'Magnum. El cuerpo observado': pararse, mirar y mirarse
La exposición de la Fundación Canal recopila el trabajo de 14 fotógrafos de la Agencia Magnum. ¿El objetivo? El cuerpo y todas las preguntas que este suscita en torno a la identidad, la intimidad o la madurez
Tras varias semanas de cierre por encontrarse en una de las zonas básicas de salud confinadas en Madrid, la Fundación Canal reabre sus puertas, y con ella también lo hace la exposición Magnum: El cuerpo observado, que podrá visitarse de manera gratuita hasta el 28 de marzo de 2021.
La exposición reúne 136 imágenes de 14 destacados fotógrafos de la agencia Magnum Photos. ¿El objetivo? El cuerpo humano como forma de expresión, no solo para las personas fotografiadas, sino también para aquellos que estaban detrás de la cámara. El cuerpo ha sido y es un tema fundamental en la historia del arte: pintura, escultura, arquitectura, danza, teatro, circo… Cualquier manifestación artística ha hecho de la fisicalidad su centro de atención en algún momento de la historia.
Podríamos preguntarnos: ¿por qué? ¿Es un interés anatómico, casi funcional, como le ocurría al pintor italiano Miguel Ángel? ¿O roza el egocentrismo y la superficialidad? ¿Es el cuerpo un punto de partida para hablar de muchos otros temas relacionados con nuestra humanidad, con nuestra presencia? ¿Es garantía de existencia, de influencia? ¿Cuáles son sus límites, aquello que precisamente nos recuerda que, más allá de nuestro afán por existir e influir, nunca podremos abandonar nuestra condición animal? ¿Es una forma de catarsis, de demostrarnos que estamos vivos?
En la exposición organizada por las comisarias Montserrat Pis Marcos (Sainsbury Centre) y Emily Graham (agencia Magnum), la respuesta a todas estas preguntas es: sí. Las mil y una razones por las que el cuerpo ha resultado motivo de interés, frustración, atracción y rechazo en la historia del arte están presentes en esta exposición.
Desde el interés más clásico por la estetización del cuerpo que vemos en fotógrafos como Herbert List (con sus cuerpos atléticos y apolíneos, retratados en Grecia) o Werner Bischof (con siluetas reconocibles, en blanco y negro); hasta una canalización de la corporalidad en el gesto, como ocurre en las fotografías de Philippe Halsman. Este último es conocido por su técnica del «salto»: entre 1952 y 1958, pediría a todos los modelos que fotografiaba que saltaran al final de la sesión.
Grace Kelly, Walter Gropius o Salvador Dalí serían algunos de los artistas retratados por el estadounidense en el aire. Ese salto tendría mucho que ver con el gesto, con la capacidad de controlar las expresiones de nuestro rostro, tal y como explicaría el propio Halsman: «Cuando el sujeto salta, en un repentino estallido de energía, supera la gravedad, no puede controlar sus expresiones, sus músculos faciales y las extremidades. La máscara cae».
Porque tal y como señala Montserrat Pis Marcos, comisaria de la exposición, el objetivo de estos 14 artistas es «capturar la autenticidad». Ahora bien, para cada uno, la autenticidad significa algo diferente. Por ejemplo, para Alessandra Sanguinetti, fotógrafa de origen argentino, la clave para entender la presencia y la corporalidad está en el paso del tiempo. Sanguinetti retratará el viaje a la madurez de Guille y Belinda, dos primas a las que conoce en una granja de Maipú (Argentina) cuando apenas tenían nueve años. Las fotografías de Sanguinetti siguen las transformaciones físicas y psicológicas de las niñas a medida que se convierten en mujeres; un viaje de la infancia a la adolescencia y finalmente a la edad adulta, pero con un filtro poético, que convierte cada retrato en puro realismo mágico.
Y de la literatura construida en esos cuentos que son las imágenes de Guille y Belinda saltamos a la pintura. Las imágenes de Antoine D’Agata desprenden una gran plasticidad, y al mismo tiempo, son probablemente las que retratan un dolor más encarnado en toda la exposición. Porque sus cuerpos son siluetas desenfocadas, en las que el cuerpo humano se convierte en un mero borrón en espacios cotidianos que se vuelven claustrofóbicos. Sus figuras son seres desarraigados, fragmentos de carne que recuerdan a las pinturas de Kevin Bacon. Él mismo admitiría que sus imágenes «son, en cierta manera, abstractas. Muestran dolor, miedo, deseo; hablan de cosas que todo el mundo conoce».
Tal y como cuenta la comisaria Pis Marcos, el fotógrafo francés persigue con su objetivo a aquellos que viven en el límite de la sociedad, a prostitutas, drogadictos o sin techo, pues asegura que la fotografía le permite «acceder al mundo de la oscuridad» y que es en esas personas en las que encuentra «la dignidad en su forma más pura». Unas imágenes bañadas por lo maleable de la pintura y esa cruda realidad que revela la fotografía.
La noción de catarsis, que está presente en las imágenes de Antoine D’Agata, se convierte sin embargo en protagonista absoluta en la serie de la fotógrafa española Cristina García Rodero. Entre 1974 y 2010, Rodero retrataría el folclore y las fiestas religiosas en España, con un foco especial en el territorio gallego. Podemos hablar de catarsis en estas tradiciones porque la búsqueda de la espiritualidad pasa precisamente por el dolor, por la reafirmación de los sentidos. Se rinde un homenaje a la muerte demostrando al propio cuerpo que estamos vivos. En los rituales que fotografiaría Rodero, el uso del cuerpo tiene que ver con lo festivo, pero también con lo penitencial. El cuerpo se convierte en escenario y detonante de la catarsis, en vehículo para el sacrificio y el posterior despertar.
La exposición finaliza con una galería en forma de túnel dedicada a las fotos en blanco y negro. La primera parte está protagonizada por Eve Arnold, la primera mujer en unirse a la agencia Magnum, en 1957.
En los retratos que Arnold realizaría de Joan Crawford, la estrella de Hollywood, para la revista LIFE, resulta llamativa una serie en concreto: la actriz insistía en ser fotografiada justo en los momentos en que se hacía la manicura, le teñían el pelo y le depilaban las piernas o las cejas, para así «demostrar su dedicación al público». Para Crawford, el cuidado corporal y facial era una suerte de sacrificio de cara a sus seguidores, y estas imágenes generan una reflexión muy interesante en torno al poder de la imagen física en la construcción de un ídolo o líder.
Al igual que dedicaba horas a preparar un papel para la película, Joan Crawford entendía que su aspecto físico y un estilo muy cuidado eran parte esencial de su oficio. «Básicamente, lo que estamos viendo es la fabricación de Joan Crawford, cómo llegar a esa imagen de ídolo, de icono de masas, que ella misma había construido y quería mantener», reconoce Pis Marcos. Su deber era «mirarse» continuamente para situarse en los ojos del público, exigirse una autoevaluación constante que le permitiera moverse con cautela dentro de la imagen pública que habían erigido en torno a ella.
Si apenas empleamos cinco minutos para echar un vistazo a estas fotografías de Crawford maquillándose o arreglándose, la conclusión será que no conllevan reflexión alguna, que son imágenes vacías. El cuerpo, la imagen y la mirada son conceptos que inmediatamente pueden remitirnos al mundo de las primeras capas, de lo instantáneo; siempre y cuando seamos nosotros los que nos limitemos a nadar en esa superficialidad.
Por ello una exposición como esta es tan necesaria: porque pide tiempo, distancia. Porque estas fotografías exigen el esfuerzo de nuestro pensamiento y entrañas para mirar los cuerpos de aquellos que fueron retratados, y así tomar conciencia de nuestra propia corporalidad. Por eso mismo, no lo duden, tomen unas horas de su tiempo y acudan a la Fundación Canal con el valioso objetivo de pararse, mirar y mirarse.