Gabi Martínez: «Es muy importante articular y visibilizar relatos que vengan a traer un cambio de conciencia colectivo»
La larga trayectoria del escritor, guionista y periodista Gabi Martínez ha estado siempre vinculada a la literatura de viajes (de la que ha sido uno de sus renovadores más destacados) y a lo que se conoce como nature writing (Martínez prefiere, empero, el neologismo liternatura).
Si en Un cambio de verdad (Seix Barral, 2020) nos ofrecía una crónica sobre la experiencia radical de una vida rural que se resiste a ser borrada por la expansión urbana, en Naturalmente urbano (Destino, 2021) reflexiona sobre cómo el entorno urbano afecta a nuestra salud. El próximo mes, además, publica Animales invisibles, una coproducción de las editoriales Nórdica y Capitán Swing, con prólogo de Viggo Mortensen, en el que se nos habla de los imaginarios de las sociedades, marcadas por su relación con animales presuntamente extintos o casi imposibles de localizar.
¿Pasión por el ruido?
Naturalmente urbano es, en esencia, una reflexión sobre la agresión continua del ruido (urbano), sobre sus consecuencias y sobre las formas posible en las que pudiéramos mitigarlo. Parte de lo personal (la pérdida de audición que sufre el escritor) para irse a lo comunal: la idea de las supermanzanas, presentada por el biólogo Salvador Rueda para revolucionar ecológicamente el entorno urbano; la primera persona que, en España, se atrevió a hacer un mapa del ruido (¡en 1979!). Y en el centro de todo: la impunidad del automóvil -y sus ruidos- y su omnipresencia en nuestras vidas (ocupan casi el 80% del espacio de la ciudad y el diseño de esta se somete a su dictado y necesidades). Así, lo que nos propone fundamentalmente Gabi Martínez es dar un salto de conciencia: necesitamos una suficiente masa crítica de ciudadanos a la que respalden los políticos. Metafóricamente, se trata de hacer ruido, un ruido «verde» para que se produzca el cambio hacia unas ciudades más humanas. Se trata de imaginar ciudades con una sonoridad diferente, en la que la naturaleza esté en el centro de todo. Como dice la filósofa Marta Tafalla: «La mayoría de nosotros concentramos nuestro oído en atender al lenguaje humano, a la música que nosotros creamos, a los sonidos de nuestras máquinas. Así, si queremos escuchar a la naturaleza, tenemos que aprender».
Nos cuenta Gabi Martínez, una mañana de febrero, al teléfono, que en Naturalmente urbano tenía el propósito de reunir muchas ideas que puedes encontrar a menudo en los medios de comunicación, pero como noticias sueltas fragmentadas, «quería ofrecer una panorámica de lo que está ocurriendo ahora mismo en las ciudades y de las intenciones que hay por parte de los urbanistas, arquitectos y de la gente que está pensando en la ciudad». Hay muchos planteamientos a pequeña escala, que operan bajo una lógica experimental y gradual, impulsados por el así llamado urbanismo táctico, pero no soluciones integrales. Y aquí entra la necesidad de este texto ensayístico (con voluntad de manifiesto), pues «es muy importante articular y visibilizar relatos que vengan a traer un cambio de conciencia colectivo y una razón importante para este libro es proponer un relato diferente que ni siquiera existe», nos dice Martínez.
Hablemos de las supermanzanas
La supermanzana es un nuevo diseño urbano basado en la disposición cartesiana por manzanas que el arquitecto Ildefons Cerdà ideó para el Eixample barcelonés en la segunda mitad del s. XIX (cuando la ciudad quiso expandirse más allá de sus murallas) y que, a su vez, se inspira directamente en la cuadrícula S9C o Sistema de los Nueve Cuadrados del Imperio chino: un cuadrado dividido por dentro en 9 cuadrados, con un centro reservado al emperador, otros nobles y funcionarios y que Cerdà destinaría al uso comunal. Para conseguir su característica forma de octógono, Cerdà implementó los chaflanes de 45 grados para permitir una mejor visibilidad; chaflanes que, a su vez, funcionan como plazas.
Partiendo de las cuadrículas de Cerdà y de la idea del urbanismo ecológico, con la voluntad de reducir el número de automóviles que circulan por la ciudad, el ecólogo y fundador de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona, Salvador Rueda, propone a finales de los años ochenta para la ciudad de Barcelona un plan de transformación completo, con la voluntad de liberar un 70 por ciento del espacio público a través de las supermanzanas. Se trata de unas nuevas células urbanas de unos 400/500 metros de lado en las que la periferia se articula como si fueran vías básicas, una suerte de pasajes que permiten la conexión rápida para los vehículos que están de paso. Con grandes estacionamientos en las entradas de las ciudades.
La clave está en la transformación de su interior. Para estos se propone una zona «pacificada”, con un límite de velocidad de 10 km/h. La idea es reducir los decibelios y adaptar la circulación al ritmo humano, permitiendo además que los niños puedan jugar en la calle y la vida discurra siguiendo la cadencia marcada por el paseo en el que se disfruta de una charla tranquila. Una apuesta por la ciudad imperfecta, viva. Donde no solo quepa el hombre, sino también la naturaleza y la fauna. Se trata, escribe Gabi Martínez, de «conceder al verde un protagonismo equilibrado con el entorno artificial».
A Rueda le permitieron realizar una prueba en el barrio del Born de Barcelona en 1993, y fue un éxito rotundo (también con sus partes negativas: el barrio se puso de moda y subieron los alquileres). Después de esto se peatonalizó una zona del barrio de Gràcia, en 2006. Tras ello, ese mismo año, Rueda realizó una prueba piloto en Vitoria, ciudad que ya en los años ochenta había peatonalizado e implantado un nuevo régimen de aparcamientos. Rueda comenzó rediseñando la red de transporte público para descongestionar las calles y se activó la primera supermanzana justo en el centro de la ciudad. Hoy día lo normal en el centro de Vitoria es caminar.
En 2016 se intervino el barrio de Poblenou, en Barcelona, creándose una supermanzana que, como dice Gabi Martínez, evidenció que «un cambio es posible». De ahí se siguió al barrio de Sant Antoni y la idea ahora mismo es implementar las 503 supermanzanas ideadas originalmente por Rueda de la manera más simultánea posible (el plan pensado para el Eixample es -por el momento- a diez años vista), en aras de reducir el posible impacto en la subida de los alquileres que supondría el proceso.
La idea de la supermanzana se está evaluando ya en Madrid, a través del plan de Madrid Centro, que pretende comenzar en breve pruebas piloto en los barrios de Salamanca y Retiro. Pero las ideas urbanísticas de Salvador Rueda se están ya valorando y/o implementando en ciudades tan dispares como Quito, Asunción, Buenos Aires, Montreal, París o Nueva York.
La ciudad de los cuidados
Opina Gabi Martínez que «urge una movilización masiva para regenerar las ciudades». Y en la misma línea está Izaskun Chinchilla, una de las pocas mujeres en España que regenta su propio estudio de arquitectura, quien en su libro La ciudad de los cuidados (Catarata, 2020) invita a los ciudadanos a «una militancia en las calles, en las redes sociales, en el ejercicio de sus profesiones y en el ejercicio del voto, a que reclamen la urgente implementación de medidas anticontaminación definitivas con áreas de baja emisión irreversibles, que reclamen que estas áreas no solo limiten la circulación, sino que vayan asociadas las medidas de plantación, que reclamen que estas medidas se pongan en marcha con un calendario urgente». Para ello, propone además Chinchilla una Declaración de los Derechos de Los y Las Habitantes de la Ciudad, como forma de institucionalizar los cuidados, al estilo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y la Declaración de los Derechos del Niño (1959).
Además, considera Izaskun Chinchilla que sería importante acometer colectivamente la redacción de esta declaración, y en su libro ofrece un preámbulo, haciendo énfasis en el derecho a la esperanza climática, a la movilidad ecológica, el derecho a la calidad del aire y a la accesibilidad equitativa a los recursos naturales, el derecho al descanso, al juego, al ocio integrado o el derecho a la intuición y al desarrollo cognitivo pleno. La institucionalización de los cuidados, añade Chinchilla, debe ser transversal, ya que su organización y comprensión solo puede realizarse desde la experiencia y no desde la deducción. De ahí la necesidad de que la ciudadanía esté representada y participe activamente.