Lucian Freud y Francis Bacon, animales contemporáneos
La galería Marlborough de Madrid muestra una serie de grabados de Francis Bacon y Lucian Freud, dos artistas británicos con vidas y obras intensas
En 1952 Eisenhower fue elegido presidente de Estados Unidos, la URSS participó por primera vez en unos Juegos Olímpicos, Berlanga estrenó Bienvenido Mr. Marshall y el artista británico Lucian Freud pintó un retrato de su amigo, también pintor, Francis Bacon. Ambos compartieron intereses artísticos (la profundidad psicológica o la atracción por el cuerpo) y vitales (el juego o el sexo), y son dos de los artistas británicos más importantes del siglo XX. También de los más cotizados: en 2008, un cuadro de Freud pasó a ser el más caro vendido por un artista vivo, y en 2014 una serie de Bacon se convirtió en la obra de arte más cara en una subasta alcanzando los 142 millones de dólares. El lienzo era, precisamente, Three Studies of Lucian Freud. Su intensa amistad retroalimentó su arte hasta que, en cierto momento, la relación se quebró. Se rompió de tanto usarla, que diría la canción. Ahora, la Galería Marlborough de Madrid muestra un diálogo entre la obra gráfica de estos dos maestros contemporáneos. ‘Bacon & Freud. La condición humana’ se puede visitar hasta el 27 de febrero.
La condición de humana es el título de un ensayo filosófico de Hannah Arendt y de una novela de André Malraux. No es que el existencialismo sea el protagonista de esta historia, pero algo tiene que ver. Si para Sartre el hombre no es más que lo hace de sí mismo, Freud y Bacon hicieron de todo. Lo que se pregunta esta muestra es qué hace humano lo humano. Qué nos aleja y que nos acerca a las pulsiones animales.
Lucian Freud (Berlín, 1922 – Londres, 2011) y Francis Bacon (Dublín, 1922 – Madrid, 1922) comparten una visión de la crudeza humana, pero con distintos grados. El primero era nieto del padre del psicoanálisis, Sigmund. Cuando tenía ocho años abandonó Alemania con su familia huyendo de los nazis. En Inglaterra no fue demasiado a clase hasta que se matriculó en una escuela de pintura dirigida por Cedric Morris, un artista homosexual conocido por sus coloridas flores y sus retratos. En esta escuela empezó a desarrollar su estilo en serio. Es fácil imaginar a Lucian en los últimos años 30, con sus facciones marcadas y sus ojos despiertos, vistiendo jerséis de lana, inmerso en debates intelectuales y cerveza mientras el mundo se oscurecía.
El joven Bacon, que llegaría a convertirse en uno de los maestros del expresionismo figurativo, no tuvo una infancia menos difícil. Su padre, exmilitar, bien relacionado, imponía en casa una severidad que chocaba con el carácter de su hijo. El propio Bacon narró después algunos episodios de su vida retorciendo los hechos con dramatismo, como hacía con sus imágenes. Así, no está claro que su padre le pegase al descubrirlo disfrazado de mujer, pero sí que lo echó de casa al enterarse de que era homosexual.
En la muestra de la galería Marlborough están replicadas en grabados más de 30 pinturas que abarcan casi tres décadas de su producción. La suya es una pintura densa, de una carnalidad furiosa, pero que se vincula con un aspecto muy mental. Hay cuerpo y fisicidad y tensiones a punto de estallar. El dramatismo (acentuado con bocas que gritan, con miembros sangrantes) aparece en todas su obras, crudas o lascivas o todo a la vez.
Una de las más icónicas es Second Version of Triptych 1944, reproducida en la galería. En esta obra aparecen unas figuras más o menos orgánicas sobre un fondo rojo sangre. Hay dolor, violencia animal e inspiración en la tradición, como una Crucifixión que ha conocido el siglo XX.
Él, de algún modo, también era un ser torturado. En 1971, a punto de inaugurar una gran exposición en París, Bacon encontró a su amante George Dyer muerto en el baño de su habitación de hotel. La relación había sido agitada: Dyer era un bala perdida y Bacon una estrella ascendente, disfrutón pero un intelectual, al fin y al cabo; y aunque su carácter fuera explosivo acabó cansándose de los circos que Dyer montaba en pubs después de ingerir ríos de alcohol. Al final, Dyer puso punto final con una sobredosis.
Bacon era arrollador, Freud tenía un punto reservado. La pintura de Bacon evoca agresividad, la de Freud, sobre todo, frialdad. Bacon tomaba fotografías de sus amigos y a partir de ahí pintaba sus cuadros. En cambio, Freud prefería trabajar con modelos . En su primera etapa, Freud pintaba ojos grandes, mientras que Bacon deformaba la cara y muchas veces los ojos ni siquiera aparecían, como sucede en Second Version of Triptych.
El cuadro que Lucian Freud pintó de su amigo Francis Bacon desapareció en los 80, durante una exposición en una galería de Alemania. Nunca más se supo de él. Sin embargo, esta no fue la única vez en la que uno retrató a otro: existe un dibujo a lápiz titulado ‘Estudio de Francis Bacon’ en el que Lucian sube el tono y le retrata con el pantalón desabrochado y la camisa abierta, en una actitud claramente insinuante. ¿Qué diría el bueno de Sigmund sobre estos puntos de erotismo? Fue vendido en 2018 en Christie’s.
Por supuesto, a ambos les encantaba el juego. Casa bien con su carácter: apostar consiste en guiarse por los instintos y los impulsos, en la posibilidad de ganar o perder todo. Así, Freud era vitalista hasta el exceso. Podía gastar sumas millonarias en carreras de caballos. Según una de sus esposas, Caroline Blackwood, era directamente un ludópata.
Pero no era solo un pasatiempo. Los caballos permiten pensar de nuevo en lo que significa la condición humana. «Mi tema preferido son los seres humanos. Estoy muy interesado en ellos como animales», llegó a decir Lucian. Ahí es nada. En La vida pintada, un documental sobre Lucian Freud, David Hockney , santo y seña del arte pop, asegura que su colega siempre estaba persiguiendo a las chicas. Lucian tuvo al menos 14 hijos. De distintas esposas y amantes, se entiende.
Esta atracción por lo animal, por lo biológico, se vincula con su fascinación por los desnudos. En ellos, su realismo es de esos que transpiran, que se vuelve casi desagradable por ser demasiado explícito. Sólo casi. Con sus característicos trazos gruesos, que intentan abarcar la vida, pintó a Kate Moss en 2002. En 2008, su obra Benefits supervisor restings, que mostraba a una trabajadora social desnuda, se convirtió en el cuadro más caro de un artista vivo (más de 33 millones de euros). Entre los que pintó con ropa se encuentran la reina Isabel II o el barón Heinrich Thyssen. Tanto en los cuadros como en los grabados, Freud subraya la carne que se va arrugando.
La intensidad de Francis Bacon permitió a Lucian Freud hacer su pintura más arriesgada y enérgica. No obstante, la condición humana también implica daño. A medida que ambos artistas iban apareciendo en más catálogos y más muestras, su cotización iba ascendiendo. Con el tiempo, la relación se resintió. Sebastian Smee afirma en su libro El arte de la rivalidad que, en un momento de cabreo, Bacon le espetó a un conocido que el problema de la obra de Lucian residía en «que es realista sin ser real».
Sin entrar en qué es más real, que esto tampoco va de raperos, lo cierto es que está documentada la influencia del cine en Francis Bacon. Particularmente, las películas del ruso Eisenstein. Además, la relación con el séptimo arte se replica en la actualidad: el director Christopher Nolan ha reconocido que es su artista favorito.
De Bacon, a Nolan le seducen las «distorsiones de la memoria», la desolación y las emociones que transmite, que, «si bien podrían hacer sentir incómodo al espectador», permiten pensar en las limitaciones de la experiencia humana. El problema con la memoria aparece de forma evidente en Origen. Además, su Joker de El caballero oscuro es un ser torturado y enfermizamente expresivo.
No sabemos cómo le va en el amor a Nolan, pero ese es el terreno más turbulento de Bacon. George Dyer no fue la única relación tormentosa que se saldó con resultados catastróficos. En los 50 conoció a Peter Lacy, expiloto de la RAF. Con él, Bacon doblaría su apuesta autodestructiva. Mantuvieron una relación obsesiva que incluyó discusiones fortísimas, rayanas el sadomasoquismo.
En este punto saltamos a España. Aquí, algunas de las imágenes más conocidas de Bacon son las interpretaciones que hizo del Retrato de Inocencio X, una de las obras maestras de Velázquez. En ella, el genio español metió una marcha magnética e hiperrealista en el barroco. Bacon reinterpretó esta visión del Papa decenas de veces, pintándolo como un monstruo espectral. La obsesión con esta figura habla de poder, de control, de represión… Según Smee, estos cuadros del Papa son en realidad retratos de Lacy.
Hay más: Smee sitúa en Lacy el principio del fin de la relación entre Freud y Bacon. En una de las sesiones de violencia y humillación a las que sometía a Francis, el expiloto llegó a lanzarle por una ventana desde una altura de cuatro metros. Bacon sobrevivió, pero le quedaron heridas en la cara y lesiones. Al enterarse, Freud entró en cólera. No fue a por Lacy, pero no pudo manejar su rabia e impotencia. Sentía que no podía hacer nada por alejar a su amigo de la espiral de violencia en la que se había metido porque, en el fondo, parecía que le gustaba. Así, optó por alejarse de él. La relación se iría torciendo con el paso de los años. Además, el cuadro robado en los 80 jamás apareció.
Bacon murió en Madrid en 1992 justo antes de que se inaugurase una gran exposición sobre su obra. Ahora, en Marlborugh se rencuentra con Freud. Son grabados, pero se hacen carne.