Kiko Amat: «Gracias a 'Revancha' me he convertido en un autor más popular y populista de lo que era antes»
‘Revancha’ (Anagrama, 2021) es un imprevisto thriller lleno de sexo explícito homosexual entre neonazis, violencia extrema y soledad. Pero es también la historia de dos hombres fuertemente dañados; y un destino fatal que los acabará uniendo
Lo que Kiko Amat tenía claro después de haber publicado Antes de que llegue el huracán (Anagrama, 2018), su anterior novela, «un pedazo de novelón de locura y pobreza y familias de mierda en el Baix Llobregat», cuya recepción fue más bien tibia, era que «quería hacer una novela de violencia proletaria de pueblo rollo rural, bueno periférico, que la quería hacer alrededor de la figura de un ausente o el típico chungo que no está presente, un Liberty Valance». Un libro rápido, fulgurante, donde todo estuviese supeditado a la trama y a la acción. Pronto apareció en el proceso de escritura la figura de Amador, que acabará siendo el eje central del libro. Una voz potentísima, que gusta junto a sus amigos skinheads, miembros de los Lokos (un grupo de supporters del Barça que acaba convirtiéndose en organización criminal y que gastan una jerga propia), de sembrar la violencia a su paso. De hecho, se podría decir que la violencia es precisamente su lenguaje, su forma de estar en el mundo.
Contra la irrebatible violencia de Amador, a Kiko Amat se le hizo necesario, nos cuenta una mañana del mes de junio en una terraza del Eixample barcelonés, «encontrar a alguien que pudiera vengar y que pudiera enfrentarse al malandro obvio». Y es ahí cuando aparece César, en apariencia la némesis perfecta de Amador, una suerte de lobo solitario, de mercenario vengador con fuertes convicciones morales. Pero todo se va complicando, porque, poco a poco, ambos personajes dejan de ser los claros contornos definidos de las dos caras de una misma moneda y, de un lado, los argumentos de César para ejercer el mal se nos aparecen como bastante cuestionables, tanto o más que los de Amador, y nos damos cuenta de que «son realmente uno reflejo del otro. En el fondo, los dos están haciendo lo mismo, que es vengarse de su suerte», nos dice Kiko Amat.
Dicho de otra manera: la ira de ambos no viene justificada por la maldad congénita (Amador) o un cierto afán de procurar el bien y castigar a quien ha hecho el mal (César), sino que los dos son hombres que, en su bravucona masculinidad, esconden el dolor de un pasado terrible, que les ha obligado a ser como son. Y ahí es donde el libro se vuelve complejo e interesante, gracias a las dobleces, debido a la confusión. Porque los dos personajes habrán de confrontarse a sí mismos. Frente a la encrucijada, habrán de tomar una decisión crítica, táctica y transcendental.
En Revancha, por ello, hay una búsqueda de redención. Y una parte esencial del libro tiene que ver con el factor meritorio. El escritor de Sant Boi nos lo explica así: «es fácil ser bueno si solo te han pasado cosas buenas. Para mí el interés de mis personajes radica precisamente en que son gente mala, que vive en un entorno sin ninguna posibilidad de redención, de benignidad o de belleza, y que pese a ello conjuran y luchan para tocar algún tipo de gracia, de redención». He aquí la genialidad y grandeza de este libro.
¿Empatizar con la violencia?
Siendo Revancha un libro espídico, lleno de vértigo y explícito hasta la médula, llama la atención la paradoja de que acabamos empatizando con los dos personajes principales; cosa que, sin embargo, se explica por lo antedicho. Se produce justamente porque todavía en el corazón de ambos personajes «anida un intento de torcer las cartas que les dieron», nos dice Amat. Empatizamos con los personajes protagonistas porque son vulnerables (y no sucede así con el resto de la comparsa de personajes secundarios, que a veces se sirven de una masculinidad casi caricaturesca, por su naturaleza patológica).
«Siempre me ha interesado más el mal que el bien, por los matices que tiene pero también por las posibilidades que ofrece, y por el periplo o bagaje que oculta sobre los personajes y que te hace pensar en su pasado», nos confiesa Kiko Amat. A lo que añade que «no hay gente muy buena en mis novelas anteriores, lo que pasa es que en esta son directamente chungos. La gente que puebla mis libros nunca es buena o nunca tiene impulsos puramente buenos. Vive en otro espectro». Y es que toda novela es, al final, conflicto. «Sin el conflicto no hay novela y sin el conflicto no hay personajes», sentencia Amat. El conflicto es inherente a la ficción.
En el principio fue la oralidad
Nos cuenta Kiko Amat que él viene de la oralidad y no de la bibliofilia. De ahí que sea este libro una novela que se escucha, en la que uno siente cómo los personajes le hablan. «Mis libros son muy hablados», nos confirma y añade que «la rapidez mental, la agudeza y el léxico los desarrollé oralmente». Por ello, es lógico que esta novela tenga también, en parte, una naturaleza de confesión. Todo en la novela −por primera vez en la obra de Amat− está al servicio de la trama y el conflicto. Aquí, y era algo que ya sucedía en su anterior novela, el narrador deja de ser intrusivo y de realizar injerencias (como sí sucedía en los primeros libros de Amat) y se retira, para dejar paso al puro hecho, al paisaje, al acting.
«Siempre me han gustado las historias que se explican por sí solas sin alarde técnico, pirotecnia o alarde referencial o intromisiones del autor -nos dice Kiko Amat-. Esas son mis metas y los autores en los que me fijo me enseñaron hacen eso». Ha sido un camino largo, el que ha llevado al escritor barcelonés por una progresión y a través de un intenso aprendizaje hasta llegar a esta historia pura, de personajes puros, con una trama sólida y una geografía asentada donde el narrador desaparece. Se trata de que el receptor no se dé cuenta, de que la técnica pase inadvertida. Por eso bromea Amat diciendo que ahora sí, por fin siente que escribe para el pueblo (y se carcajea al decirlo).
La verdad, no obstante, es que, a pesar de la complejidad técnica del libro, de sus voces alternas en segunda y tercera persona, en las que el narrador va prestando la voz a los dos protagonistas (pero es una complejidad invisible, al servicio de la trama; ya se ha dicho), el libro se lee de corrido y apela a un amplio espectro de sensibilidades. Amat lo expresa así: «Revancha es un libro mucho más populista, que realiza muchas menos exigencias en el lector y que cualquiera que no haya leído muchas novelas se puede meter en él». Así, se trata de una novela hardcore: directa y ofensiva que ya va por su cuarta edición. Escrita con la intención de que fuese imposible de tolerar por la crítica seria. «Gracias a Revancha me he convertido en un autor más popular y populista de lo que era antes, lo que no deja de ser mi intención original cuando comencé a escribir», nos dice Amat. Y sentencia: “Creo que ahora ya entiendo lo que estoy haciendo. Me ha costado muchos libros y en los últimos libros cada vez estaba más claro. No diré que tengo la fórmula, pero ahora me doy cuenta al escribir que al tomar un camino equivocado lo percibo muchísimo más rápido. Con Revancha he puesto todo lo que sé del oficio de escritor en un libro».
Aprendiendo a ser malvados
Revancha tuvo, en un principio, el título tentativo de Un círculo estrecho de simpatía. Y ello hace referencia a un tema importante del libro. Porque todos los personajes de Kiko Amat son siempre personajes que quieren a muy poca gente, cuyos vínculos son muy estrechos, pero muy seleccionados. Así, si César apenas tiene vínculo con su hermana y su sobrina, Amador no tiene a nadie a quien querer. Todo aquel a quien quería ha desaparecido. El anhelo insatisfecho, en este caso, es lo que provoca la ciega violencia. El hecho de ser quien no quieres ser, pero serlo porque la vida, tus circunstancias, te han obligado a serlo, es lo que vuelve a estos personajes complejos e interesantes. Porque aquí está el quid de la cuestión de todo el libro: ninguno de los dos personajes nació malvado. Ambos son capaces de sentir (aunque sea a ráfagas efímeras) y de desear ser otros. Pero no pueden (¿o no quieren?) cambiar. La vida les hizo así. Ese mundo benigno donde la gente aprecia la belleza y hay un trato afectuoso entre las personas (parece que) les está vedado. Hasta que llega el final del libro. Un desenlace purgante y liberador que habrán de leer. Porque les habrá de dejar en vilo. Conteniendo un suspiro.