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Agustín Fernández Mallo: «La autoconstrucción de la identidad es una alucinación del ego»

El nuevo ensayo del autor gallego indaga sobre las nociones de identidad, máscara y pacto, además de desmitificar el concepto de autoconstrucción.

Agustín Fernández Mallo: «La autoconstrucción de la identidad es una alucinación del ego»

Wikimedia Commons

«Escribí este libro porque no entiendo el teatro, porque cuando voy al teatro siempre hay un momento en el cual me desconecto de la función», me dice el escritor Agustín Fernández Mallo del otro lado del teléfono, mientras se preocupa si debe hablar despacio por si estoy tomando notas.

Así, escritor y periodista comienza el pacto de esta entrevista a propósito de la publicación de La Mirada Imposible (Wunderkammen, 2021), un ensayo especulativo sobre las nociones de mirada, identidad y escenario.

La Mirada Imposible se comenzó a escribir durante el confinamiento, sin embargo, el autor no cree que ese haya sido el motor que lo encendiera a escribir porque sencillamente «los que escribimos siempre estamos confinados». No es de extrañar que este ensayo sea un compendio de ideas que el autor llevaba confinadas en su pensamiento desde hace varios años, sin saber cómo escribirlas: «nunca sé a dónde voy, en el sentido de que no planeo ningún libro».

Esa libertad o falta de planeación hace que el ensayo parezca una experiencia especulativa, de falta de fluidez, como el mismo autor me afirma, sin embargo, todas las ideas se van concatenando para teorizar acerca de la identidad y del pacto.

«Creo que desde siempre hemos necesitado disfrazarnos. Llámale máscara o llámale disfraz para simular ser otro, para simular ser otra cosa» afirma el autor. El uso de las máscaras o simulaciones de otros nos ha ayudado a evolucionar como especie: «el primer humano que tuvo que cazar a un oso y ponerse su piel poder caminar e ir a lugares fríos. Lo que está haciendo es disfrazarse de oso».

Para el autor ese poder de simulación es lo que nos separa de las otras especies y nos convierte en seres simbólicos, que se aprovechan de ese aprendizaje en el que plagiamos al otro para poder sobrevivir, por lo tanto, es imposible separarse de la máscara. «Si tú coges aún a un animal del trópico y lo llevas directamente al Polo Norte, se muere ¿y por qué? Porque no tiene jersey, porque los animales no son simbólicos, entonces no son capaces de simular todo ese símbolo que es llevar encima algo que además te protege».

Entre las visiones de máscara, simulación y símbolo, Fernández Mallo evidencia que somos seres «que necesitamos simular algo para ser nosotros», necesitamos del pacto y de la máscara como parte de nuestra constitución identitaria.

Agustín Fernández Mallo: «La autoconstrucción de la identidad es una alucinación del ego»

Usamos máscaras también en las redes sociales, ¿cómo se complementa con lo que afirmas en el libro?

El caso de las redes sociales, lo veo, pues sencillamente como un caso particular de una época participativa particular. Pues eso, simulamos lo que no somos en las redes sociales para poder adaptarnos a un medio. En este caso no es un medio ecológico, es un medio tecnológico que también tiene su propia ecología o ecología simbólica, ecología de relaciones sociales.

Si la máscara ha estado desde siempre, ¿por qué la notamos más ahora, especialmente con las redes sociales?

El ser humano se lleva disfrazando desde el momento en que somos humanos. Pero ojo, yo no lo digo como algo negativo, sino que nos construye como humanidad. Por eso os pongo muchos argumentos o ejemplos acerca de los animales. Si un animal jamás se disfraza porque no es humano, un animal nunca podrá ser humano. Ahí mi desarrollo de la construcción de la mascota, que es un delirio humano, una exageración de la inteligencia artificial y que intenta construir humanos allí donde no hay, a través de ponerles unas máscaras que ellos no pueden construirse.

¿Por qué crees que tenemos ese ímpetu de construir algo donde no puede haber esa construcción de la máscara?

Es muy claro para mí, porque ansiamos la idea de un creador.

¿Ser tan poderosos como un dios?

Posiblemente todos sabemos que las religiones, lo que comulgan todas las religiones no existe. En el fondo todos lo sabemos. Todos sabemos que no existen ninguno de los dioses, que ninguna religión ha dicho que existen. Todos intentamos dirigirnos como creadores para suplir esa pérdida. Ya sentimos una melancolía porque no hay un dios que nos haya creado. Entonces, esa melancolía la suplimos a veces inventando religiones con dioses que no existen. Otras veces queriendo ser nosotros dioses, es decir, queriendo crear algo. Pero están queriendo crear una humanidad. Allí donde no hay nada.

¿Un síntoma de orfandad?

Claro, hay síntomas de orfandad. El ser humano tiene una falta, nos falta algo siempre. Un animal o una piedra están completos. A los animales nunca les falta nada, salvo comida, en el caso de que tengan hambre. Esto ya lo decía Voltaire cuando vio a un caballo fecundar a una yegua. Él se dio cuenta de que ahí la relación sexual era perfecta, entre el caballo y la yegua, porque no les faltaba nada, porque no tenían lenguaje. No eran humanos, era algo infinitamente biológico. Luego llega Lacan y reafirma a Voltaire preguntándose: ¿por qué en el ser humano todas las relaciones sexuales son imposibles? Porque al ser humano siempre le falta algo y cuando ha cometido un acto sexual, espera algo más, algo más que nunca encuentra. Tenemos una falta y queremos suplirla a través de creaciones que creemos que son reales, pero, en el fondo, son delirios controlados.

Esos delirios están controlados desde el lenguaje. Es lo que comentas en el libro como la ruptura de la quinta pared…

Yo estoy hablando de escenarios que nadie puede ver. Al final, cuando construimos una ficción, estamos construyendo una imagen de algo que no está en ningún lugar. Es un escenario imposible. Nadie podrá habitar jamás ese escenario físicamente, pero necesitamos crearlo. Son todos esos escenarios que creamos para no ser vistos de alguna manera. Para poder experimentarlos de algún modo, pero nunca para ser vistos. Son escenarios imposibles.

En la actualidad con internet y los relatos en redes sociales se habla del poder de lo real. ¿Dónde queda en nuestro discurso como seres humanos la autenticidad o la pureza?

No existe la pureza, la originalidad, lo real absoluto. Son términos teológicos, son términos religiosos. O sea, ¿quién habla de la pureza? Pues los ideólogos, fanáticos, el Papa, o políticos que siguen ideologías, en resumen, totalitaristas o fanáticos. Pero nadie que lo analice con un poco de inteligencia cree que hay algo realmente real en las cosas. Por ejemplo, tu eres de Venezuela y Venezuela es una mezcla de mil culturas, como lo es España, como lo es todo. Son discursos esencialistas, que apelan a lo totalitario. Todo ese tipo de discursos que apelan a una posición imaginaria de algo supuestamente auténtico u original, de algo que, en verdad, nunca ha existido.

Sin embargo, son discursos que calan por eso que comentábamos, por no sentirse huérfanos…

Claro. Evidentemente el ser humano es débil. Somos débiles y, ante esa orfandad, cada uno se va agarrando a lo que es, a lo que su cultura y sus conocimientos le provocan. Yo también siento esa orfandad, porque todos nos sentimos solos en el mundo, pero los recursos culturales me impiden aferrarme, por ejemplo, a la idea de una originalidad absoluta. Me aferro a otros, claro, ¿también son imaginarios? No lo sé, pero bueno, en mi opinión son más sofisticados en el sentido de que están más elaborados mentalmente. Esa orfandad existe siempre. Es muy fácil cuando uno se siente solo agarrarse a la primera religión que pasa o al primer chamán que te cuenta una historia y tu te la crees. Claro. Pero bueno, también está el espíritu crítico. Ser crítico con uno mismo y con el mundo y, si uno es crítico, debe estar muy atento a ese tipo de discursos, para que no le engañen.

Pero en la era de la literalidad que vivimos actualmente no sé si la gente pueda hacer esa autocrítica…

Bueno, eso ya depende de cómo la persona se vaya cultivando y vaya teniendo inquietudes. Al final, yo creo que todo es un producto de una investigación y de una educación personal. A veces creemos que la educación tiene que ser alguien, tiene que estar decidida por los demás o el Estado o por la familia. Eso es verdad, pero uno tiene que refinarse y saber auto educarse de alguna manera. Para empezar, porque si no lo que haces es quitar toda la responsabilidad de ti mismo y eso es crear seres irresponsables. Todos somos responsables de lo que hacemos. Entonces, cuando tenemos que intentar educarnos un poco a nosotros mismos también.

¿Esa responsabilidad pasa por crear escenarios seguros? Esa otra noción de la que hablas en el libro…

Necesitamos crear escenarios para poder también sentirnos seguros, para saber que hay una continuidad, aunque sean escenarios imposibles, escenarios inmortales que no vemos. Toda la masa de muertos, de humanidad que tenemos a nuestras espaldas, nos dedicamos también a recordarla, a observarla, a apreciarla. Guardamos fotografías de nuestros antepasados, etc, etc. Pero en realidad es un escenario que ya no podemos ver. Igual ocurre con el escenario futuro, estamos siempre proyectando. Por ejemplo, siempre queremos dejar un planeta sostenible a los que vengan luego y no sabemos quiénes son. Pero ya preparamos ese escenario para los que vengan, pero ellos lo van a transformar a su manera y, a lo mejor, nos lo tiran a la basura y construyen otro.

Algunas de estas proyecciones del futuro en el discurso actual vienen tratando de modificar o cancelar lo que hacíamos en el pasado para intentar mejorar lo que haremos en el futuro. ¿Cómo actuamos ante esa construcción del relato y de la representación de lo que supuestamente seremos en el futuro?

Bueno, yo lo que creo es que con eso hay que tener mucho ojo, porque el pasado o la historia hay que analizarla. Pero, cuidado con juzgar la historia con argumentos morales del presente porque lo que estás haciendo es un anacronismo ético, que a su vez es un anacronismo histórico, que es juzgar el pasado con una ética del presente. Otra cosa es que tú creas que en el presente eso ya no se debe hacer. No hay que olvidar que cada obra se interpreta en su contexto. Entonces tú puedes interpretar una obra del siglo XIX en el contexto actual. Vale, puedes hacerlo y debes hacerlo. Pero eso no quiere decir que tengas que censurar aquella obra, porque aquella obra fue hecha en un momento en el cual la ética de todo el mundo, no solo de quien lo pintó tenía otra ética. Entonces, claro, hay que tener mucho cuidado al hacer esas traslaciones directas, que yo las veo un poco ingenuas.

Dices que la idea de escenario la empiezas a considerar porque no entiendes el teatro, porque se te escapa como arte…

No, no lo entiendo. Es un arte que se me escapa porque cuando voy al teatro siempre hay un momento en el cual me desconecto de la función. Es decir, se rompe el pacto de verosimilitud de lo que estoy viendo y me parece muy raro lo que están haciendo esas personas y pienso que están locos. Eso me llevó a preguntarme, que es la pregunta esencial de toda la primera parte del libro, por qué si voy por la calle y veo en una esquina a alguien haciendo gesticulaciones raras digo que es un loco, pero si ese mismo alguien tiene en el suelo pintado con una tiza, por ejemplo un rectángulo, ya no, ya no digo que es un loco, digo que es un actor.

¿Por qué pactamos?

Por qué una simple línea pintada con tiza lo cambia todo. ¿Por qué se convierte al loco en un actor? ¿O qué convierte un trozo de suelo que no es nada en escenario? Claro, hay unos papeles. Era para mí la gran pregunta que no creo que haya contestado, pero sí divagué en torno a ella.

Volvemos a rumiar en lo mismo, ¿no? ¿Qué consideramos real dentro de ese escenario con lo que podamos pactar?

Volvemos al escenario, al pacto y a la simulación. A cómo es importante saber simular bien, o la performatividad o como le quieras llamar. Sobre todo, ahí está implícita la idea que también se dice en el libro, de que el teatro o el cine o lo que tú quieras es verosímil porque existe ese pacto y por qué algo se mantiene en el tiempo. O sea, quiero decir: ¿por qué cuando vemos una película pensamos que es una película y no un documental? Porque el actor o la actriz que está ahí aparece en otros papeles, en otras películas y sabemos que tienen una vida real aparte del cine, porque sino sería como un desconocido que de repente le filman y podría ser un documental. Es decir, lo que garantiza que lo real del cine sea lo que nos convenza es que existe una realidad fuera de ese escenario que asumimos como real. Es lo que diferencia lo que está dentro, de lo que está fuera del escenario.

Dices que solo sabemos como somos porque otro nos ve, alguien nos ve actuar en un escenario. ¿No podemos construir una identidad?

Yo lo que creo es que la identidad auto construida siempre ha sido una ficción. Yo puedo creer que me estoy construyendo una identidad, pero eso no vale, no vale de nada si eso no viene refrendado por el resto del mundo. La identidad no es lo que tú digas que eres, es lo que los demás dicen que eres. Lo que digo en el libro es que eso había ocurrido siempre, en tanto, sea un nivel personal como el de un pueblo. Un pueblo nunca es como el pueblo cree que es sino como el resto del planeta dice que ese pueblo. Yo siempre he creído que la autoconstrucción de la identidad es una alucinación del ego. Tú crees que te puedes construir a ti, cuando eso nunca ha sido así. ¿Qué pasa hoy? Eso se complejiza porque nuestra identidad ya no es la que creemos cada uno, al modo freudiano, ahora mismo, a lo largo y ancho del planeta, hay cien mil informaciones de nosotros que nosotros ni controlamos, ni sabemos que existen siquiera a través metadatos y que son los que construyen una especie de identidad abstracta de lo que somos hoy día. Es decir, que todo yo no soy como yo creo que soy. Yo soy como toda esa masa de datos, opiniones, metadatos, cosas que yo no controlo y que a lo mejor están aquí, en China y no sé dónde, que me da igual, eso es en realidad una forma de identidad contemporánea.

¿No eres algo más allá de esa metadata?

Yo creo que no o en cualquier caso, lo que tú creas que seas no tiene ninguna relevancia en el sentido de que si el mundo se empeña en decir que eres otra cosa, no te vale de nada que tú creas que eres como eres, porque tienes que vivir en un mundo. Tienes que dialogar con un mundo. Pero, doy un paso más, es un paso para mí clave, es que esa visión de conjunto de datos, antes había un ser único, podría ser Dios, El Estado u otro, que controlaba eso y entonces podías apelar a alguien y podías decir «por qué usted me construye así». Hoy día no existe ese ente único porque es una diseminación de valores, de datos y de opiniones que no pertenecen a nadie en concreto. Por lo tanto, uno no tiene a nadie a quien pedir cuentas de esa identidad abstracta que hay ahí afuera.

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Agustín Fernández Mallo no solo habla de la identidad virtual y aunque solo fuese la virtual, los datos no están centralizados, no solo es Google como plataforma, también es Facebook o los datos del banco, no hay un ente único a quién le reclamarle esa identidad de lo que se cree que eres. La identidad va más allá de lo virtual porque como lo explica el autor puede ser lo que piense tu madre o «la vecina que es una señora que tiene 80 años. Esa persona tiene una opinión formada sobre mí, esa persona me atribuye una clase de identidad y no, no sabe ni lo que es Facebook, ni Twitter, ni nada».

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¿Cómo pactas con una multiplicidad de cosas? Además quizás haya algunas que no sabes.

No puedes pactar. Tú puedes hacer pactos parciales, puedes hacer pequeños pactos con entes muy determinados. La psique es propiamente melancólica, en el sentido de que hay una identidad afuera que se construye y tú no sabes cuál es, ni tú puedes ver. Sin embargo, está trabajando para construirte de alguna manera.

¿Esa mirada no sería la frustración del ser humano? ¿Es la fragmentación del ego? ¿Con qué cargas pactamos?

Tú decides aceptar, cuál es no queda claro para poder sobrevivir. Tú tienes que ir aceptando o no aceptando, o viendo, o tapando los ojos o no tapándolos. En mi caso, como soy una persona muy individualista, pues me da totalmente igual y me quedo tan tranquilo, pero a lo mejor a otras personas no les pasa lo mismo. Pero que conste, todo esto que estoy diciendo en ningún momento lo estoy enjuiciando moralmente. No estoy diciendo que eso sea necesariamente peor que el ego o la identidad formada por uno mismo y controlada exclusivamente por tu tribu. A lo mejor incluso eso es peor. Yo estoy tratando de exponer una dinámica, porque yo creo que eso no sólo ocurre en la construcción de las identidades de cada persona, sino también en las identidades de los pueblos. Cada pueblo quiere crear una idea de sí mismo que en realidad es una ficción y lo que importa o la puede crear no importa nada, porque tú vas a tener que va a tener que dialogar con el resto. Entonces es la identidad que el resto del mundo te asigne con la que vas a tener que dialogar.

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