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Más allá del feminismo blanco

Desde el #Metoo los ensayos feministas proliferan pero ¿cuántos atraviesan otras problemáticas más allá del feminismo blanco?

Más allá del feminismo blanco

Miguel Bruna | Unplash

La cercanía al 8M se hace sentir. Las librerías empiezan a llenar sus estanterías con las novedades escritas por mujeres. Llegan newsletters de las diferentes plataformas de streaming indicándome qué ver y si la serie está escrita o dirigida por una mujer. Entro en Instagram y veo publicidad de camisetas con frases feministas. Soy ese segmento, mujer y, por estos días, me siento cuota.

Apoyo firmemente el 8M. Llevo años yendo a manifestar pero debo admitir que me aburre un poco sentirme como el Santa Claus de la Coca Cola en Navidad: hoy es tu día, te toca ponerte el disfraz, sal y manifiesta. Entonces pienso, pero tío, si ya lo hago todos los días, todos los días debo ir derribando un prejuicio sobre eso que es ser mujer. Es ahí cuando recuerdo a esas otras voces de mujeres que no tienen visibilidad, ni siquiera para ser ese Santa Claus de Coca Cola el 8M. Pienso en el feminismo árabe, en las mujeres sin compresas en la India, en las abortistas de Latinoamérica, las negras, las indígenas y latinas en Estados Unidos o las mujeres y hombres trans en cualquier parte del mundo. Pensé en esos ensayos feministas que no son blancos o europeos, que se nombran poco y que deberían estar en esas estanterías.

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Guerreras latinas

Audre Lorde afirmó: «los padres blancos nos dijeron ‘pienso luego existo’. La madre negra que todas llevamos dentro, la poeta, nos susurra en sueños: Siento, luego puede ser libre» y de eso se trata, de sentir y empezar a teorizar, no al contrario. Desde mis privilegios como mujer blanca, sin hijos, inmigrante con papeles, sé qué clase de opresión vivo como mujer y qué cuál no. Como dice la filósofa mexicana Dahlia de la Cerda en la compilación de ensayos feministas Tsunami 2 (Sexto Piso, 2020): «escribo para las que no tienen cuarto propio. Para las que escriben con la cría pegada en la chiche y para las que no escriben porque tienen a la cría pegada a la chiche. Escribo para las que teorizan mientras lavan los trastes…para las que perrean sucio y hasta abajo».

Gracias a los ensayos de Tsunami 2, edición que no está publicada en España sino solamente en México -porque también los mercados pueden ser algoritmos-, encontré la voz de Dahlia de la Cerda entre las muchas otras voces que están allí y, donde la figura de la mujer latinoamericana, que no es blanca ni privilegiada en su mayoría sino guerrera como Atenea, refleja y sabe que nadie, ni siquiera el papá Estado la va a cuidar. Fue ahí, entre esas páginas, que De la Cerda me descubrió a otra escritora, la chicana Gloria Anzaldúa, esa que le da la vuelta a Virginia Woolf y afirma: «Olvídate del ‘cuarto propio’. Escribe en la cocina, enciérrate en el baño. Escribe en el autobús o mientras haces filas en el departamento de Beneficio social…No hay tiempos extendidos con la máquina de escribir a menos que seas rica, o que tengas un patrocinador (puede que ni tengas una máquina de escribir)…Cuando no puedas hacer nada más que escribir».

De la Cerda no critica al feminismo blanco sin argumentos, no lo hace por crear grietas sino para dar contexto. «El feminismo se llama feminismo porque busca equilibrar a favor de las mujeres una balanza que históricamente ha estado y aún está desequilibrada. Además, ¿iguales? ¿A quién? Si ni entre hombres son iguales», afirma. Para ese desequilibrio entre mujeres, la autora hace un repaso por varios conceptos a través de las diferentes olas del feminismo[contexto id=»381722″], llegando a la Tercera Ola. Desde allí compara como la desnudez de los pechos en una marcha para una mujer blanca puede ser reivindicativo contra la mojigatería, mientras para una negra no, porque su cuerpo siempre ha sido parte del imaginario racimachista. A su vez puntualiza en las incongruencias epistemológicas señalando cómo una blanca puede criticar a una mujer musulmana migrante por llevar hiyab o a una negra o latina por hipersexualizarse.

La escritora mexicana se burla de ese hartazgo europeo por el marido cuando en México el problema es la violencia machista. En definitiva Dahlia de la Cerda rompe con ese mito europeo de los estudios feministas de la mujer frágil y débil, donde no todos los problemas pertenecen a un mismo opresor y a una misma opresión: «a las feministas de cuarto propio que disponen de tiempo y dinero para acumular capital cultural y privilegios epistémicos y desde ahí teorizar».

Aunque la autora agradece la teorización europea y citando a la española Celia Amorós cree que «si teorizamos mal, proponemos agendas sesgadas que no representan las necesidades de todas las mujeres…Si teorizamos desde el eurocentrismo, proponemos agendas racistas». Su ensayo cierra con ejemplos de opresión evocados por el mismo feminismo blanco, citando feministas negras y árabes desde bell hooks a Wadia N Duhni. Además da una seña para entender en clave de tontos si eres una mujer oprimida: «Para ser oprimida tienes que estar atravesada por al menos dos sistemas de opresión y no pertenecer a un grupo históricamente privilegiado. Es matemático. Es como una ecuación. Si eres blanca y mujer y clase media, vives discriminación y sexismo. Si eres negra y de empobrecida, vives opresión. Si eres mujer y empobrecida, vives opresión».

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Feminismo indio

La teórica Nivedita Menon explorar el feminismo en la India, las discriminaciones a las mujeres en ese país y cómo las reivindicaciones indias pueden volcarse en la agenda del feminismo global, que obviamente va, mediáticamente, más adelantado.

Ver como feminista (Consonni, 2020) es el ensayo donde Menon da una mirada desde su contexto, un feminismo condicionado por los hechos que ocurren en el lugar donde se socializa, esa mirada condicionada y contextualizada. El sistema de castas indio es obviamente el que engloba todo los problemas macros del feminismo que defiende Menon porque no solo regulan los cuerpos y la sexualidad de las mujeres sino que ajustan sus figuras como ciudadanas.

El cuerpo y la sexualidad en la India están atravesados por la religión. Menon cita varios estudios donde se considera la sexualidad femenina como una catástrofe social. No solo porque lo dice Freud desde su mirada eurocéntrica, también el Imam Ghazali. Para uno la sexualidad es pasiva y para el otro activa, sin embargo, ambas visiones contemplan la sexualidad de la mujer «como destructoras del orden social», por lo tanto, las luchas por las distinciones sexo y género se ha complicado en el país del sudeste asiático.

Menon ejemplifica las diferentes masculinidades y que la jerarquías del macho en el entorno familiar muchas veces pueden contemplar problemas para el resto de los hombres que viven o mantienen una casa, desde un hombre dador hasta el hermano que «debe velar» por la conducta de sus hermanas. También visibiliza una situación que para muchas mujeres es normal mundialmente pero en la India rural no: la menstruación. Cambiarse o ir a trabajar en la India rural puede ser un problema teniendo la menstruación ya que los baños públicos son inexistentes, debido a que, como dice la autora: «uno puede usar cualquier lugar público para orinar o defecar».

También demuestra el desconocimiento de Occidente con respecto a las tradiciones indias y cómo la fertilidad también se ha convertido en un acto de dominación no solo en el hinduismo sino por el cristianismo. Menon recuerda la figura de la legendaria bailarina Chandralekha al ser entrevistada en Nueva York y al preguntarle acerca de su decisión de no tener hijos: «se dice que contestó señalando llamativamente sus pechos en el clásico estilo bharatanatyam y declarando: ‘Querido, idolatramos a la diosa en tanto apeethakuchaambal: aquella cuyos pechos jamás han sido succionados». Con este ejemplo, desvela esa pregunta que no se ha hecho el feminismo blanco ¿la fertilidad y el instinto maternal solo le pertenece a una condición humana generada por el género y el sexo? Y lo sagrado de los cuidados, ¿dónde queda?

Quizás lo más interesante del libro de Menon es el tiempo en que va narrando. La narración en que dispara sus argumentos es lenta así como los movimientos feministas de la India. «El feminismo no va de un momento de triunfo final, sino de una transformación gradual del campo social tan decisiva que las antiguas demarcaciones cambien para siempre… existen innumerables nuevas energías provenientes de distintas posiciones de clase y de casta que están transformando el campo feminista…viene despacio, el feminismo, muy despacio. ¡Pero sigue viniendo!» concluye la autora.

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Feminismo negro y africano

En El otro lado de la montaña (Temas de hoy 2020) de Minna Salami, la emocionalidad y las tradiciones orales son «la luminosa fortaleza de la sabiduría» del pueblo yoruba, ese que conforma más del 30% de la población nigeriana y que se extiende por otros países africanos y que cruzó hacia Cuba, Brasil, Estados Unidos y Canadá.

Para Salami, quien es una súper personalidad por ser la fundadora del blog MsAfropolitan y codirectora del movimiento Actívate, la sensibilidad y sensualidad no son sinónimos, sin embargo, cree «una erotización del conocimiento» para explicar los cambios globales.

Al igual que lo apuntado Dahlia de la Cerda en Tsunami 2, Salami afirma que el conocimiento europatriarcal elimina el aspecto erótico, sobre todo por su asociación con lo femenino. «Rechaza la contaminación del conocimiento con lo sensible, prefiriendo el concepto austero según el cual el conocimiento no tiene nada que ver con la experiencia material. En el Europatriarcado todo sigue el enfoque binario y / o…» mientras que conocimiento sensible «es caleidoscópico, aplica la lógica del con / in . La mente existe  con  y  en cuerpo, razón con y en emoción, lo femenino con y en masculino y viceversa» afirma Salami en las páginas del libro.

No es de extrañar que señale a grandes vacas sagradas como Chomsky, quien en llegó a afirmar que la «colonización intelectual y moral» es hacer que «la nogente acepte que (la opresión) es natural». Esa «nogente» que el filósofo apunta son las mujeres que siguen siendo cómplices de su propia opresión y que Salami matice y rescata al afirmar que no pueden dejar de ser oprimidas porque no tienen aseguradas libertades o derechos. Casos perfectamente constatados en muchas mujeres nigerianas que siguen siendo posesión de maridos o padres, así como la necesidad de orden a través de las prácticas de planchado de senos, de mutilación genital o en los castigos a las viudas en la India. «Muchas mujeres que odian el patriarcado se ven a menudo sin otra opción que sucumbir a las demandas de este, debido a su posición social o económica» afirma la autora.

La escritora también incluye el discurso de bell hooks al citarla en el prefacio, «la poesía es el espacio de la trascendencia» y es precisamente poético lo que Salami apunta al unir nociones tan complejas como el arte, la belleza, la liberación y la negritud entrelazadas por nuevas perspectivas sobre temas culturales clave que impactan la vida de las mujeres.

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El performance como grito destructor del miedo

El 2020 trajo el coronavirus pero también que la revista Time incluyera entre las 100 personas más influyentes al colectivo que se manifestaba cantando Un violador en tu camino. El colectivo La Tesis está conformado por Daffne Valdés Vargas, Paula Cometa Stange, Lea Cáceres Díaz y Sibila Sotomayor Van Ryssseghem.

Estas cuatro mujeres chilenas homogeneizaron el feminismo[contexto id=»381722″] performáticamente a finales del 2019 despertando aplausos y hartazgo. El himno que nació contra la violencia sexual fue de Chile a la India, de Brasil a España, de Estados Unidos a Turquía o de México al Líbano. Como explican en su recién publicado libro Quemar el Fuego (Temas de hoy, 2021) han querido enunciar su manifiesto desde ese mismo «nosotras» que agrupó su himno a nivel mundial, para sacar así su rabia ya que «hemos sido perseguidas y violentadas por decir lo que pensamos».

Ellas matizan para quienes han distorsionado o han tomado literalmente la frase el ‘violador eres tú’ y explican que están hartas de escuchar y leer como «se construye un estereotipo de la feminista, la ‘feminazi’, como si quisiéramos instalar un genocidio o exterminio de hombres…Ha de ser difícil ver a tu enemigo, o enemiga en este caso, y no asumir que haría exactamente lo que tú harías. La lucha por el poder, la opresión y violencia son armas del patriarcado y a nosotras no nos interesan» afirman.

Al igual que Salami o De la Cerda, el colectivo La Tesis señala que se olvida fácilmente que las demandas feministas son transversales a las demandas sociales pero aseguran que por la lucha de clases e ideologías «hay mucha gente que comenta tanta mierda» que llega a asociarla con la CIA o Nicolás Maduro[contexto id=»381721″], para así desviar la atención de lo importante. «Tampoco faltaron los ‘Che Guevara’», esos dirigentes y sindicalistas anti gobierno y antisistema, con discursos incoherentes en la actualidad o «los machitos de izquierda» que no las dejaban hablar o hablaban más fuertes que ellas para acallarlas.

El colectivo La Tesis cree en el arte como trinchera de lucha y la masiva reinterpretación de Un violador en su camino las sigue impactando enormemente y, así como la belleza subvierte y crea una revolución, el placer de la creación «es también un acto de rebeldía» que las transforma y las empodera para llevar la voz hacia ese «nosotras» que tanto evocan desde su manifiesto.

***

Así como comenta el colectivo La Tesis, terminemos este 8M intentando entendernos nosotras, como mujeres, sintiendo curiosidad por la otra, dándole el espacio a otros afectos, amenazas, fortalezas y sensibilidades, no victimizándonos porque ya tenemos suficiente en el día a día como para tener que ser una cuota más, un punto dentro de la agenda política para captar votos o una camiseta que dice «El Futuro es Feminista» – que sí, ojalá-. Dejemos atrás el algoritmo del sesgo cognitivo propio y ampliemos nuestros horizontes, vayamos más allá de nuestras contradicciones, dejemos ser libres siendo lo que podamos ser…nosotras. Ganemos.

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