamente requiere una antología. Para ello, todos los relatos tienen que dialogar entre sí. Para un escritor no es fácil, pues, por ejemplo, tras dedicarle siete meses a un cuento, uno tiene que volver a empezar de cero, trabajar en un nuevo relato, con otras estrategias narrativas, con otra historia, con otros escenarios… pero, como decía, sin abandonar del todo lo escrito anteriormente, pues hay que buscar la armonía del libro.

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Imagen vía Páginas de espuma.

Todos los cuentos llevan como epígrafe una cita bíblica que funciona casi como metáfora de lo que se va a leer a continuación.

A la hora de componer el libro, hay muchos elementos que ayudan a amalgamar y a cohesionar los distintos relatos. El paratexto es uno de estos elementos y en La claridad el paratexto son los epígrafes, que, como dices, son todos citas sacadas de la Biblia. Dejando de lado la cuestión de la fe, la Biblia me parece un texto primario que advierte al ser humano de que el mundo es violento, de que el mundo es peligroso, de que ahí fuera está la traición y la muerte. En la Biblia, encontramos escenas terribles y pasajes literariamente muy potentes. Y me pareció muy interesante mezclar determinados pasajes con versos extraídos del rock, que sería la antítesis del texto religioso. Me parecía que esta mezcla explosiva podía funcionar y que repetirla al inicio de cada relato ayudaba a la cohesión. Además de todo esto, como habrás visto los relatos están atravesados con elementos del noir y de lo fantástico y, en este sentido, la Biblia es muy interesante porque contiene elementos que podríamos perfectamente asociar con lo fantástico. No quiero ser irrespetuoso, simplemente observo que, desde un punto de vista técnico, la Biblia tiene elementos fantásticos, empezando, por ejemplo, con la historia de Lázaro.

En este sentido, sigues la estela de Borges.

Borges era un genio y dijo muchas cosas acertadas. No me quiero comparar con él. Desde mi humilde punto de vista, yo simplemente vi este elemento en el texto bíblico y pensé que estaba bueno utilizarlo y explotarlo en los epígrafes.

Me refería, en concreto, al uso de la Biblia como material literario.

Piensa en el epígrafe del último de mis relatos: “y el último enemigo que será abolido es la muerte”. Es de una potencia literaria increíble; en pocas líneas, está todo resumido, evocan perfectamente aquello que yo quería contar con la historia de esa niña que tan solo quería dar un beso. Yo soy un autor muy naturalista, me gusta contar lo cotidiano y, por tanto, sin hacer spoiler, lo que quiero es humanizar el fantasma, quiero hacer que lo fantástico sea algo cotidiano, humano.

En este sentido, el título, La claridad, es particularmente adecuado: los relatos se construyen a partir de escenas cotidianas particularmente evidentes, de hechos aparentemente luminosos, donde no hay nada de oscuro…

No había pensado el título desde esta perspectiva, pero me parece una buena lectura. La elección de La claridad como título se debe, ante todo, a que me gustaba. Desde un punto más conceptual, se explica en cuanto en los relatos juego un poco con lo antinegro. No me gustan las etiquetas, rehúyo los libros de género y todas las clasificaciones genéricas. Yo escribo las cosas que me gustan. Si son negras, verdes, rojas… Perfecto, no me importa. No me interesa que una novela sea policiaca, a mí me interesa por qué el personaje ejerce el mal, qué es lo que le lleva a ello. Pero, volviendo a La claridad, escribiendo los relatos me di cuenta de la importancia que tiene la contraluz: en cada uno de ellos, hay algo oscuro, pero este algo está siempre rodeado de luz. Lo que buscaba era insertar el mal en escenarios luminosos, cotidianos, transparentes, puesto que creo que lo oscuro, esa gota de veneno en medio de la claridad impacta y resalta mucho más si está rodeado de luz.

Y en muchos de tus relatos, la maldad es ejercida por niños o adolescentes, por seres aparentemente inocentes.

El binomio inocencia-maldad refleja precisamente esta búsqueda de la contraluz de la que te hablaba. Donde no te esperas, está el mal. Como escritor, me interesa preguntarme hasta qué punto estamos expuestos y somos vulnerables al mal. Creemos que está todo bien y, sin embargo, un día cualquiera salimos a pasear al parque y, de repente, nos encontramos con un tiroteo, con la violencia extrema. Esta parte violenta de la sociedad es la que yo quiero contar, puesto que, si bien puede sonar algo catastrofista, creo que en realidad no hay sitio en el que poder estar a salvo. La violencia y el peligro nos acecha siempre, empezando dentro de nuestra propia familia, donde aparentemente todos tenemos que hacer piña y protegernos y, sin embargo, hay traiciones. En teoría, la familia es el último refugio, pero no, ni tan siquiera en la familia podemos estar a salvo.

Antes comentabas que rechazas las etiquetas. Esto me hace pensar en lo que comentabas hace algunos días: las historias no deben depender del género.

Es que es así. Las historias deben estar siempre por encima de los géneros literarios. No entiendo cuando alguien me dice que quiere escribir, por ejemplo, una novela negra, pero no sabe qué historia contar. Se trata precisamente de lo contrario: contad lo que sientes, lo que quieras… qué importa el género en el que al final se enmarque. Esta búsqueda del género por encima de todo trastoca mucho la literatura moderna, por lo menos en algunos casos. No reniego de los géneros, en absoluto, reniego simplemente de ponerlos por encima de la historia y, sobre todo, por encima de la literatura.

Al hablar tienes acento argentino, pero este acento desaparece a la hora de escribir. ¿De qué manera tus años en Madrid han influido en tu lengua literaria?

Hace un tiempo, di una conferencia en Rabat a jóvenes estudiantes de español y les mostraba a través de mi obra de qué manera, tras vivir veinte años en Madrid, mi lengua ha tenido una profunda metamorfosis, pero sin ser algo que yo hubiera querido. De hecho, yo no fuerzo mi castellano, si tengo acento rioplatense al hablar es porque no puedo evitarlo, no porque me empeñe en mantenerlo. Pero, como te decía, al vivir en Madrid mi castellano ha cambiado y como escritor es muy difícil trasladar al papel determinadas voces cuando tú no las conoces de primera mano. Tras muchos años fuera, me resulta difícil escribir tal y como se habla hoy en día en Argentina, con sus frases y sus modos de decir, que van cambiando constantemente. Cuando creo un personaje ahora y lo escucho, lo oigo hablar con el castellano de acá. Quizás opte por el camino más fácil, pero ya tengo bastante con escribir ficción. El lenguaje es un tema muy personal y cada escritor muta como buenamente puede. A mí me entristece tremendamente no poder escribir en rioplatense, para hacerlo debería volver a Buenos Aires. Por otro lado, creo que con estas mutaciones del lenguaje todos ganamos. Nunca, ni tan siquiera con el Boom, hubo tanto mestizaje en la literatura en español. Ahora hay muchos autores de Ecuador, Argentina, Perú escribiendo desde España y esto hace posible una hibridez lingüística muy interesante para nuestra lengua.

Por lo que se refiere a dificultad, ¿la jerga adolescente es la más compleja?

El registro adolescente es, efectivamente, el más difícil de conseguir porque es el más movedizo. Cambia constantemente. Para conseguir plasmar con verosimilitud y sin impostación la manera en qué hablan los adolescentes, tienes que sudar la gota gorda. No hay nada peor que una voz impostada. Para huir de todo tipo de impostación, he sido muy cuidadoso a la hora de hacer hablar a los adolescentes en mis relatos. Además, no puedo olvidar que yo soy extranjero, siempre lo seré y no hay nada malo en serlo, pero sí hace que vaya siempre con mucho cuidado y algo de miedo a la hora de utilizar términos y expresiones que yo nunca he utilizado.

Evidentemente no hay nada malo en ser extranjero, pero no sé si dice mucho del país de acogida seguir considerando extranjeros a personas que han construido su vida en él.

Hace unos años, fui a un pequeño pueblo al sur de París invitado por un francés hijo de murcianos que tiene ahí una librería. Me contaba que, en la posguerra, sus abuelos emigraron ahí y que la familia lleva viviendo en ese mismo barrio desde hacía 65 años. Hablan francés sin acento alguno. Y, sin embargo, los siguen llamando “los españoles”. Cuando el librero me contó esto, lo entendí todo. Nunca vamos a dejar de ser extranjeros. Y no pasa nada con esto. Yo lo viví con mi familia, eran todos inmigrantes, mi madre provenía de Cangas de Morrazo, y, en Argentina, siguieron siendo extranjeros, a pesar de los años.

Por tanto, nunca dejarás de ser un escritor argentino.

Sí, aunque cuando digo esto en Argentina, no se lo creen demasiado, pues se ríen de cómo hablo. Y es que en cuanto me escuchan se dan cuenta de que llevo muchos años viviendo acá, en España. Bromas aparte, afortunadamente en mi generación todos somos amigos, empezando por Selva Almada y Claudia Piñeiro.

Una generación en la que las mujeres han destacado, sobre todo en el género del relato.

Sin duda. Por ejemplo, Samanta Schweblin tiene un control del cuento extraordinario. Mariana Enríquez, por su parte, se mueve bien tanto en el relato como en el cuento, algo que no es habitual. Piensa, por ejemplo, en Cortázar: es uno de los más grandes cuentistas, pero en la novela patinaba. Dejando de lado Rayuela que es un experimento, hay novelas en las que patina mucho. O piensa en Borges. Él, directamente, nunca escribió novela. Sin embargo, Mariana ha destacado como escritora de relatos, pero también con su novela. Ella es de mí mismo año como Selva Almada, Samanta es algo más joven… somos todos más o menos del mismo año y de lo que no hay duda es que, en esa mi generación, la explosión de la literatura argentina ha sido gracias a todas ellas. Y algo así no había pasado nunca. Si repaso los autores en los que me formé en Argentina, son todos varones, Cortázar, Onetti, García Márquez, Rulfo… Claro que había mujeres como Silvina Ocampo, por ejemplo, pero la sociedad patriarcal les impedía destacar, se quedaban en un segundo lugar. Sin embargo, ahora, en Argentina las cosas han cambiado por completo. Tenemos escritoras muy sólidas, con mucha proyección y que van a llegar muy lejos, si no lo han hecho ya. Para mí es un orgullo como hispanohablante que autoras de este peso estén traspasando fronteras e idiomas, siendo traducidas en muchos idiomas.

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