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Cultura

Jacobo Bergareche: «Hay que recordar lo bueno para iluminar lo que viene por delante»

Leer la correspondencia entre William Faulkner y su amante, Meta Carpenter, llevó a Jacobo Bergareche a preguntarse por qué unos días cristalizan mientras otros se esfuman en olvido. ‘Los días perfectos’ es el resultado

En el Harry Ramson Center, uno de los mayores archivos literarios del mundo que fue a parar a Austin, Texas, Jacobo Bergareche (Londres, 1976) rebuscaba entre la correspondencia privada de escritores famosos en busca de un tema para un reportaje. Era todo bastante deprimente –literatos que escriben para pedir dinero y así seguir escribiendo– hasta que se topó con una carta de William Faulkner a su amante, Meta Carpenter, y ya no pudo dejar de leer «una correspondencia de 30 años que muestra lo que le pasa al amor con el tiempo». Una viñeta en concreto, donde el escritor dibujó cada momento de un día con su amante, simple, prosaico y perfecto, le dejó una pregunta ahí, dando vueltas: «¿Por qué hay días que cristalizan? ¿Qué es lo que contienen?». Y de esa duda salió Los días perfectos, novela que publica con Libros del Asteroide. 

Sea cual sea la fórmula de esos días perfectos, si es que existe, Bergareche sabe que, por lo menos, les debemos el beneficio del recuerdo. De memoria y escritura, de nostalgia y amor y de esa curiosa forma en que el tiempo se contrae y se dilata a su antojo, hemos venido a hablar hoy aquí.

Eva Serrano (editora de Círculo de Tiza) me decía el otro día que se escribe para congelar un tiempo que se marcha. ¿Coincides?

Yo no creo que la palabra sea congelarlo; más bien recuperarlo o revivirlo. La construcción de la memoria te permite luchar contra la pérdida. Todo lo que no construyas como memoria es una cosa que le entregas al olvido, y el olvido es una especie de muerte. Sobre todo las cosas buenas, felices e importantes que te han pasado en la vida exigen que construyas esa memoria. Terminamos ficcionando sobre nuestras vidas, pero es importante. O sea que no es congelarlo, es mantenerlo vivo. 

¿Tú te fías de tu memoria?

Tengo un amigo que se llama Mariano Sigman, neurocientífico, que siempre me explica que, al final, los recuerdos están ahí, pero cuando tú los consultas es como sacar un archivo del ordenador: puedes editarlo y darle forma de relato. Si tú le preguntas a alguien eso típico de cuéntame cómo os conocisteis, te lo elaboran como si fuera una historia, pasa a convertirse en un relato. Y a eso tendemos, a ficcionar todos los recuerdos buenos. 

Jacobo Bergareche: «Hay que recordar lo bueno para iluminar lo que viene por delante»
‘Los días perfectos’ (Libros del Asteroide), el libro en cuesión. | Foto: Carola Melguizo | The Objective

Entonces, ¿la nostalgia es algo bueno o tira hacia abajo?

Yo creo que hay maneras de recordar que no son nostálgicas. La nostalgia es un sentimiento enfermizo porque no te permite mirar hacia delante. Siempre estás mirando hacia atrás y ya no buscas que te ocurran cosas nuevas porque todo lo bueno ha pasado ya. Pero hay maneras de recordar, como dice esa frase de Albert Camus: «En lo profundo del invierno descubrí que dentro de mí había un verano invencible», en un ensayo que se llama Retorno a Tipasa, en el que dice que la luz, el recuerdo de esos días donde has sido verdaderamente feliz, ilumina el futuro en un momento de oscuridad si lo guardas. Yo creo que hay que mirar hacia atrás, hacia el recuerdo de los días buenos, pero para iluminar lo que viene por delante y para saber reinventar un buen día, no para quedarte atrapado.

¿Fue un poco todo esto lo que hizo que te diese por escribir?

Yo siempre he escrito, pero hasta la muerte de mi hermano nunca me había tomado en serio lo de escribir prosa. Fue un hecho muy traumático y, al final, a uno le descorcha del todo y se toma la molestia no sólo del vómito de la primera versión, sino de lo duro de escribir que es la reescritura, hacerlo con rigor y con disciplina. Para eso necesitas tener una motivación fortísima de contar una historia reparadora. 

¿Y de dónde venía esta afición por las palabras?

Yo tuve la suerte de que no me gustaba jugar al fútbol. Me quedaba en una esquina del recreo hablando con las chicas y leyendo. Y de ahí me viene la afición de leer y la de contar historias. 

¿Qué tienen las historias de amor, en concreto, que hace que nos gusten tanto?

Eso me pregunto yo. Porque puedes ser el tipo más exigente, de estos que sólo leen a Joyce, y, como te pongan tres capítulos de una telenovela turca, te la tragas hasta el final. Todos estamos programados para querer saber si va a triunfar el amor, nos genera ansiedad y una expectativa enorme. 

Aunque no siempre sepamos si triunfa o no, como en tu novela. 

El problema es que hay una falta de matiz respecto a lo que llamamos amor. Los griegos tenían muchísimas más palabras para definirlo. Nosotros le llamamos a todo amor, y en ese saco metemos la relación de 20 años de una pareja con los que se acaban de conocer y están inmersos en una fase pasional. Las relaciones afectivas de pareja tienen muchísimas fases y estaría bien llamar a cada una de ellas con un término que la distinguiese y definiese sus matices. El problema es llamarlo a todo amor, porque comparas dónde estás después de 20 años y dónde estabas el primer mes y claro, menuda estafa. Pero es que es otra cosa. Falta precisión en el lenguaje de las relaciones afectivas.

¿Esa precisión ayudaría a rebajar expectativas?

Yo no creo que haya que rebajar las expectativas, creo que hay que saber a qué atenerse y ser realistas con respecto a cómo se van transformando las relaciones. La pasión tiene la misma raíz etimológica que la patología, vienen de pathos, padecer. De ahí también viene ‘patético’. La persona inmersa en una pasión es egoísta, vive entregada al deseo. Hay otros tipos de amor, como el que tenemos a los hijos, que puede ser que sea el más puro, no esperas nada a cambio ni estás satisfaciendo un deseo. Luego hay otras relaciones entre iguales, que ocurren con el tiempo, donde sacas lo mejor del otro y el otro de ti, pero ya no es una expectativa, la vida te va llevando a eso y está bien llegar. Amar bien consiste en amar bien en cada una de las fases del amor. 

¿Tú crees que es real esta disyuntiva entre la pena y la nada que propone Faulkner?

Creo que no, que, en general, ninguna disyuntiva es real. Nunca hay dos opciones entre las que elegir, siempre hay millones. Sí que creo que, en la historia de la literatura occidental, lo que hemos vivido desde el amor cortés hasta ahora es la fase de la pasión; es la única que se narra. Una vez contamos las peripecias de los amantes y cómo han conseguido estar juntos a pesar de todo, llegamos al momento de «y fueron felices y comieron felices». Y ya no cuentas nada más, porque lo que viene después es el tedio. Todas las grandes historias de amor cuyo final conocemos terminan en tragedia o en muerte, porque la verdadera tragedia es que terminen en tedio. Todas terminan como el rosario de la Aurora, porque la alternativa es que terminen aburriéndose como todo el mortal común cuando se casa. 

Jacobo Bergareche: «Hay que recordar lo bueno para iluminar lo que viene por delante» 1
Foto: Carolina Freire | The Objective

¿Qué hizo que las viñetas en las que Faulkner narra un día perfecto hiciese ‘clic’ y la convirtieses en el origen de tu libro?

Era un dibujo –que se conoce poco la faceta de Faulkner dibujante–, una especie de narración dibujada. Veías que lo que le estaba contando a la amante era una crónica del día que habían tenido. Lo estaba celebrando. Un día del que se acuerda perfectamente, de todos sus momentos. Si te pregunto por tu miércoles de la semana pasada, probablemente se haya esfumado. No queda nada. Y, de repente, hay días que cristalizan en la memoria por alguna razón y, a partir de ahí, nació el libro entero. ¿Por qué hay días que cristalizan? ¿Qué es lo que contienen? 

Es curioso, cuando el tiempo pasa rápido y homogéneo y en ciertos momentos, por lo que sea, se dilata – ¿Has llegado a la respuesta? ¿Cómo acontecen estos días?

Primero lo tienes que desear, o, por lo menos, estar abierto a la posibilidad de que ocurra. Estar enamorado es muy importante. Tiene que haber otra persona con quien lo compartes. Cuando uno está enamorado le da exactamente igual si está visitando las alcantarillas de una ciudad o si está en el Pont Neuf. Todo se vuelve fascinante. 

Es una disposición de ambas personas de entregarse al aquí y al ahora, y cuando estás en ese día perfecto, es lo que tu decías, el eje del tiempo cambia. Suele ser horizontal, y en el día perfecto hay una alteración: se vuelve vertical porque todo se convierte en una celebración por muy prosaico y ordinario que sea. 

Además de enamorado, hay que estar en un estado muy leve, porque buscar ese día perfecto también puede conducir a una insatisfacción constante. 

Yo creo que necesitas muchos días imperfectos para hallar un día perfecto. En la excepcionalidad no se puede vivir. Ocurren para romper la monotonía del resto de la vida, que está bien que la haya. Hay que estar dispuesto, ver que si ahora mismo te paras, te desvías o lo que sea, se empieza a fabricar otra cosa que se convierte en un día perfecto de una manera inopinada. Tiene una parte accidental y otra de que quieres que pase y estás con una persona que quiere que pase también. 


Antes de marcharse, Jacobo se atrevió con nuestro cuestionario más random. Llegó la hora de hablar de cosas serias:

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