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Pilar Quintana: «Uno usa la palabra deseo y solamente se piensa en el deseo sexual»

La autora colombiana publica ‘Los abismos’, título ganador del premio Alfaguara de novela 2021

Pilar Quintana: «Uno usa la palabra deseo y solamente se piensa en el deseo sexual»

Manuela Uribe | Editorial Alfaguara

En 2012, la escritora colombiana, Pilar Quintana se hacía famosa en Chile. Un funcionario chileno quiso integrar uno de los libros de la autora en el plan lector de varias escuelas. Sin embargo, el funcionario no lo leyó y Caperucita se come al lobo, más allá de hablar de la tierna abuelita y su valiente nieta, la versión desvelaba puro deseo, polvos y esperma.

La mala lectura de ese libro de relatos le valió a Pilar Quintana la furia de miles de padres y la constatación del tabú con respecto al sexo y al deseo femenino en Latinoamérica. De ahí que no nos extrañáramos cuando en 2017 volviera a hacer ruido con la publicación de La perra y, cuando este 2021 ganara el Premio Alfaguara de novela por su libro Los abismos.

Aunque la autora no se propone hacer ruido a consciencia, esas ganas de hablar del deseo femenino la persiguen. Pilar Quintana es perfecta para evocar un tema que no se puede entender desde la literalidad porque, como su obra lo indica, se necesitan más vértices para abordar la complejidades de las pulsiones que sienten las mujeres.

Aunque a la actual ganadora del Premio Alfaguara de novela «le cuesta mucho trabajo inventarse cosas de la nada», su búsqueda narrativa para explicar el deseo femenino dice lo contrario y se confirma con reconocimientos como la lista de autores Bogotá 39 o el PEN Translates Award.

Hoy conversamos con ella vía Zoom, en pijama, como todos en esta pandemia.

Pilar Quintana: «Uno usa la palabra deseo y solamente se piensa en el deseo sexual»

Desde tu caperucita a Los abismos hay un recorrido particular. ¿Ahondar en el deseo de las mujeres es tu tema preferido?

Mucho, ¿no? Mi obra antes de la maternidad y antes de tener un hijo era sobre el deseo y, obviamente, pues ahí estaba el deseo sexual. Cuando salió La perra me decían ‘uff, pero que cosa tan distinta, otro tema completamente diferente. Ya no estás hablando sobre el deseo’ y yo les decía pero sí es sobre la maternidad y el deseo de una mujer de tener hijos. ‘¡Oh! Verdad que sí’, me decían. Creo que se desliga mucho el deseo sexual de otros deseos. Uno usa la palabra deseo y solamente se piensa en el deseo sexual.

¿Qué te motivó a trabajar nuevamente con la temática de la maternidad y, en el caso de Los abismos, utilizar la voz de una niña de 8 años como narradora de la novela?

Desde muy, muy temprano yo tenía claro que quería ser escritora y recuerdo que recurrentemente me decían que una mujer para ser escritora no podía tener hijos, y yo, desde adolescente, no quería tener hijos. Supongo que era una coincidencia, no que yo no quisiera tener hijos porque la mujer escritora no puede tener hijos, sino que muchas veces me dijeron, sobre todo mujeres, que el ejercicio de la literatura no era compatible con tener hijos. Y yo me decía ‘bueno, menos mal, yo no quiero ser madre’. Así que cuando me dieron ganas de ser madre y tuve un hijo, la maternidad fue un caudal creativo represado. Me parece que la maternidad es un tema súper complejo que no ha sido abordado lo suficiente, ni en la vida, ni en la literatura, ni en la ficción, en ningún lado. Me parece que nos han vendido una idea de la maternidad en que es sólo una pequeñísima parte de ella. La maternidad está idealizada. En los comerciales, la maternidad es una mujer linda, joven y sonriente, con un bebé al que le está dando teta y ella está flaca, feliz y realizada. Cuando tenés un bebé estás gorda, sintiéndote en un cuerpo que ya no reconocés. Es un cuerpo que está gordo, feo o fofo, sangrando. La lactancia es súper dolorosa al principio, no para todas las mujeres, pero para muchas es agotadora. Llevas días sin dormir porque el bebé no para de llorar. No sabés si lo estás haciendo bien. No sabés cuánta leche te sale. No sabés si tu bebé quedó satisfecho o si lo estás matando de hambre. Es muy complejo y estas cosas no están ahí, no te las contó la publicidad, pero tampoco están en los libros, ni te las dijo tu mamá, tus tías o tus abuelas.

Es algo que aprendes con la experiencia, ¿quizás por eso no se enuncia?

Sí, pero es algo que hay hablar, hablar de los desafíos de la maternidad. Del lado oscuro, del lado feo, que no está bien visto. Una mujer no habla de eso. La mujer que enuncia ‘estoy que mato a este muchachito, quiero tirarlo por la ventana’ es mala madre. Solo enunciar eso es como que necesitas ayuda psicológica. Pues no, tengo emociones negativas, soy una madre y las madres también tenemos emociones negativas. Entonces yo creo que en una de mis motivaciones para ser escritora es decir lo que no se puede enunciar en la vida porque es tabú, porque no nos han dejado, porque está mal visto, por eso he enunciado tanto el deseo femenino, el deseo de las mujeres y ahora la maternidad, porque la maternidad es compleja y ese tipo de cosas no han sido nombradas.

El personaje de Claudia, la madre en Los abismos, tiene esa ambivalencia entre el ser mujer y ser madre. ¿Claudia madre cercena su deseo individual por el qué dirán?

Sí, porque el destino de la mujer era formar una familia. Y ahora sigue siendo una imposición social que tengamos familia, pero las mamás de nuestra generación, nuestros padres, se aseguraron de que nosotras estudiáramos y de que nosotras trabajáramos para poder mantenernos solas. Yo creo que esa insistencia también se debía a que en su época, algunas lo hicieron, estudiaron y eran independientes y trabajadoras, pero no lo eran todas. La mayoría todavía salían del colegio a otra casa a depender ya no del padre, sino a depender del marido, a formar una familia que era lo que debían hacer muchas veces sin preguntarles si querían. Yo creo que ahí hay una pregunta que nuestras madres tampoco se pudieron hacer. Nuestras madres se casaron y formaron familias porque era la imposición social. Eso era para lo que habían nacido y lo hicieron. Yo recuerdo llegar del colegio y encontrar a mi mamá, ya liberada de ciertos deberes de la maternidad, un poco frustrada. Cuando tenía 16 años, mi mamá, que no era profesional, empezó a trabajar y, a partir de ahí, se volvió una profesional muy exitosa y muy entregada a su carrera. Pero entonces, en la novela, Claudia, la mamá, es una mujer que tiene todavía una hija que está pequeña y ella está buscándose, porque no se halla en esa vida, porque ella no tuvo la posibilidad de elegir y creo que ese es un destino terrible, que no le pasó a unas mujeres hace doscientos años, sino que le sigue pasando a las de hoy en día. Si les pasó a nuestras madres y nosotras somos herederas. Yo siento que soy lo que soy gracias a lo que esas mujeres me enseñaron y me mostraron, no diciéndomelo necesariamente, sino con su ejemplo. Lo que yo no podía hacer.

¿Crees que el fallo es que no exista esa visibilidad en las opciones que tienen las mujeres para poder llevar a cabo su deseo?

Yo siento que a veces para algunas mujeres es difícil ver que su destino no es el que tienen por cuna, porque es difícil verlo, es difícil aceptarlo y es difícil ir contracorriente. Pero nosotras, a partir de mi generación y la tuya, aun lo tenemos difícil, pero es más fácil, porque somos independientes económicamente.

En Los abismos hay un intercambio particular de roles entre el personaje de la madre y la hija. La hija muchas veces es madre y viceversa ¿Cómo una niña de 8 años, narradora de la novela, es quien tiene la capacidad de ver las grietas en la vida de los demás?

Una cosa que vi con la generación de mis padres es que a ellos les cuesta mirarse al espejo. Por ejemplo, decirle a mi papá que es médico, ‘oye ¿no sería bueno que fueras al psicólogo? y que el me diga ‘no, para qué si estoy bien’. Es un insulto para esa generación. Asimismo, si yo me equivoco con mi hijo, le pido disculpas y le digo ‘oye, me equivoqué’, ‘actué mal’, ‘perdóname’. La generación de mis padres, aunque fueron mejores y menos violentos, digamos, que sus padres, no pedían disculpas porque todavía existía una idea del padre o madre autoritaria, de ese ‘yo tengo la razón y punto’. Yo creo que al personaje de Claudia, la hija, le toca madurar muy chiquita y eso que decías que se invierten los papeles es porque a ella le toca ser la mamá de su mamá. No en la vida cotidiana, pero sí emocionalmente. Le toca llevar a su mamá y le toca cargar con las frustraciones. Creo que eso es algo común en los niños de mi generación, que teníamos unos papás emocionalmente irresponsables y entonces a nosotros, los niños, nos tocaba cargar con sus taras y sus problemas porque no iban al psicólogo.

Hablas mucho de tu experiencia como hija ¿Cuántas referencias personales hay en la novela?

Pues hay mucho y nada. No, mentira. Hay mucho porque es una novela que transcurre en la Cali que crecí. Esa es mi Cali, aunque, también es la que yo me inventé para la novela y la que tengo en mi memoria, que es otra forma de la ficción. Están mis recorridos por la ciudad, está el zoológico que fue muy importante para mí, porque al crecer íbamos mucho al zoológico a caminar. La novela también tiene esos terrores que yo tenía de niña: que se murieran mis papás y la imagen del viruñas que poblaba mis pesadillas. El viruñas es un demonio caleño que vive en las fincas y al que le tenía pavor. Es una novela sobre mis miedos de la infancia, pero la historia está muy ficcionada. Yo tengo hermana. Mi mamá y mi papá se separaron cuando yo era muy bebé y yo crecí con mi padrastro y mi mamá, y sí, mi padrastro tenía un supermercado (risas). Me parece que es una de mis novelas, donde es más fácil rastrear la autobiografía, pero donde también hay mucha invención. Entonces no podríamos decir que es autobiográfica para nada, porque no lo es, no es autoficción, es ficción.

Usas a figuras como Grace Kelly o Natalie Wood para narrar la depresión. ¿Juegas narrativamente con la muerte de estas figuras, que están tan arraigadas a la opinión pública, para visibilizar que detrás del éxito y la fama también puede estar esa grieta existencial invisible?

Mirá que en esa época no teníamos redes sociales. La realidad la veíamos a través de la televisión, de las revistas, como lo que hoy sería Instagram. Eran las revistas Hola, Vanidades, que a mi casa llegaban todas porque mi mamá se las leía todas. Vos veías a la princesa Diana en la portada, divina ella, sonriente, con sus joyas reales y luego te enterabas que era infeliz en su matrimonio, que era bulímica y que su familia política no la trataba bien, que ella era infeliz. Era una apariencia  glamurosa, de gente bien vestida, rica, millonaria y luego se suicidaban o se morían en extrañas circunstancias. Como Natalie Wood que era madre de dos niñas y la mató su esposo. Entonces hacia el final de la novela, la niña está sintiendo que su mamá no es una buena mamá y es terrible,  que es una señora que toma trago y está deprimida, todo el día en pijama. Además, la madre de su amiga del colegio le dice que su mamá es la más linda de todas las mamá del curso y la más elegante, que es una señora perfecta, se le ratifica esa fachada glamurosa y yo creo que eso era algo muy de los años 80.

¿No es algo que sigue existiendo?

Antes era el no reconocimiento de la depresión como una enfermedad. Esa fachada glamurosa, cuando por dentro la gente está vuelta mierda. Hoy podemos decir ‘yo sufro depresión’ o salen las estrellas a decir ‘sufro de depresión’ y se hace una campaña de awarness. Antes era glamuroso, una mujer en pijama en su casa con una copa de trago. Era glamuroso que tomara pastillas para dormir y lo que estábamos haciendo era que ¡estábamos glorificando la depresión!

La naturaleza está muy presente en la novela. ¿La depresión y los sentimientos se abren paso en el territorio personal como la naturaleza?

Yo no sé si intencionalmente quería hacer una metáfora con la naturaleza, pero sí quería mostrar que nosotros también somos parte de esa naturaleza y cómo la naturaleza cambia, un árbol que pierde todas sus hojas hoy y después vuelve a florecer. También el apartamento donde transcurre la vida de esta niña. Yo quería tener esa escena final de la niña mirando su apartamento y diciendo ‘este es el peor abismo de todos’. Construí ese apartamento para que fuera un reflejo de los abismos de la finca, donde también había una vegetación y un precipicio terrible. Quería también hacer ver a esta señora que está deprimida pero tiene una selva abundante en su casa. Esa contraposición me parecía rica literariamente.

Hay un hito importante en la novela, la infidelidad. Un marido que no demuestra el dolor de la infidelidad de su mujer pero que la niña, su hija, al narrarlo ve el monstruo callado que vive en él. ¿Por qué mantuviste callada esa faceta de la masculinidad especialmente en un hombre proveedor?

Es ese no procesar el problema, el problema está ahí y lo vamos a barrer debajo de la alfombra y seguimos como si nada. Y creo que volvemos a ese tema de la generación de mis padres, que era una generación que no trabajaba mucho esas cosas.

¿Esa máscara del deber ser es la que nos limita? ¿La que hace que no salga el monstruo de ese hombre cornudo?

Sí, yo creo que ahí también hay un hombre preso de su destino. Es un hombre que heredó ese supermercado y a su hermana, que es mujer que no trabaja, y entonces él se hace responsable de eso y de una familia y le ponen los cuernos. Pero tampoco se va a separar, porque separarse es reconocer que hay algo mal, que hay algo que no está funcionando en su vida. Él compra a su esposa. Suena terrible y suena horrible decirlo, pero él compra una esposa. Es una mujer muy joven, que no tiene cómo sostenerse sola, que está en una situación económica que no es ideal. ¿Qué más va a hacer ella? El matrimonio entre ellos es una transacción que les sirve a los dos.

Por esa transaccionalidad, ¿Claudia necesita vivir el amor, el deseo y el placer que no vivió? De todas formas, ¿no hay una emancipación del personaje al ser infiel?

No, no la emancipa, porque ella ya no ha encontrado su lugar. Ella quería irse con ese novio que tuvo y ser aventurera y viajar por el mundo.

Entonces, ¿el deseo no es rescatable? ¿Las ganas de vivir de joven del personaje no se pueden canalizar desde el deseo erótico o del amor?

Yo no quería nunca, nunca, que mi personaje se redimiera a través del amor por un hombre. No, ahí no va a ser tu redención. Yo no soy muy afecta a los finales felices, entonces tampoco iba a tener un final feliz. Esta pobre mujer no encontró su lugar porque es que no pudo explorarlo. Tal vez, si hubiera ido a la universidad se hubiera convertido en una abogada y le hubiera gustado su profesión, pero este no es el final de la vida de los personajes. Bueno, era la historia de Claudia, no la historia de su mamá. La historia termina de forma muy oscura porque esta niña va a tener que cargar con la depresión de su madre. La Claudia madre, sólo tiene su lugar de madre y de esposa, y ella quiere más, pero no sabe qué tampoco.

Es una novela que interpela la belleza, si no se es bella no se es amada. Claudia, la niña no se siente guapa. En Latinoamérica ser guapa, ¿es una forma de sentirse querida?

Sí. Es importantísimo ser guapa en Latinoamérica y en Colombia y en Venezuela. Países de reinas de belleza donde hacemos reinas, donde tenemos la glorificación de la belleza. Las mujeres que son bellas, son reinas. Pobrecita Claudia (risas).

¿Crees que los hijos cargan con las decisiones de los padres?

Yo creo que sí. Bueno, es la ley de la vida. Lo cargamos y luego hacemos terapia y nos descargamos. Pero yo creo que sí, los niños cargan con los problemas de los padres y es inevitable, los niños no pueden decir ‘oye, esta familia es tóxica, me voy a vivir a otro lado’. Los niños no pueden separarse de sus padres, los necesitan. Entonces tienen que adaptarse a vivir en esas condiciones. Por mejores que tratemos de ser como papás vamos a traumarlos y lo maravilloso es poderles dar herramientas para que luego trabajen y hagan terapia para que sanen en las heridas de la crianza, creo yo.

¿Qué quieres hacer después de ganar el premio Alfaguara? ¿Te lo esperabas?

No, no me lo esperaba para nada. Bueno, este año la promoción de la novela y estrenar una obra de teatro con Antonio García Ángel que la va a dirigir Mario Duarte y bueno, a mitad de año, si la promoción me deja, quisiera concentrarme en unos cuentos en los que he estado trabajando para ir haciendo un libro de cuentos.

 

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