Florian Zeller: «Creo absolutamente en la inteligencia del espectador»
Hablamos con Florian Zeller sobre su primera incursión en el cine, ‘El padre’, en la que Olivia Coleman interpreta a una hija que sufre el deterioro mental de su padre, Anthony Hopkins
La entrada en la treintena le pilló a Anthony Hopkins (Gales, 1937) de gira teatral por el norte de Inglaterra. Al pasar frente a un restaurante tras una función en una pequeña ciudad, se sintió atraído por la música que sonaba en el interior del local. De vuelta al hotel, el actor intentó rescatar aquella melodía al piano. Invirtió tres días en tanteos a las teclas y con su obsesión sacó de quicio al personal y al resto de inquilinos. Durante décadas ha acariciado la idea de trabajar en una película que incluyera en su banda sonora aquella fascinante canción, el aria Je crois entendre encore, de la ópera de Bizet Los pescadores de perlas.
En su último filme, El padre, no suena una, sino hasta tres veces. El sueño de su realizador, Florian Zeller, era contar con el artista británico para interpretar a su protagonista. «Al cumplir mi anhelo, lo menos que podía hacer era hacer realidad el suyo por triplicado», compartía el director francés en el pasado Festival de San Sebastián, donde la película se alzó con el Premio del Público.
La ópera prima que los ha unido aborda la demencia senil desde el punto de vista de la víctima, pero no es un drama familiar, un thriller de suspense ni una película de terror, sino todos estos géneros amalgamados de manera turbia, como la confusa mente de su anciano protagonista.
El hasta ahora dramaturgo francés, considerado por el periódico The Guardian «el autor teatral más apasionante de nuestra época», debuta en el cine con esta adaptación de su obra homónima, que en las tablas de nuestro país estuvo interpretada por Héctor Alterio.
¿De dónde surgió la necesidad de no sólo llevar esta obra de teatro al cine, sino de dirigirla tú mismo?
Lo experimenté como un deseo muy fuerte cuando monté la pieza en diferentes países. En cada función, había un momento en el que la energía de la obra se transmitía al público, que vivía un proceso catártico. A menudo, después de la representación, venían espectadores a compartir conmigo sus propias experiencias. Y para mí el cine es eso, un intercambio de emociones.
¿Por qué has optado por ponerte el debut más difícil rodando en inglés?
Olivia Colman es la mejor actriz de habla inglesa, y Hopkins estaba tan asociado a mi deseo de hacer esta película, que cuando escribí el guion, el personaje ya se llamaba Anthony. Soñaba con él, no solo porque me guste muchísimo como actor, sino porque tenía la intuición de que iba a estar extraordinario en este papel.
¿Cuáles de sus cualidades como intérprete eran las que te tenían tan convencido?
Hopkins siempre ha sido un hombre que ha representado el control y la inteligencia, así que la audiencia podía asistir a un hundimiento profundamente abrumador al verlo perder el control, desestabilizado. Ha sido más complicado rodarla en inglés que en mi lengua, pero sólo quería hacerla si era con Hopkins. Desde luego, la decisión implicaba adentrarme en un territorio más desconocido, pero mis motores eran el deseo de hacer este filme y el amor que siento por los actores. Y cuando tienes eso, ya estás armado para afrontar todos los desafíos.
Según la Organización Mundial de la Salud, el número total de personas con demencia alcanzará los 82 millones en 2030 y los 152 en 2050. ¿Cuál crees que puede ser el efecto de esta película en el público frente a una enfermedad tan presente?
Como dices, por cuestiones demográficas, esta enfermedad nos concierne a todos. Cuando afrontamos situaciones traumáticas, lo hacemos con la impresión de estar solos viviendo algo así, pero en la forma artística se nos recuerda que son experiencias que tenemos en común. Incluso en el sufrimiento hay algo bello en compartir una emoción. Mi intención no es agobiar a la gente, sino todo lo contrario, hacerles bien. El hecho de poder sentirnos parte de algo más grande, que afecta a la humanidad en su conjunto, nos da consuelo.
Al narrar esta película desde el punto de vista de la persona que pierde el contacto con la realidad, hay momentos de película de terror. Supongo que ahí también reside tu preferencia por Anthony Hopkins.
Sí, inicialmente mi tratamiento es de thriller, plasmo sensaciones de ansiedad y de temor. Y para ese género, Hopkins es el actor ideal, porque es el maestro del peligro y de la situación angustiosa.
¿Tuviste en cuenta los códigos del género?
Lo que no quería es que a los tres minutos el espectador se dijera, “ah, tiene Alzheimer. Ya está, ya lo entiendo”. Creo absolutamente en la inteligencia del espectador. De hecho, no me gustan las películas donde no tengo ningún trabajo que hacer. Quería que la audiencia viviera situaciones contradictorias, a las que tuviera que buscar el sentido, asociar secuencias y entender la cronología. Para mí era fundamental obligarle a entrar en ese laberinto de una forma activa. Dejar ese espacio de interpretación es más poderoso y poético. La película es como un puzzle donde intentas buscar la combinación entre las piezas, pero nunca encajan, porque falta una. Llega un momento en el que hemos de aceptar que nuestro cerebro no va a ser capaz de lograr la combinación. Y al resignarnos, la película se comprende desde un plano diferente, el emocional. No quería proponer un juego mental, algo intelectual ni conceptual, sino procurar una relajación y llevar al espectador a un lugar de emoción pura, la más ancestral y simple, que es el momento de decir adiós a una persona.
Tu madre era lectora de cartas de tarot, ¿te ha influido en el misterio que suele haber en tus textos?
Efectivamente, procedo de un medio que no era cultural. Mi educación literaria se basó en escucharle contar historias. Se me ha educado con la presencia de cosas invisibles. Así que aunque no de forma voluntaria, ocupan su lugar en mis historias.
En el pasado declaraste que no hay una experiencia como el teatro, pero te escucho muy entusiasmado con el cine. ¿Has cambiado de opinión?
El cine me apasiona, pero no quería rodar por rodar. Esta aventura con estos actores ha sido fuerte, intensa y un regocijo.
¿Tienes planes para un próximo rodaje?
Hay una película que me gustaría rodar este año, pero en el mundo en el que vivimos no sé si será posible. Ya la tengo escrita, será una adaptación de mi obra El hijo.
A lo largo de tu carrera también has abordado la depresión adolescente y el síndrome del nido vacío. Respectivamente, en tus obra de teatro El hijo y La madre. ¿De dónde viene tu necesidad de desestigmatizar los desequilibrios mentales?
No es algo programado. No es que tenga un plan, sino que son cuestiones que me parecen relevantes. Hay, por ejemplo, adolescentes que afrontan un gran sufrimiento al que no saben ponerle nombre. Su zozobra acaba por convertirse en un fracaso escolar, pero solo necesitan un diagnóstico y que se les ayude. En Francia hay mucho tabú, no se habla de las enfermedades mentales. Hay mucha ignorancia. Quiero que la gente se pierda en mis tramas y se reconozca en su propia historia, que encuentren un eco y aprehendan de forma diferente.