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Cultura

¿Cambian nuestras experiencias emocionales en función de la cultura y la lengua que nos rodea?

Los códigos culturales que enmarcan nuestras vidas cambian en función del contexto y, en ocasiones, son bastante distantes, especialmente al encontrarnos como migrantes con una nueva sociedad

¿Cambian nuestras experiencias emocionales en función de la cultura y la lengua que nos rodea?

Leonardo Toshiro Okubo | Unsplash

«¿Qué es una emoción?», se preguntaba William James (1884). Su respuesta fue un artículo con ese título y hasta el día de hoy, a pesar de haber llegado a cierto consenso –como que se trata de procesos formados por múltiples componentes– sigue constituyendo un tema de investigación que, además, despierta la curiosidad en conversaciones cotidianas y científicas. No solo en psicología, sino también en otras ciencias sociales, nos aproximamos a este fenómeno tan humano.

Desde la lingüística estudiamos qué es lo que significa cuando nos sentimos bien y cuando nos sentimos mal, cómo lo expresamos y si esto tiene relación con las lenguas en las que nos comunicamos y el contexto lingüístico en que crecimos y en el que vivimos. Más concretamente, en uno de nuestros experimentos, hemos indagado en las emociones de los españoles que han migrado a Bélgica, comparándolas con las de los españoles que continúan en España.

Generalmente, las personas que experimentan procesos migratorios se relacionan a diario en una sociedad y en un contexto distinto a aquel en el que fueron educados. Los códigos culturales que enmarcan nuestras vidas cambian en función del contexto y, en ocasiones, son bastante distantes, especialmente al encontrarnos como migrantes con una nueva sociedad.

Lo mismo ocurre con la lengua durante estos procesos. Por este motivo, hablamos de «lengua de origen» al referirnos a la lengua del lugar de procedencia, «lengua de acogida» a la de la sociedad receptora y, en relación con los descendientes de los migrantes, «lengua de herencia», puesto que se considera que esta ha sido heredada de los padres, de los abuelos o familiares.

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Foto: Hannah Wright | Unsplash

Esta convivencia entre lenguas y culturas que es fruto de las migraciones tiene consecuencias también en el ámbito de las emociones. Las investigaciones realizadas a este respecto en el área de la psicología social apuntan a que cuanto más se expone una persona migrante a la cultura de acogida, más se asemeja su experiencia emocional a la de la mayoría de los miembros de dicha sociedad. Es decir, nuestra manera de sentir, que está muy relacionada con la cultura en la que crecimos, es permeable, no es estática.

¿Qué es la aculturación emocional?

Los contactos entre grupos culturalmente diferentes conllevan, como todos intuimos, procesos de adaptación psicológica y cultural, que se han denominado procesos de aculturación. Las emociones y, más concretamente, los patrones emocionales de las personas que migran también experimentan procesos de adaptación, puesto que constituyen una dimensión de la cultura, aunque no siempre es visible.

Estos procesos se han denominado aculturación emocional, definida como los cambios en los patrones emocionales que experimentan las personas que se trasladan a una cultura diferente. Esto ocurre en el caso de los adultos y también de los jóvenes.

Investigaciones recientes señalan que, en el caso de los adolescentes migrantes en Bélgica, los procesos de aculturación emocional están especialmente ligados al contacto con sus iguales de origen belga. Esto es, los jóvenes migrantes o hijos de migrantes que se relacionan más con sus compañeros hijos de belgas tienen una manera de sentir más cercana a los patrones emocionales de este país. Además, cuanto más utilizan la lengua de acogida con sus pares, más concordancia emocional presentan con el grupo mayoritario.

Experiencia de los migrantes españoles en Bélgica

Ante estas evidencias y con la mirada puesta en la identidad, nos preguntamos cómo se relacionan las experiencias emocionales de los migrantes españoles en Bélgica con el mantenimiento del español como lengua de origen, ya no en relación con la sociedad receptora sino con la sociedad que dejaron atrás, la española.

Para responder a esta pregunta, partiendo de los estudios previos, diseñamos un cuestionario de experiencias emocionales teniendo presente la compleja realidad lingüística belga. Nuestro objetivo era adaptar los cuestionarios utilizados por otros investigadores, especialmente el Emotional Patterns Questionnaire, para crear una herramienta que nos permitiera recoger información acerca de la manera de sentir de los migrantes españoles en Bélgica y compararla con la de los españoles en España, con las lenguas y variables lingüísticas en primer plano.

No fue un proceso sencillo, dado que tuvimos que tomar en consideración el neerlandés, el francés y el inglés –este último por ser altamente utilizado en determinados ambientes internacionales en Bélgica–, además del español, a la hora de elaborar una taxonomía de emociones que nos propusimos estudiar.

Tras una amplia revisión bibliográfica, consideramos que no era suficiente ni adecuado traducir los términos del inglés, sino que era preciso profundizar en el significado y valor de las emociones en cada una de las lenguas con el fin de reelaborar el listado de términos emocionales de cara a permitir un análisis argumentado posterior.

Expertos lingüistas como Soriano (2016), entre otros, ya habían determinado que, aunque existen aspectos universalmente compartidos, como el uso de términos emocionales y metáforas, estos no tienen el mismo valor en las diferentes lenguas, ni siquiera en las diferentes culturas que comparten un idioma, como es el caso del español, lengua oficial de numerosas regiones del mundo.

Por otra parte, también se había señalado recientemente que las emociones no tienen la misma consideración en cuanto a su agradabilidad o su nivel de activación en todas las lenguas. Estos resultados están en línea con la revisión que realizamos de las características de los términos emocionales en español (Stadthagen-Gonzalez et al., 2017), neerlandés (Moors et al., 2013), francés (Gilet et al., 2012) e inglés (Warriner et al., 2013).

La palabra «feliz» en varios idiomas

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Foto: Cesira Alvarado | Unsplash

Por ejemplo, mientras que a «feliz» se le otorga un nivel alto de activación agradable en español, el adjetivo correspondiente en francés (heureux), es también considerado agradable pero con un nivel de activación bajo. De manera similar, el adjetivo en francés correspondiente a «aburrimiento» (ennuyeux) aunque se considera desagradable, como en el resto de idiomas, recibió una puntuación alta en relación con su nivel de activación, al contrario que en el español, neerlandés e inglés.

En el caso del neerlandés, opluchting es valorado con una alta activación, mientras que tanto su correspondiente en español, «alivio», como en inglés y francés presentan una activación baja, si bien en todos los casos se trata de una emoción agradable.

Volviendo al cuestionario de experiencias emocionales, en este incluimos, asimismo, preguntas relacionadas con la expresión de las emociones y la relación con los interlocutores, con el foco en la pragmática, área de la lingüística dedicada al uso de la lengua en contexto.

Los primeros resultados de nuestra investigación

Los migrantes españoles en Bélgica apuntan a que, a diferencia de la bibliografía consultada, sus experiencias emocionales son, en términos generales, bastante similares al grupo de referencia en España. No obstante, comprobamos que existe una diferencia estadísticamente significativa entre ambos grupos en el caso de las emociones agradables con un nivel de tensión alto –como la alegría, el entusiasmo o la sorpresa– en situaciones en las que los informantes se sentían bien. Esto es, en las situaciones que narraron en las que se sentían bien, las emociones de esa categoría se sintieron con diferente intensidad si comparamos al grupo de migrantes y al grupo de no migrantes, y esas diferencias, más allá de lo individual, se pueden explicar por la pertenencia a uno u otro grupos.

En relación con la expresión de las emociones, en la situación en la que se sintieron mal observamos que, en ambos grupos, la mayor parte de los informantes escogió, o bien no expresar lo que sentían, o bien expresarlo con una intensidad menor. La diferencia radica en que entre estas dos opciones, los migrantes –que viven en un contexto belga y están en contacto con, al menos, el francés o el neerlandés, además del español– se decantaron por expresar menos de lo que sentían, mientras que los españoles que residen en España prefirieron no expresarlo.

Las investigaciones en esta área ofrecen todavía muchas posibilidades y en nuestro equipo continuamos explorando estos y otros temas, como la lengua de herencia o la identidad, siempre con el corazón y las lenguas caminando de la mano.The Conversation


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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