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Cultura

Almáciga: un vivero de palabras para reivindicar el patrimonio del medio rural

Convertida en una de las voces más importantes de su generación gracias a su personal visión de la España rural y el feminismo, María Sánchez, veterinaria de campo y escritora, publica su tercer libro, un proyecto abierto donde recupera 120 palabras del mundo rural y anima a los lectores a crear sus propios semilleros

Almáciga: un vivero de palabras para reivindicar el patrimonio del medio rural

Kela Coto para Carmen 17 | Cedida por la entrevistada

Almáciga es un libro difícil de clasificar incluso para su propia autora, la veterinaria y escritora María Sánchez (Córdoba, 1989). Porque no es un poemario como su debut literario, Cuaderno de campo (La Bella Varsovia, 2017), una personal mirada a la familia y la construcción de la identidad. Tampoco es un ensayo como su posterior Tierra de mujeres (Seix Barral, 2019), un viaje íntimo por su experiencia del campo, el feminismo y la memoria. Pero en cierto modo, Almáciga (GeoPlaneta, 2020) se inspira en ambas obras y las expande. Pues este vivero de palabras del medio rural en las diferentes lenguas de España quiere seguir contando las historias de un mundo rural tradicionalmente ignorado o incluso silenciado, reivindicar y hacer memoria de un patrimonio lingüístico en peligro de extinción y, en última instancia, encender la curiosidad de sus lectores para que creen sus propios semilleros.

“El campo y nuestros medios rurales tienen una manera de hablar única que hermana territorio, personas y animales. Muchas de sus palabras llevan demasiado tiempo a la intemperie. Si no las cuidamos, morirán con nuestros mayores y nuestros pueblos”, comienza diciendo Sánchez en este glosario poético, ilustrado por Cristina Jiménez, en el que recoge 120 palabras. Pero no se limita a enumerarlas, sino que las utiliza para tejer historias de cobijo y lumbre, surcos y azadas, veredas y rebaños. Un proyecto abierto a través de la web Almáciga.es, donde los lectores pueden enviar sus palabras para contar sus propias historias.

“Un año antes de que saliera Tierra de mujeres, donde ya hablo del proyecto, empiezo a tantear la idea de recoger palabras. Yo tenía cierta fijación y obsesión por el tema porque, de repente, me di cuenta de que había ciertas palabras que utiliza la gente de mi pueblo, mis abuelas, mis padres, los ganaderos o los pastores, que no sabía qué eran, que las había escuchado, pero no había reparado en ellas. Y entonces empecé a preguntar”, explica Sánchez a The Objective sobre la génesis de este libro, que comenzó como un montón de notas en una libreta que llenaba en su trabajo diario como veterinaria, en sus viajes o a través de las redes sociales. “No quería hacer otro diccionario de pueblos y regiones, porque hay muchos. Quería seleccionar las palabras que más me gustan y que estuvieran vivas en un texto, en un contexto, relacionándose unas con otras”, asegura la autora.

Almáciga: un vivero de palabras para reivindicar el patrimonio del medio rural

De esta idea de recuperar y cuidar, de redescubrir y plantar, surge también el título, almáciga, ese lugar donde se siembran y crían los vegetales que luego han de trasplantarse como define la RAE, ese sitio del huerto que se elige para que las semillas germinen, broten y cojan fuerza cuenta Sánchez. Pues esto mismo quiere hacer ella con las palabras moribundas y olvidadas: crear un espacio donde puedan reponerse y crecer de nuevo para volver a entrar en nuestras conversaciones y en nuestro día a día.

“En el libro hay palabras muy recientes. Lo que pasa es que hemos despreciado todo ese patrimonio, esa sabiduría y ese conocimiento como Miguel Delibes denuncia en su discurso de ingreso en la academia”, en el que literalmente dice que hemos matado la cultura campesina y destruido la naturaleza en pos de un malentendido progreso. “Yo no digo que todos tengamos que tener un huerto y usar esas palabras, pero conociéndolas podemos descubrir otras formas de vida, de relación con la tierra y de relación entre nosotros”, explica la autora, que en el libro insiste en la capacidad del lenguaje no solo para nombrarnos e identificarnos, sino para pensarnos e imaginarnos. Y desde ahí, insiste en la necesidad de que otras voces cuenten otras historias para abrir la puerta a tantos otros relatos.

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Almazuela | Ilustración de Cristina Jiménez.

“Es que no son solo las palabras, sino quién las usa. Desde qué altavoz, qué posición social, qué clase, qué plataforma, qué género. Creo que es importante reivindicar otras narrativas, abrir las ventanas y ver que hay más referentes. Y así poder valorar la diversidad que tenemos en los medios rurales, en nuestras lenguas y los acentos”, señala mientras recuerda que, hasta hace poco, muchas de estas formas de expresión eran denostadas o ridiculizadas.

Por poner un ejemplo. “Todo el mundo conoce la palabra patchwork y nadie sabe lo que es una almazuela”, como cuenta en el libro, un tejido, generalmente una manta, un paño, una colcha o una prenda de vestir, hecho de forma artesana a base de coser trozos más o menos rectangulares de otros tejidos, como ropa antigua, para darles una nueva vida reutilizándolos.

Siendo veterinaria de campo y viviendo de su profesión, actualmente dedicada a la recuperación y la conservación de razas autóctonas en peligro de extinción, Sánchez asegura que comenzó a escribir por estas mismas razones, en sus palabras, “por la necesidad de que hubiera otra narrativa donde sentirnos reconocidas, no solo en el rural, sino en muchísimos ámbitos”. Por eso mismo anima a otros a participar en su Almáciga, que estrenó, a propuesta de Inés Alcolea y Gloria Molero con la palabra aparadora, referida a las trabajadoras del calzado y especialmente usada en Levante. Y asegura que más adelante continuará ampliando su catálogo con vídeos y otras historias.

Volviendo al libro, y tal y como explica Sánchez en sus páginas, este proyecto brota hablando con la gente desde abajo. De ahí que concluya haciendo una llamada a lo colectivo, a redescubrir otras formas de habitar, compartir y convivir, empezando por estas palabras. “Para mí es reivindicar otras formas de vida y de producción para este mundo que estamos viendo que no funciona, algo que se ha puesto aún más de manifiesto con el Covid-19. Los trabajos y los cuidados esenciales, incluida la alimentación, los hacían las personas más precarizadas. Ha sido el trabajo en común desde la ciudadanía el que ha suplido todas las deficiencias que el estado durante la pandemia no ha sido capaz de solucionar: mascarillas, bancos de alimentos, comedores sociales”, afirma la escritora, defensora de la agroecología, el pastoreo y la ganadería extensiva. “Pero no es solo la pandemia, es emergencia, es cambio climático, es despoblación, es la comida que nos enferma y envenena, es la precariedad laboral”, continúa diciendo.

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Errenka | Ilustración de Cristina Jiménez.

“Todo esto creo que está muy relacionado con el ecofeminismo, esa concepción de la interdependencia, de sabernos y reconocernos vulnerables y saber que dependemos desde que nacemos no solo de otras personas, sino de recursos, del agua, de la tierra, del suelo, de otros seres vivos. Creo que si todos hiciéramos ese ejercicio de reconocernos vulnerables y no independientes surgirían otras cosas. Que ya están surgiendo incluso en las grandes ciudades, como las cooperativas o los movimientos ciudadanos. Nos queda tanto por hacer que creo que otro mundo y otras formas de trabajo y de vida son posibles”, concluye Sánchez.

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