María Fernanda Ampuero: «La mujer es el sacrificio por excelencia, aquel ser al que no se le da valor»
Con Pelea de gallos, María Fernanda Ampuero nos deslumbró y nos impactó con sus relatos en torno a los vínculos y a las relaciones de poder que tienen lugar dentro del hogar. Ahí, Ampuero iluminaba los oscuros espacios de violencia dentro del ámbito doméstico, un espacio que vuelve a aparecer en Sacrificios humanos (Páginas de Espuma), su nuevo y excelente libro de relatos. Aquí, la escritora ecuatoriana nos presenta a los modernos sacrificados, vidas y cuerpos a los que se les quita todo valor y que se entregan en nombre de un sistema tan endeble desde el punto de vista ético como desigual.
El libro comienza con la cita: «Escribir es también bendecir una vida que no ha sido bendecida». ¿Estas palabras de Clarice Lispector son reflejo de tu fe en la palabra y, más en general, en la literatura?
No sé si realmente tengo esta fe en la palabra. Fíjate cuánto se ha escrito sobre las distintas violencias, sobre las desigualdades, sobre las guerras, sobre los fascismos, sobre los tantos apartheid que ha habido y hay en todo el mundo… Y, sin embargo, la historia se sigue repitiendo. Por tanto, creo que hay que ser muy ingenuo para pensar que la literatura y el arte pueden parar el odio. Sin embargo, sí que creo que la literatura, de lector en lector, puede transformar esa enorme indiferencia que todas y todos tenemos, porque estamos demasiados centrados en nuestras vidas. Por esto, quizás, tener determinados libros en tu mesilla de noche recordándote esas otras realidades ajenas a ti te permite tomar conciencia de ellas y, sobre todo, hace posible que sean para ti una realidad presente, despertando en ti compasión hacia las víctimas. Seguramente la compasión no cambie el mundo, pero sí a las personas individualmente y esto ya es mucho. Por tanto, volviendo a tu pregunta, no soy tan ingenua como para pensar que la literatura cambiará el mundo, pero sí confío que puede cambiar a las personas que pueden cambiar el mundo.
Quería empezar por aquí porque en el primer relato nos encontramos con una inmigrante que, por no tener papeles, no encuentra trabajo y, definiéndose como «escribana extranjera de un mundo que la odia», dice que en ese contexto «escribir es la cosa más inútil del mundo». ¿La escritura es un privilegio?
Sin duda. Es un enorme privilegio. Y, de hecho, soy consciente de que soy una privilegiada por poder contar el mundo y, por tanto, por poderlo leer y escribir de otra manera distinta a través de mi mirada. Y poder ejercer tu derecho a la mirada sobre el mundo es también un privilegio, porque implica que tienes tiempo libre, que tienes acceso a otros libros y a otros relatos que te amplían horizontes. Por todo esto, creo que el privilegio de la mirada es de por sí inmenso, pero se acrecenta todavía más cuando se da la posibilidad de que tu mirada se convierta en escritura, en relato. Entonces, se vuelve un lujo absoluto. Y poder vivir de tu escritura, esto sería un sueño cumplido. Por esto, tomando prestadas las palabras de Lispector, creo que es un deber bendecir todo aquello que conduce al privilegio de la escritura.
A partir de lo que comentas, la pregunta necesaria es si aquellos cuyas vidas no han sido «bendecidas» solo pueden esperar a que otros escriban por ellos. Ante esto, ¿cuál es la responsabilidad con la que se enfrenta una autora como tú a la hora de poner palabras a vidas y personas tachadas?
Con esta pregunta has dado en el clavo. Y, de hecho, tengo que reconocer que me extrañaba que hasta ahora nadie me la hubiera hecho. Desde hace mucho tiempo, me planteo por qué escribo sobre lo que escribo. Mis padres, que no eran millonarios, hicieron muchos esfuerzos para ofrecerme una educación privada y lo hicieron en un país, Ecuador, y en un continente, Latinoamérica, donde la educación privada es sinónimo de ventajas, privilegios y posibilidad de ir a la universidad. En otras palabras, en Ecuador, la educación privada lo significa todo. Y, por esto, yo soy de esas pocas personas que, gracias a la educación recibida, en Latinoamérica hicieron lo que quisieron y no lo que pudieron. Estudié Literatura, una carrera económicamente inútil, por pasión y porque, afortunadamente, mi familia no necesitaba que me pusiera de inmediato a trabajar. Por tanto, ¿por qué escribo sobre esa otra realidad? A mí me atormenta y me preocupa mucho el lugar desde donde escribo y, a veces, me siento impostora. De hecho, muchas veces me pregunto hasta qué punto mi voz no será impostada y escribo siempre con este dilema interno de escribir sobre una realidad, perteneciendo a otra. Y no tengo una respuesta para esta cuestión. ¿Debería permanecer callada y que sea una persona que no tuvo mis privilegios la que escriba su propia historia? No sé qué decirte. Y es que, como te decía, has tocado en el clavo. Aún más, me has planteado una pregunta que constantemente y siempre con agobio me hago a mí misma. Y es que, es cierto, he sido extranjera en un país como España, he sufrido la xenofobia y el racismo, he estado sin papeles, me acosaron sexualmente en la embajada ecuatoriana, un empleador me explotó reduciéndome el sueldo y otro me quería pagar con Coca-Cola y pan… Pero, a pesar de todo esto, siempre tuve el inmenso privilegio de poder escribirle a mis padres y decirles: “Me está yendo muy mal. Mándeme dinero para el billete que yo me quiero regresar a casa”. Y el 90% o más de los inmigrantes no tiene este privilegio. Por tanto, ¿soy una privilegiada hablando de no privilegiados? Tal vez. ¿Estoy usurpando su voz? Tal vez. Este tema da para hablar y mucho. Ojalá, dentro de cincuenta años, el acceso a la educación pública de calidad permita que muchas otras mujeres, en especial, las mujeres afroecuatorianas, las mujeres indígenas y cholas puedan contar su historia.
Profundizando en los relatos, todos ellos giran en torno a la figura del sacrificado, ya no religioso, pero sí social y económico. ¿Se ha secularizado dicha figura y hasta qué punto es clave para la estabilidad del sistema?
Ya ni se habla de sacrificio, puesto que se asume como algo natural la figura del trabajador poco remunerado, el trabajador inmigrante, la mano de obra barata… Es decir, la existencia de toda una serie de trabajadores explotados de alguna u otra manera y que yo, personalmente, sí considero sacrificios humanos en cuanto permiten que todos los demás podamos, por ejemplo, comprarnos una camiseta de Zara a 9,99 euros. Por tanto, siento que todos estos trabajadores son personas a las que se les concede muy poca valía, aunque en realidad tiene mucha valía, porque hacen posible que gran parte de lo que consumimos tenga un precio no solo asequible, sino barato para el resto. En este sentido, estos trabajadores se parecen mucho a aquellos que eran sacrificados para acallar la ira de Dios en favor de toda la colectividad. Era alguien cuya vida no importaba porque era sacrificada, pero que, a la vez, era importante porque sacrificio redundaba en favor del resto. Y esto no solo sigue sucediendo, sino que lo hemos normalizado. Nos espantamos de las prácticas despiadadas del ser humano en el pasado, pero no de lo que sucede ahora. Y es que sacarle el corazón a tu enemigo no es muy diferente de lo que hicieron los nazis o lo que hacen actualmente los narcos.
Los relatos de Sacrificios humanos dialogan con Pelea de gallos en cuanto la mujer está en el centro, es la sacrificada por antonomasia, ¿el último eslabón de toda cadena?
Sí, la mujer es el sacrificio por excelencia. Es aquel ser al que no se le da valor. Pensemos, por ejemplo, en un prostíbulo. ¿Hay algo más violento que ser sacrificada en una piedra de sacrificio como es una cama mugrienta de un prostíbulo? Y, ¿quién acaba en esa piedra? Las chicas inmigrantes sin pasaporte, a las que se encierra en los prostíbulos, a las que los chulos aterrorizan y a las que obligan a sacrificarse, a sufrir, sin parar. En este sentido, las mujeres son, somos, por definición sacrificios humanos y, al mismo tiempo, mujeres como nosotras nos beneficiamos de esas otras mujeres que son obligadas a sacrificarse, pues, como te decía antes, nosotras somos las que compramos ropa que es barata porque otras se sacrifican. En otras palabras, nosotras podemos ser las que somos, porque hay muchas otras mujeres puteadas. Nosotras marchamos el 8M, porque hay tantas otras mujeres dedicándose a los cuidados. Así como la anterior, esta pregunta también me obliga a enfrentarme a mis incoherencias. Y no es fácil, al menos para mí. Pues siempre me ha perturbado mucho el hecho de tratar de no ser incoherente, aunque sé que lo soy. Y es que nadie puede huir de la incoherencia. Por ejemplo y cambiando de tema: peleamos contra la tauromaquia o contra las peleas de gallos, a las que hacía referencia en mi libro anterior, pero nos comemos los terneros, las vacas, los cerdos… Estas incongruencias están siempre presentes. Yo, por ejemplo, hablo y defiendo la igualdad, pero soy consciente de que la vida que yo tengo solo es posible porque hay gente que gana por treinta kilos de patatas unas pocas monedas. A través de esta explotación, el sistema funciona. Yo intento ser consciente de todo ello, vivir haciendo el menos daño posible… Pero vivir sin hacer ningún daño a alguien o a algo es imposible. Esto lo vemos con los animales: nos lo comemos, aun sabiendo de la existencia de esos terroríficos mataderos donde se crean seres vivos para que no nos lo comemos. ¿Debería ser vegana diciendo esto? Sin duda. Pero no lo soy.
A partir de aquí me gustaría preguntarte sobre la elección de niñas y adolescentes como observadoras. Es a través de ellas y de su incomprensión que vemos cuando acontece.
El hecho de elegir personajes que están en la adolescencia me permite hablar de algunas cosas sin que resulten tan obvias y, además, me permite recurrir más al simbolismo y guiñar así el ojo al lector diciéndole: «Nosotros sabemos como adultos qué está pasando». Y, sin embargo, estas personitas de los relatos ven en sombras todo lo que sucede, como si estuvieran dentro de la caverna. Nosotros, por el contrario, estamos fuera, no vemos siluetas, sino que lo vemos todo. Dicho esto, la elección de personajes que están en la infancia o en la adolescencia se debe a que creo que esos años son claves: si recibes bondad y compasión, si conoces a las personas adecuadas y si estas personas te dan los consejos correctos vas a ser un adulto distinto del que serías en otro contexto. Además, creo que, en términos generales, el adulto debería tratar de no hacer tanto daño como casi siempre hace al niño y al adolescente, un daño que muchas veces hacemos por falta de injerencia, por omisión. Y la omisión y la indiferencia son unas violencias terribles, cotidianas y omnipresentes.
La mirada de quien no lo comprende todo te permite jugar con la indeterminación o la no conclusión. Como diría José Ovejero en Ética de la crueldad, ¿la indeterminación o la incertidumbre es una forma de crueldad necesaria hacia el lector?
Yo creo que los buenos lectores no me perdonarían si aplacara esa incertidumbre que define muchos de los relatos. Yo soy una lectora que escribe y como lectora me gusta que me digan, pero que no me lo digan todo. Los libros que más he amado son aquellos que están jugando siempre en las fronteras de la incertidumbre, es decir, aquellos libros que me obligan a poner de mi parte, porque no me iluminan todas las partes del texto, construido sobre claros-oscuros, sobre cosas no dichas que yo, como lectora, tengo que ver y descubrir. Por esto, cuando escribo juego con esta misma incertidumbre que define la literatura que más me gusta y creo sinceramente que el lector agradece esta crueldad. Al fin y al cabo, a todos los lectores nos gusta sentirnos involucrados en esos libros que no dicen todo, pero que, en este no decir, lo dicen todo.
Volviendo a la adolescencia, esta es descrita como una edad en la que la mujer sufre una particular violencia, violencia que tiene mucho que ver con el cuerpo. ¿Es, en el fondo, el cuerpo un terreno todavía pendiente de conquista para la mujer?
En el cuerpo y en su conquista está todo. Ante todo, está el asumirse como distinta, porque todos somos distintos, y, por tanto, está el asumir que no hay nada equivocado en tu cuerpo, ni la raza, ni el sexo, ni la altura, ni la forma… Esta era de la representación es absolutamente perversa con los cuerpos distintos, por mucho que se nos venda que la nuestra es una era inclusiva que acepta todo tipo de cuerpo. No es así. Las modelos de tallas grandes o que sufren alopecia, por poner dos ejemplos, que se nos presentan son modelos estratégicamente escogidas y, por mucho que se nos diga, no representan a nadie y, sobre todo, no implican una verdadera inclusión de aquellos cuerpos que no son considerados canónicamente bellos. Por tanto, estamos delante de una falsa inclusión. Por un lado, se callan ciertas voces críticas que subrayan el hecho de que el mundo de la moda lleve a las mujeres a una inseguridad pavorosa que puede provocar bulimia, anorexia u otro tipo de desorden alimenticio. Por otro lado, las modelos de tallas grandes tampoco terminan por ser modelo de nada. Yo no me veo reflejada en ellas; las mujeres tenemos estrías, celulitis, flacidez… El asumir mi cuerpo como algo hermoso, algo valioso, algo importante y, sobre todo, algo con lo que sentirse a gusto y poder dar la batalla es un gran logro. Diría más: gustarse a sí misma es la gran revolución, puesto que permite desmontar todos esos chiringuitos que viven de la inseguridad de las mujeres.
En el relato Silba una hija se recrimina el no haberle preguntado nunca a su madre por qué no se divorció de su padre, por qué no lo envió a la «puta mierda» y dejó de mimetizarse «con el sofá, con las cortinas…». ¿Podemos ver en la recriminación de esta hija una toma de conciencia ante lo vivido por sus propias madres?
Me gusta esto que comentas respecto de este relato. La evolución de los derechos humanos ha tenido lugar precisamente a través de las preguntas que toda generación ha realizado a la que la precedió. Las nuevas generaciones preguntan a quienes les precedieron por qué dejaron que sucedieran ciertas cosas o por qué no dijeron nada respecto a ciertas otras y lo hacen desde la movilización y desde otro lugar. Y es que ciertas preguntas, como las que se plantean en el relato, solo puedes realizarlas cuando has tomado conciencia de que lo que sucedía antes no estaba bien. Y, pensando en el relato, lo que puedo decirte es que el feminismo en el que yo creo es un feminismo muy doméstico, muy de casa para adentro, puesto que creo que la batalla doméstica es la más difícil y las más épica.
¿Por qué?
Porque es una batalla entre hermanos, entre amantes, entre madres e hijas, entre padres e hijas… Por esto es la más difícil. Es la batalla más anquilosada y, sobre todo, es la más necesaria.
Has dejado Madrid y has vuelto a Ecuador: ¿Cómo ha influido este regreso a casa a la hora de plantear estos relatos?
Volví a Ecuador para hacer un trabajo público y, si bien no lo había pensado, quizás muchos de estos relatos tienen que ver con la decepción tan grande que tuve, con el hecho de que se me derrumbara esa entelequia llamada Ecuador y que esa suma de ficciones que constituye todo país se viniera abajo mostrando su artificio, casi como si estuviéramos en El Show de Truman. En este sentido, los relatos de Sacrificios humanos nacen de esa decepción, de esa sensación de estafa con respecto a las cosas que yo creía, pero también del revisar mi historia personal en relación con la geografía, con aquellos espacios a los que yo llamé casa, barrio, hogar… Y, al revisar todo esto, darme cuenta de lo cruel que es hacer un barrio, una ciudad, un país para unos y no para otros. Gran parte de la decepción se debe, en efecto, al hecho de constatar la imposibilidad de hacer algo desde lo público, en parte a causa de que este país, Ecuador, se fundó y se sigue fundando desde una profunda desigualdad social. Dicho en otras palabras: Ecuador es un malestar y los relatos nacen de ahí, de este malestar.