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¿Y si la única respuesta a la crisis del sistema de partidos y la amenaza autoritaria es el sorteo cívico?

En ‘La democracia es posible’ Ernesto Ganuza y Arantxa Mendiharat explican cómo el sorteo cívico es una alternativa real que está resurgiendo en todo el mundo para discutir y proponer soluciones a cuestiones como el derecho al aborto en Irlanda o el cambio climático en Francia

¿Y si la única respuesta a la crisis del sistema de partidos y la amenaza autoritaria es el sorteo cívico?

Detalle de la portada | Editorial Consonni

Es evidente que la política no vive su mejor momento y que los representantes de los partidos son criticados constantemente por una tarea que muchas personas califican como desastrosa. El desgaste y el deterioro de la política han reabierto el debate sobre cuál es la mejor forma de hacer política y, sobre todo, quién debería asumir las responsabilidades de gobierno. El problema, en opinión de Ernesto Ganuza y Arantxa Mendiharat, es que frente al ascenso de discursos que claman por líderes populistas o gobiernos tecnocráticos, poca gente conoce las posibilidades que ofrece el sorteo cívico y la deliberación ciudadana.

Como explican en su libro, La democracia es posible (Consonni), estamos tan acostumbrados a entender la democracia mediante los partidos que cualquier alternativa parece fantasiosa. Sin embargo, la democracia surgió hace 2.500 años en la Grecia Antigua, entre otras cosas, para evitar que la política quedara en manos de grupos y facciones enfrentadas… como los actuales partidos políticos. De hecho, este mecanismo continuó utilizándose durante la Edad Media en el reino de Aragón o en las ciudades renacentistas de Florencia y Venecia. Y en el último medio siglo ha resurgido, extendiéndose por todo el mundo con el cambio de milenio.

A grandes rasgos, el sorteo cívico, tal y como se practica en la actualidad, es un procedimiento mediante el cual se selecciona aleatoriamente un grupo de personas representativas de la diversidad de la población con el objetivo de debatir un problema y aportar posibles soluciones. El principio que rige este mecanismo, como explican los autores en el libro, es que cualquier persona tiene oportunidad de ser seleccionada, lo que también legitima el proceso. Hecha la selección, que como todos los procedimientos debe ser completamente transparente, los participantes tendrán tiempo suficiente para empaparse de la información relevante, reunirse con expertos y discutir entre todos la cuestión de turno hasta tomar una decisión, normalmente por una mayoría amplia.

En palabras de Ganuza y Mendiharat, la pregunta que estas experiencias intentan responder es: ¿cómo trataría la gente un problema si tuviera tiempo y recursos para aprender y deliberar sobre él con el fin de tomar una decisión informada? La experiencia, y los muchos ejemplos que ofrecen en La democracia es posible, demuestran que igual o mejor que los políticos. Véase el caso de Irlanda, donde una asamblea ciudadana discutió entre 2016 y 2018 cuestiones como el derecho al aborto, que tras un referéndum fue despenalizado. O la actual Convención ciudadana francesa sobre el clima, que comenzó a funcionar el pasado mes de mayo para decidir cuáles serían las mejores medidas contra el cambio climático.

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Arantxa Mendiharat: «Una de las grandes enseñanzas de las asambleas ciudadanas es que, una vez están dentro, las personas hacen un trabajo extraordinario». | Foto: Elssie Ansareo | Cedida por la entrevistada.

Sorteo cívico frente al autoritarismo, los populismos y la tecnocracia

Las políticas públicas parecen actualmente incapaces de repensarse, ni siquiera frente a un desafío como el de la pandemia del coronavirus. De ahí que Ganuza y Mendiharat propongan en su libro el sorteo cívico como la única respuesta posible a la crisis del sistema de partidos y los peligros de opciones autoritarias. Para ello, desmontan todos los argumentos, o más bien prejuicios, en contra de este método. Y explican cómo puede ser la respuesta a la desafección ciudadana y la corrupción política. Después, repasan su evolución histórica y exponen los ejemplos más recientes de su utilización. Para a continuación, explicar su funcionamiento e incluso advertir de sus posibles límites.

Empezando por la disyuntiva que parece plantear el futuro inmediato, esto es, o la ciudadanía vuelve a ser parte de la política o los gobiernos autoritarios ganarán la partida, Ganuza, sociólogo en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos del CSIC, explica: “Nosotros partimos de ahí porque la deriva política se dirige a echar a la ciudadanía de la política. Eso siempre es negativo porque implica que si el demos no está presente en la política, la política seguirá existiendo, pero de una manera no democrática”. Y añade: “La alternativa siempre es reformar los partidos políticos. Y lo que nosotros planteamos en el libro es que hay otra alternativa a esa idea de una política sin el demos que es más participación”.

Resumiendo mucho, la democracia representativa libera a la ciudadanía del ejercicio de los asuntos públicos para que puedan encargarse de sus asuntos privados. Esta idea, implantada durante la Ilustración, presupone también que la ciudadanía, en general, no está preparada para ejercer la política. Pero tres siglos después los autores de La democracia es posible defienden que el juicio político es una facultad humana generalizada: solo hay que proveer a los ciudadanos de los instrumentos necesarios.

“La cuestión de los procesos participativos es cómo se participa”, afirma en este sentido Mendiharat, licenciada en Ciencias Políticas del Instituto de Estudios Políticos de Burdeos. “Las personas cuando ven que las condiciones son buenas, que se va a tener en cuenta el trabajo que van a realizar y que se toma en serio el mecanismo que se pone en marcha para involucrarles en esta tarea, se animan. Puede que al principio les cueste, pero una de las grandes enseñanzas de las asambleas ciudadanas es que, una vez están dentro, las personas hacen un trabajo extraordinario y muchas hablan de ellas como la experiencia de su vida”, asegura.

“También creo que ayudaría entender que en un sistema en que el sorteo fuera generalizado, es decir, si se repartiera la tarea entre todos, nos tocaría participar en esas asambleas una o dos veces en nuestra vida. Porque claro que en nuestro día a día tenemos poco tiempo, pero si se incentiva, por ejemplo, con remuneración, si se ve que está todo hecho para que podamos acceder a la información necesaria, con buenas condiciones de facilitación, en un lugar agradable y en conexión con el resto de la ciudadana, es un dispositivo realmente potente”, defiende Mendiharat.

Sin embargo, en tiempos de crisis, como esta pandemia, son muchas las voces que reclaman gobiernos de tecnócratas que gestionen esta crisis. Ambos autores rechazan estas opciones y en el libro ofrecen estudios que contradicen su supuesta eficacia. “Hay evidencias científicas de que un gobierno de expertos es más desastroso que otra cosa. La política no es gobernar datos, es gobernar y gestionar contradicciones, referencias muy plurales y distintas y establecer políticas”, señala Ganuza. “En un mundo lleno de incertidumbre y complejidad, las decisiones nunca son verdaderas en el sentido de que son lo único que se puede hacer. Siempre hay dos o tres opciones y eso es la política: decidir con cuál de las opciones nos quedamos. Eso significa pensar en las consecuencias prácticas que tienen las diferentes opciones, mientras que una tecnocracia nos vende una solución como la mejor”, explica.

“¿Qué pasa con el actual sistema de partidos? Que no nos da ninguna información y toman decisiones ignorando las diferentes opciones. El sorteo nos permite realmente considerar toda esa información, toda esa complejidad, implicando a la gente en las decisiones de una manera que nadie tiene que ser un activista o un militante parar poder participar y tener un juicio político”, añade Ganuza.

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Ernesto Ganuza: «Lo que nosotros planteamos en el libro es que hay otra alternativa a esa idea de una política sin el demos que es más participación”. | Foto cedida por el entrevistado.

Deliberación contra las disputas ideológicas y el partidismo

En términos generales, las personas elegidas por sorteo para debatir y resolver los asuntos públicos serán imparciales, pues al ser seleccionadas al azar difícilmente tendrán relaciones con agentes económicos importantes. También estarán más abiertos a deliberar que los representantes de los partidos políticos, que suelen actuar defendiendo sus propios intereses dentro de las instituciones o de manera opaca, como apuntaba antes Ganuza.

“Una de las causas de la crisis del sistema actual tiene que ver con la crisis de representatividad: las personas que están ejerciendo cargos políticos y legislativos no se corresponden en su composición sociodemográfica con el conjunto de la población. Por mucho que te preocupes o intereses por los problemas de otros sectores es muy difícil que lo logres porque tú no eres ellos. Además, estudios científicos demuestran que los seres humanos tendemos a preocuparnos más por nuestros intereses por muy generosos o empáticos que seamos”, explica Mendiharat.

“También sabemos que los grupos homogéneos, como pueden ser los partidos políticos, generan más polarización. Un grupo donde falta diversidad tiende a tomar posiciones más extremas que un grupo más diverso”, dice recordando que este problema desaparecería con el sorteo al seleccionarse una muestra representativa de la población.

“En una asamblea como el Congreso de los Diputados no hay deliberación real, entendida como un grupo diverso con acceso a datos y personas expertas, pero también grupos de interés que incluyan personas o colectivos de la sociedad civil y movimientos sociales. Se gobierna por mayorías simples: si tú tienes la mayoría tú decides y no tienes que deliberar con nadie”, continúa diciendo sobre la evidente falta de debate tanto dentro de los partidos como en las cámaras de representantes.

“Luego está, evidentemente, el tema de la financiación de los partidos políticos, que hace que la relación con los grupos de presión sea complicada. Y el plazo electoral hace que sea difícil tomar decisiones de largo plazo. En las asambleas ciudadanas una de las condiciones es que los mandatos sean cortos, entonces no tienen ningún interés más allá del rol que va a jugar durante unos meses”, remata sobre las ventajas de este sistema.

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Imagen vía Editorial Consonni.

Para qué sirve una asamblea ciudadana elegida por sorteo

Concretando, el sorteo cívico es un mecanismo especialmente útil para tres cuestiones. “La primera, definir las propias reglas del sistema democrático. La segunda, responder a preguntas controvertidas o conflictivas en las que los partidos no se ponen de acuerdo. Y la tercera, realizar preguntas a largo plazo”, cuenta Mendiharat. Entonces, en España, ¿sería una opción para una posible reforma constitucional? “Entraría en las tres y tendría muchísimo sentido. De hecho, hay precedentes en Islandia o Alemania”, asegura la autora.

“Sería maravilloso tener una asamblea ciudadana en España sobre la reforma constitucional o sobre cualquier tema. Pero tampoco hace falta irse tan arriba”, continúa diciendo Ganuza. “Por ejemplo, sobre la pandemia para decidir cuándo confinamos una ciudad o qué criterios utilizamos, de manera que la gente tenga información, que esta sea transparente y que todos sepamos qué hacer”, señala el autor. “El coronavirus es una oportunidad magnífica porque es un tema que necesita consenso para encontrar la mejor fórmula posible y que las medidas que se tomen se acepten desde la población”, dice, por su parte, Mendiharat. “Además, sería una forma de ir poniendo en práctica este tipo de mecanismos y que la gente pueda experimentarlos en primera persona o verlos de cerca y valorar si podría servir para otro tipo de temas”, añade.

Ciertamente, las experiencias recientes demuestran que estas herramientas se pueden utilizar a cualquier nivel. “En el mundo aproximadamente la mitad de los procesos deliberativos se organizan a nivel municipal, el 25% a nivel federal o regional, el 15% a nivel estatal y el resto a nivel supranacional. Las estatales tienen más visibilidad, pero en cualquier lugar donde haya temas polémicos o que necesiten esa visión conjunta de largo plazo es un método muy válido”, señala Mendiharat.

Volviendo a nuestro país, Ganuza afirma: “Sería interesante utilizar estos procesos en la política de agua, que en España es un problemón y nadie toma decisiones porque hay un montón de intereses y dependencias económicas. En Madrid podría utilizarse para hablar de la movilidad: cuál fomentamos, qué criterios adoptamos. Pero también sobre la economía, que afecta al bienestar. En el fondo no está pegado a ningún tema ni ámbito territorial. Es querer tomar decisiones entre todos de una manera democrática”.

Para garantizar su buen funcionamiento, Mendiharat aclara: “Existen dos tipos de asambleas ciudadanas, las que emiten una recomendación que sirve a los votantes de un referéndum para tener información y ayudar al voto, y las que emiten sus recomendaciones al gobierno de modo que este gobierno decide qué hacer con ellas. En ambos casos es importante que se pueda tener acceso de manera muy transparente a todo el proceso. Desde la elección de las personas o la información que les llega a las sesiones plenarias, que se emiten en streaming”, como ocurrió en Irlanda, donde los medios de comunicación siguieron su trabajo al detalle. “Es importante que las personas en la calle vean que en esas asambleas participan personas como ellas porque confiamos más en esas personas que en personas que llevan años en un cargo y sentimos que están desconectados de la realidad”, añade.

De cara al futuro, cuesta creer que los partidos políticos estén dispuestos a ceder parcelas de poder a las asambleas ciudadanas u otros mecanismos de participación. Sirva como muestra Madrid y, concretamente, el Observatorio de la Ciudad, caso que también citan en el libro. Este órgano permanente de participación fue creado por el gobierno de Manuela Carmena, pero al cambiar el gobierno el pleno del ayuntamiento derogó su reglamento con los votos de PP, Ciudadanos y Vox.

“Nosotros acabamos el libro diciendo que, si los partidos no son capaces de ver la amplitud de la crisis en la que están, la crisis de confianza y representación, y si realmente no se toman en serio estos mecanismos y los aplican de manera seria, vamos a empezar a plantear cómo cambiar completamente el sistema, prescindir de los partidos políticos y pensar un sistema basado en el sorteo para la elección de los cargos políticos”, concluye Mendiharat.

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