Félix de Azúa: «El siglo XXI marcará el inicio de otra era: la de la decadencia real y verdadera de Occidente»
Con ‘Tercer acto’, Félix de Azúa no solo concluye su serie de autobiografías falsas, sino que prosigue aquel relato en cierta manera generacional que comenzó en ‘Génesis’
Con Tercer acto (Literatura Random House) el novelista, poeta y ensayista Félix de Azúa no solo concluye su serie de autobiografías falsas, sino que, a través de las andanzas de un joven estudiante que en los primeros años setenta abandona Barcelona para instalarse en París, donde se moverá en círculos intelectuales de exiliados y se empapará de la filosofía francesa de aquellos años, De Azúa prosigue aquel relato en cierta manera generacional que comenzó en Génesis. Con Tercer acto se baja el telón y observamos cómo el joven protagonista se aproxima paulatinamente, entre lecturas y experiencias cercanas, al misterio de la muerte.
En su reseña de Autobiografía de papel, Darío Villanueva dice que “la autobiografía es un género de poiesis más que de mimesis”. Teniendo en cuenta la presencia aquí de la filosofía de Heidegger, el término de poiesis es importante. ¿Hasta qué punto Tercer acto es la historia de un proceso de conocimiento de lo que es la muerte?
Sí, es un buen resumen. El verdadero asunto de la novela es la muerte, ese suceso trivial y enorme, y cómo prepararse para recibirla sin horror, angustia o agobio. Desde luego, ese es el aprendizaje que da la vida. Ningún joven sabe morir y el mejor modelo es la muerte de Aquiles. Por eso es tan horrible la muerte de los jóvenes. Luego, poco a poco, vas trabando amistad con esa señora.
En este sentido, ¿Tercer acto es la caída de ese telón que se levantó en Génesis? ¿Es la puesta en escena de la muerte del “héroe”?
Es eso exactamente. En Génesis el protagonista nacía a la vida. En realidad, a la vida sexual. Y lo hacía acompañado de nuestra mejor tradición sexual que es la Biblia ya que la tradición sexual griega ha estado enterrada durante casi dos mil años. Fíjese que Nietzsche es el primero en desenterrarla. Y en esta novela los personajes se deslizan hacia la muerte con mayor y menor inteligencia, pero siempre obsesionados por la reproducción.
Si Autobiografía sin vida giraba en torno, en otras cuestiones, de la finitud del arte, Tercer acto gira en torno a un final más amplio, ya no solo del arte, sino de todo un tiempo cultural, político…
Sin duda el siglo XXI marcará el inicio de otra era: la de la decadencia real y verdadera de Occidente, y no la de Spengler. El dominio mundial pasa ahora a oriente. China e India serán los espejos en los que se mirará el planeta, como antes se miró en Reino Unido y Estados Unidos. Eso va a traer cambios enormes, porque nuestra tradición democrática y liberal es incomprensible en aquellos países.
“Nosotros debemos mantener con temple impasible el control de nuestra muerte, no dejarla en manos de nadie”. ¿El aprendizaje de la muerte pasa por Heidegger, pero también por Camus?
Y por muchos más. Por Kafka, por ejemplo, o por Rilke que es el autor de la frase. Hay muchos maestros del buen morir, como Dostoievsky, como Proust quizás el más lúcido, como Faulkner, sin olvidar a Jorge Manrique o a Yeats.
Al respecto, Camus es reivindicado por el protagonista justo en esos años setenta en los que Sartre se imponía. Ahora, con el tiempo ha sobrevivido mejor Camus que la filosofía sartreana.
Sí, por supuesto. Sartre se fue a su auténtico mausoleo desde que se pasó a los pro-chinos. Un Sartre maoísta sólo era concebible en algunas cabezas degeneradas del París de 1970. En cambio Camus, entonces despreciado, ha ido creciendo. Tiene esa entereza de hombre honrado que le hace tan próximo a los viejos campesinos españoles de los que vino su familia.
Ante Sartre, Lacan, Foucault o Derrida, los filósofos franceses del momento, el protagonista se encuentra en Francia a Julio Silvela Silva.
En aquellos años aún era posible tener maestros y acercarse a ellos sin falsas modestias. Las figuras que usted nombra fueron los maestros parisinos del protagonista y sus amigos. Sólo diez años más tarde se convirtieron en figuras telemáticas y al ser absorbidos por los campus americanos se convirtieron en mercancías y se pudrieron.
Asimismo, el personaje de Silvela Silva le permite reflexionar sobre la filosofía y la poesía, ¿la sabiduría más absoluta, sobre todo en confrontación a la “nueva” filosofía de aquellos años, base de la llamada postmodernidad?
El personaje de Silvela Silva es un filólogo, un lingüista y un traductor de los clásicos griegos. Es, por lo tanto, la encarnación de una sabiduría absoluta, perenne y necesaria. La postmodernidad ha impuesto el dogma de que aquella herencia había concluido su tarea económica y debía ser borrada de los planes de estudios. El resultado ha sido catastrófico, como constatan los personajes del libro y todos nosotros en la actualidad.
En el libro se realiza a una crítica a esos jóvenes, primero estudiantes y luego profesores, que vivieron “encerrados en su burbuja artificial” creyendo “tener una grandiosa importancia social”. ¿La universidad y la vida intelectual de hoy es resultado de aquel engaño?
Ellos fueron los primeros en adivinar lo que se avecinaba. La universidad (la de Humanidades, por supuesto) iba a conocer una creciente destrucción porque a las fuerzas técnicas y económicas ya no les interesaba, ni a las élites políticas y comerciales. En muy pocos años, del 2000 al 2020, los estudios serios desaparecerían como desapareció la Biblioteca de Alejandría. En la actualidad uno puede obtener una titulación habiendo suspendido toda la carrera porque para los gobiernos esos títulos no sirven ya para nada. Es el resultado de una política impuesta por la izquierda reaccionaria que trata de hundir cualquier síntoma de inteligencia. Sólo quiere militantes y activistas sometidos a los caudillos.
De hecho, en Tercer Acto se llega a afirmar que la universidad que tuvo sentido en el XIX es hoy “un lodazal”.
Insisto en que eso se refiere sólo a la Universidad “de Letras”, los Institutos y Escuelas Técnicas siguen cumpliendo su papel con dignidad porque son productores de técnicos, que es lo que exige esta sociedad. El proceso de destrucción de las facultades de humanidades tiene varios depredadores, uno es la endogamia corrupta, otro el odio a la excelencia y finalmente la sumisión a los jefes políticos. Todo esto se fraguó en veinte años hasta dejar las universidades como lodazales.
Y en cuanto a engaño, hábleme de aquellos jóvenes que, como se dice en la novela, creyeron ser exiliados y víctimas del franquismo y quisieron combatir una burguesía de la que formaban parte.
Esa es otra historia. La clase media española, que es la cuna de todos los radicalismos y utopías, es muy desdichada. No tiene quien la quiera. Aquellos burgueses que se creían grandes revolucionarios hoy nos parecen patéticos. Yo intento mostrar en la novela hasta qué punto el franquismo les había inyectado un odio a la vida que les empujaba a querer la destrucción de la humanidad. Silvela Silva quiere, realmente, que la gente deje de tener hijos para ver si se acaba el mundo de una vez.
Sin embargo, ¿no es gracias a algunos de aquellos jóvenes que, al menos por lo que se refiere al mundo literario/editorial español, se renovó la cultura de los setenta y ochenta?
Seguramente. Es inevitable que en cada generación aparezca un par de personas decentes y salvadoras. Muy pocas, en todo caso.
Volviendo a esos jóvenes, es muy significativo que, a la muerte de Franco, se desvanece “el sueño heroico”. ¿El sentido de esas vidas se sustentaba en torno a ese enemigo muerto en 1975?
Desde luego. “Contra Franco vivíamos mejor” es la frase de Vázquez Montalbán definiéndose a sí mismo. La desaparición de Franco dejó a aquellos muchachos colgando en el vacío. No supieron reconstruirse. No pudieron ver con lucidez la parte aprovechable del fracaso. Y entonces empezó “el Entierro de la Sardina” que ocupa toda la parte final de libro, la bullanga, la juerga, el botellón, presididos por la bandera de la idiotez.
A propósito de Génesis, decía en una entrevista por entonces que todos somos hijos de Caín, “hijos de asesinos y tenemos una culpabilidad monstruosa que desconocemos y de la que no queremos saber nada”. ¿Algunos de los jóvenes de Tercer Acto responden a esta definición?
Todos respondemos a esa definición, lo queramos o no, porque es la parte de cristianismo que sigue parasitaria en nosotros, la conciencia de ser culpables, origen de todas las ONG, por ejemplo. Fíjese en la izquierda reaccionaria cómo vive obsesionada por el pasado. Esa voluntad gubernamental de mantener viva la guerra civil no es sino un síntoma de la culpabilidad que les atormenta. A los viejos porque Franco murió en la cama y a los jóvenes porque no saben qué hacer con sus vidas desprovistas de todo modelo moral. Espero que para eso sirvan las novelas.
Como generación posterior, lo que me queda preguntar, ¿hemos aprendido algo o hemos seguido esa senda, incluso para peor?
Siento decirle que la situación no ha hecho sino empeorar. Todavía la España de Felipe González tenía aspectos de sociedad adulta. El infantilismo que han traído Zapatero y Sánchez creo que tendrá efectos nefastos y que ustedes deberán luchar por su libertad y por un gobierno honesto como si hubieran perdido la guerra, como si fueran venezolanos, digamos. Observe que la mitad del gobierno cree que Venezuela es un país admirable. Otro efecto del caudillismo de nuestra clase política y de los agobiados por la culpa es que necesitan someterse a un jefe.