“Esta novela es parte de una investigación que ha acopiado horas y horas de entrevistas, fotografías, videos, levantamiento de archivos”, afirma Juan Cárdenas a la pregunta sobre Elástico de sombra (ed. Sexto Piso), una novela que, desde el inicio, en su Nota Liminar, subraya su carácter político. Y es que la novela del escritor colombiano es un ejercicio de recuperación de la memoria no solo de “las luchas negras de toda América Latina”, sino también de la cultura negra en Latinoamérica, una cultura que tiene sus orígenes en los esclavos que fueron transportados desde el continente africano hasta las colonias europeas en el continente americano.
A través de la recuperación de relatos orales y de un lenguaje riquísimo de términos locales, con una prosa exquisita, si se quiere, vanguardista, capaz de iluminar territorios literarios nuevos, Cárdenas nos presenta a dos personajes que dos veteranos macheteros que van a la búsqueda de los conocimientos de los “juegos de la sombra”, un arte de combate que permite a los más hábiles vencer y dominar al adversario en la más completa oscuridad.
El punto de partida de la acción narrativa es una indagación en torno a la esgrima del machete. ¿La elección de este objeto, originario de la tradición negra, es una declaración de intenciones? ¿Una forma de reivindicar una tradición, la de los esclavos, y la de dignificar de un arte que no ha sido dignificado precisamente por no pertenecer a una cultura hegemónica?
Esta novela es parte de un proyecto de investigación con el Instituto Caro y Cuervo. Hace seis años empecé a visitar y entrevistar a varios maestros de esgrima de machete, casi todos ancianos de las comunidades negras del norte del Cauca, en el suroeste de Colombia. Me interesaba comprender cómo desde este arte marcial negro la gente produce conocimiento, reflexión, arte, tradición oral. Pero nunca he tenido la intención de erigirme en una especie de redentor o salvador de ninguna cultura marginal, mucho menos de la cultura negra, que en Colombia tiene sus liderazgos y dinámicas muy consolidadas. Ese papel no me interesa en absoluto. Más bien me asumo como un simple continuador de la tarea de gente como Violeta Parra, que recorría los campos de Chile en busca de canciones olvidadas. La tradición pasa a través de mí y en ese proceso sufre desvíos, alteraciones, modulaciones. Así ha operado siempre la vanguardia: exhumando lo obsoleto para alumbrar futuros inusitados.
Al respecto, cabe observar hasta qué punto la legitimación de determinadas expresiones culturales está directamente vinculada al poder político y económico y a sus intereses.
La cultura popular siempre está directamente vinculada a ciertas formas del poder y de la economía política. Esto sucede en todas partes y creo que Gramsci o Stuart Hall lo detectaron muy bien. En Colombia tenemos el caso paradigmático del vallenato, una música que se volvió casi un sinónimo de la cultura nacional, pero cuyo auge es inseparable del clientelismo político, el narcotráfico y la consolidación de los mitos reaccionarios de la cultura señorial y feudal bajo el barniz del realismo mágico. Todo ese folklore colombiano for export creado desde finales de los 90 tiene un sello necropolítico que transpira cocaína, sangre y plomo. A mí me interesa la cultura de los negros y los indígenas de mi región, el Cauca, porque conecta con unas tradiciones rebeldes que se remontan al siglo XIX. Es la energía de la Revolución Haitiana y las incesantes sublevaciones indígenas, de Túpac Katari a Anacaona. Ahí se está cocinando desde siempre la América Latina y el Caribe que queremos.
Los dos protagonistas tratan de rescatar todos los aspectos y conocimientos vinculados al arte del machete. ¿Cuán silenciadas o negadas han sido la cultura y tradiciones negras?
Ha habido una serie de políticas sistemáticas de borrado de la memoria negra en América Latina. Los proyectos nacionales oligárquicos fueron en esto muy puntillosos porque el fantasma de Haití era muy pesado, especialmente en países como Colombia o Cuba, con una gran población afro. Cuando se decretó la abolición de la esclavitud en Colombia, en 1851, los periódicos del Perú publicaban artículos con toda clase de fábulas y fake news sobre los horrores, la barbarie y el caos social provocados por esta medida. La estrategia siempre ha consistido en negar lo negro o lo indio bajo la ficción de una homogeneidad “mestiza”, es decir, blanqueada. Y cuando se reivindica lo negro o lo indio se lo hace a través de la folklorización, que es una manera de despolitizar esas energías históricas. Digamos que el colonialismo europeo se americanizó, pero siguió siendo colonialismo.
¿La negación u ocultación del pasado esclavista está ligada a ese rechazo a reconsiderar, entre otros, el papel colonialista de un país como España?
España es un lugar del trauma cultural para todo el mundo. No solo para América. Por su ubicación geográfica y sus múltiples influencias, España fue siempre un laboratorio cultural, social, político que habría podido dar lugar a una modernidad muy distinta a la que tenemos. La tragedia española es que allí nunca han sabido hacerse cargo de esa complejidad y, por el contrario, se han empecinado en imponer a la fuerza unas identidades hegemónicas que no pasan de ser tristes y pobres fantasías acerca de lo “hispánico”. El hispanismo es el enemigo a erradicar en España. Tan trágica es la cosa que los nacionalismos reproducen el mismo modus operandi de expulsión inmunitaria del hispanismo. No hay nadie más hispanista, en sus procedimientos, que un nacionalista catalán. Si España lograra desmontar el hispanismo como ideología, como actitud, creo que empezaría a producir una lectura mucho más fina y rica de su historia colonial y tendría una aproximación más inteligente a su carácter plurinacional. Por suerte, hay gente como Jordi Savall, Rogelio López Cuenca, Pedro G. Romero o Santiago Auserón, que vienen abriendo estas conversaciones pendientes en ambos lados de nuestra lengua.
En su reseña, Nadal Suau señala que “al discurso que sustenta al poder se lo vence, o se intenta, desde la reinvención constante de la narrativa”. ¿Es deconstruyendo el relato y, por tanto, reinventando el lenguaje la única manera de construir un contrarrelato?
No creo haber descubierto la fórmula del arte de la revolución o de la resistencia. Pero sí creo que cualquier poema de César Vallejo sigue siendo más subversivo que toda la literatura comprometida y bienintencionada. La literatura comprometida suele estar atada a las modas y las agendas del periodismo. A mí me interesa dar con un sonido nuevo donde retumba lo arcaico.
Esto me lleva a preguntarle sobre la dificultad de construir un contrarrelato escapando de las llamadas “palabras del opresor”.
La cultura popular lleva siglos respondiendo a esta cuestión sin siquiera planteársela de este modo. Es decir, no creo que se trate tanto de preguntarnos cómo escapar de las garras del patrón, sino de indagar profundamente en aquello que nos produce placer. Los ingenieros del arte comprometido se empantanan a menudo en estas cuestiones sobre cómo resistir, cómo actuar, qué hacer. Me parece más importante y poderoso preguntarse por lo que nos moviliza desde adentro, por el placer, por el sabor, por aquello que nos hace florecer. La derecha entendió que el territorio a colonizar era justamente ese, el placer. En la izquierda seguimos haciéndonos las preguntas equivocadas y creemos que el placer vendrá después de la revolución. Pero sin placer no hay ningún horizonte de lucha.
“Con este libro espero contribuir a la memoria y el presente de las luchas negras de toda América, además de ofrecer herramientas para el que sin duda es el proyecto más urgente de la cultura universal, a saber, la aniquilación definitiva del Hombre Blanco”. ¿Qué papel puede tener la literatura?
La literatura es un murmullo que mantiene vivas las energías más hermosas del mundo. Se trata de hacer cosas para mantener en marcha ese murmullo, nada más.
¿Cómo ve las protestas que tienen lugar en distintas ciudades norteamericanas y el movimiento Black Lives Matters?
Las protestas de ahora hay que leerlas en un arco de tiempo más amplio de lucha contra las ficciones raciales y contra los proyectos de blanqueamiento. Esa historia tiene al menos dos siglos largos.
Se habla de Estados Unidos, pero ¿qué sucede en Latinoamérica?
Latinoamérica no refleja nada de este movimiento. No somos una sombra o una copia de lo que sucede en otras partes. Somos uno de los epicentros de las luchas antirracistas desde hace mucho tiempo y en ese sentido somos una escuela para el mundo. Es el resto del mundo el que debería mirarse en el espejo de América Latina.