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Marta Jiménez Serrano: «Somos lo que nos contamos y cómo nos contamos a nosotros mismos»

‘Los nombres propios’ es la primera novela de Marta Jiménez Serrano. Un relato del paso por infancia, adolescencia y entrada en la edad adulta de una protagonista que busca su lugar en el mundo

Marta Jiménez Serrano: «Somos lo que nos contamos y cómo nos contamos a nosotros mismos»

David Jiménez · VEGAP · 2021

Marta Jiménez Serrano es filóloga, editora, poeta y escritora. Los nombres propios, editada por Sexto Piso, es su primera novela en la que de manera delicada, como apuntes del natural, relata el paso por infancia, adolescencia y entrada en la edad adulta de una protagonista que busca su lugar en el mundo. 

La protagonista de Los nombres propios se llama Marta, igual que su autora y la coprotagonista Belaundia Fu, como la amiga imaginaria que tuvo de niña. Ésta no solo es su primera novela sino que es una novela de primeras veces, de cómo ciertos momentos nos marcan y de cuándo exactamente la vida decide que tenemos que asumir el control de quienes somos. Todos hemos sido niños y adolescentes que aspirábamos a vivir en un verano eterno, así que es fácil reconocerse en los miedos y las dudas de la Marta protagonista de la novela. Me reuní por Zoom con la otra Marta, la autora, para hablar de madres y abuelas, de infancia, de adolescencia, de la necesidad de limpiar como modo de buscar la identidad propia y de escribir, entre otras cosas.

Los nombres propios es la historia de Marta, de su paso desde la niñez y la adolescencia a la edad adulta, durante esa transición la familia, el amor y los amigos serán los tres pilares fundamentales. Después de leerla me parece que la gran metáfora tanto vital como literaria no es tanto la de encontrar la propia voz sino de tomar el control sobre ella. 

Sí, totalmente. Es el adueñarse de la voz. Creo que hay también un momento, aún cuando sabes cuál es en el que es difícil decir: pues ésta es, la voy a usar y la voy a ejercer. De hecho, todo el juego que tiene la novela de las dos personas que se usan para la narración, la segunda y la primera, yo lo que quería con eso era justamente simbolizar el momento en el que la protagonista se adueña de su voz. 

La novela está dividida en cuatro partes, tres de ellas son las que están narradas por la amiga imaginaria de la protagonista, Belaundia Fu, que habla en segunda persona todo el tiempo apelando directamente a la protagonista. Cuando me di cuenta de que eras poeta este uso de la segunda persona cobró más sentido porque es habitual en la poesía el hablarse a uno mismo a través del «tú» y me recordó también, por otra parte, a ese ejercicio que hacemos a veces de «¿qué le dirías a tu yo de siete años?».

Sí, es un juego un poco psicológico, efectivamente. Se habla de la segunda persona pero en realidad tiene un doble sentido porque esa segunda persona lo sabe todo y nos habla desde el futuro. Es lo que tú has dicho, es este «¿que le dirías a tu yo de siete años?» pero, en este caso, es alguien que está en el futuro, alguien que sabe más y que me da tranquilidad desde algún lugar, porque ya ha pasado por todo esto. Por eso es importante no solo la persona, sino también el que hable desde el futuro.

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Imagen vía Editorial Sexto Piso.

Esa segunda voz, la de la amiga imaginaria, habla a la protagonista con mucha ternura sin caer en lo sentimentaloide. Transmite esa idea de confortar, de quitarle drama a lo que a ti te parecía que era muy grave, por ejemplo, cuando eras adolescente. 

Sí, totalmente. Bueno, por un lado me alegra que digas que está en el punto justo, porque uno de los miedos hablando de todas estas cosas es caer en la cursilería, es complicado medir. Yo creo que es difícil adueñarse de la voz propia sin tener compasión hacia una misma. El proceso, el arco de la protagonista, pasa por la aceptación, por decir «bueno, soy ésta también con mis cagadas y no importa, no pasa nada, no es tan grave». No siempre, pero en el caso de la protagonista de esta novela sí que pasa un poco por ahí, por la aceptación y la compasión hacia una misma. La ternura es un buen lugar desde el que hablarse y no tanto desde la dureza o la exigencia, los otros lugares desde los que con tanta frecuencia nos hablamos. 

Además vivimos en una tendencia general a lo que los anglosajones llaman self-deprecation, a tirarte dardos a ti misma constantemente aunque sea para reconciliarte contigo. En realidad, hoy en día con este cinismo que tenemos instalado resulta incluso reivindicativo y un poco punk ser tierna y creer en el amor.

Sí, es que además la esta cosa de la self-deprecation que dices, que hay textos o yo qué sé monólogos o cosas que me gustan y me hacen gracia pero claro, tiene un juego un poco tramposo porque siempre es self-deprecation pero al mismo tiempo yo, yo, yo. En el fondo es la trampa fácil para hablar de uno mismo sin parecer y sí, estoy muy de acuerdo con lo que dices del cinismo. De hecho, me planteé que en la cuarta parte la protagonista no se enamorase, pero aquello se acababa convirtiendo en un discurso de «soy súper autónoma, súper independiente, me he encontrado a mí misma y no necesito a nadie más para para ser yo» y tampoco me convencía, la verdad. Al final hice que se enamorase, que tuviera sus dudas y plantear la situación un poco de «bueno, a ver qué pasa». Muchas veces el discurso hoy en día de adueñarnos de nuestra personalidad tiene que ver con no necesitar a nadie, me parece un poco tramposo porque es imposible, entre otras cosas.

En Los nombres propios tenemos dos voces y, a su vez, también tenemos dos mundos. Está la casa rural, la de la abuela, que es como la vuelta al origen donde el tiempo no transcurre prácticamente, y luego está Madrid la ciudad donde donde están, digamos, la madre, que representa las obligaciones, el padre, como referente más aspiracional y los amigos que son el refugio. Me hizo gracia que mucha gente te ha dicho que es una novela muy de Madrid y yo, en mi lectura, la interpreté solo como la idea de ciudad, supongo que porque no vivo en Madrid. 

Quizá porque soy de Madrid, lo daba por hecho. Mi intención era la que tú dices, yo lo que quería era enfrentar la gran urbe al huerto. En ese contraste que hay en la novela no aspiraba específicamente hacer un gran retrato de Madrid pero parece que me ha salido, la gente que conoce Madrid lo ve. Es verdad que sí, generacionalmente está muy reflejado porque me ayuda, claro, a la verosimilitud, a crear un ambiente el hablar de detalles concretos. Pero no era tanto una aspiración de describir Madrid como de hacer ese contraste entre la vida de verano y lo rural por un lado, y la el invierno, por así decir, el curso que transcurre en la ciudad por el otro. 

«Es difícil adueñarse de la voz propia sin tener compasión hacia una misma»

En esa parte del año que pasa en la ciudad, durante el curso, ahí es donde donde realmente la protagonista crece, real y metafóricamente. Ahí es donde las las obligaciones se le acumulan y la obligan a moverse. Hay una frase que me gustó mucho que dice «para moverse hay que cambiar de idea» y, en cierto modo, las cosas que le van sucediendo le van haciendo cambiar de idea porque es inevitable, la van llevando a otro sitio.

Sí, ahora que me lo dices lo pienso y es como si en verano digiriera lo que le ha pasado durante el curso, ¿no? Creo que al final, por pequeñas y por cotidianas que sean, tiene que tienen que pasarnos cosas para cambiar y tenemos que dejar que nos pasen esas cosas. Muchas veces parece que somos dueños absolutos de lo que nos ocurre y no, nos pasan unas cosas y no otras. Vamos haciendo lo que podemos con eso.

Tenemos tenemos a las dos mujeres de referencia que son la madre y la abuela. Son dos figuras muy domésticas porque incluso aunque la madre es una profesional sigue siendo una figura muy de ámbito doméstico, ambas se toman como referencia para bien y para mal.

Sí, me gusta que lo digas porque todo el mundo ve la referencia positiva, pero yo creo que están las dos. Evidentemente la abuela es totalmente doméstica. Creo que la reflexión es que la madre también lo es a pesar de todo porque tiene un trabajo y demás, pero es la que pringa con todo lo doméstico. Yo creo que hay por parte de la protagonista un sentimiento de que son sus referentes femeninos, hay admiración y respeto pero también hay un querer desmarcarse de eso. Al final de todo, en la cuarta parte, Marta habla de lo poco que se acaba pareciendo a su abuela y de los hábitos comunes que tiene con ella, sin duda también en este sentido es una crítica mas contextual. Ahora estoy dudando si llegué a escribirlo la novela o no pero, sé que en un momento, hubo una frase que decía algo así como que si la abuela hubiera podido ella quizá también se habría ido de cañas y no se habría dedicado a planchar y a guisar toda la mañana. Son referentes buenos en un sentido y desde el punto de vista del género hay cosas que decidimos perpetuar y otras que no.

De hecho cuando la protagonista se cuestiona si quiere tener hijos o no, llega a la conclusión de que solo le interesa la parte amable de ser abuela y tía, no quiere la responsabilidad constante que representa la madre. Que yo recuerde, la madre en todas las escenas que tiene está reprendiendo, dirigiendo, mandando… pero nunca se divierte, nunca sonríe, nunca se relaja.

Sí, es el estereotipo tradicional, yo creo. Esa madre que se encarga, que está pendiente de todo. En la primera parte parte de la novela cuando se van al huerto se dice «papá conduce, pero mamá dirige» y al final es así, en toda la novela mamá nunca deja de dirigir. Afortunadamente, creo, ahora podemos decidir si queremos meternos en eso, seguro que también hay mucha gente que decide meterse y hacerlo de otro modo. Pero son roles que vienen pesando muchísimo, durante muchísimo tiempo. La figura de la madre también está en la novela para evidenciar que parece que los roles han cambiado y no es así. Como tú decías, es una madre que es una profesional y que no tendría por qué tener el mismo papel en su casa que la abuela, pero al final sí lo tiene.

Marta Jiménez Serrano: «Somos lo que nos contamos y cómo nos contamos a nosotros mismos»
Foto: Javier Arias, cortesía de Fundación Telefónica.

Yo diría que tiene más carga que la abuela que solo es el ama de casa tradicional.

Es que se ha pasado a exigir más. A veces hacemos comparaciones directas entre generaciones que no tienen sentido porque cada generación ha tenido su contexto. Tener hijos hace cincuenta años en España no implicaba las mismas cosas que tenerlos ahora, igual que no implicaba las mismas cosas perseguir una vocación, que es algo que también hace la protagonista de la novela. Es muy fácil idealizar o penalizar determinadas cosas pero es que España ha cambiado muy rápido. 

Hoy en día hay más libertad para decidir no tener hijos. Nuestros padres formaron las familias que formaron porque era lo que se esperaba de ellos, igual que lo que hacemos nosotros es lo que se espera de nosotros. Yo creo que estaba más dado lo que tenías que hacer, era formar una familia con esas características y ahora hay más libertad para hacer otra cosa si te apetece y eso, está bien. Lo que debería seguir habiendo son los medios para tener hijos, si te apetece, que es el problema de hoy.

Siguiendo con el tema de los tópicos, la protagonista de Los nombres propios no tiene un perfil habitual en este tipo de novelas porque es una chica que saca muy buenas notas. Este tipo de personajes normalmente no suelen ser protagonistas y, por lo general, caen mal al público. Yo creo que desde Sapientín, el primo de Zipi y Zape, y seguro que hay ejemplos mucho más antiguos todos los personajes que sacan buenas notas siempre están caracterizados como el pelota, el favorito del profesor o la repipi. 

Sigue pasando todavía, condenamos mucho lo intelectual y lo cultural. Lo hacemos mucho también de mayores, ojalá fuera sólo en el colegio. A mi me lo dijo gente con la que compartí la novela que a ratos la protagonista caía mal y yo lo pensé un montón, pero al final decidí dejarla como estaba por eso, porque creo que son personajes que también existen y, por cierto, muchísimo más habituales en la vida real. En mi curso había muchísimas chicas también chicos que se acaban buenas notas y que no eran el empollón o el repipi.

A eso me refiero. En general, la ficción los ha retratado así. Quien saca buenas notas es un sabelotodo y siempre es, como mínimo, un poco insoportable.  

Somos el país de El Lazarillo. Nos encantan los pillos pero los inteligentes no. Nos gustan los astutos, los listos, los que consiguen sacar algo sin hacer el esfuerzo pero alguien inteligente que trabaja en algo y lo consigue no le vemos tanto la gracia, ¿no?

Es más, yo diría que a veces hasta despiertan cierta sospecha.

Bueno, Don Quijote se volvió loco por leer mucho, es decir, nuestro referente nacional literario enloqueció por culpa de la lectura. Yo creo que es lo que lo que llevamos en el ADN cultural. Nuestra ficción ha puesto en el centro otro tipo de personajes más pillos, más tiernos y no tan intelectuales. 

«Nos gustan los astutos, los listos, los que consiguen sacar algo sin hacer el esfuerzo pero alguien inteligente que trabaja en algo y lo consigue no le vemos tanto la gracia, ¿no?»

Marta, la protagonista, a pesar de ser brillante en los estudios se lo cuestiona todo, en un momento dado se pregunta: «¿quién va a querer ser perfecta? Yo no quiero ser perfecta porque yo no busco eso». Hay hasta el final la lucha del propio personaje consigo misma por ver si será suficiente con saberse todas las respuestas de un examen. Por eso yo creo que este personaje rompe la norma y me parece que es uno de los puntos fuertes de la novela.

Claro, creo que es un poco la simbología del paso justamente del colegio y del instituto a la vida adulta. Dentro de todo cumplir con tus obligaciones cuando eres adolescente o cuando es un niño es aprobar todas las asignaturas, tomar la merienda, no dar la lata y ya está, ¿no? Pero de repente, cuando sales al mundo la cuestión ya no es cumplir con tus obligaciones, es que tienes que decidir cuáles son tus obligaciones. Te preguntas pero, ¿dónde está el horario de primero mates, luego biología, luego química y luego lengua? Y creo que eso es lo que retrata también la novela 

Me pareció muy interesante la presencia del cine. En cada capítulo hay una película que está, digamos, marcando el tono: El rey Leon, Lo que el viento se llevó, Million Dollar Baby y Misterioso asesinato en Manhattan. La protagonista busca su propia identidad dialogando, no solamente en los libros, sino también con el cine. 

Claro, ella primero, de pequeña, quiere hace teatritos con sus primas y luego cine con su colega. Es una protagonista que intenta buscarse a través de la ficción y de las historias y en ese sentido el cine juega un papel importante. Y también hay un poso en toda la novela de que somos lo que nos contamos y cómo nos contamos a nosotros mismos. Y creo que el juego con el cine, fíjate, frente a la lectura generacional también revela que hay cosas que no cambian. Que hay películas de la era del Technicolor o de Disney que podemos seguir aplicando a determinados momentos a nuestra vida. 

En el capítulo donde sale Million Dollar Baby, Marta se describe a sí misma en el ring y dice: «No sabes cuánto te va a pegar, no sabes cuándo va amainar. Pero si eres capaz de lanzarte hasta el fondo, de empaparte en sudor, de cegarte con tu propia sangre, de arriesgar la columna vertebral y la autoestima, es porque el equipo está ahí. Justo detrás.»

A mí, además de la metáfora de la lucha me importaba lo que dice de los amigos, lo del equipo, que es una cosa que tiene también una doble lectura. El equipo está ahí pero al final los golpes sólo los puedes dar tú, o sea, uno puede estar acompañado en la vida, pero te tienes que responsabilizar porque estás sola. Las decisiones son tuyas y las consecuencias las vas a sufrir tú. El equipo está ahí, a un ladito, pero en el ring estás tú sola. 

Es una imagen muy potente. Yo creo que quizás es la imagen más potente de toda la novela. Rompe completamente el ritmo, de repente la narración se acelera. 

Es un adelanto de la muerte de la abuela. Buscaba esa ruptura de tono para decir: Ahora viene lo serio. 

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La autora presentando el libro en la Fundación Telefónica. | Foto: Javier Arias, cortesía de Fundación Telefónica.

Hay una escena muy, muy pequeñita cuando la abuela está enferma y la protagonista le prepara la fruta y piensa: Bueno, si ella no estuviera mala, yo le pediría que me que me pelase un melocotón y ella lo haría. Ahí es donde, yo creo, la situación empieza a cambiar. El primer aviso de todo está a punto de terminarse.

Nos pasa mucho, ¿no? Cualquiera ha visto a su pareja o incluso a sus propios padres ir a casa de los abuelos y ver cómo se convierten un poco en niños otra vez. Le piden a su madre su comida favorita y son como más vagos porque ya lo hace todo otro y porque, circunstancialmente, para tres días de verano no pasa nada. Pero, como simbología vital, es evidente que nos ayuda que nos dejen solos porque si no siempre le vas a pedir a tu abuela que te que te pele el melocotón, ¿cómo no vas a seguir haciéndolo?

La muerte de la abuela es, en realidad, la pérdida de la inocencia. Cuando el referente desaparece ya solo queda la memoria que vive en Marta. En el fondo es desgraciado que la abuela muera, pero al final casi resulta necesario.

Sí, totalmente. Es una referencia un poco bizarra, pero en realidad yo tuve muy presente durante toda la escritura de esta novela La vida nueva, de Dante. Me gusta decirlo porque creo que es uno de los primeros libros de autoficción, o sea, es un libro que si lo coges hoy, obviamente el término es muy posterior, pero es autoficción pura y dura. Y fue uno de los primeros libros con los que yo me di cuenta de que lo que yo tenía que contar podía ser literaturizable. Literalmente se dice que la muerte de Beatrice era necesaria para todo lo que lo que él vive y yo creo que es exactamente así. La muerte de la abuela hace falta. A final, cuando lo que necesitamos es responsabilizarnos y ser autónomos, que nos dejen solos nos ayuda. Es doloroso y es duro pero nos ayuda.

La idea que yo tengo anotada en el margen es que Los nombres propios no cuenta, digamos, tanto linealmente como por acumulación. Va sumando escena a escena pequeños aspectos hasta que la protagonista cae por por su peso y acaba tomando el control de sí misma. A veces lo complicado es, justamente, narrar lo tranquilo.

Sí, te entiendo. Yo creo que uno de los retos de esta novela es que no pasa nada específico. No hay una violación, un aborto, un crimen… Creo que por eso, aunque tiene mucho de autobiográfico, me salió una novela literaria con su construcción y sus personajes porque la cosa necesitaba cuerpo, porque realmente lo que sucede, aparentemente, no tiene tanta relevancia y ese era el gran reto de la narración. 

También es una de las tesis de la novela, por ejemplo, cuando se habla de la vida de la abuela. Es una vida en la que, a ojos de hoy, no ha pasado nada y sin embargo, se le da importancia, pues es un poco lo mismo. Está implícito en la novela el hecho de que las cosas más importantes que nos pasan muchas veces las damos tan por hecho que no parecen relatables, pero sí lo son. 

Hay una sensación muy grande de levedad según vas llegando al final de la novela. Al contrario de lo que intuyes que va a hacer el personaje decide soltar lastre. El estereotipo lo que nos dice es que se cargaría cada vez con más responsabilidades y con más autoexigencia. 

El otro día me decían que la novela está llena de primeras veces y es verdad: la primera traición, la primera muerte, la primera decepción… Yo creo que en el momento final la reflexión no es esto ya se ha terminado, sino la aceptación de todo lo que estaba por venir. Y no hay otro modo de tomar acción, claro, es lo que tú decías antes de la acumulación, si ella siguiera acumulando, al final un día no podría más. Entonces, creo que efectivamente opta por ese dejar ir y por esa ligereza.

Es lo más sano que se puede hacer tanto en una novela como la vida. Pero yo creo que por eso te decía también que este tipo de personajes que sacan buenas notas, caen mal y son repipis, una no se la imagina dejando ir. A mí me sorprendió para bien. 

Es parte de la de la de la rebeldía del personaje. Yo creo que, igual que rechaza una beca, una escena en que dice pues voy a dejar el trabajo y el doctorado, tengo demasiadas cosas, no puedo con tanto y demás. Yo creo que también ahí hay una rebeldía generacional de los hijos del boom, que teníamos que hacer diecisiete Masters y tenerlo todo y llega un momento que es como bueno, ¿qué es lo que yo quiero? 

En realidad, la protagonista se libera mediante la negación. Hay una escena en la que la animan a estudiar ciencias porque, según la profesora, deja más puertas abiertas. Y ella dice pero si yo lo que quiero es cerrar, tengo demasiadas puertas abiertas. Hemos idealizado la multiplicidad de opciones pero es un agobio, es un estrés. 

De hecho, esto tienen bastante que ver con lo que dice de que escribir es limpiar. En el fondo hay un sentimiento de querer limpiar, de quitarse cosas de en medio.

Totalmente.

De hecho, no solamente escribir es limpiar, también hay quien dice que escribir justamente es reescribir que, en cierto modo, es limpiar mientras estás escribiendo. 

Sí, está muy bien traído, hay un intento de depuración en toda esa búsqueda de la identidad que es la novela. A veces intentamos buscarnos añadiendo cosas, yo creo que lo que hay que hacer es quitar y ver qué queda. Hay que limpiar y despejar para saber lo que hay. 

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