Margarete Böhme, la escritora olvidada que puso en entredicho a la sociedad burguesa y sus valores
La editorial El Paseo publica por primera vez en español ‘Diario de una perdida’, la novela de la olvidada escritora alemana Margarete Böhme que fue llevada al cine en 1929 por G.W. Pabst con Louise Brooks como protagonista con el título de ‘Tres páginas de un diario’
Como la Olympia de Édouard Manet que tanto incomodó a los visitantes del Salón de París de 1865, con su relato en primera persona, Thymian Gotteball también se dirigía a principios del siglo XX a «esos hipócritas» burgueses que no quieren saber nada de ella, que la rechazan, que la consideran una mujer perdida, pero que, al mismo tiempo, no dudan en reclamar sus servicios. Olympia, recreación del mito de Venus, con su afrodisiaca orquídea y con ese único zapato de tacón colgando de su pie, símbolo de una inocencia perdida, clava su mirada en aquellos que, recorriendo la exposición bajo el brazo de sus mujeres, niegan ser esos mismos clientes que pagaron por sus servicios. El ramo de flores que la sirvienta le ofrece a la Olympia retratada por Manet alude, precisamente, a esos servicios pagados que, ahora, la fija mirada de la joven prostituta les obliga a reconocer a los clientes ante esa sociedad que, en palabras de Buci-Glucksmann, acepta a las prostitutas en tanto que «productos básicos de la ciudad», pero las rechaza, asociándolas a la inmoralidad, a la enfermedad e, incluso, a la muerte: «Pero, al fin, en las calles de medianoche escucho /cómo la maldición de la joven Ramera /deseca el llanto del recién nacido, /y asola la carroza fúnebre de los Novios», escribiría el poeta inglés William Blake.
Walter Benjamin lamentaba que Baudelaire nunca hubiera escrito «sobre prostitutas desde el punto de vista de las prostitutas» y, quizás, precisamente por esto, mostró su entusiasmo por Diario de una perdida, donde, a través del recurso del manuscrito encontrado Margarete Böhme da voz a Thymian, una prostituta que, en primera persona, relata su historia, una caída a los infiernos que tiene su inicio cuando, siendo tan solo una adolescente, es víctima de los abusos de Meinert, el asistente comercial de su padre, un reputado farmacéutico. El indeseado embarazo de Thymian y su negativa a seguir los consejos de su padre de casarse con Meinert, convierten a la joven en una mujer perdida de la que «la sociedad burguesa no quiere saber nada» y, como le advertirá mucho tiempo después la señora Kidermann, una antigua prostituta, «si alguna vez logra realmente volver a entrar en esa sociedad, vivirá siempre con miedo y siempre caminará por la cuerda floja, balanceándose entre ser ángel o demonio».
Para Benjamin, Diario de una perdida trazaba «la más audaz curva emancipadora», una curva que para muchas mujeres supuso un recorrido a seguir no solo en aquella Alemania de primeros de siglo, sino también en el mundo anglosajón -la novela se publicó en 1905 y fue traducida al inglés en 1907. El ficticio diario de Thymian Gotteball, definido por la crítica Katharina Gerstenberger como «la narración autobiográfica quizás más notoria de principio del siglo XX», vendió más de un millón de ejemplares convirtiendo a su autora, Margarete Böhme, en una de las pocas escritoras que vivían gracias a su escritura.
El nazismo censuró el libro, que dejó de circular a pesar de su éxito precedente y que pasó al olvido, siendo solo recientemente rescatado en su país y solo ahora publicado por primera vez en español gracias a la editorial sevillana de El Paseo. Las razones por las cuales Diario de una perdida fue censurado son las mismas que explican su éxito: su discurso emancipador, su férrea e incontestable crítica a la falsa moral burguesa y sus embistes contra los falsos valores cristianos a través de la voz de una prostituta, es decir, de una paria social que no titubea a la hora de hablar de cuestiones como el aborto, los abusos sexuales, la falta de libertad de la mujer a la hora de decir sobre su cuerpo o la desigualdad de clase y de género. «Si volviese de nuevo al mismo mundo quiero ser un animal salvaje. O quizás un hombre, pues un hombre nunca se mete en un callejón sin salida, como nosotras las mujeres; para él siempre hay una puerta abierta, su existencia no queda aniquilada por un paso en falso, como la nuestra», anota en las últimas páginas de su diario Thymian, consciente de que «al hombre le pertenece el mundo», mientras que «nosotras las mujeres solo somos medios tolerados para su objetivo».
El ficticio diario de Thymian Gotteball vendió más de un millón de ejemplares convirtiendo a Margarete Böhme en una de las pocas escritoras que vivían gracias a su escritura.
No es de extrañar que afirmaciones así fueran todo un revulsivo para la sociedad de primeros del XX, más todavía si tenemos en cuenta que estas son realizadas por un sujeto doblemente subalterno -mujer y prostituta-, que, sin embargo, a través de las páginas de su diario y como haría, poco tiempo después la escritora Flora Tristan en sus crónicas y textos de carácter autobiográfico, se reivindica en tanto que «paria»: Thymian hace suyo el insulto para, desde ahí, autolegitimarse. Desde la conciencia de que, como dejaría escrito décadas después en su diario Sylvia Plath, «haber nacido mujer es una horrible tragedia», la protagonista de Böhme construye un relato que no se queda en la constatación de dicha tragedia ni tampoco se rige por la autocompasión, sino que se presenta como una denuncia pública.
En este sentido, como la Olympia de Manet, Böhme mira a los ojos de sus lectores y, sin complacencia alguna, los señala con el dedo, a ellos, pero también a ellas: «Lo que más me irrita es cuando esos hipócritas se llevan a sus mujeres por la noche al café y ellas se sientan allí, cuchichean, ríen y se burlan y no saben cómo actuar para recalcar su gruesa moralidad y su inviolable superioridad burguesa frente a nosotras, las revolcadas en el lodazal. Me gustaría escupirles a la cara a esas cretinas» y es, en parte, lo que hace Böhme con su novela, a la que más de uno tildó de pornográfica -el crítico Siegfried Kracauer, de hecho, destacó con desdén la «franqueza sexual, ligeramente pornográfica» del relato.
Es cierto que si algo define Diario de una perdida es la franqueza de la narradora y protagonista, franqueza y naturalidad justificadas por el género diarístico: Thymian se confiesa en la intimidad de unas páginas en las que no cabe la autocensura: «Querido diario, ¡ojalá fueses persona! Te hablo a ti como a nadie más en el mundo. Eres mi única amiga. No tengo secretos para ti. Sabes cómo soy. Eres mi confesor. Callas en todo lo que te digo y no dejas escapar los secretos, y ya te he contado mucho», anota la protagonista de Böhme, que recurre precisamente al género del diario tanto para dar veracidad a un relato en primera persona franco y sin ningún tipo de cohibición como para mostrar, como diría el feminismo algunas décadas después, que lo personal y lo íntimo son cuestiones políticas.
Por tanto, reducir Diario de una perdida a unas confesiones de carácter pseudoerótico o, como hiciera el escritor Hal Caine, limitarse a señalar «la buena lección» que ofrece dicha historia «conmovedora» es del todo injusto, puesto que implica pasar por alto el carácter subversivo de la obra: si, desde un punto de vista meramente formal, cabe destacar la voz narrativa así como el uso del género del diario íntimo, desde un punto de vista social y político cabe destacar el cuestionamiento de los tabúes sociales así como de las instituciones. Diario de una perdida es, en este sentido, mucho más que un manifiesto feminista, puesto que al cuestionar el papel subalterno de la mujer y la doble moral que sobre ella se aplica lo que hace Böhme es poner en entredicho la estructura política y el sistema de valores, muchos de ellos todavía vigentes, de la llamada sociedad burguesa.
«Todo el mundo debería de poder ser verdaderamente libre para hacer con su cuerpo lo que quisiese. ¡¿Tiene necesariamente que intervenir el santo tribunal de la opinión pública y ahogar a la encausada, que actúa distinta a las demás, en una apestosa ola de desprecio?!». La pregunta que se hace la protagonista no puede resultar más actual; en un momento en que las olas de desprecio se suceden una tras otra encontrando siempre algún sujeto al que embestir, Diario de una perdida es un alegato a la emancipación de cualquier individuo y, al mismo tiempo, una crítica despiadada a una sociedad -la nuestra- asentada, entre otras cosas, en el rechazo, el desprecio y el constante señalamiento del otro, del diferente, del subalterno.