Santiago Isla, el cronista del pijerío madrileño y la frustración generacional
Con la reciente publicación de su segunda novela, la etiqueta de hijo de Pablo Isla se le queda corta al escritor y músico madrileño que ha sido capaz de reflejar con elegancia y lucidez el carácter de toda una generación
Con los adjetivos de «original y castizo» se presenta el centenario Café Comercial situado en el número 7 de la glorieta de Bilbao en Madrid. Una etiqueta de la que puedes dudar cuando al entrar lees la palabra brunch en el menú y mientras ves la carta te das cuenta de que ha sucumbido, como la mayoría de bares del centro, a los prohibitivos precios para turistas que espantan a los locales. Sin embargo, el establecimiento sigue conservando en sus paredes (aparte de los retratos de ilustres artistas e intelectuales que cuelgan) posos de lo que fue en su día, un lugar de reunión, discusión y tertulia literaria.
En la planta de arriba espera Santiago Isla (Madrid, 1994), un escritor que bien podría merecer ambos calificativos. Aunque siempre se ha mostrado orgulloso de su origen, la recurrente etiqueta de hijo de Pablo Isla (CEO de Inditex) hace tiempo que se ha quedado corta. Con dos novelas publicadas, la última recién salida de imprenta, su prosa tiene algo de esa osadía y atrevimiento de la juventud, pero también refleja admiración y respeto por ese género tan madrileño que es el costumbrismo. En su primer libro, Buenas noches (Círculo de tiza, 2020), se dedicó a recorrer Madrid con ojos insomnes para elaborar un retrato de la ciudad que tantas miradas curiosas ha atraído, desde Larra a Sabina, pasando por Baroja o Umbral. Ahora, con Los juegos florales (Espasa, 2021), se retira la careta de flanêur para madurar hacia un tipo de novela más clásica, con protagonismo coral y ambición de reflejo generacional. Además de escribir, también tiene un grupo de música, Chelsea Boots, que este año ha estrenado colaboraciones con Xoel López o Taburete.
En una mesa situada en la esquina me recibe el escritor de 26 años, con el cabello intencionadamente enmarañado y la camisa medio abierta dándole un aire canallita. Cortésmente, agradece la entrevista y me pregunta por el libro: «¿Te ha gustado? Puedes decírmelo sin rodeos, en plan off the record». Amabilidad y simpatía no disputan con espontaneidad y descaro.
Supera el uno ochenta, pero su rostro imberbe y lozano aparenta más juventud de la que profesa su cordialidad. La fachada es esa primera impresión que ofrecemos a los demás, un aperitivo más o menos revelador sobre lo que hay en el fondo y, como hemos venido a hablar de su libro, le pregunto por la portada, que curiosamente se trata de una obra de arte, un autorretrato del austríaco Egon Schiele.
Resulta que Schiele es uno de sus pintores favoritos y que conecta con esa obsesión por retratarse, mirarse en el espejo y explorar su figura, «uno de los pioneros del selfie», me explica. «Además, creo que comparto cierto parecido físico con sus dibujos -continúa-, pero más allá del rollo vanidoso, me gusta mucho su pintura y ese es el motivo por el cual acabó en la portada».
Aunque haya decidido ilustrarlo con su propio «rostro», en este libro el «yo» se desplaza con respecto al primero, que sí tiene un componente más autobiográfico. «Me apetecía contar otra historia, pienso que el ego, la experiencia propia, por muy amplia que sea, es finita, todo ese rollo de la autoficción sólo da para el primer libro». En su segunda novela, Isla ha tratado de salir de sí mismo, meterse en la piel de otras personas y despegarse hacia la narración en tercera persona.
«Nos sentimos merecedores de todo y nos cuesta más recorrer ese camino necesario para alcanzar nuestras metas»
Se ríe cuando le pregunto por el cameo que hace el propio Santiago Isla en el libro, «esto es un poco spoiler hombre, pero sí, me apetecía meter un poco de humor y preguntarme por la imagen que tendría de mí Ignacio Benavides, el protagonista». Tirando de gracia, también trata de quitarle hierro a esa etiqueta de novela generacional, confesando que se trata de uno de esos recursos del marketing editorial para vender libros.
No bromea cuando habla del principal obstáculo al que se enfrentan los jóvenes: la escasa tolerancia a la frustración. «Pienso que ese es el gran problema de nuestra generación, por el tipo de educación que hemos recibido o por el contexto que hemos vivido, nos sentimos merecedores de todo y nos cuesta más recorrer ese camino necesario para alcanzar nuestras metas. Ya sé que suena a reflexión baratilla, pero quizás el problema de esta generación es el de haber tenido todas las facilidades para no tener que lidiar con la frustración, el fracaso o la dureza de ciertas situaciones y por eso no es capaz de llegar a donde piensa que se merece».
La conversación, con el libro de fondo, nos invita a meternos de lleno en los personajes de la novela, en concreto en el de Ignacio Benavides. Su creador no duda en definirlo como «el artista maldito que no mola». Y es que Ignacio no fuma opio ni tiene el glamour de la decadencia, el hedonismo o la transgresión, como señala su autor. «Simplemente es una persona muy frustrada, presa de su propia cabeza e incapaz de salir de los bucles mentales que él mismo se crea, no es un personaje atractivo para nada», sentencia.
«Cuando estás jugando a un juego no eres un artista, estás jugando a ser artista»
Responde con una sonrisa sarcástica cuando le pregunto por la alta cultura madrileña que aparece en Los juegos florales, «¿Qué es la alta cultura madrileña?» contesta. Pero sí que me habla de la diferencia entre Ignacio Benavides y los personajes elitistas con los que se codea: «El contraste está en la frivolidad, cuando no te juegas tanto en la vida, cuando tienes una red debajo por si las cosas te salen mal, estás jugando a un juego y cuando estás jugando a un juego no eres un artista, estás jugando a ser artista».
Afuera la orquesta de coches, sirenas y muchedumbre continúa con su concierto diario, aderezando la conversación con un recuerdo a rutina y estrés. En esa misma rutina que nos determina se ha introducido Isla para caracterizar a sus personajes, especialmente en el caso de las comidas. «En lugar de describir explícitamente a cada personaje, quería mostrarlos a través de las cosas que hacen y un ejemplo de ello es la comida. La gente está muy definida por dónde hace la compra, a qué restaurantes va, o dónde se toma las copas. También el sitio a dónde va a pasar esos pocos días de verano que tienes para escaparte dice mucho de ti, no solo a un nivel social o económico, que también, sino de tu forma de ser y cómo entiendes tú la vida».
Conforme llegamos al final de nuestro encuentro me intereso por sus expectativas, ambiciones y deseos futuros. Demuestra ser un tipo con los pies en la tierra, prudente, pero con confianza en sí mismo y descarta una continuación para esta historia. «Me gustan más las películas que las series, me gustan más los libros que las sagas y creo que esta historia y estos personajes ya han contado lo que tenían que contar».
Sobre la muletilla de presentarse como un escritor con un «trabajo de verdad», defiende que lo seguirá haciendo mientras lo conserve. Le encantaría poder dedicarse exclusivamente a la profesión artística, pero también es ese trabajo de oficina «estándar» el que le permite tener más seguridad y libertad al no depender exclusivamente del éxito comercial.
«Hay mucha gente que parece que vive de su profesión artística y luego no es verdad»
Me comenta que vivir del arte es una especie de utopía. «Para mí eso suena a ciencia ficción y, de hecho, es un tema que se trata en el libro. Hay mucha gente que parece que vive de su profesión artística y luego no es verdad, que vive mantenida por un dinero familiar o gente que, como es mi caso, tiene otro empleo. Este libro lo he escrito en mi tiempo libre, igual que el primero y muy probablemente igual que el tercero, salvo que de repente me sorprenda y me cambie la vida, que no creo».
Mientras nos despedimos, hablamos sobre el glamour que tiene el mundo audiovisual con respecto al literario y un deseo queda en el aire, el de escribir una película o una serie. Con un regusto optimista por esta ambición futura, nuestros caminos se separan, el suyo continúa con la promoción del libro y una firma en alguna librería, el mío hacia la redacción para tratar de materializar sobre estas líneas el contenido y naturaleza de una conversación literaria en el «original y castizo» Café Comercial de la glorieta de Bilbao.
Antes de irse, Santiago Isla respondió a nuestro cuestionario más random: