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Uxue Alberdi: «Nuestra generación ha sido una generación muy sexualizada; nuestro deseo ha estado fuera de nosotras mismas»

‘Jenis Joplin’ (Consonni, 2020) es una novela vertiginosa, rockandrollera, en la que presente y pasado se entrecruzan constantemente

Uxue Alberdi: «Nuestra generación ha sido una generación muy sexualizada; nuestro deseo ha estado fuera de nosotras mismas»

Dani Blanco | Cedida por la editorial

La escritora vasca y bertsolari Uxue Alberdi acaba de publicar en Jenisjoplin (Consonni, 2020), Premio 111 Akademia en 2017. Una novela que, en su edición original en euskera (en la editorial Susa), cosechó excelentes críticas y una cálida acogida por parte de los lectores y libreros. Salida a la venta a finales del año pasado en su edición castellana, con traducción de Irati Majuelo Itoiz, ya va por su segunda edición y su estima entre los lectores en castellano no para de crecer.

No fue un sueño

Se puede decir que el ambiente que sirve de contexto a la historia que se nos cuenta en Jenisjoplin le acompaña a Uxue Alberdi (Elgoibar, 1984) desde su más tierna infancia. Un recuerdo de los tres o cuatro años: la escritora recuerda ir a ballet al gaztetxe de su pueblo. Un día, camino de las clases, vio a una de sus amigas abrazar a una chica escuálida, que habitaba el primer piso del edificio, junto a otros seres igual de raquíticos y demacrados. Eran los yonkis de los ochenta, hundidos por la heroína. La escritora recuerda a su amiga diciendo: «es mi tía». Y se recuerda a sí misma pensando: «Una tía puede ser yonki y una yonki puede ser tía».

Más recuerdos, un poco después. «Nos decían el sida te deja sin defensas, nos decían que no jugáramos con las jeringuillas, nos hablaban de yonkis, veíamos a los yonkis camino de la escuela, debajo del puente», nos cuenta al teléfono la escritora vasca, rememorando su infancia.

Otro recuerdo, de la juventud: la sensación de darse cuenta de que había muchas cosas a su alrededor sobre las que no se podía preguntar: pintadas, mensajes, carteles. «Sabías que no podías hablar demasiado, sabías que según cómo hablaras podías delatar a tu familia. Empezabas a tomar conciencia de cómo estaba dividida la sociedad y cómo nos posicionábamos a nosotros mismos y a los demás», recuerda Uxue Alberdi.

Uxue Alberdi: «Nuestra generación ha sido una generación muy sexualizada; nuestro deseo ha estado fuera de nosotras mismas»
Imagen vía Editorial Consonni.

Y ya el último y fundamental. Así lo evoca Alberdi: «Me hice amiga en mi juventud de algunas chicas que provenían de familias migrantes (andaluces, gallegas, extremeñas); sus familias no eran todas iguales, pero a través de ellas accedí a barrios en los que nunca había estado, que solo había visto de lejos, desde el coche». Se daba cuenta de la diferencia entre estas amigas nuevas y ella misma. Cosas llamativas, como que en su casa el suelo era de madera y en el de sus amigas de sintasol. Que en su casa había libros, se hablaba euskera y en la casa de sus amigas no. El padre de Alberdi era profesor de euskera, ha hecho gramáticas. Su madre es librera y bordadora. Por el contrario, algunas de las madres de estas amigas nuevas de la juventud eran semi-analfabetas.

Además, sus amigas se reunían en un local donde convivían una ikurriña y una bandera española. Tenían un sofá con una Playstation, un picadero, una cocina donde los novios de éstas traficaban con droga. Se dio cuenta de sus diferencias, de que ella era «una empollona, euskaldún, venía de una familia de lo más formal». Al entrar en contacto con este mundo tan diferente al suyo, «me deshice de algunos lastres, me sentí aceptada de otra manera y descubrí que en ese ambiente se habían heredado cosas que yo no había heredado», nos cuenta. La clase social, la ideología, la identidad, las diferentes posiciones de poder…  Todo ese ambiente se quedó en el cuerpo y en la mente de una generación, su generación, y le obligó a Alberdi a revisar su (aparente) normalidad. Para poder hablar de ello, la escritora vasca se sirve en Jenisjoplin de Nagore Vargas, un personaje vital y apasionado, violento y ardorosamente sexual, cuya dialéctica es la adrenalina de la lucha política y la carne. Un personaje que es casi el reverso de ella misma. «Gracias al personaje de Nagore Vargas -nos dice- pude crear una plataforma para poder hablar de estos temas desde un sitio seguro. Quería hacer una novela de personaje y el personaje no era un medio para poder hablar de estos temas, sino que era central». Y añade: «Me interesaba pensar cómo nos construye todo lo heredado: la identidad, la ideología, el idioma».

Una arqueología de las emociones para acabar con la (inquisidora) mirada masculina

Durante su segundo embarazo, Uxue Alberdi tomó algunas notas fragmentarias de lo que iba a ser su futura novela y tradujo a Alfonsina Storni (y el dato no es baladí porque el mar juega un papel fuertemente metafórico en esta novela: primero como ente hostil y luego como espacio de calma). En febrero de 2016 dio a luz a su segundo hijo y en septiembre de ese mismo año comenzó con la escritura seria de Jenisjoplin.

Dedicaba al principio unas cuatro horas al día, pero ya hacia el final «me volvía loca y le dedicaba bastantes horas», nos dice. La terminó de escribir el verano de 2017 y ese frenesí final de escritura se nota en la novela. Pues se trata de una novela vertiginosa, rockandrollera, en la que presente y pasado se entrecruzan constantemente. El texto comienza en el año 2010, cuando a la joven Nagore Vargas (a quien su padre llama cariñosamente Jenisjoplin) le diagnostican el VIH. El sida pone fin a su libertinaje sexual (y a su libido). A partir de aquí, este personaje kamikaze, activista de izquierdas, cuya vida ha estado guiada por las pasiones y el frenesí, se verá obligado a detener la marcha y (re)examinarse. En este momento aparecerá en su vida Luca, quien será su compañero leal y amoroso, familiar, paciente y lleno de cariño, hasta el final de la historia, dejando atrás toda una serie de conquistas amorosas; relaciones sexuales mediadas por la voluntad de poder (y que son, de alguna forma, herencia masculina de su padre, quien es una importante presencia tutelar durante todo el texto). Y es que, como la propia Nagore dice: «Era incapaz de socializar sin valerme del sexo. En mis relaciones con los demás ponía siempre algo carnal […] Apagada la energía sexual, no sabía cómo actuar».

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Uxue Alberdi. | Foto de Dani Blanco, cedida por la editorial.

Nagore Vargas habrá de aceptar que la cultura de la épica (la lucha política, el activismo, la libertad sexual, la dialéctica de la violencia) habrá de dejar paso a otra cultura más humana: la de la fragilidad (la ternura y los cuidados, el compañerismo y el cariño). Y es que uno de los intereses de Uxue Alberdi en esta novela era el de ”tratar de dibujar relaciones heterosexuales no basadas en el erotismo sino en el compañerismo». Porque «creo que nuestra generación ha sido una generación muy sexualizada y el eje de nuestra identidad sexual y el eje de nuestro deseo ha estado fuera de nosotras mismas. Nos ha construido y nos ha condicionado mucho el deseo masculino». Es precisamente lo que le pasa a Nagore Vargas, que a través de su novio Luca, pero también de su amiga Irantzu “empieza a poder ver a los hombres y a las mujeres de otra manera y a poder mirarse en esos espejos y verse de otra forma a través de ellos».

En este sentido, en Jenisjoplin se explora la sororidad y es una despedida de la juventud. La propia Nagore lo explica así: «Habiendo cambiado de foco a la fuerza, pude empezar a ver cómplices donde antes percibía competencia o presencias apenas visibles […] La castración facilitó que reservara para mí el tiempo que antes dedicaba a la caza y utilizara la fuerza que malgastaba en conquistar para cuidarme a mí misma». Así, finalmente se abre a las mujeres.

«Ese compañerismo entre mujeres es vital -nos dice Alberdi- necesitamos compartir herramientas y buscar maneras de compartir conocimientos porque estas estructuras no están construidas». Y pone el ejemplo del bertsolarismo (bertsolaritza): «Nosotras hemos tenido que construir escuelas de versos para mujeres, de empoderamiento para mujeres bertsolaris, actuaciones en las que cantamos solo mujeres bertsolaris y todo lo hemos tenido que construir nosotras en los últimos diez años». Nos cuenta que se les ha recriminado que sea una construcción artificial o tramposa, pero para los hombres esas estructuras han existido desde siempre. Es cierto que no son naturales, comenta Alberdi, pero tampoco lo son las de los hombres. Y añade: «Las alianzas entre los hombres no se ven, se han vuelto invisibles». Lo cual no significa que no estén.

Todo esto se puede ver en Jenisjoplin. Gracias a la toma de conciencia que implica la enfermedad. En el caso de Nagore, nos dice Alberdi «que ella empieza a ver cómo le ha afectado estar tan atada a su padre biológico, pero también a todo lo masculino; cómo todo esto la ha construido y qué precio ha tenido que pagar, qué cosas no ha podido ver y qué cosas no ha podido vivir». Y es que a Nagore le cuesta mucho aparecer vulnerable públicamente, pedir ayuda, que alguien le dé un consejo. «Le pasa también a muchos hombres», añade Alberdi. Sin embargo, a través del diagnóstico del sida y gracias a los compañeros de viaje, «empieza a dar algunos pasitos”, concluye. No obstante, la novela termina justo 6 meses después de que Nagore Vargas salga del hospital, así que no sabemos muy bien cómo continuará la cosa. El cambio, de cualquier forma, ya ha sucedido.

Escribía Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas (1978): «La retórica de fin del mundo suscitada por el sida hace precisamente eso. Ofrece una contemplación estoica, finalmente abrumadora, de la catástrofe». Y eso es precisamente lo que nos ofrece Jenisjoplin: el fin catastrófico de una masculinidad inoperante.

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