Rubén Serrano: «Las personas LGTBI+ no elegimos entrar en ningún armario; nos encierran y empujan ahí»
Conversamos con Rubén Serrano, periodista e impulsor del movimiento #MeQueer en España, acerca de su primer libro ‘No estamos tan bien’, editado por Temas de Hoy
«La violencia que sufrimos las personas LGTBI+ en España es sistemática, crónica e histórica», reza contundentemente el primer capítulo de No estamos tan bien (Temas de Hoy), el primer libro del periodista Rubén Serrano. El alicantino —especializado en realidad LGTBI+, género, VIH, cine y televisión— comenta también que esa violencia de la que se habla en el manual «viene de partidos políticos, instituciones religiosas, jefes, compañeros de clase, compañeros de trabajo, padres, madres, conocidos y desconocidos». Y lo peor de todo es que sigue estando ahí. No se frena.
Aunque no fue algo premeditado, Serrano se convirtió en el gran impulsor del movimiento #MeQueer en España. Aquel asunto —iniciado de forma espontánea por el escritor alemán Hartmut Schrewe en agosto de 2018— estalló en nuestro país apenas unos días después, y permitió que la red social Twitter se llenase de denuncias y de casos de discriminación por ser una persona LGTBI+. «Fue muy poderoso ver cómo en un espacio tan aparentemente hostil como es la red social, donde te expones a todo el mundo, se creaba un espacio seguro. El compartir la denuncia, el vernos identificados y el sentir que no estamos solos fue algo muy poderoso. Salvando las distancias, recordaba muchísimo al movimiento #MeToo», comenta el periodista a través de una entrevista telefónica con The Objective.
Aunque la igualdad entre ciudadanos es uno de los principios de la democracia, el odio a la diversidad sexual y a la identidad de género siguen estando muy presentes en nuestra sociedad. ¿A quién dirías que le atañe ponerle fin?
A toda la sociedad. Ahora mismo se habla un montón de que ‘ser diverso y diferente es guay’, y de ‘qué pesados los gais y las lesbianas en todas nuestras series’, pero esa visibilidad es mentira. Ese odio aún sigue estando ahí. Está en el Congreso de los Diputados, con la ultraderecha; está en feministas académicas que atacan a las personas trans, y está en tertulianos y columnistas. En España sacamos pecho y presumimos de vivir en un país igualitario, pero creo que las personas LGTBI+, las migrantes, las racializadas, etc., no deben ser las únicas que luchen por conseguir esa igualdad real. Esto es algo que nos compete a todos, desde presidentes hasta empresarios. Al final, no se trata de ceder parte del espacio que esa posición privilegiada tiene, sino de compartirlo, porque es de todos.
Lo cierto es que la persecución de la comunidad LGTBI+ ha sido una constante en la historia de España. De hecho, tras la reforma de 1954 de la ley republicana de Vagos y Maleantes y con la aprobación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970, el franquismo encerró en la cárcel, apalizó, asesinó, sometió a electroshocks y encerró en campos de concentración a miles de gais, lesbianas, transexuales y bisexuales. ¿Crees que todo esto se les ha olvidado ya a esos que sienten nostalgia franquista?
¡Por supuesto! Y no solo a todos esos que sienten una nostalgia franquista abierta, sino también al conjunto de la sociedad española. España es un país sin memoria histórica, o un país con la memoria histórica diluida. Tan solo hay que ver el boom que está teniendo el documental El silencio de otros. Estamos abriendo el melón de la memoria histórica en 2019 y 2020, lo cual resulta bastante fuerte. Tuve súper claro que el libro debía contar con personas que han vivido el franquismo, como Silvia Reyes o Antoni Ruiz, no como llamada de atención sino como una forma de pegar un grito de ‘¡ojo!, que el discurso del odio hacia todo lo que sea diferente (que estamos escuchando tanto en España como en Europa y el resto del mundo) está reviviendo y no podemos retroceder de repente cinco décadas’.
Muchos desconocen que la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social continuó vigente (y aplicándose) tras la muerte de Franco. De hecho, no fue hasta 1979 cuando se despenalizó la homosexualidad en España tras eliminarla de la susodicha ley. Todo esto es algo que puede parecer ahora muy lejano, pero en realidad no lo es tanto…
No lo es tanto, y menos si pensamos que la OMS despatologizó la transexualidad en 2018. Todo esto es una forma de identificar el mantra de ‘ya estáis bien los maricones, las bolleras y las personas transexuales’. Sí que ha habido un pequeño avance legal, en el sentido de que nos podemos casar, podemos adoptar y las personas trans pueden cambiar parte de sus datos en el Registro Civil, pero ese cambio no ha existido a nivel social. Nos siguen pegando en las calles, nos siguen enviando a hospitales mientras nuestros agresores continúan de copas, sigue el acoso escolar en las aulas, sigue el suicidio de personas LGTBI, nos seguimos escondiendo en el trabajo porque tenemos miedo de contarlo, siguen operando a las personas intersexuales en este país, seguimos teniendo miedo de contarles a nuestros padres que somos gais, lesbianas o bisexuales por temor al rechazo, etc. De hecho, una de las pretensiones de este libro es evidenciar la violencia cotidiana y sistemática que seguimos viviendo a diario en nuestro país las personas LGTBI+.
Justo hace un momento mencionabas a la activista Silvia Reyes, a quien la dictadura franquista persiguió y encarceló durante seis meses por el mero hecho de ser una mujer trans. ¿Cómo vivió esta mujer la muerte de Franco y qué significó para ella participar en aquel primer Orgullo español, celebrado en Barcelona en junio de 1977?
Fíjate que flipé con la reacción que Silvia tuvo cuando recibió la noticia de la muerte de Franco. Ella estaba en la cárcel cuando eso ocurrió y decía que allí había una alegría desmesurada. Sin embargo, ella se mostró muy escéptica y pensó ‘bueno, sí, se ha muerto, pero aquí seguimos por su culpa y seguro que la represión va a seguir’. Y no se equivocó. Siguieron haciéndose redadas y la sombra del dictador siguió estando muy presente después de que empezase la transición española. Silvia estuvo en la primera manifestación celebrada a favor de la liberación sexual y las personas LGTBI en España, y creo que es un ejemplo de la memoria que le hace falta a este país. Se me ponía la piel de gallina cuando me explicaba cómo empezaban las personas trans a subir por la Rambla de Barcelona y, ya a punto de llegar al final, los grises se tiraban contra ellas. Me contó que, en cierta forma, las personas trans ya eran muy apaleadas en esa época, y que sentían que no tenían nada que perder. Pensaban ‘ya que somos una miseria a nivel social, vamos a tener el valor de ponernos delante y que nos peguen, pero queremos ser libres ya de una vez’. [Aquella primera manifestación] no tiene nada que ver con el Orgullo que se hace ahora. Hoy día, en algunos casos, no hay ni manifestaciones, sino que todo son cabalgatas con carrozas, cuerpos perfectos y Alaska. ¿Nos podemos dar cuenta de una vez de que bailar es maravilloso, pero que nos siguen dando hostias por la calle y que tenemos al enemigo en nuestra casa?
En tu libro hablas igualmente de la lacra del acoso escolar LGTBIfóbico. Citas algunos estudios que aseguran que casi la mitad de los alumnos y alumnas que sufren acoso escolar por ser lesbianas, gais o bisexuales (el 43%) pensaron en quitarse la vida (o directamente lo intentaron). ¿Acaso el hecho de evitar hablar en los medios del tema del suicidio entre jóvenes LGTBI erradica esta gran tragedia?
Creo que hay que hablar de ello. La palabra ‘suicidio’ es un tabú, y pienso que no se habla más por puro desconocimiento. Las cifras están ahí, pero las seguimos viendo en nuestro imaginario como algo imposible. El caso de Alan, un chico trans de Barcelona que se suicidó por el acoso sistemático que sufría en las aulas, es un ejemplo claro de que algo falla en España, no solo ya a nivel educativo sino a nivel social. Buena parte de ese acoso ocurre fuera de los ojos de los profesores, porque los alumnos y alumnas no son tontos y no se exponen cuando hay presente una figura de autoridad. También resulta significativo que las víctimas tienen miedo a contarlo a los compañeros, por el miedo al rechazo, a que no les crean o a que las ofensas sigan. Es cierto que ahora se ve a las nuevas generaciones de personas LGTBI mucho más abiertas, pero sigue produciéndose acoso. Es algo que hay que atajar, y eso pasa por visibilizarnos en las aulas. Pasa por que nos digan en las aulas que existimos: que Lorca era gay y fue fusilado por el franquismo, que Gloria Fuertes era una poeta lesbiana maravillosa, que hay políticos trans como Carla Antonelli…, y que se lance el mensaje de que nuestra vida y realidad importan.
Yo crecí pensando que, por ser el maricón gordo y tartamudo de mi clase, no iba a llegar a ser nada, y me costó mis años entender que eso era mentira. Aquello era una creencia que había aprendido de los mensajes que me daban sistemáticamente en la escuela, en casa, en la tele y en la calle. Los insultos de mariconazo, que yo no entendía pero que recibía, los silbidos y las miradas de asco te lanzan el mensaje de que tu vida no vale nada, y eso puede marcarte de por vida.
Parece que, por desgracia, el aumento de la visibilidad no ha contribuido a reducir la violencia y el rechazo hacia el colectivo. La catedrática en Humanidades Sarah Schulman dice que la ignorancia no causa LGTBIfobia, sino la heterosexualidad como sistema de poder y de control. ¿Lo compartes?
Sí, al cien por cien. Vivimos en un sistema cis heterosexual. Desde que naces, enseguida te van a poner el azul si eres chico y el rosa si eres chica. Cuando tienes siete u ocho años ya escuchas ‘Oye, ¿y qué chica de tu clase te gusta?’. Y tú, a lo mejor, no eres un chico ni te gustan las chicas, pero ahí está ya la sociedad marcándote el camino de la heterosexualidad. Lo que se espera de ti es que seas una persona heterosexual y que seas cis. En el momento en que te sales de ahí, ya empieza la violencia.
Así es. El pasado año salió a la luz que el obispado de Alcalá celebraba cursos ilegales y clandestinos para curar la homosexualidad, a pesar de que las terapias de conversión están prohibidas por la ley LGTBI de la Comunidad de Madrid (y penadas). ¿No resulta sorprendente que Andalucía, la Comunidad Valenciana, Aragón y Madrid sean las únicas comunidades que prohíben hoy día expresamente estas terapias en sus legislaciones?
Claro, pero porque las personas LGTBI no importamos nada en España. Llevamos años esperando una ley LGTBI de igualdad. ¿Dónde está? Por supuesto que ha habido una pandemia, pero es que antes de eso la ley ya estaba parada. Las personas LGTBI llevamos en pausa décadas, y esa es la confirmación clara de que seguimos al margen y de que somos un cero a la izquierda.
Un ejemplo claro de esto que comentas es la ley trans estatal del 2007, que dice que las personas trans necesitan un certificado de disforia de género y otro que acredite que llevan al menos dos años de tratamiento hormonal para poder cambiar el sexo en el Registro Civil. De hecho, la gran reivindicación del activismo trans sigue siendo hoy conseguir la despatologización de la transexualidad, es decir, dejar de considerarla un trastorno y una enfermedad que necesite tratamiento. ¿Crees que hay visos de cambio al respecto?
Si fuera por las personas trans, el cambio estaría. Si verdaderamente no hay un compromiso por parte de nuestros políticos de escuchar a las personas trans esto va a seguir en pause, como siempre.
Salir del armario es algo por lo que una persona heterosexual y cis no tiene que pasar. Yo, desde luego, no conozco a ninguna persona heterosexual que haya tenido que decir (en casa, en el trabajo o en su círculo social) que es heterosexual. ¿Cuántas veces calculas tú que has tenido que salir del armario?
¡Guau, no lo sé! En cada trabajo, en casa y con casi cada persona que he conocido durante mi adolescencia se presuponía la heterosexualidad y, en el momento en que mi pluma salía, ya empezaba el chiste. Con veintiocho años que tengo estoy convencido de que [habré salido del armario] un centenar [de veces], seguro. Resulta que las personas LGTBI no elegimos entrar en ningún armario. Nos encierran y empujan ahí, porque en seguida nos señalan y nos marcan. Tú estás viendo esta violencia allí encerrado, porque te han marcado que eres diferente, y piensas ‘claro, es que no quiero molestar ni recibir más rechazo’. Por eso, terminas pasando por la vida de puntillas, casi en silencio, y te descubres a los veintidós años, como yo, diciéndole a tu padre que eres gay, y con tus primeras experiencias sexoafectivas en primero de carrera, porque obviamente en la adolescencia era impensable decir que te gustaba un chico o besar a alguien. Te encuentras con que tu adolescencia empieza muchísimo más tarde, porque la sociedad te ha puesto en un armario en el que tú nunca has elegido entrar.
¿Dirías que escribir No estamos tan bien te ha servido para liberar emociones?
Una de mis intenciones, al principio, era ser un mero transmisor y un acompañamiento. Al final me di cuenta de que no podía limitarme a ser el hilo conductor, porque yo era quien había entrevistado a esas más de sesenta personas que aparecen en el libro, y mis vivencias también eran importantes, aunque esto fuese algo que seguramente me he negado durante mucho tiempo.