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Miqui Otero: «Los libros son tiempo concentrado. Son memoria»

‘Simón’ de Miqui Otero es una novela total que no solo cuenta la historia de su protagonista sino la historia de una ciudad y sus habitantes

Miqui Otero: «Los libros son tiempo concentrado. Son memoria»

Dani Cantó | Cedida por la editorial

Con Simón (ed. Blackie Books), el escritor Miqui Otero se consolida no solo como uno de los más brillantes narradores de su generación, sino como uno de los más destacables cronistas de la Barcelona actual, ciudad protagonista de toda su narrativa, pero sobre todo a partir de su anterior trabajo, Rayos.

Simón es una novela total, que no solo cuenta la historia de su protagonista, un niño de ocho años que vive en el barrio de Sant Antoni, donde sus padres y tíos, inmigrantes gallegos regentan un bar, sino la historia de una ciudad y de sus habitantes, desde los años noventa de plena resaca olímpica hasta el presente, marcado por el atentado de las Ramblas y el Procés.

Con respecto a tus anteriores novelas, en Simón parece haber una voluntad de totalidad, un deseo de contar no solo una historia de un personaje, sino toda una época.

Al inicio de la novela hay precisamente una conversación entre Estela y Simón en la que ella le dice que solo lee ensayos y él le contesta: “Te pierdes los libros que van sobre todo”. Y estos libros que van sobre todo son precisamente las novelas. De alguna manera, yo me planteaba Simón como una defensa de la novela, que es un macrogénero híbrido que lo acepta todo. Es verdad que ha ido cambiando mucho a lo largo del tiempo, pero a mí lo que me interesaba era ese deseo de la novela decimonónica de captar un tiempo a través de la peripecia personal de un personaje. Me parecía que recuperar este modelo era una forma de dar respuesta a muchas cosas en un momento en el que, por varios motivos, entre los que está la precariedad, se tiende a explicar historias más pequeñas o circunscritas a un solo tema. Pero yo he crecido leyendo la novela del XIX que respondía responde a esa voluntad omnívora de querer contarlo todo. Pienso en un autor como Balzac, pero también en Dickens y en lo que hace con la sociedad inglesa de su tiempo. Y en estos términos concibo la novela, como un artefacto que te permite no ser simplista, reunir opiniones y puntos de vista distintos, algo que no sucede demasiado habitualmente en los debates actuales. Lo que hace el novelista es presentar toda una serie de personajes con sus concepciones del mundo y, de esta manera, refleja su debate interno en torno a distintas cuestiones.

Sin embargo, en la segunda parte de Simón cuestionas este modelo.

Podría decirse que Simón se divide en dos: en la primera parte, el mundo del protagonista se construye como las novelas de antes, con guiños a las novelas de espadachines y a esas historias del héroe que comienzan desde abajo para llegar a lo más alto. En la segunda parte, por el contrario, desmonto este tipo de novelística a través de la caída del protagonista. A medida en que se desmontan las creencias de Simón se desmonta la novela en sí, es decir, deja de ser esa novela de antes para ser una que responde al presente, al tiempo en el que vivo.

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Imagen vía Blackie Books.

En este sentido, hay algo de generacional: la caída de Simón es la constatación de una ascensión social que ya no es posible.

Algo que, sin embargo, no vivió la generación de sus padres ni en la de los nuestros. En el caso de mis padres, este ascenso es del todo incuestionable. Ellos venían de una aldea de Galicia, gracias a becas pudieron estudiar magisterio y llegaron a Barcelona donde se convirtieron en profesores. Ahora su hijo, tras haberle pagado una suscripción a Círculo de Lectores y haberle llevado a las paradas de libro del Mercado de Sant Antoni, es novelista. Este ascenso social existió para una generación, pero para nosotros y, sobre todo, para los más jóvenes se ha paralizado, en parte porque nuestro origen es completamente distinto del de nuestros padres. Nuestro punto de partida fue otro. Por todo esto, quería narrar la caída de Simón en clave mucho más contemporánea en comparación con la manera clásica en la que cuento su auge. De ahí que recurra a personajes como Scaramouche o los tres mosqueteros, por los que Simón está obsesionado y que representan personajes que, viviendo de lo más bajo, alcanzan el éxito. Pero, a diferencia de todos ellos, en el caso de Simón, ese éxito no es tal y lo que finalmente se narra es su proceso de decepción con respecto a aquellos relatos míticos con los que creció y en los que deja de creer.

En este sentido, Simón es una especie de reencarnación de Lucien de Rubempré, protagonista de Las ilusiones perdidas.

Es una de mis novelas favoritas, sobre todo porque no solo plantea la historia de alguien que quiere conseguir el éxito, sino y sobre todo la historia de alguien que se da cuenta de todas las renuncias que debe hacer para conseguir ese éxito ansiado. Lucien es, de hecho, un joven con una vocación pura, la poesía, y entra en un mundo que le lleva a prostituir su vocación si quiere conquistar brillo y prestigio. Desde la más absoluta humildad, Las ilusiones perdidas estaba en el origen de Simón, puesto que, en cierta manera, lo que buscaba era actualizar muchos de los temas, en concreto el de la desilusión y la renuncia, que allí se plantean.

Antes comentabas que Simón es una defensa de la novela. Esto me lleva al ensayo de Pau Luque, Las cosas como son y otras fantasías.

Es un ensayo muy interesante. En Simón apuesto mucho más que en mi anterior novela, Rayos, por la fabulación y la ficción, por la novela como lugar donde imaginar otras vidas y otras realidades posibles. Por esto mismo, hago que mis personajes mientan tanto, tratando así de inventarse vidas e identidades distintas a las propias. Desde muy pequeño, me han fascinado los relatos que la gente se inventa para construirse una historia que nada tiene que ver con la propia.

¿De dónde viene esta fascinación por la mentira?

Viene de las historias que contaban de familiares lejanos que fueron a América para buscarse la vida y que, cuando volvían, lo hacían con mil historias inventadas con las que convencer a sus antiguos familiares y vecinos de que les había ido muy bien. Siempre se cuenta de aquellos inmigrantes que, antes de regresar a su pueblo, alquilaron un coche y fingieron que les pertenecía para así mostrar un ascenso social que, en realidad, no habían tenido. Estas mentiras surgen, en el fondo, de una necesidad vital y son un material muy fructífero para las narraciones que a mí personalmente más me gustan.

Volviendo al ensayo de Pau Luque, otra idea que creo que compartís es la de la novela como espacio de ideas que se confrontan y se contradicen.

En un momento como el actual en el que las opiniones están tan polarizadas, en la novela no apuesto por situarme en un lugar a otro. Y no se trata de adoptar una postura equidistante o tibia con respecto de determinados temas, sino que se trata de plantear las contradicciones y los debates inherentes a cada uno, poniendo en juego ideas y puntos de vista muy diversos y sin tener tú, el escritor, una opinión clara de todos los temas que te preocupan y a los que te acercas a través de la ficción. En este sentido, la novela te sirve para aclararte a ti mismo, para ser consciente de tus contradicciones. Simón responde precisamente a esto, a mi deseo de tratar asuntos sobre los que hacía tiempo venía pensando y que no podía resolver en una columna de periódico y, menos aún, en un tuit en redes sociales. 

Simón es un niño que vive a través de los libros…

Sí, durante la ausencia de su primo, Simón vive a través de su legado: una serie de libros cuyos subrayados son una especie de pistas o indicaciones que Rico le ha dejado para que el pequeño de ocho años construya su propia vida. De ahí que, durante la primera parte de la novela, Simón viva de forma novelesca, pues vive e interpreta todo lo que le rodea a partir de las lecturas que le ha dejado su primo.

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«Concibo la novela, como un artefacto que te permite no ser simplista, reunir opiniones y puntos de vista distintos, algo que no sucede demasiado habitualmente en los debates actuales.» | Foto: Dani Cantó. | Cedida por la editorial.

Lo comentaba, porque tú le das la vuelta al tópico de la locura provocada por vivir a través de la ficción.

Sin duda. De hecho, seguramente él sabe más de Rico que sus otros familiares. Por lo que se refiere al tópico, creo que la locura está salpicada de lucidez, al menos si pensamos en un personaje como Don Quijote. De hecho, en la primera parte, vemos que, cuando Alonso Quijano no está inmerso en su obsesivo mundo de libros de caballería, razona de forma tan lúcida que sorprende a los demás personajes. Por lo que se refiere a Simón, cuando es un niño vive a través de las novelas, sin embargo, en la medida que crece se va alejando tanto de las leyendas familiares como de los libros. En cierta manera, se va desengañando a la medida que comprende que la realidad nada tiene que ver con aquellas historias con las que crecido. Y, sinceramente, creo que el desengaño es una forma de aprendizaje. No todo se entiende a través del éxito y del triunfo. La literatura puede ser importantísima para ti, pero esto no significa que creas que es salvadora o confortable. Yo creo que más bien es todo lo contrario. En cierta manera la ignorancia preserva de ciertas cosas, sin embargo, la lectura es importante, sobre todo cuando eres niño, porque te prepara con una serie de miedos ficticios para que puedas enfrentarte a los miedos reales.

Simón es también un canto a los libros como objeto, sobre todo los libros de segunda mano que el protagonista y su primo compran en el Mercado de Sant Antoni. 

Sí, y de hecho, muchas de las reflexiones presentes provienen de la Historia de la lectura de Manguel y de otros ensayos dedicados al libro como objeto en sí y al acto de la lectura. Los objetos son tiempo concentrado y son memoria y, en el caso de los libros, todavía más. El libro no nace en el momento en el que es escrito, sino antes, cuando el escritor encuentra la inspiración y su historia sigue de la mano de quien lo fabrica, de quien lo pone en circulación… Es una historia que no se agota, que prosigue en la medida de que pasa de mano en mano, convirtiéndose en algo diferente cada vez que es abierto y leído por una nueva persona. Decía Umberto Eco que el libro no morirá nunca porque es tan perfecto como una rueda y no se puede mejorar. Tenía toda la razón. Y con esto no quiero mitificar el libro, pues, en realidad, su verdadera importancia reside en la lectura que se hace. Por esto, defiendo los libros hechos polvo, subrayados, con las páginas dobladas…Y, por lo que se refiere al Mercado de Sant Antoni, yo tengo con él una gran deuda, puesto que fue el lugar donde comenzó mi vida como lector. Empecé yendo ahí para cambiar cromos, luego llegaron los primeros Astérix y, posteriormente, las novelas clásicas. Yo no soy alguien que venera el canon, pero sí que creo que los clásicos son democratizadores en cuanto se pueden encontrar en muchas ediciones de bolsillo, así como en libros de segunda mano. Además, el mercado de libros de segunda mano es también particularmente democratizador porque allí encuentras los libros por azar, rebuscando, no están colocados ordenadamente como en una librería. En este sentido, Sant Antoni no fue solo donde me inicié a la lectura, sino donde aprendí a acercarme sin prejuicios, pero con respeto a todos estos libros que, aunque pase el tiempo, siguen apareciendo cada domingo en las diferentes paradas del mercado.

Y otro de los temas de Simón es el dinero.

Toda la novela es, de hecho, una reflexión sobre el dinero y su proveniencia. De todas maneras, es que, de una manera u otra, todas las novelas hablan de dinero. Piensa, por ejemplo, en Eugénie Grandet: ahí Balzac casi solo habla de dinero. Y es que hablar de dinero es hablar de relaciones de poder, que es uno de los temas recurrentes a lo largo de toda la historia de la novela. Solo hay algo similar al dinero, el talento: es algo que heredas, es injusto, pues lo tienes o no, y es un capital que te permite afrontar la vida. Por esto, en Simón planteo un paralelismo entre dinero y talento.

Que no necesariamente van de la mano.

En absoluto. De hecho, el talento es un músculo que, sin embargo, puedes no llegar a entrenar si no tienes las circunstancias propicias.

El barrio de Sant Antoni te permite, además, reflexionar sobre las contradicciones de la gentrificación.

Al final, el éxito de Simón se debe a que el barrio se ha gentrificado. Resulta contradictorio, pero el proceso de gentrificación ha significado el cierre de muchas tiendas y el aumento de los alquileres, pero, al mismo tiempo, ha sido una oportunidad de negocio para otros. Al final, lo que narro en Simón es una especie de victoria pírrica: gana el general, pero pierden los soldados. Más allá de que sea una oportunidad para mi protagonista, la gentrificación es la derrota de la ciudad. Dicho esto, creo que es importante señalar que las contradicciones de las ciudades solo se pueden narrar a través de la novela. Una ciudad no se explica con la mirada superficial de la guía turística, sino con la mirada compleja de la ficción. Por esto, he querido escribir Simón, como una forma de reivindicar la novela como una forma de captar la complejidad y las contradicciones frente a la superficialidad.

Y la W del Hotel Vela, además de aludir a Casavella, resume las contradicciones de la Barcelona que va de las Olimpiadas a los atentados yihadistas.

Desde el inicio, tenía muy claro que la novela iba a ir de la inauguración de los Juegos Olímpicos a los atentados, dos hechos que no deben leerse en la novela de manera literal, sino que están al servicio de muchas otras cosas. Y, en cuanto al Hotel Vela puede leerse como un recordatorio necesario, pero también como la constatación de una derrota. Además, el guiño a esa W del Hotel Vela es mi manera de mostrar mi reconocimiento a Casavella, al que le debo muchísimo.

Sin embargo, la novela más que concluir con los atentados lo hace con los hechos del 1 de octubre de 2017.

En aquellos días, mi voz era contradictoria y, por esto, no era una de las que se escuchaba con mayor fuerza. Y por esto también, por su carácter contradictorio, creía que el único lugar en el que podía desembocar era en una novela. Reconozco que me causaba un cierto temor narrar un hecho tan reciente, puesto que creo que lo ideal es dejar transcurrir un determinado tiempo para poderlo abordar con cierta perspectiva. Sin embargo, quería contar esos días y lo dejo claro desde el inicio a través de los personajes del padre y del tío de Simón, dos hermanos cuyas posiciones son antagónicas. Además, aquellos días los enmarco dentro de una reflexión sobre la fe, empezando por la fe a los libros y siguiendo por la fe al nacionalismo, para pensarla como forma de salvación. Intento pensar en lo contraproducente que puede llegar a ser la fe, en cualquiera de sus formas, cuando se vuelca en realidades y hechos que nunca tendrán lugar.

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