Camilo Pino: «Es un poco injusto que el cliché del escritor comprometido se limite a la izquierda»
La divertida novela ‘Crema Paraíso’ se centra en la vida de un poeta macho, senil y muy egocéntrico al que le gusta la limonada frappé.
Es verano. El calor absorbe el cuerpo y lo mejor que puede pasarnos es encontrarnos con una heladería. Y en el mejor de los casos pedir una limonada frappé.
El escritor venezolano, Camilo Pino, relató esa limonada frappé como un tótem, historia y futuro de la salvación en su nueva novela Crema Paraíso (Alianza, 2020). En ella no solo bebe de referencias como César Aira para impregnar su narrativa sino que reflexiona sobre el calor del ego que hierve en el mundo editorial y; que quizás, ese antídoto para equilibrar el yo es reencontrarse con la nostalgia.
En Crema Paraíso –nombre de una mítica heladería caraqueña– un hijo intenta convencer a su padre, un gran y famoso poeta, de ir a un reality show para poder sacar dinero a cambio y seguir viviendo bien en la ciudad a la que emigró: Miami. Mientras el padre, un poeta ególatra que piensa que solo le falta el Nobel, recuerda cómo empezó a convertirse en un gran personaje público en el mundo intelectual latinoamericano, gracias a su participación en eventos como Casa de las Américas en Cuba donde se regodeó de afamados escritores como Bryce Echenique, Cardenal o Benedetti, encuentros que lo fueron convirtiendo en un personaje ególatra y, al mismo tiempo, risible que ahora debe dejar la ciudad que lo vio hacerse famoso para mudarse a una estirada Barcelona.
Crema Paraíso relata con humor no solo la Venezuela intelectual y de vanguardia de finales de los años 70 y transcurso de los 80, sino que también refleja el ocaso de un país que en algún momento llegó a tener instituciones míticas que duraban años y donde ahora hasta los más intelectuales acomodados, exitosos y reconocidos deben huir porque ni su heladería favorita existe en el panorama actual. Así que deben recrearla o, quizás, volverla a crear con un negocio en Miami.
¿Qué pregunta formuló la temática de este libro? ¿Necesitabas contar la Latinoamérica intelectual de finales de los años 70 y 80 o hacer balance nostálgico de lo que fue la Venezuela previa al chavismo versus lo que es hoy en día?
Más que hacer un balance, quería contrastar dos momentos, dos épocas: la América Latina de principios de los ochenta, un territorio que todavía estaba encantado con la idea de la revolución cubana, con el mundo del entretenimiento basura del presente. A uno lo educan para vivir en un mundo y cuando llega el momento de hacerlo, le cambian las reglas. Hay montones de cosas que eran normales, inclusive deseables hace unas décadas, que hoy nos escandalizarían o nos avergonzarían. Algunas parecen insignificantes, como el gusto literario. Pero hay otras más fundamentales: nuestras relaciones de pareja, o el sentido de la paternidad, por ejemplo. Yo me crié en la calle, era lo normal. Hoy en día si un hijo mío me habla feo, paso la noche en vela. En Crema Paraíso planteo situaciones extremas, a veces delirantes, que contrastan nuestro sentido de la moralidad en dos épocas y nos obligan a hacernos preguntas. Pero mentiría si dijera que me senté a escribir con esas preguntas en mente.
¿Por qué Crema Paraíso?
¿Existe un lugar en el mundo mejor que la heladería de nuestra infancia? Mis personajes sufren mucho, no salen de una humillación y lo menos que se merecen es un refugio, un lugar seguro, un espacio de disfrute sensorial. En Venezuela, Crema Paraíso es una heladería que marca una época, un espacio que ha sobrevivido la debacle del país, y que tiene una carga simbólica y emocional muy fuerte. Y también está la ilusión de un paraíso perdido, y eventualmente de paraíso recuperado, que mis personajes recrean a través de la heladería.
¿Cuánto de Camilo Pino hay en el poeta Dubuc? ¿Cuántas veces has pensado o actuado como él y en cuántas ocasiones te chocas con la egolatría del personaje en otros escritores?
El mundo del arte está lleno de pequeños Dubuc. Esa combinación de arrogancia e inseguridad es muy, pero muy frecuente entre los artistas, y cuando se desborda, puede ser destructiva. Pero, claro, tratada con algo de intención, puede ser cómica y hasta decirnos algo sobre el proceso de creación literaria. Yo sufro mucho escribiendo, y me siento inseguro cuando lo hago. Eso lo reflejo en Dubuc. Supongo que es una manera de reírme de mí mismo. Pero oye, si el poeta estuviera inspirado en mí, sería aburridísimo. Se pasaría el día trabajando y no tendría ni el tiempo ni el carácter para meterse en tantos aprietos. Una de las primeras lecciones que aprendí al comenzar a escribir, fue la necesidad de distanciarme de mis personajes. Si uno se proyecta demasiado en ellos, los mata. Es importante que ellos mismos se definan y, para eso, hay que resistir el impulso de protegerlos.
¿Un escritor se convierte en escritor solo por la fama? O mejor utilizo una metáfora usada en la novela, ¿se convierte en escritor para que le regalen una limonada en Crema Paraíso?
Hay quién escribe porque quiere vivir como escritor y está más pendiente de la parafernalia que de su trabajo. Hay quien lo hace por vocación, por amor al oficio. Hay quién se enferma de literatura, quién simplemente no puede pensar ni hacer otra cosa que escribir. También supongo que hay quién lo hace por la fama, aunque para eso hay caminos más fáciles. Yo escribo para que me regalen esa limonada que me acabas de ofrecer.
El poeta Dubuc viaja a Cuba y asiste a la fastuosa Casa de las Américas. En la narración hay muchos personajes reales, desde Fidel a Benedetti, hasta un encuentro con Allen Ginsberg en un episodio en Venezuela ¿Qué tanto de los episodios que relatas son reales?
Qué casualidad, anoche leí una cita que me encantó. Se supone que es la reflexión más antigua sobre la ficción escrita con el alfabeto griego que conocemos. Las musas hablan y dicen: “Sabemos contar mentiras que parecen verdades y cuando queremos, proclamamos la verdad”. La frase es de Hesíodo y la cita Irene Vallejo en El infinito en un junco. Para mí lo importante no es si los hechos que relato son reales o no, sino que sean posibles dentro de la lógica de la novela. Si tomas literalmente lo que acabo de decir, podrías inferir que no me importa forzar situaciones y ese no es el caso. Yo creo que el límite que se debe plantear un escritor es el de lo posible, el de lo que pudo haber sido, y eso implica rigor, tanto, como el que hay detrás de un trabajo histórico o periodístico. En cuanto a la presencia de personajes reales en la novela, fíjate que sus intervenciones son breves, que nunca ocupan un lugar central. Es un truco que se usó mucho en el siglo XIX en novelas como Guerra y Paz y La Cartuja de Parma, donde tenemos personajes reales, pero los vemos de lado, como si estuvieran haciendo un cameo en una película. Incorporar un personaje real puede ser una manera de dotar a tu trabajo de verosimilitud, pero si lo pones al centro corres el riesgo de que secuestre la obra.
¿Ser hijo de un historiador te ha dado herramientas para llevar el anecdotario literario latinoamericano a la ficción?
Podría decir que no me dio una, sino todas las herramientas que tengo, porque tuve la fortuna de crecer en una biblioteca que no sólo tenía libros de historia, sino mucha ficción y poesía y gracias a ella me convertí en escritor. Uno de los recuerdos más entrañables que tengo de mi infancia es el de escuchar a mi padre leer sus textos en voz alta. Es su manera de corregir, y como es un escritor de ritmo, sus palabras tienen un efecto apaciguador. Supongo que, sin darse cuenta, me estaba enseñando a escribir. Y luego, estoy muy acostumbrado a ver a mi padre trabajar directamente con fuentes primarias, y eso me ayudó con Crema Paraíso, una novela para la que tuve que investigar bastante, sobre todo para recrear La Habana de 1982.
Hay algo que el poeta Dubuc recita sin piedad en su juventud y tiene que ver con su posicionamiento anti-imperialista. ¿No es un cliché intelectual ser de izquierdas?
Cierto, de hecho, Dubuc se convierte en poeta cuando trasciende ese cliché. Es un poco injusto que el cliché del escritor comprometido se limite a la izquierda. No hay dictador que se respete que no tenga su corte de artistas e intelectuales, trátese de un fascista, un comunista o un personalista. Durante siglos los artistas se debían a la corte o a la iglesia. Y tienes casos como el de Ezra Pound, que se entregó por completo al fascismo, o el de los positivistas gomecistas en Venezuela. Lo que pasa es que el discurso de la izquierda se apropia de valores altruistas: la igualdad, la defensa del débil, el pueblo y eso tiende a ser más atractivo para los intelectuales.
¿Por qué crees que un escritor de siglo XXI debe tomar una posición política intentando sentar cátedra como si tuviese la misma visibilidad que un escritor del boom latinoamericano en los años 60?
No creo que deba ser así. Cada escritor, es más, cada obra, debe encontrar su propio camino. Y si ese camino es político, si un escritor decide componer una novela política, pues está en su derecho. Eso sí, a la hora de la verdad, el valor de una obra depende de criterios literarios. En América Latina venimos de una larga tradición de escritores políticos. Algunos extraordinarios como Martí y Gallegos. Supongo que por eso existe esa noción entre nosotros. Pero no, para nada me parece que un escritor deba asumir una actitud política, y mucho menos dictar cátedra al respecto. Por cierto, tampoco creo que esté mal hacerlo. Hay escritores como Vargas Llosa, que vienen de esa tradición y que se han mantenido activos en el terreno político por décadas, pero con la salvedad de que no han dejado que su obra se contamine de propaganda. Yo puedo estar de acuerdo o no con las ideas políticas de Vargas Llosa, pero mentiría si no digo que es uno de los grandes novelistas de nuestros tiempos.
¿Es el reality show en Crema Paraíso una metáfora para afirmar que alrededor del mundo literario y la política todo es una ficción, una máscara, puro show?
Lo que dices tiene sentido, el reality de Crema Paraíso me permite contrastar la pureza de la literatura con la frivolidad del espectáculo. Pero claro, si rascas la superficie, te das cuenta de que ni la literatura es pura del todo, ni el espectáculo es frivolidad absoluta. Y si rascas un poco más, descubres que la relación entre la literatura y el espectáculo es simbiótica en muchas instancias. Y no me refiero solo a puntos de encuentro obvios, como el del arte dramático. Me refiero al aspecto teatral en las personalidades de muchos escritores. Piensa en Lord Byron, en Wilde o en Truman Capote. Siempre ha habido una fascinación con la figura del escritor que trasciende lo literario y que se basa en el mito o el culto a la personalidad. En estos días me contaban que Lucía Etxebarría participó en un reality hace unos años y que la experiencia fue terrible, que el contraste entre la personalidad de la escritora y la mecánica del programa terminó en un colapso parecido al de Dubuc en Crema Paraíso. La industria editorial se ha acercado cada vez más al mundo del espectáculo. Es muy común ver celebridades devenidas en autores, o autores convertidos en celebridades. Mientras la lógica del mercado prive sobre las decisiones de las editoriales, este fenómeno se va a mantener. Más allá de la validez o la conveniencia de esta tendencia, a mí me interesa como tema literario.
Posiblemente Crema Paraíso es una de las pocas novelas escritas con humor sobre el contexto venezolano. ¿No es extraño que a pesar de tener una idiosincrasia caribeña, humorística y efusiva, la nueva literatura solo se centre en el contexto político actual sin ver otros contrastes que siguen existiendo a pesar del caos?
En América Latina la comedia siempre se ha considerado un género menor. Hay excepciones, claro, Ibargüengoitia y Bryce Echenique, por nombrar las más obvias, pero son, precisamente excepciones. Fíjate, ambos autores siempre se ocuparon un lugar secundario con relación al boom. Yo creo que eso tiene mucho de prejuicio contra la comedia literaria. En el caso específico de Venezuela, no puedo pensar en una sola comedia canónica. Allí la línea imaginaria entre el humorista y el escritor es muy fuerte. Aquiles Nazoa es posiblemente el autor que más ha estado cerca de cruzarla y su obra no se valora a la par de la de sus contemporáneos.
¿Seguir explicando la crisis venezolana en la literatura no es darle poder al relato de la violencia que vive el país? ¿Es posible salvarse de esa hegemonía del relato que al final termina por convertirse en un exotismo más que en una lucha?
Una de las virtudes de la literatura es que se mete en territorios que ni las ciencias sociales ni el periodismo pueden explorar. El Gatopardo o, por poner un ejemplo más reciente, Desgracia de Coetzee, nos hablan sobre sociedades en crisis de maneras que no nos puede hablar una historia de Italia o un estudio sociológico sobre la violencia en Suráfrica. Pero claro, lo que tienen estas obras es una profundidad y unos matices y una fuerza, que les permite, precisamente, explorar espacios íntimos, simbólicos o especulativos, sumamente complejos. No creo que esté mal narrar la crisis de un país. En realidad, no creo que exista ningún tema que deba estar fuera del alcance de la literatura. Lo que creo, es que si esos relatos son limitados, si son maniqueos, o simplistas, o si son relatos sesgados, en fin, si no están a la altura de la realidad que pretenden reflejar, entonces son obras fallidas. En Venezuela nos ha tocado vivir una crisis[contexto id=»381721″] muy fuerte y la estamos narrando desde muchas perspectivas. Yo esperaría que varios de los libros que se han publicado recientemente, o que se están escribiendo en este preciso instante, se sigan leyendo por muchos años.