Laura Cukierman: «En mis cuentos las mujeres atraviesan la maternidad como pueden»
La escritora argentina presenta en España su libro de relatos ‘Las chicas malas no transpiran’ (Navona, 2020), su debut literario que ha tenido una muy cálida acogida entre los lectores de su país natal
La importancia de los talleres literarios
La primera versión del cuento que da título al volumen Las chicas malas no transpiran se escribió hace 10 años, pero no fue sino hasta que Laura Cukierman comenzó a asistir al taller del escritor argentino Juan Forn, que este no comenzó a tomar una forma más o menos final. Este es el germen del libro, que recibió un subsidio del Ministerio de Cultura argentino para su publicación.
Cukierman, en videoconferencia desde Buenos Aires, cuenta a este periódico que a ella atender a un taller literario le sirvió para que le ayudaran a editar y para tener los primeros lectores de referencia. “Creo que son muy importantes las devoluciones de los pares y de quien coordina el taller”, nos cuenta. Ella tuvo la suerte de contar con Juan Forn, autor del mítico libro de relatos de los años noventa Nadar de noche, entre otros. “Un gran editor que no solo me ayudó con los textos sino a construir mi propia voz, mi propia identidad”, subraya Cukierman. “Cortar por donde hay que cortar, sacar por donde hay que sacar, para mí eso es el principal aporte de los talleres cuando son buenos”, sentencia la autora.
Originalmente el libro se editó en Argentina por Hormigas Negras, una editorial independiente formada por ex integrantes del taller de creación literaria de Forn, y fue en el momento en el que los editores la convocaron para que presentara un libro cuando Cukierman se dio cuenta de que tenía escritos toda una serie de textos que compartían un registro similar y que además estaban protagonizados por mujeres que se encuentran en un momento particular de sus vidas donde algo les está por suceder. Así, de manera absolutamente orgánica, es cómo se armó Las chicas malas no transpiran, su debut, ocho cuentos vibrantes y preñados de múltiples emociones que en total suman menos de 100 páginas.
Vidas interiores
La escritora Claudia Piñeiro ha comparado los relatos de Cukierman con el aleteo y el zumbido de un colibrí que no cesa de picotear en la ventana de la habitación en la que leemos su libro, temerosos que de un momento a otro pueda quebrarse el cristal. Relatos de apariencia apacible que pronto comienzan a complicarse hasta llegar a un punto de no retorno. Relatos en los que se nos va presentando la información en zigzagueos, dosificada. Todos los cuentos están atravesados por las contradicciones de sus protagonistas, mujeres convulsas producto de su época, como la propia autora quien, sin embargo, matiza, por si acaso: “yo no creo en la literatura para mujeres”.
Y es bien cierto que, en el fondo, es un libro donde lo que más peso tiene son las relaciones. La más importante de ellas la de madre-hija. “En mis cuentos las mujeres atraviesan la maternidad como pueden”, nos dice Cukierman. Todas las mujeres que se nos presentan en estos cuentos están en un momento complicado de sus vidas y, ante la encrucijada, nos hacen partícipes de sus tormentos. “Estas mujeres tienen unas vidas interiores que no han compartido con nadie”, sentencia Cukierman.
Pero la fuerza del relato de estas mujeres no se halla exclusivamente en la conmoción de un secreto que se nos desvela (aunque también), sino en cómo ellas lidian con él, viéndose en la extraña posición de tener que servirse de una suerte de justificación cruel para con sus actos. Todas han decidido ya lo que van a hacer con sus vidas, pero parece que todavía necesiten razonar y dar testimonio de los argumentos de todos sus actos (especialmente frente a sí mismas), y a pesar de la aceptación rigurosa de sus sentimientos de culpa, muchas veces se ven obligadas a ocultarse tras el disfraz de la mentira ante el mundo exterior. Esto provoca que su humanidad catastrófica nos enternezca y provoque nuestra empatía. “Esas situaciones aparecen como me parece que sucede en la vida misma”, nos dice Cukierman, y añade: “Yo creo infinitamente por supuesto en el inconsciente y en cómo por más que queramos no vamos a poder a hacer nada llegado cierto momento de nuestras vidas”. Y es que, al final, los personajes de Cukierman hacen lo que pueden.
Contra el idealismo
Lo que late detrás de Las chicas malas no transpiran es la intención de su autora de luchar contra una visión idílica de la maternidad. “No me interesa una visión edulcorada de la maternidad porque me parece que eso nos ha conducido a lugares terribles”, confiesa la escritora, quien cree que “en las relaciones madre-hija está (casi) el secreto de la humanidad”. Dice la autora argentina que el vínculo madre-hija no se resuelve nunca, aun con la muerte de por medio, ni con nuevos nacimientos ni nada. Y que, además, al convertirse una misma en madre todo se comienza a mirar de otra manera. “Hay tanta complejidad, tantas sensaciones, emociones de lo humano en su mejor y peor aspecto en las relaciones entre una madre y una hija -continua Cukierman- es una sensación muy rica para investigarla”.
La pérdida de la memoria
Una mujer que, al borde de la senilidad, se reconoce a sí misma una relación lesbiana de la infancia, una niña que se pregunta por qué su padre no viene a saludarla (pero su padre está en coma), otra que está a punto de dejar a su novio y está embarazada de su amante, otra que recuerda a su madre muerta y echa de menos su compleja relación con ella, otra que se atormenta por una aborto de su juventud o una adolescente de padres separados que le miente a su madre sobre qué sucede cuando se queda en casa de su padre son algunas de las protagonistas de estos textos.
Todas ellas evidencian un temor (generalmente inconsciente) por el paso del tiempo, la vejez y la pérdida de la memoria. “Me interesa mucho el tema de la vejez y el cuerpo, pero no quería hablar de la decrepitud física, sino de la que me parece mucho más cruel: la de la cabeza”, nos cuenta Cukierman.
Se podría resumir con una de las frases del cuento Noche de chicas, cuando la madre le dice a la hija: “Todos necesitamos nuestros propios espacios, hijita”. Los cuentos de Las chicas malas no transpiran funcionan así como breves cuartos propios mentales donde cada una de las protagonistas se da a completar dos tareas: fijar la memoria de lo que se está perdiendo irremediablemente y quedar en paz consigo misma.