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Cultura

Jon Lee Anderson: «Los populistas autoritarios de derecha han subido en los lugares donde la izquierda ha fracasado»

El periodista y cronista estadounidense publica en España una compilación de sus crónicas sobre Latinoamérica

Jon Lee Anderson: «Los populistas autoritarios de derecha han subido en los lugares donde la izquierda ha fracasado»

Davide Monteleone | Cedida por la editorial

Aunque a Jon Lee Anderson su padre no lo llevó a conocer el hielo, él se lo propuso. El hielo en este caso es Latinoamérica, así que no es de extrañar que el cronista escriba libros sobre la región como si hubiese nacido en ella, como si José Arcadio Buendía lo hubiese llevado a descubrir el hielo.

Hace unos días se celebraron elecciones presidenciales en Ecuador y Perú; mientras, la región va dando vueltas en espiral y es observada por el periodista norteamericano desde su casa en Inglaterra donde pasa unos días resguardado del Covid-19[contexto id=»460724″], ese virus que solo ha evidenciado las desigualdades latinoamericanas, como afirma el autor en su nueva compilación de crónicas Los años de la espiral. Crónicas de América Latina, traducido por Daniel Saldaña y editado por Sexto Piso, la misma editorial de sus libros sobre el Che Guevara o sus crónicas de paso por África.

Anderson me responde por Zoom esta entrevista, acelerado pero con tiempo, con su profundo acento español caribeño, donde combina modismos propios de Colombia y Venezuela con su inglés de California. Anderson se explaya, me cuenta de la buena salud del periodismo narrativo, de los podcast más allá del libro en papel que no se va a perder; yo tomo nota, grabamos. Esto empieza. 

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En el prólogo de la compilación de crónicas Los años del espiral dices que has sido muy afortunado en esta profesión a pesar de que García Márquez afirma lo contrario. ¿No te sientes un privilegiado en una actualidad tan precaria en el entorno de la profesión?

Sí, me siento privilegiado. Reconozco que trabajo para un medio que es generoso con los recursos y el tiempo para que yo me explaye en un solo tema. Es una plataforma envidiable en términos periodísticos. Estoy consciente de que tengo un púlpito favorecido, ¡pero coño! trabajé un montón de años para llegar ahí. Antes de trabajar en New Yorker yo pasé 20 años en el anonimato, con una mano adelante y otro atrás. Mi voluntad siempre era ir hacia lo precario, ir hacia al filo de las cosas para entenderlas e intentar transmitirlas. El periodismo se convirtió en el sustento de mi vida y mi vitrina también. Pero no es algo que era parte de un plan. No, ni el New Yorker, ni el periodismo mismo. Originalmente era tener una vida de aventura, vivir la historia de mi tiempo y ojalá si pudiera, escribir. Pero de joven yo no tenía claro si iba a escribir poesía, crónica o ficción. A mi juicio, la profesión siempre ha sido precaria. Pero el periodismo era un gremio un poco más democrático. Siempre había uno que había salido de las calles, que había barrido el aserrín. Yo tuve un editor así una vez y también tenía de los demás, de los niños bien, y yo no era ni lo uno ni lo otro. Yo era un sui géneris: hijo de un diplomático, sí, cierto, pero no de la rancia aristocracia norteamericana. Habíamos vivido en nueve países. Yo no tenía un polo a tierra en mi propio país, ni muchas referencias culturales propias. Tenía una madre que era intelectual y escritora y una familia arco iris con tres razas de por medio, con dos hermanas adoptivas de otros países y tres hermanos propios. Entonces éramos una familia multicultural. Mi camino no es el de todos, cada uno tiene su propio camino.

Pero, ¿ahora la profesión no es más precaria que antes?

Sí y no, porque por un lado, cuando yo tenía 20 años yo no tenía un iPhone, ni había blogs, ni había cómo salir del anonimato, al menos que alguien aceptase tu nota y lo publicaran en papel. Hoy en día tú puedes tirar una crónica a los cuatro aires en un bosque y a lo mejor alguien se lo va a leer y te va a hacer saltar hasta la estrellato. ¿Sí o no?

Sí, está la falsa democracia de Internet. Tienes muchas posibilidades pero ¿qué pasa con la competencia y las variables, los clicks, los followers que distorsionan el ojo de un editor que contrata o mide?

Sí, es cierto. Esa ventaja tecnológica, democratizadora teóricamente, es también nefasta, la ruina de todo. Vivimos con esa paradoja y yo también vivo en ella, a pesar de que sigo trabajando para The New Yorker y siga habiendo un interés por las crónicas ahí, pero a la vez, yo no desconozco la atomización de la economía del periodismo en los últimos años, que en muchos casos se deben a estas mismas redes sociales y nuevas tecnologías. Entonces todos estamos hasta cierto punto nadando en las mismas aguas, a pesar de que unos tenemos el salvavidas y otros no. Pero más que la precariedad y que el futuro sea incierto para los más jóvenes uno intenta ser sensible, consciente y echar una mano. Comparte el salvavidas. Eso es parte de la ética de uno, aunque no hay un manual que dice que lo tienes que hacer, pero es obvio, ¿no?

Es un mínimo…

La precariedad a mí me dio mi sustento anímico, intelectual y filosófico, es lo que me llevó a tener esta situación favorecida. Yo no tenía la vida cómoda, a pesar de que era mi bird right, era mi patrimonio, pero preferí el camino incierto. Ese camino me dio una educación que me hizo valorar el mundo y sus vicisitudes de una forma más profunda. Entonces, cuando me vienen y me dicen ‘ay, ¡es tan difícil!’, yo digo que sí es difícil pero, yo me acuerdo hace años en España, sobre todo desde la recesión del 2008, donde muchos periodistas tuvieron que salir a los cuatro aires para buscarse vida.

La crisis te hacen buscar más opciones de vida pero, ¿no sería romantizarla?

Yo creo que fue positivo para esa generación de españoles. De pronto uno veía jóvenes por todos lados del mundo. Ocho años antes, simplemente no salían de España. Había una época antes y después. Las autonomías aseguraban vidas más o menos cómodas. Muchos periodistas terminaron como publicistas para gobiernos de turno, sus órganos de prensa, y se confundieron con que eso era periodismo. Yo me acuerdo dando un taller de la fundación de Gabo en Salamanca en el año 2000 y me preguntaban sobre ‘¿qué podían escribir?’. Yo les decía que en las costas de España había un drama. Les comenté si a alguno de ellos se le había ocurrido ir a Mauritania y subir a una patera para hacer la crónica del viaje y me miraron con una cara de espanto. Y claro, me apresure, yo no estaba diciendo que lo tenían que hacer, sino que pensaran fuera de la caja. Tú tienes que arriesgarte para avanzar.

Uno siempre ve la paja en el ojo ajeno, ¿Es difícil encontrar exotismo en su propio país?

Aquellos periodistas eran muy insulares y hasta cierto punto lo siguen siendo, es parte de su identidad nacional, su historia y cultura. Pero ahora es mejor que hace 15 años atrás. Desde entonces, empezaron a cubrir ese tema y hay periodistas españoles muy valientes en Centroamérica, en África, en Medio Oriente, por todos lados. Pero hay un antes y después. Implicó la precariedad nacional para que salieran y se volvieran a encontrar con su gen aventurero.

Siempre hace falta una crisis para poder moverse…

Tu eres venezolana, sabes de lo que estoy hablando.

Hablando de Venezuela, cuando escribes perfiles ¿cómo te posicionas ante los personajes que entrevistas? Recuerdo que escribiste una crónica desde el avión presidencial de Chávez y te criticaron por tener tanta cercanía con él. Con un personaje tan carismático ¿se llega a mermar la ética periodística? ¿Hay una erótica del poder que invade y da privilegios?

No, no fue así. Mira, primero creo que la óptica está un poco errada. Es decir, yo siento que era mi deber periodístico subir al avión de Chávez, si es que tenía manera de hacerlo. Si ningún otro lo había hecho y no podía hacerlo y se me daba la posibilidad de llegar al entourage, de ver de cerca el comportamiento del poder dentro de ese avión. Y no solamente con Chávez, lo he hecho con muchos mandatarios y dictadores y nadie me ha acusado jamás de enamorarme de ellos. Creo que se puede leer de la pieza y decidir si el que lo escribía se había enamorado de su personaje o no. Mi perfil de Chávez en ese momento tenía el motivo de volver apersonarme a alguien que había perfilado justo cuando subió al poder y me había asegurado que iba a ser lo más revolucionario. Vuelvo a verlo en el 2008, cuando está francamente en el apogeo de su poder internacional, habiendo logrado sobrevivir a un golpe de Estado, habiéndose declarado socialista y convirtiéndose en el protegido de Fidel Castro. Además de declararle una guerra simbólica al Imperio y estrechando las manos de todos los déspotas anti gringos: desde Sadam Hussein a Gadafi y, encima, le estaban entrando un chorro de dólares por el boom del petróleo. Chávez estaba en el apogeo de su protagonismo internacional. Otra cosa era su papel propio en casa. Yo volví a Venezuela justamente para tantear eso y mostrar el paso a través de los años. La atmósfera en torno a mi supuesta cercanía con Chávez es justamente eso. O sea, no éramos amigos. No me buscaba, ni le busqué yo. Yo tuve que esforzarme tanto con el entourage como con él.

Lo pregunto por esa cuestión de cómo afrontar la entrevista a personajes tan carismáticos y avasallantes, ya que al final somos humanos y podemos empatizar o podemos generar vínculos con la persona que estamos entrevistando…

Es un tema para el periodista porque uno se vuelve corresponsal del palacio. Yo no digo empleado por el palacio, pero sino empleado por una prensa independiente que tiene que cubrir el palacio. Hay un problema inherente en esa relación, porque como lo sabemos, tú tienes que llegar todos los días a ese espacio. Los que son el encargados de la prensa te conocen y, por supuesto, te quieren cortar. Quieren que tú reportees lo mejor de lo que está haciendo en el palacio y muchos periodistas, y lo vemos en casi todos los elencos palaciegos que hay en el mundo, inclusive en el mundo libre. En Estados Unidos hay una especie de relación demasiado íntima entre los que cubren la Casa Blanca y el entorno presidencial. Eso se rompió en la época de Trump por su forma agresiva de atacar a la prensa mainstream y lo vimos de forma muy burda, como llamaba a Fox News o vilipendiada a la gente de color o al que le cuestionaba cualquier cosa, pero normalmente, inclusive con presidente liberales no es así. En una visita que hice a la Casa Blanca me di cuenta de ese síndrome, que nadie quiere quemar sus naves. Si tú haces una pregunta que ofende al presidente, no te va a volver a llamar y lo sabes y te van a reclamar en la redacción. Entonces se entabla una relación, es un poco insalubre entre el poder y el medio. Es un problema inherente cubrir el poder y a veces uno peca de acercarse demasiado. Yo, en general, sí lo he hecho me he sacado el clavo cuando escribo. Yo no ando cuidándome de mi acceso cuando me siento a escribir.

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En tus crónicas relatas que Pinochet tenía muchas ganas de tomarse un té con Margaret Thatcher. Los líderes latinoamericanos tienen esas ganas de pertenecer, de ser líderes de potencias de Occidente. ¿Crees que el tema de la pertenencia, ese síndrome de querer ser –wannabe– es únicamente latinoamericano?

Sí, ese síndrome existe y se nota en América Latina debido a la desigualdad de poder real entre los presidentes de los países del sur y, por ejemplo, Estados Unidos. Muchos latinoamericanos, no solamente los presidentes, tienen una nostalgia, una reverencia hacia ciertos países de Europa. Principalmente serían Francia, Inglaterra y España. Los argentinos todos sabemos que quieren ser de París, ¿no? Los colombianos todos quieren, no sé, pasar un tiempo en Madrid, pero también son muy puestos a admirar a Washington, porque tienen una relación de poder casi de vasallo y lord, en términos de poder del Estado y militar. México es otra relación, es una relación espinosa y agreste por necesidad, y eso sí lo entiendo perfectamente desde el punto de vista de los mexicanos. Ellos tienen que ser más presidentes que los presidentes, frente al gran poder, que tienen al lado y los ha humillado y sujetado desde hace siglo y medio. Ni hablar de los centroamericanos, que son presidentes de unos paisitos que en realidad son unos seudo-Estados. Todos entendemos que su economía depende de las remesas que pueden mandar de vuelta los pobres que están afuera porque nunca se ha creado una infraestructura y en muchos casos, porque son unos corruptos de la gran flauta. Yo diría que se nota entre sectores de la sociedad, entre la gente de clase media, media baja, ese wannabe del mundo material, del primer mundo, de Miami, de todas esas vainas. Hay un sector de brasileños que son muy wannabe y tienen un Miami propio que es como el nuevo Río, al sur de Río, que se llama Barra de Tijuca y parece, Coral Gables. Pero digamos, yo creo que eso es típico de muchos. Los africanos buscan ir a Europa, ¿no?

Y ¿qué buscan los norteamericanos? ¿A quién se quieren parecer?

Buena pregunta. Yo creo que a Europa, los que saben de Europa.

¿Y sino se quedan en los Estados Unidos?

Sí, son muy ensimismados. Es un continente homogeneizado a la fuerza, que ha creado una cultura propia y vive en un estado de auto exaltación constante debido a su bonanza material y de la propaganda que consume de que es el mejor país del mundo con poderío bélico. Miran a los demás países e inmigrantes que buscan llegar y se les infla más su autoestima, por más que ellos son unos basura blanca que siguen a Trump y que no saben contar ni hablar bien. Es un país imperial con todas flaquezas de un país imperial: demasiado rico y demasiado desigual.

¿Nunca sentiste que esa visión de los Estados Unidos hacía que llegaras a Latinoamérica con mucha más facilidades?

Hasta cierto punto me imagino que sí, que quizás para un norteamericano pasearse por América Latina lo hace quizás, como lo hizo un inglés, en una época en que el 60% del mundo era su colonia, con un sentimiento de pertenencia. Es cierto, lo veo en mis conciudadanos. Espero no pecar de eso. Pero por la forma en que he viajado y crecido dentro de América Latina, también soy consciente, no solamente de esa susceptibilidad o pasividad, de ese síndrome de dependencia o admiración que da cabida a un norteamericano en América Latina. Pero también me he topado bastante con el odio o el sectarismo que es la otra cara de eso. En los años de la guerra fría, Fidel encarnó ese antiyanquismo y lo consolidó como una política. Entonces, he lidiado con todo eso. A veces, dentro de la misma persona, hay una especie de amor y odio y hay que tranzar eso como parte de la relación con uno mismo. Estoy consciente que eso existe en cada latinoamericano y, según quiénes son, el amor o el odio está en mayor o menor grado. Lo que a mí a veces me saca de quicio es darme cuenta de que muchos norteamericanos no saben de eso, no saben cómo cae su propia sombra en otras tierras y es vergonzoso, pero es propio también de la gente que tiene el poder heredado y no tienen mayor curiosidad cultural o intelectual más allá de lo que esperan como una experiencia turística.

¿Cómo crees que está en estado de las ideologías en la actualidad? ¿Seguimos pensando en derechas e izquierdas o crees que eso se ha terminado desde que los populistas han llegado al poder? ¿Cómo crees que puede afectar a Latinoamérica?

Yo siento y no puedo decir con absoluta certeza, que estamos en el umbral de una nueva era post ideológica. Creo que en realidad ha sido un proceso paulatino y, hasta cierto punto, hemos estado en un proceso post ideológico desde la final de la Guerra Fría. Y América Latina también entró en ese en ese plano, porque terminaron las guerrillas, en la mayoría de casos se hicieron amnistías y se hicieron ceses de fuego y terminó la parte bélica. ¿Qué pasó después? Entramos en la era de la supuesta democratización de la mano de Estados Unidos, la era Clinton, el neoliberalismo, las privatizaciones en toda América Latina y, francamente, el arranque de un período de una corruptela despampanante, que ha seguido hasta hoy en día y ha marcado un poco la fibra y la postura política tanto de izquierda como de derecha en América Latina. Chávez subió justamente por un reclamo de corrupción y, Venezuela, que había estado un poco al margen durante años, de toda la parte difícil de la Guerra Fría. Pero de pronto con Chávez se entró en una especie de guerra fría tardía. Fidel todavía estaba vivo y pudo envalentonarlo y con el boom del petróleo venezolano se pudo costear una nueva insurgencia latinoamericana, reflotar la idea de la izquierda y con la retórica de Fidel, ahora era todavía posible un mundo mejor. Esto sucedía justamente en una época en que Estados Unidos volvía a ser un país bélico: Irak, Afganistán. Desde Vietnam no había sido de forma tan obvia y continua. Entonces yo creo que todos esos factores en América Latina, paradójicamente reflotaron la idea de la revolución y de la izquierda y, de la mano de Chávez subieron varios al poder o se volvieron a fortalecer.

Una «nueva» izquierda con la retórica de la izquierda antigua. ¿No es eso una falsedad?

Exacto pero capitaneando el capitalismo y corrompiéndose también. Entonces, en los últimos diez años eso es lo que vimos. La fragmentación de todo aquello que duró como 15 años en el aire. Esa Revolución 2.0 con todos sus variopinto. Desde la muerte de Fidel y de Chávez, el proceso de desmoronamiento en Venezuela, la caída de Lula y Dilma, la subida de Trump y Bolsonaro y, de otras figuras que en lugares en donde la izquierda, la supuesta izquierda o la ex izquierda, habían fracasado. El Salvador es un buen ejemplo, en donde ahora hay un tiranito que se llama Bukele, que emulaba Trump o, un Ortega que es delirante, que todavía habla de la revolución. Yo tengo más revolución en la uña de mi dedo gordo izquierdo. Y los populistas autoritarios de derecha han subido en los lugares donde la izquierda ha fracasado. Estoy seguro que el día que cae Maduro, habrá un bolsonarismo por el odio tan profundo que sienten muchos de los venezolanos hacia todo lo que huele a izquierda. Por más que lo que hay en el poder en Venezuela ahora no lo es, eso no es izquierda, aunque en algún momento Chávez pensó que lo era y de una forma muy estrambótica intentó algunas cosas. Lo que hay en Venezuela ahora es un saqueo. Es el Congo latinoamericano y también lo es Brasil. Es interesante, porque tienes un país gobernado por unos supuestos izquierdistas y un país como Brasil gobernado por unos ultraderechistas y, lo interesante, es que ambos utilizan la retórica de la Guerra Fría, ya nadie lo cree.

¿Crees que nadie lo cree pero les siguen votando? ¿En España y en Europa no se sigue creyendo en esa retórica de la Guerra Fría?

Sí, yo creo que sí. Posiblemente esa retórica se en Europa mantiene debido al aumento del discurso agudo y amenazante, ante su fragilidad, esa que todos sentimos desde hace unos cinco años para acá. En algunos casos eso ha exacerbado un poco el verbo y ha creado una afincamiento de posiciones, incluyendo España. Ahí vuelven a escarbar entre la retórica de ese pasado que nunca se fue del todo. España es un país que nunca dejó su guerra. Formalmente dejaron de matarse porque un grupo ganó hace 70 años y los demás han salido al mundo a hacerse migas con todo lo que sea contrario a eso, al fascismo o sus sugerencias. Entonces es complicado. A veces la gente busca amigos radicales para volver al barrio y España y América Latina tienen su propia relación un poco tóxica, de retroalimentación.

¿Cómo crees que la política actual española puede incidir dentro de Latinoamérica?

Mira, la verdad es que no sé, yo tendría que volver a España, país que conozco pero del que me he sentido apartado, por más que lo sigo desde hace un año o un poco más.

¿Lo sigues desde tus críticas al fascismo y al primero de octubre en Cataluña?

Claro, sí, porque critiqué a la Guardia Civil, ahora soy catalanista (risas). Los españoles se las traen y cuando hablo de españoles, hablo de todos. Es un país otrora imperial, que no lo ha sido desde hace cien años. De vez en cuando, España sí ha podido y ha intentado jugar un rol positivo, pero en general, lo que he visto de sus ex presidentes y demás que empiezan a operar en la zona, de mediar conflictos o de ser los sabios en emprenden diálogos, tienen resultados totalmente pueriles o fracasados. Yo no digo que sea necesariamente por ellos, pero tienden a perder su neutralidad. Tanto de un lado como del otro. Intentar ir a convertir en españoles y exigir cambios, a enfrentar en lugar de mantenerse detrás del telón operando como mediadores de buenos oficios. Yo creo que tiene que ver la idiosincrasia española, que tiene una democracia bastante joven, en la que no se dialoga, no se debate. Si tú miras cualquier sesión de las cortes, lo que vas a ver ahí es algo que podrías haber visto en siglo XVIII, porque son señores que se paran, o señoras, y dan monólogos, dan sermones, gritan. Pero nunca hay un enfrentamiento entre los dos. La primera vez que yo vi un debate televisado en España fue cuando surgió el de la cola, hace seis o siete años atrás, un tipo intelectual que le gusta debatir, que es interesante. Yo no sé si Abascal tiene esa posibilidad. Parece un tipo que debería tener sable y estar siempre montado sobre un caballo decapitando moros, ¿no? En todo caso, es un país que tiene demasiados problemas dentro de sí. Mira lo del rey. ¡Qué escandalazo!, en vez de andar ofreciendo ayuda a conflictos internos en Venezuela o cualquier otro lado ¿Qué van a ofrecer? Un país que no pudo ni criticar o fiscalizar a su propio monarca que ahora anda viviendo en Abu Dabi, por favor. Es una cosa de telenovela. La correlación de fuerzas en España es muy problemática. Están como en el Reino Unido, con Escocia e Irlanda debido al Brexit. España es el otro país más propenso a fragmentarse en las próximas décadas. Tienen una falla intrínseca, al menos en el imaginario popular y en ciertas regiones de sus países. Estos países que fueron compuestos por fusiones reales y de guerra hace trescientos años. Entonces algo hay en el mundo que empieza a disolver el pegamento de esas pachamancas que han sido países como España o Inglaterra. España tiene mucha gente de bien que podrían agregar algo, pero bueno, están demasiado ensimismados para hacerlo.

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Jon Lee Anderson por Davide Monteleone

Con respecto a la nueva Administración norteamericana, ¿qué va a cambiar con la dupla Biden – Harris en Latinoamérica? ¿Cómo van a cambiar los acuerdos que hizo Trump con la oposición venezolana o las restricciones a Cuba? ¿Es posible volver a la era Obama?

Fui a Washington para la inauguración y en los días posteriores me reuní con varios asesores del equipo de Biden. En ese momento estaban viendo cuál era el daño que había y empezaron a dilucidar una política emergente. En las semanas que han pasado desde entonces, si tuviera que describir la política imaginada o pensada de Biden hacia la región, va a ser gradualista y paulatina. Con dos prioridades muy grandes, México y la crisis migratoria y el factor narcotráfico. También Brasil por la Amazonía y el cambio climático. Biden quiere que el cambio climático sea su gran legado. Primero están atacando el coronavirus para poder devolver la normalidad a Estados Unido y luego tienen pensado quizás hacer una iniciativa parecida en América Latina, así luego pueden emprender lo demás. Venezuela y Cuba no están en las primeras hornillas de la cocina. Venezuela no es más que Cuba. El régimen de Maduro es visto con cinismo desde Washington. No tienen una respuesta. No tienen una estrategia. Diálogo va haber, que no lo hubo con Trump, él sólo hizo complots y escaramuzas de república bananera. No creen en la buena voluntad de Maduro ni de su régimen. Lo ven como un problema porque ahí están los rusos y los chinos destruyendo la selva, además de el éxodo humano que es muy grande. Me hablaron de una agenda humanitaria para Venezuela como primer acercamiento al problema. En cuanto a diálogo, no harán nada hasta que ellos vean algunos gestos de buena voluntad de Maduro, que rompan el molde, ‘que nos enseñen pierna’, me dijeron. Con Cuba será algo parecido, es menos problemático porque es una isla y saben que están en manos de unas fuerzas armadas, básicamente. Con respecto a las sanciones no habían decidido, pero sí iban a liberar las remesas y los viajes, hasta cierto punto. Yo creo que van a mantener alguna medida de presión porque tampoco creen en la buena voluntad de los cubanos, en volver a abrirse como hicieron con Obama, porque tan pronto Obama se fue de la isla, cerraron, terminaron las pláticas bilaterales y luego murió Fidel, vino Trump y empezaron los ataques.

Cierras el libro con la crónica de Evo. ¿Crees que la marea rosa vuelva a Latinoamérica?

No estoy seguro. No estamos hablando de un repunte total. En lo que es el Cono Sur, para apartarlo de este análisis, hay una alternancia funcional más allá de la crisis que llevó a su referéndum constitucional, un proceso que creo que es interesante y loable en Chile y que es provocado por su estallido social. Pero hay una alternancia en la centro de derecha y centro izquierda funcional, lo mismo en Uruguay y, hasta cierto punto, por más rocambolesco, la economía argentina entre el peronismo y ese no sé qué de Kirchner.

Sin embargo, Cristina Kirchner sigue extrañamente ahí, rememorando la marea rosa tras bambalinas…

Sí, es cierto, pero está contenida por el momento y lo que ha logrado Fernández al invitarla es, aparentemente, evitar un fraccionamiento en la catedral del peronismo. Entonces, hasta cierto punto, hay una política salomónica ahí. Yo no diría que es cristalina y logra operar en, curiosamente, algo parecido a una supuesta izquierda, es curioso. Pero volviendo a tu pregunta, ¿tu refieres a la marea rosa en Bolivia? ¿en Ecuador? Mmmm. ¿Quién más? ¿Quién más sube? Los demás están ahí, son los rezagados: Maduro, Díaz Canel, el hombre gris de Cuba, el Ortega de siempre, el arrastrado.

¿Y en Colombia no tendría sentido que volviera la izquierda?

Vamos a ver. Yo creo que Colombia está, de momento, atrapado en una crisis constitucional sistémica. No logran salir de la violencia como el gran instrumento de la política y, sobre todo, desde la derecha. Eso se nota ahora. Pero digamos, la justicia, el proceso de la justicia transicional que tienen emprendida, está logrando avances interesantes en estos momentos. Pero la derecha sigue siendo el factor incógnita y no está frenada. Hay un problema ahí que tiene que ser analizado por sí mismo, no se puede incluir en los demás. A lo mejor Gustavo Petro llega al poder y será interesante. Y no sé como lo definiríamos a esa nueva época, pero yo no creo. Esto es y sigue siendo el final de la marea rosa. Volvemos al avión, volvemos a la época del avión de Chávez. Eso fue la marea rosa hasta el 2010. Todos en su apogeo. Euforia. Dinero entrando a chorros. Todos sacando puño a Bush y después haciéndose amigos de Obama, más o menos. Esto es otra cosa. Esto es quizás un centrismo. Arce es más centrista de que lo fue Evo. Arce es un marxista, pero es marxista pragmático. No sé si el chico protegido de Correa (Arauz). Correa es obvio lo que es. Vamos a ver, no se puede adivinar de antemano, y si América Latina va hacia el centro pues, ¡enhorabuena! Lograr una alternancia como la han tenido países como Uruguay, como la que ha tenido Chile. No vendría mal que la política latinoamericana se vuelva aburrida. Eso quiere decir que funciona ¡y dejamos de saber quiénes son los primeros ministros y los presidentes, como en Europa! Si tú me preguntas ahora ¿quién es el primer ministro de Bélgica o Holanda? Me quedo pasmado porque no lo sé. ¿Y por qué? Por eso, porque funciona.

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