Áxel Capriles sobre las pasiones, o por qué somos infieles y elegimos a líderes psicópatas
Hablamos con Áxel Capriles, autor de ‘Erotismo, vanidad, codicia y poder’ sobre cómo las pasiones siguen dominando la vida contemporánea
Plántense ante la lista de ‘más vendidos no ficción’ en cualquier librería y ahí estarán. Todos esos títulos que prometen la fórmula de la felicidad, que le ayudarán a controlar y usar sus emociones para optimizarse. Compre uno y prometa que, desde mañana mismo, su vida cambiará. Porque está usted en absoluto control de su corazón y su destino. Salga a la calle y pierda los estribos al primer contratiempo; trabaje y trabaje y trabaje y cómprese ese coche que no necesitaba; enamórese de la persona incorrecta en el momento equivocado. Intente que le den un par de euros por ese libro en una tienda de segunda mano.
El psicólogo y doctor en Ciencias Sociales Áxel Capriles M. y autor (entre otros) de Erotismo, vanidad, codicia y poder (Turner) define las pasiones como alteraciones del alma, como «irreductibles movimientos de la psique ajenos a la función de realidad y a la voluntad». Antiguamente eran «estados de posesión por Dioses que te imponían, te llevaban en una u otra dirección». La historia ha avanzado, pero las cosas no han cambiado mucho. ¿Por qué se cuela el deseo de infidelidad en un matrimonio feliz? ¿Por qué elegimos a líderes con rasgos psicópatas? ¿Por qué dejamos que el deseo de acumular riqueza domine nuestras vidas? Según Capriles, porque «lo que nos hace vitales son las ondulaciones en ese mar». Lo irracional, la reacción instintiva, dice más de nosotros mismos que el intento constante de dominarlo. Por eso propone dejar de lado ese intento y mirar desde otra perspectiva: preguntarle a las emociones qué quieren de nosotros, qué nos falta. Dejando que nos hablen de quiénes somos.
Si las pasiones –alteraciones del alma– son una forma de conocerse, ¿por qué las corrientes pro bienestar actuales apuntan justo hacia lo contrario, hacia la serenidad total?
Siempre hemos tenido esos discursos que nos dicen que tenemos que mantener la calma y ser equilibrados –la idea de la inteligencia emocional vendía libros como arroz y era práctica para las empresas–. Quizás conseguirlo sería el ideal, aunque no creo, porque sería una vida demasiado estable y lo que nos hace vitales son las ondulaciones en ese mar.
Le damos demasiada importancia al mundo exterior. La psicología de Carl Jung [su maestro] plantea que el mundo interior es tan fuerte y tan grande como el exterior, lo único que el otro es visible y más fácil. El interior es intangible y más sutil, y aquí entra el arte de las emociones: descubrir de qué son símbolos, de qué son indicadores, de qué son señales (son como luces que nos dicen cosas de nuestro mundo interior).
Defiendes que la persona hacia la que se dirige nuestra pasión es sólo el objeto de la misma, ¿dónde deja esto al ideal de amor romántico y de personas destinadas a estar juntas?
La persona, el objeto de la pasión, es fundamental. Sientes amor por alguien, no por otro. Pero la pasión usará a quien necesite para ello. Cuando la gente está In the mood for love se enamora, encuentra a alguien de quien enamorarse. El objeto de la pasión es importante, pero es un proceso conjunto: las dos personas viven una experiencia en la que cada uno es reflejo del otro.
Es lo mismo con la envidia. No envidias la riqueza de la reina de Inglaterra; envidias la riqueza del que está al lado, que se crió contigo y que subió mucho más; probablemente porque es la prueba de que tú no pudiste hacerlo, de que tú fracasaste en el camino.
Hablas de una ‘sociedad hipersexualizada’ que ha perdido el erotismo. ¿A qué se debe esta pérdida?
Se ha perdido erotismo como aquello que aporta imaginación y cultura al instinto sexual. La erótica son las imágenes que tú construyes alrededor de un instinto, y ahora lo hemos llevado tanto al plano colectivo que lo hemos convertido otra vez en puro instinto. Los instintos son, precisamente, aquellas reacciones colectivas que tienen todos los seres humanos por igual y eso le quita al sexo el matiz individual.
¿De ahí la politización del sexo a la que también haces referencia?
Veo España como una sociedad hipersexualizada en la que continuamente el sexo es importantísimo desde el punto de vista político. La política de género está en las primeras páginas de la prensa constantemente. Hasta ahora vemos cómo la entrada de Pablo Iglesias en la candidatura por la presidencia de Madrid está tomando un cariz sexual de que si es machista, que si no es machista…
Toda esta discusión sobre la identidad la veo un poco como las guerras de religión del siglo XVI, cuando se cuestionaba cuál era la verdadera fe. Entonces, la religión estaba constantemente en el debate público hasta que llegó un momento en que se llegó a la conclusión de que cada uno puede profesar la religión que quiera en privado. La sexualidad ocupa ahora el espacio que tenía la religión en siglos pasados.
¿Por qué tenemos que debatir eso públicamente? Que cada quien decida en privado sobre su propia identidad sexual, y que siga su propio proceso. Igual que ya no debatimos sobre religión, me parece que ese debate público le pertenece más al individuo.
¿Cómo influye esta colectivización en otras partes de ese proceso de construcción de una identidad única y diferenciada?
Creo que es el proceso más arduo que hay, y siempre va a haber tanteos y dudas. Es como elegir una profesión: poca gente tiene una vocación clara, más bien la va construyendo a lo largo del camino. Y siempre hay influencia de la sociedad: signos colectivos y tradiciones; pero cuando el colectivo se entromete exageradamente en ese proceso, se pierde la capacidad de diferenciación individual.
Nos bombardean las imágenes desde fuera y perdemos el oído para el proceso interno, para identificar sensaciones, emociones, sueños. Pocas veces podemos sentarnos y sentir en silencio qué es lo que dice tu cuerpo. Pensar: di este paso, ¿cómo me siento?; di este otro, ¿me siento mejor? Y así ir andando tu camino. En lugar de seguir las flechas: vaya hacia allá, ahora hacia el otro lado.
Y supongo que el instinto, si no se usa, se duerme.
Se duerme, sí, y esas sensibilidades es difícil reactivarlas.
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«El complejo del dinero y la riqueza tiene que ver con las desigualdades, los conflictos y las revoluciones políticas, los sistemas económicos, la psicología, la religión y la moral»
¿Qué factores influyen en la concepción que uno tiene del dinero? ¿Por qué en algunas sociedades –como la española– sigue siendo tabú?
Hay un peso cultural importante. En la cultura hispánica tenemos una actitud hacia el dinero negativa por herencias medievales. Para los hidalgos, tener dinero era cosa de comerciantes y judíos. A un hidalgo lo que le importaba, pongamos en el Siglo de Oro español, era la pureza de sangre.
Esas prédicas medievales han perdurado, se han recubierto con diferentes mantos y continúan presentes. Hay una identidad entre el dinero y la maldad, entre el dinero y la culpa, y no se ve la posibilidad creativa del dinero; no se ve el dinero como ese factor que permite el encuentro y la movilización de la sociedad. En España y América Latina es muy similar y por eso es frecuente la condena del capitalismo.
No hay una relación libre, fácil y amplia con el dinero y lo que significa en nuestra vida. A pesar de la cantidad de tiempo que le dedicamos a pensamientos, preocupaciones, angustias que tienen que ver con dinero… –es inmenso, más que a la sexualidad misma–, no lo analizamos, no reflexionamos sobre él.
Es parecido a lo que sucede con el poder, ¿no? Que lo asociamos a la maldad y al sometimiento
El poder tiene una acepción que es la fuerza y la posibilidad de llevar algo a mejor, pero suele entenderse como poder coercitivo, de manipulación sobre otros.
En la sociedad latinoamericana, el poder está más aceptado que la codicia. Dedicarse a la política está mejor visto que a las actividades comerciales. La codicia fue el pecado más maligno y mortal durante prácticamente toda la historia de la cultura hasta la modernidad, cuando comienza a aceptarse la idea de «dulce comercio». Se aceptó por primera vez en la historia que la codicia podía tener un aspecto positivo y eso posibilitó que el capitalismo se aceptase moralmente. España y sus colonias en América Latina no se incorporaron a ese discurso: se quedaron en la línea de la cristiandad, considerando que el afán de poseer era pecaminoso. La única forma de controlar una pasión es priorizando una sobre otra; las que están más socialmente aceptadas.
¿En qué momento pasó el poder de ser una pasión mal vista a una bien vista, ese camino que la codicia nunca llegó a recorrer?
La idea de la dominación de unos sobre otros, de jerarquía, siempre se ha aceptado. Pero antes necesitabas mantener ciertas formas y principios profesionales, políticos, económicos… Hasta el siglo XX. Desde entonces –creo que entra en este proceso de superficialidad que nos ha ido dominando– el desalmado ha empezado a ser aceptado por todo el mundo de una manera preocupante.
El líder es ahora el individuo al que le falta alma, y que no es capaz de construir una verdadera conexión erótica, una empatía hacia el otro porque está vacío. Capaz de un mimetismo absoluto, de estar aquí, escuchando y parecer fascinado contigo y entonces tú con él, porque te está prestando una atención extraordinaria, aunque por dentro no está sintiendo absolutamente nada hacia ti. Ese ser, que es lo que llamamos un psicópata adaptado, se ha convertido en una figura frecuente que toma el poder por la fascinación que produce en grandes multitudes.
En el libro ponías de ejemplo a Hitler y Chávez, ¿se te viene a la cabeza algún líder actual?
Trump es un ejemplo de esa típica dominante en política. Además de en la política, también se ve en las grandes corporaciones: ¿por qué la persona sensible, educada, que no se lleva a la gente por delante no avanza tanto? ¿por qué el que llega y ocupa la presidencia es quien arrasa y se lleva a cualquiera?
Quizás por el carisma, la percepción de confianza en uno mismo… ¿es posible una absoluta confianza en uno mismo sin que esto sea un rasgo de psicopatía?
La persona normal siempre tiene inseguridades, dudas, culpas, huecos… Fisuras. Algo que no puedes llenar y te frena, te da inseguridad.
Cuando te encuentras a una persona absolutamente segura de sí misma, que se ve como un mensajero de Dios, eso calma tus propias inseguridades y te da fuerza para seguir adelante. Esa persona se convierte en un bastón psíquico.
Entonces, partiendo de esta base, ¿es realmente posible la tecnocracia, que sería lo más parecido al gobierno de los reyes filósofos que proponía Platón?
Aparentemente no. En Venezuela se criticó mucho que se había hecho un gobierno de tecnócratas y ese fue el surgimiento de Chávez. Se veía como algo despectivo, como gente que hace las cosas por razones técnicas y no tiene agarre popular, carisma. El tecnócrata, que sería el rey filósofo de Platón en cierta manera, no tiene el suficiente carisma.