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Cultura

El oficio del traductor: entre diálogo, creatividad y guerras culturales

Desde el suscitado debate por la traducción de Amanda Gorman a los bajos beneficios económicos, explicamos cómo viven algunos traductores la grandiosidad de su oficio en el siglo XXI

El oficio del traductor: entre diálogo, creatividad y guerras culturales

Edurne Tx | Unplash

¿Podría Jerónimo de Estridón, primer traductor conocido, seguir traduciendo La Biblia, del griego y el hebreo al latín, hoy en día? ¿Estridón no estaría censurado por el mismo mercado que define que el latín es una lengua muerta o mantenerse con lo que le paga su oficio?

El oficio del traductor, que el 30 de septiembre celebra su día entre los que se dedican a esa ardua misión, tuvo un debate crucial este 2021 luego de que la traducción del poema de la estadounidense Amanda Gorman, celebrada por su llamado a la unidad durante la investidura de Joe Biden, dividiera al mundo editorial europeo al descartar a los traductores holandés y catalán por no corresponder con el perfil que exigía la agencia de la joven poeta.

Para Nuria Barrios, escritora y traductora de varios autores, entre ellas Amanda Gorman, «la política jamás debe imponer sus normas al arte» ya que «son dos lenguajes completamente distintos». La política debe «ajustarse a la realidad y ser pragmática»; mientras, el arte, en este caso de la literatura, «debe ampliar la realidad al abrirla a la imaginación» y, a su vez, desvelar lo invisible que, «no por no ser invisible, es menos real».

Para la traductora y escritora de Todo arde (Alfaguara, 2020), la discusión que impuso la agencia literaria de Gorman sobre la industria y los medios fue un debate equivocado, ya que «el foco debería haberse situado sobre las editoriales y a ellas es a las que se les debería haberse reclamado que abran su catálogo a nuevas voces».

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Amanda Gorman recitando en la investidura de Joe Biden | Foto: Patrick Semansky vía Reuters

A su vez, para la Premio Stendhal de traducción, Alicia Martorell, la corrección política es un problema no solo en la traducción sino para el pensamiento en general. «Hace que todo sea menos diverso. Lo que pasa es que yo hablo desde mi posición en este mundo, pero entiendo que las minorías estén cada vez más hartas de ser invisibles y relegadas sin ninguna justificación» y, a veces, «sin ser siquiera minorías, eso exacerba las posturas». Para Martorell el debate suscitado por Gorman no puede analizarse solo en términos de corrección política porque es algo que tiene más calado y complejidad.

Por su parte, Barrios cree que el debate no tiene sustrato en lo absoluto, no cree que exista un traductor ideal para una autora o una obra porque es imposible, ya que la traducción trabaja sobre el lenguaje y «su herramienta es la imaginación, esa que escapa a “cualquier límite ya sea racial, de sexo o de edad».

Una buena traducción, según la escritora «es aquella que transmite no solo el sentido de la obra» sino «la melodía y el ritmo del lenguaje originario», logrando desde la dificultad, llegar al «eco de la obra original». Además, Barrios entiende al traductor, sobre todo a las traductoras por ser mayoría dentro del sector, «como una semilla a lo largo del tiempo y del espacio».

¿Cómo disentir y ampliar el lenguaje del escritor desde la traducción?

«Kafka no creía en las traducciones, hay un par de cartas a Felice Bauer bastante divertidas donde dice que las traducciones son en realidad ‘adaptaciones insoportables’» escribe el escritor y traductor Mikaël Gómez Guthart en sus conversaciones con la escritora Ariana Harwicz en su libro Desertar (Candaya, 2021), en donde exploran los misterios de la literatura, la traducción y el lenguaje más allá de las reclusiones políticas, editoriales o identitarias.

Tanto Gómez Guthart como Harwicz reflexionan sobre los miles de aspectos y versiones que tiene una obra en el mundo y en la vida de un creador y, a su vez, cómo la traducción literaria puede resultar «aburridísima» ya que todos los implicados en el sector desde el escritor al editor, el bibliotecario o el librero «quieren opinar al respecto». Sin embargo, más allá de tedios y tópicos, como toda traducción implica un diálogo, estos dos autores conversan durante unas breves pero emocionantes cien páginas sobre el mundo de las versiones y las diferentes formas de hacer crecer una obra y, así como creer en el poder de manifestación que tienen la lengua y la literatura.

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Imagen vía Candaya editorial

En conversación telefónica con este medio, Ariana Harwicz nos comenta que el traductor embellece la obra, la mejora, la empeora o la mata. «Los traductores tienen una obra en sus manos que, en realidad, es una misión importantísima. ¡Qué legado! ¿Cómo van a llevar al mundo a ese autor? ¿Cómo le van a mostrar a los checos o a los austríacos o a los chinos, a Borges? ¿Qué autor les van a entregar?» afirma. A diferencia de lo que comenta su coautor en Desertar sobre Kafka, a Harwicz le parece imposible anular la traducción porque es suprimir esa otra obra que es una traducción. «Es una de las facetas, de las variaciones, de las transformaciones del arte. Siempre una traducción pervierte, subvierte, siempre vuelve el texto de uno en otro texto», es así como da valor a un campo que muchas veces no es considerado, a pesar de que «uno de los destinos de la escritura es la traducción».

La traducción y los traductores marcan el beat del corazón de una obra y, a su vez, el tiempo en el que ese corazón late, también depende de las circunstancias que rodean al que lo versiona. «Los traductores están signados por el tiempo, porque traducen para el tiempo, para que no envejezca una obra o para que no muera, para hacerla subsistir» llegando más allá, yendo a la verdadera disidencia y «al verdadero motor subversivo, lo que implicaría ir a fondo contra toda la doxa dominante, contra todo el pensamiento común, contra todos los tips de la lengua, contra todas las consignas en las políticas actuales» afirma Harwicz.

El tiempo, las amenazas y la grandiosidad del oficio del traductor

Los creadores que solamente traducen entienden que el oficio es de largo alcance en el tiempo. Como Nuria Barrios o Ariana Harwicz afirman es la semilla del tiempo lo que moldea una traducción. Para Carlos Mayor, traductor de escritores de renombre como Marjane Satrapi o Andrea Camilleri, la traducción es una labor «dificilísima» que se «va aprendiendo» y conquistando con los años.

Para este traductor la conquista supone la creación de una red muy vasta que va creciendo «a golpe de curiosidad», penetrando «en las lenguas y las culturas» con las que se trabaja. Por su parte, para Inga Pellisa, traductora de ese boom editorial llamado Sally Rooney, la curiosidad en el oficio alarga la vida de los textos, y “no es solo imprescindible, sino salvadora”, especialmente cuando toca enfrentarse “a jornadas larguísimas” de trabajo. Para la traductora también es importantísimo ser desconfiada para «no bajar la guardia» y llegar al matiz más acertado «porque siempre hay trampas y rigideces» que pueden llevar a un exceso de literalidad. “Si algo no suena bien, es muy posible que haya gato encerrado, o cuando menos, una opción mejor, más natural y fiel a la voz del libro” afirma Pellisa.

Aunque todo pueda parecer un trabajo de creatividad y entrega para los traductores, las amenazas en el oficio existen: docenas de programas de traducción automática han llegado con la disrupción digital y, además, el sector está signado por malas prácticas y condiciones económicas injustas. «Sigue habiendo editoriales que imponen condiciones abusivas y, en general, las tarifas llevan años congeladas» afirma Carlos Mayor. Para el traductor de Camilleri, la labor de las asociaciones de traductores, «como ACE Traductores o APTIC», ha sido fundamental «para luchar por unas condiciones dignas, que en realidad repercuten en una mejor calidad de las traducciones y en beneficios para todo el sector». Pellisa también secunda esta afirmación con una pregunta: «¿cuántos sectores llevan quince años con salarios congelados y sin la posibilidad legal de pactar un convenio colectivo?»

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Foto de Cathy Mü vía Unplash

Por su parte, para la galardonada traductora Alicia Martorell, la amenaza no está en la inteligencia artificial, está en las mismas editoriales. La traductora afirma que concentración de sus clientes los coloca «en una posición de fuerza cada vez más sólida», que deja a los traductores «con menos margen para negociar». A su vez, la precarización del oficio y la situación que vive la primera generación de traductores autónomos y, «que está llegando ahora a la edad de la jubilación sin haber cotizado lo suficiente para jubilarse», hace que no puedan acceder a las tarifas disponibles debido a la multiplicación de intermediarios.

Sin embargo, y a pesar de los embates y dificultades, para muchos la traducción es el oficio ideal, su territorio de felicidad. «A mí este oficio me parece, no bueno, el mejor. Llevo más de treinta años en esto y sigue llenándome de felicidad» afirma Martorell; mientras Pellisa confirma que le encanta y le hace feliz ser «una especie de Zelig» al meterse en las cabezas de la gente y pasarse el día descifrando y desmenuzando una obra. Por último, Carlos Mayor también ratifica a sus compañeras de oficio al afirmar que «después de varias décadas y de centenares de títulos de distintos géneros traducidos» sigue sintiendo el traducir como algo emocionante: «cada libro es una nueva aventura, un nuevo descubrimiento apasionante. No lo cambiaría por nada del mundo».

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