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Cultura

Ilaria Benardini o cuando el título de una novela se convierte en lema 

Ilaria Bernardini indaga a través de los personajes de ‘La botánica de los sentimientos’ de qué manera la percepción modifica y, a la vez, dificulta las relaciones

Ilaria Benardini o cuando el título de una novela se convierte en lema 

Ilustración de Cristina Jiménez

Son pocas las novelas que consiguen trascender hasta tal punto de dar lugar a un concepto o a una idea. Definimos, con permiso de Homero, como «odisea» a un conjunto de peripecias a las que tenemos que hacer frente; recurrimos al personaje de Nabokov para describir como Lolitas a jóvenes seductoras y, desde hace relativamente poco, nos hemos apropiado del título del ensayo de Sergio del Molino, La España vacía, para referirnos a ese territorio del interior abandonado por muchos que optaron por la ciudad como lugar para vivir. Durante estos meses de pandemia que parecen no tener fin, en Italia faremo foresta, el título de la segunda novela de Ilaria Benardini, se ha convertido en un lema, en un grito a favor de la unidad para, como comenta desde su casa de Milán la escritora y guionista, «reforestar un país que ha sido devastado por el virus». 

Han pasado dos años desde que publicara aquella novela que, ahora, llega a España con el título de La botánica de los sentimientos (Grijalbo), dos años a lo largo de los cuales Benardini ha escrito una nueva obra, Il ritratto, esta vez en inglés, «mi segunda lengua», en cuya promoción se halla inmersa. A pesar de ello y a pesar del tiempo transcurrido, reconoce que no le cuesta volver a hablar de La botánica de los sentimientos, un libro que sigue muy vivo: midiendo las palabras y sin querer subrayar un éxito más que incuestionable, Bernardini cuenta que acaba de terminar la versión para niños de la novela y que está trabajando en su adaptación cinematográfica, si bien, matiza, ella no es la encargada del guion. A la pregunta de por qué alguien que lleva años trabajando como guionista en series y películas decide apartarse de un proyecto así, Benardini hace énfasis en la necesidad de distanciarse: «el libro ya no me pertenece», afirma, «además, está bien tomar distancia. Sería una interferencia negativa para la película, estaría continuamente diciendo que esto no es así, que esto hay que presentarlo de otra manera, que ese personaje tiene otra imagen…».

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Imagen vía Grijalbo.

Sin embargo, esta distancia de la que habla con la seguridad de quien sabe cuál es su lugar  no es nueva para la escritora, quien reconoce que solamente tomando distancia de los hechos pudo escribir La botánica de los sentimientos, una novela autobiográfica en la que cuenta uno de los momentos más complicados y confusos de su vida: la separación de su marido; la reconstrucción de su relación con su padre, siempre ausente, que ya mayor está a punto de tener un nuevo hijo con su nueva pareja; el accidente de su cuñado y la consecuente ruptura del matrimonio que este formaba con su hermana; el dolor de su hijo, un niño al cual explicar que ahora tiene dos casas y el inicio de una nueva relación y de una nueva unidad familiar con unos hijos que no son suyos.

Habla con serenidad de aquel periodo, haciendo bromas sobre cómo las inevitables discusiones con su ya exmarido le sirvieron para escribir los diálogos de una serie en la que, precisamente, debía retratar a una pareja en pleno proceso de separación. «Creo que puedo decir que muchas de las discusiones de los personajes son réplicas de las que yo mantenía en casa», comenta entre unas risas que son solo posibles gracias a que, ahora, «ya ha pasado todo». 

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Ilaria Bernardini | Foto cedida por la autora.

Y fue justo cuando, «ya había pasado todo» que Bernardini decidió, tras años dedicándose a la ficción pura, escribir una novela sobre su propia vida y lo hizo no sin interrogarse antes acerca de la legitimidad que tenía de convertir en personajes a sus hermanos, a su padre, a su hijo… «A nadie le gusta verse en la novela. A mis hermanos no les gusta para nada», señala, «pero era mi historia y quería contarla».

Lectora apasionada de memorias y muy interesada en la autoficción, a Bernardini no le bastaba con recurrir a la tercera persona, «necesité también cambiarle el nombre a la protagonista, no podía llamarse como yo. Cuando comencé a escribir, la protagonista se llamaba Ilaria, pero me resultaba muy extraño y, sobre todo, demasiado cercano. Por esto, al final, decidí cambiarle de nombre y llamarla Anna». Sin embargo, añade poco después, «no descarto volver a lo autobiográfico y mantener los nombres reales, puesto que, al final, lo que cuento es mi versión de los hechos, mi historia que no es ni debe ser la de los demás». 

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Licenciada en filosofía, Bernardini conoce bien que toda escritura es una reelaboración, que la imitación de la realidad es una utopía como lo es la propia realidad, puesto que, se pregunta, ¿cuál es la verdad de los hechos? «Cuando hablo con mis hermanos, me doy cuenta de que cada uno tiene un recuerdo completamente distinto de nuestra infancia. Hicimos las mismas cosas, fuimos al mismo colegio, tuvimos los mismos padres… y, sin embargo, cada uno ha vivido una infancia distinta».

A la percepción subjetiva se suma el recuerdo, «elemento fundamental de la novela, puesto que toda ella se basa en aquello que yo conservo en la memoria” y, como dice Siri Hustvedt en la cita que antecede la novela, «el recuerdo, como la percepción, no es una recuperación pasiva, sino un proceso activo y creativo que implica imaginación». Consciente de ello, Bernardini indaga a través de los personajes de La botánica de los sentimientos de qué manera la percepción modifica y, a la vez, dificulta las relaciones, sobre todo entre hombres y mujeres, «donde los códigos que se manejan no tienen nada que ver con los que manejamos las mujeres entre nosotras».

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Ilaria Bernardini | Foto cedida por la autora.

El exmarido, el padre y el hijo, que orgulloso alardea de aparecer en un libro de la «mamma», son figuras clave en la vida y en la obra de Bernardini, pero son también los puntos de conflicto, sobre todo el padre, subraya la escritora, con el cual debe reconstruir una relación marcada por los reproches – «Te necesitábamos, pero no estabas, te necesitamos, pero no estás. Me dolía a los quince años, a los veintidós y sigue doliéndome a los treinta y cinco» le escribe Anna/Ilaria en una carta- y al que, además, tiene que redescubrir: ya no queda nada de aquel hombre económicamente privilegiado que vivía en el lujo. Su editorial ha fracasado, su tren de vida está muy lejos de ser el que era y, tras no haber ejercido nunca ni de padre ni de abuelo, está a punto de tener un nuevo hijo.

«La pregunta que aquí se plantea es cómo alguien puede reconstruirse cuando todo se ha venido abajo», señala la escritora, para quien esta es, al final, la pregunta clave de la novela, aquella que da sentido a ese «faremo foresta», a ese lema en favor de reforestar, de reconstruir «ahí solo donde quedan ruinas».

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Sin impostación, las citas y las referencias literarias y filosóficas aparecen de forma natural en la conversación con Bernardini que, tras haber mencionado a Natalia Ginzburg o a Olivia Laing como referentes ineludibles a la hora de contar la propia historia capaz de trascender el mero anecdotario, cita a Walter Benjamin y su concepto sobre la historia. «Mi voluntad era que La botánica de los sentimientos tuviera un sustrato filosófico, que, tras la trama, se percibiera una reflexión sobre la necesidad de reconstruir la historia individual y colectiva a partir de lo que ha quedado», una reflexión que se ha vuelto particularmente actual tras la pandemia.

«Lo que nos ha enseñado la experiencia del coronavirus es que solo podemos salir adelante de forma colectiva. Y esto es lo que aprende Anna en la novela: dejar de lado el yo en favor del nosotros. Si mi personaje sale adelante es porque hace piña con las mujeres que la rodean, con su hermana, con su madre…». En definitiva, «de lo que se trata es de reforestar», concluye la escritora, desde una ciudad que «no es la misma en la que yo crecí, donde la crisis económica no pasó en balde, sobre todo en algunas zonas, hoy particularmente deprimidas», algo que se refleja en una novela, cuyo título se convirtió en un lema en esos días de confinamiento, durante los cuales los aplausos y canciones nos hicieron pensar que estábamos recuperando la idea de colectivo. ¿Fue realmente así? «No lo sé. Soy escéptica. Ojalá», suspira Ilaria Benardini poco antes de saludarnos desde nuestras pantallas del ordenador. 

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