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Cultura

Sólo la memoria nos libra de la Historia

Sin rehuir de lo ideológico ni lo estético, ‘La muerte de Walter Benjamin y la jaula de Ezra Pound’ (Errata Naturae, 2021), tercera entrega de la serie ‘Manifiesto incierto’, describe una realidad coyuntural tan potente que inevitablemente nos apuñala por el costado

Sólo la memoria nos libra de la Historia

Frédéric Pajak

Es algo realmente fascinante que todavía hoy sigamos preguntándonos qué es una obra de arte. Nos preguntamos porque no lo sabemos. Grande es el misterio. Si de verdad Goethe sostuvo que no se trataba de decir cosas nuevas sino de pronunciar las que ya se habían dicho de una forma totalmente distinta, debo reconocer que la suya me parece una definición perfecta de la historia del mundo. Sin embargo, tal vez estén de acuerdo conmigo si digo que en los últimos cien años no nos hemos caracterizado precisamente por la originalidad. No trato de ser irónico; es una observación positiva. Vivimos un momento propicio para poder decir muchas cosas como nunca antes las habíamos pronunciado, todo radica en cómo o si sabremos hacerlo. Quién sabe si Goethe no estaría orgulloso de nuestro siglo.

Mientras, volviendo al principio —qué es una obra de arte—, seguimos ensayando respuestas. Hay quien confía en la evasión y quien confía en la ideología. Por desgracia no solemos ponernos de acuerdo. Para algunos la cultura sigue siendo la forma más noble de luchar por la verdad y para otros, un ejercicio sagrado y recreativo al servicio de la belleza. Aunque cada facción tiene sus propios matices, carecemos de voluntad para aprender de nuestras limitaciones, y es una pena, porque el carácter proceloso de nuestras ideas nos ha distanciado cada vez más. Urge que aprendamos a defender nuestras convicciones sin lastimar a nadie, a dialogar y debatir sin ofender al otro, a hablar sin humillar, sin zaherir, sin reprochar. Es difícil. Defender ideas sigue siendo un deporte de riesgo que arrastra innumerables prejuicios. Deshacernos de ese Yo pegajoso que aspira a la hegemonía podría ser la primera medida para que, con la misma urgencia, una nueva forma de vida basada en el rechazo de la crispación y en la defensa de la convivencia fuera posible. 

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Imagen vía Editorial Errata Naturae.

Cuando Frédéric Pajak comenzó a escribir Manifiesto incierto no estaba pensando en qué es una obra de arte, pero para mí es un ejemplo perfecto de lo que una obra de arte puede o debe llegar a ser hoy. Sin rehuir de lo ideológico ni lo estético, La muerte de Walter Benjamin y la jaula de Ezra Pound (Errata Naturae, 2021), tercera entrega de la serie, describe una realidad coyuntural tan potente que inevitablemente nos apuñala por el costado. Y lo consigue porque esa realidad es la nuestra. Una realidad que Pajak desmigaja en viñetas y que, sirviéndose de dos célebres protagonistas como el filósofo Walter Benjamin y el poeta Ezra Pound, aprovecha para ensayar una lectio magistralis sobre la memoria. Al tapiz de fondo del relato —la temible y represora expansión de Hitler por Europa, el régimen de Vichy o el fascismo italiano de Mussolini— Pajak intercala con ironía otras imágenes que a priori parecen descontextualizadas, pero no lo son. Son imágenes de nuestro presente. Imágenes que, acompasadas con episodios autobiográficos del autor, pequeñas apreciaciones o apuntes personales, adquieren una potencia tan devastadora sobre la realidad en la que vivimos absortos que es imposible sentirse ajeno a ellas. Aquí radica el inmenso valor del libro.

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Imagen vía Editorial Errata Naturae.

El 4 de agosto de 1914 Inglaterra entra en guerra con Alemania; Ezra Pound declara: «El verdadero problema es que [la guerra] no brinda a nadie la oportunidad de matar a quien habría que matar». Walter Benjamin siente el presente como un tiempo «homogéneo y vacío»; Ezra Pound da nombre al «vorticismo», un movimiento artístico de vanguardia inspirado en el futurismo italiano, y en 1933 es recibido en el Palazzo Venezia por Benito Mussolini, cuya opinión sobre los Cantares se salda con un escueto «entretenidos». En marzo de 1939 Hitler engulle la mitad de Checoslovaquia y crea el protectorado de Bohemia y Moravia; Max Horkheimer escribe a Walter Benjamin desde Frankfurt para notificarle que el Instituto de Investigación Social no podrá seguir abonándole la pensión regular que le había asignado. El 23 de agosto Stalin firma un tratado de no agresión entre la URSS y el III Reich; Benjamin pierde la esperanza de que los soviéticos sean una muralla contra el belicismo alemán; una semana más tarde Alemania invade Polonia y, dos días después, el 3 de septiembre, Inglaterra declara la guerra a Hitler. El 16 de noviembre Walter Benjamin es liberado del campo de Vernuche gracias a la intervención de algunos amigos influyentes (Gisèle Freund, Paul Valéry, Jules Romain o Paul Desjardins, entre otros) y Ezra Pound, acordándose del suicidio de René Crevel, escribe: «Una nación que no alimenta a sus mejores escritores no es más que un atajo de bárbaros mierdosos»; William Carlos Williams, tras un encuentro con él (en su casa, de Williams), dice sobre Pound: «Este hombre está acabado […] a no ser que consiga eliminar la niebla del fascismo de su cabeza». El 14 de junio de 1940 la Wehrmacht entra en París; un día después Walter Benjamin huye con una maleta donde lleva varios manuscritos y, sobre todo, el Angelus Novus de Paul Klee. En París, la tradicional pierna de cordero de los domingos se sustituye por el «asado Pétain», berenjenas rellenas de ajo. Y de fondo las palabras de Benjamin Fondant, que suenan como una caja de música rota: «Al final no éramos más que una sola persona enorme que huía de una pesadilla enorme quizá en el sueño de alguien que dormía tranquilo en una isla desierta».

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Imagen vía Editorial Errata Naturae.

Pasan los años y la velocidad se convierte en el nuevo Dios de la sociedad moderna. Sin embargo, Benjamin y Pound están de acuerdo en una cosa: el progreso les parece abominable. Uno sabe que la velocidad es la primera enemiga jurada de la democracia («hay que vivir deprisa, más deprisa») y el otro, que desprecia el mundo moderno, realiza grandes caminatas intentando poner en práctica el adagio confuciano que asimila la belleza a la lentitud. En un determinado momento Pajak afirma: «Si los nazis inventaron la Blitzkrieg [guerra relámpago], la sociedad civil los imitará con éxito». Palabras que hielan: «Sólo subsiste el día de hoy, que da lugar al día siguiente, que olvidará el día de ayer».

Sirviéndose de ambos, Pajak establece una conversación telepática con Walter Benjamin para acabar con el concepto de Historia en mayúscula. A las palabras de Benjamin: «Nada de lo que haya acontecido alguna vez ha de darse por perdido para la Historia», Pajak responde: «Pero la Historia no consiste en una sucesión de acontecimientos. No se trata de saber cómo han ocurrido de verdad las cosas. Se trata de despertar a los muertos, a todos los muertos, sin excepción. Hay que oír la voz de quienes han sido acallados, la voz de los miserables, de los anónimos, de los excluidos de la Historia oficial». Y así, como prefiguración de la piedad humana, Pajak lanza un paquete de dinamita: «La voz de los maestros y de los vencedores muere en el silencio de los vencidos». No se puede decir tanto con tan poco.

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Imagen vía Editorial Errata Naturae.

Mientras, en un centro disciplinario de Pisa, internado en una jaula cuadrada de metro ochenta, Ezra Pound se congracia con los presos negros estadounidenses que comparten su definición de cristianismo: «Te meterás en los asuntos del prójimo antes de resolver los tuyos». En noviembre de 1945 es trasladado a Washington y en 1958, trece años de internamiento y varias crisis agudas después, se le concede la libertad. Un mes después, a punto de atracar en la bahía de Nápoles, con la expectación de los medios de prensa, grita: «¡Todo Estados Unidos es un manicomio!» y a continuación hace el saludo fascista. El poeta de los Cantares, al que Hemingway califica como «un asno que se pone del todo en ridículo noventa y nueve de cien veces siempre que escribe sobre algo que no es poesía», pierde definitivamente la cabeza.

«Paradójicamente son las tragedias del pasado, sus horas más oscuras, las que alumbran el presente», dice Pajak, que no duda en tirar de la memoria para alertarnos también del presentismo: «Y aquí estamos: viejos y jóvenes hijos de un tiempo suspendido, sin fuerza ya para soñar; sólo experimentamos, a duras penas, la necesidad, porque la ideología moderna no provoca sueño alguno». Y de la ideología que subyace al presente: «De ese montón de dogmas esfumados subsiste, no obstante, una ideología moderna. […] Imperceptible, insidiosa, se ha colado en nuestro lenguaje, en nuestros hábitos, en nuestros juicios y en nuestra percepción de la realidad, empezando por la Historia. Sin embargo, es precisamente de esa Historia, de ese movimiento entre pasado, presente y futuro, de lo que quiere privarnos la ideología moderna. Omite a propósito el pasado para revolcarse mejor en el presente, un presente que debe hacer olvidar el futuro, cueste lo que cueste. […] A partir de ahora percibiremos el mundo como ciegos. Nos encontramos en una noche extraña, en una noche sin principio ni final, puesto que no tiene pasado ni porvenir».

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Imagen vía Editorial Errata Naturae.

Si tuviera que resumir el valor de este ensayo gráfico de Pajak tendría que recurrir al epistolario de Kafka y recordar una vez más aquella famosa frase que muchos recordarán: «Un libro ha de ser un hacha para clavarla en el mar congelado que hay dentro de nosotros». Como la actualidad premia la concisión y la brevedad —ese monstruo antidemocrático encarnado para Benjamin en la velocidad—, el resto de la carta ha quedado ensombrecida por la pereza y el paso del tiempo, pero más arriba Kafka afirma: «Es bueno, sin embargo, que la conciencia reciba amplias heridas, puesto que así se vuelve más sensible a cada mordedura». Y concluye: «Necesitamos libros que surtan sobre nosotros el efecto de una desgracia muy dolorosa, como la muerte de alguien al que queríamos más que a nosotros, como un destierro en los bosques alejados de todo ser humano, como un suicidio».

El libro de Pajak nos alerta de que esa muerte podríamos ser todos nosotros. Por eso es una obra de arte, porque nos regala un ejército con el que combatirla. Se llama memoria.

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