Amarna Miller: «Mi proceso de desintoxicación cosmética fue superpositivo»
En ‘Vírgenes, esposas, amantes y putas’, Amarna Miller analiza el complicado rompecabezas que significa ser mujer en la sociedad actual
Cuando Amarna Miller (Madrid, 1990) empezó a escribir Vírgenes, esposas, amantes y putas, lo hizo con la firme intención de lograr analizar el complicado rompecabezas que significa ser mujer en la sociedad actual, compartiendo de paso algunas de sus experiencias personales. «Lo que busco es abrir un espacio para el debate donde poder reflexionar sobre el vínculo que las mujeres tenemos con los diferentes ámbitos de nuestra vida: la relación que formamos con los hombres, con otras mujeres y con nosotras mismas. Cómo nos enfrentamos al sexo. De qué manera gestionamos nuestra identidad pública. Las contradicciones que desafiamos en nuestro día a día. Qué peligros afrontamos de forma estructural. Masticar todas estas ideas para contribuir a dar una perspectiva más compleja al mundo y alcanzar algún tipo de verdad», expone en su libro la autora.
El ensayo, publicado por Ediciones Martínez Roca, da fe de la versatilidad profesional de Miller, licenciada en Bellas Artes y activista en favor de los derechos de la mujer, que dejó su trabajo como actriz de cine para adultos a los veintiséis años, y actualmente cuenta con un podcast y un programa de entretenimiento emitido en el canal de Youtube de Badoo (Este es el mood). «El comunicar de la manera en que yo lo estoy haciendo, y seguir por esos derroteros, me parece maravilloso. Esta incursión en el mundo literario también me ha gustado mucho y me gustaría seguir escribiendo, así que creo que por ahí van a seguir mis proyectos laborales», comenta ilusionada.
Dices que el proyecto del libro empieza en el mismo instante en que te das cuenta de que tener dos X en tus cromosomas iba a condicionar la manera de relacionarte con el mundo y contigo misma. ¿En qué momento sentiste aquella revelación?
Creo que esa revelación la tenemos desde que somos pequeñas. Hay un punto donde, cuando sobrepasas la niñez, empiezan ya a haber muchas reglas que antes no había, y eres consciente de que se dan porque eres chica. Mi gran trauma de cuando era pequeña es que nunca me dejasen apuntarme a kárate, por miedo a que me pasara algo o por miedo a que estuviese en peligro mi integridad física. Luego, de repente, te das cuenta de que no te dejan ir a la calle sin la parte de arriba del bikini, o que no puedes salir desnuda porque están tus primos en casa, porque resulta que algo ha cambiado. Y lo que ha cambiado es que ya no eres una niña pequeña, sino una mujercita, por lo que las cosas son ya diferentes. Más adelante, con unos veinte años, me puse a reflexionar sobre todo esto y me di cuenta de que el feminismo es una herramienta que me puede servir para analizar todas estas experiencias, y el conjunto de variables que han construido mi identidad como mujer.
Vírgenes, esposas, amantes y putas son cuatro de las principales categorías que se les han impuesto a las mujeres. ¿Cómo piensas que podríais resignificarlas?
Pienso que hay que hacer una labor de apropiación, pues la identidad femenina ha sido construida, en general, a través de expectativas y opiniones ajenas. Debemos decir ‘yo puedo ser todo eso, pero según mis propias reglas’. Hay una labor individual ahí de reapropiación, deconstrucción y crecimiento. Lo primero, para entender qué cosas estamos haciendo porque realmente queremos, y cuáles hacemos porque nos hemos visto presionadas por nuestro entorno o contexto. Y, a partir de ahí, deconstruir esas cosas, decidir hacia dónde queremos ir, y hacerlo.
Hablas de la obsesión por la belleza y del maquillaje (como una tiranía más que como una forma de expresión). ¿Cómo recuerdas tu periodo de desintoxicación cosmética?
Lo recuerdo como un proceso por el que sentía que tenía que pasar. Estuve unos años viviendo en una furgoneta, y allí no tenía espejos. De repente, me di cuenta de lo conectados que estamos a nuestra imagen en nuestro día a día. Antes de salir de casa, nos miramos al espejo, y lo primero que hacemos al levantarnos por la mañana es eso también. Estamos constantemente chequeando nuestra imagen. Para mí, el estar dos años viviendo sin espejos fue un momento de reconectar conmigo misma desde una perspectiva que no tenía nada que ver con la imagen, ni tampoco con lo físico. En mi caso, el proceso de desintoxicación cosmética fue súper positivo, aunque no digo que tenga que ser así para todo el mundo. Durante dos años, estuve prácticamente sin maquillarme, y la ropa no me combinaba, ni yo tenía la intención de que lo hiciera. Me sirvió para darme cuenta del valor que le daba en mi día a día al aspecto físico. Cuando volví a España a vivir, hace ahora un año y medio, volví a tener mi piso normal, con sus espejos, y fue interesante reconectar de nuevo con esa estética, pero hacerlo desde una perspectiva más introspectiva, centrándome en cómo quería yo verme. Empecé a usar el maquillaje como una forma más de expresión, como una manera de crear mi identidad de adentro hacia afuera, y no de afuera hacia adentro. Me di cuenta de que me encanta vestirme de cierta manera, pero según mis propias reglas, no según una decisión ajena de cómo se supone que tengo que vestir o lucir.
¿Consideras que los hombres pueden ser feministas?
Pienso que sí. El feminismo es un movimiento que se ha creado para conquistar espacios y para cuestionar al poder. En la mayoría de espacios, tiene sentido que las mujeres seamos el único sujeto político del feminismo, pues somos las que hemos sufrido históricamente todo el machismo y el patriarcado. Pero, hoy día, hay circunstancias en las que tiene sentido que los hombres también sean sujetos políticos del feminismo. Por ejemplo, yo echo de menos ver a hombres hablando de paternidad. Siempre que se habla de crianza o maternidad, son mujeres las que participan en los debates. Me parecería muy potente y feminista ver en la televisión pública un debate donde un grupo de hombres salgan hablando de paternidad. Sería un acto tremendamente feminista que no estaría liderado por mujeres. Los hombres tienen que entender que el feminismo es una nueva ética, una nueva manera de entender el mundo, y que tenemos que hacerlo juntos. Creo que tiene que cambiar un poco la perspectiva a través de la cual comunicamos los valores del feminismo, porque a veces pecamos de dogmáticas. Es necesario que el feminismo sea algo que se hable y que la gente entienda como algo bueno y positivo.
Hablas de la culpa como herramienta social, y de cómo, según la tradición de la religión judeocristiana, las mujeres son causantes de muchos de los males que la humanidad padece. ¿Cómo encaja todo este asunto con los episodios de maltrato y abusos que has vivido y relatas?
La culpa es un sentimiento tremendamente asociado a las mujeres, empezando por que la primera gran culpable de todos los tiempos fue Eva. Además, en su caso se daba la doble culpa, por tentar al hombre y por el hecho de que este cayese en desgracia. La mujer se convirtió entonces en un icono de todas las cosas malas que le pueden pasar al género masculino. Ese sentimiento de culpabilidad genera un montón de problemas hacia la manera en que nos relacionamos con nuestro entorno, y también con nosotras mismas. El tema del maltrato sirve para analizar el guion de la culpa. Al final, la mujer maltratada no solamente se siente responsable de lo que le está pasando, sino que también se siente responsable de no tener valor ni fuerzas para contarlo. Cuando fui maltratada, no solo me sentía culpable de las agresiones que estaba viviendo, sino que, aunque en el fondo sabía que eso que estaba viviendo era una locura, no tenía valor para decirlo. Pensé ‘si le digo a mi amiga lo que realmente me está pasando, ella va a decirme que ‘salga de ahí’, y yo no tenía valor para hacerlo. Por eso es tan importante que, cuando una mujer te diga que está siendo maltratada, no hagas ningún tipo de juicio de valor. Que simplemente la escuches y te mantengas ahí, como un pilar, para que ella pueda desahogarse y así lograr una relación de confianza que te ayude a sacarla de todo eso.
La monogamia sigue siendo un mito muy potente en nuestra sociedad patriarcal. ¿Dirías que sigue habiendo miedo a darle cabida en la televisión tradicional a alguien que, como tú, se define como una persona poliamorosa?
Yo creo que, cada vez, menos. Llevo ya casi once años en relaciones no monógamas y cuando empecé en ellas no se hablaba de esto de ninguna manera. Ahora, más o menos, todo el mundo conoce y entiende las definiciones, las compartan o no. Cada vez hay más visibilización de los modelos relacionales que se salen de lo convencional. Mi balance es positivo, y creo que cada vez hay más personas que se plantean la monogamia como una opción más, dentro de un abanico de posibilidades.
Desde tu propia experiencia como actriz de cine porno, ¿ves posible hacer pornografía feminista?
La pornografía, entendida como la representación de cuestiones sexuales explícitas con una intención de excitar al espectador, puede ser feminista, por supuesto. Otra cosa es que la industria pornográfica que existe ahora mismo necesite un gran cambio hasta poder llegar a esa meta.
Aunque mucha gente sostiene que el trabajo sexual alimenta el machismo, tú te has atrevido a mostrarte públicamente a favor de la prostitución. ¿Dirías que has pagado un alto precio por hacerlo?
En primer lugar, pienso que las personas machistas son machistas con independencia de que exista o no el trabajo sexual. Intentar darle al trabajo sexual la responsabilidad de hacer a alguien machista o feminista es un poco naif. No sé si yo he tenido que pagar un alto precio. He recibido críticas, pero supongo que para cualquier persona que tiene una opinión que se sale un poco de lo que se considera políticamente correcto, es normal recibirlas. Cuando te sigue mucha gente, es lógico que no gustes a todo el mundo y que haya personas que no estén de acuerdo con lo que dices. Me parece bien y es sano. Yo también aprendo muchísimo en los debates, siempre que estén hechos desde la inteligencia emocional. Valoro mucho cuando alguien no está de acuerdo conmigo y me explica por qué no lo está, desde la tranquilidad. A mí también me gusta darle vueltas a la cabeza y reflexionar acerca de las cosas. Lo que me parece chungo es cuando se crean debates en los que existe un totalitarismo, el ‘o piensas como yo, o entonces estás a favor del machismo y la opresión de la mujer’.
¿Qué es lo que más te ha ayudado a ti a la hora de trabajar el tema de la gestión de las emociones y las críticas?
Muy buena pregunta. He intentado deconstruir mucho mi idea del ego, la idea de que ni yo ni nadie tiene razón. Lo que intento es reconectar con la humanidad de la gente, pensar que al otro lado de la pantalla hay una persona que tiene su día a día, su perro, su novio o novia… y eso me ayuda a no tomarme las cosas tan en serio, y a entender que cada uno tenemos nuestra realidad y verdad, y que la defendemos como sabemos o podemos. Eso me ayuda a intentar entender sus opiniones y que, si no están de acuerdo con las mías, pueda seguir de largo y no pase nada.