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Cultura

«Todavía hoy los alemanes tenemos problemas con los judíos»

Editorial Anagrama publica ‘La cita’ de Katharina Volckmer, un extraordinario monólogo en torno a la identidad de género, la identidad nacional y la identidad lingüística

«Todavía hoy los alemanes tenemos problemas con los judíos»

Liz Seabrook

«Todavía hoy los alemanes tenemos problemas con los judíos», comenta Katharina Volckmer, a pocas horas de presentar en Barcelona La cita (ed. Anagrama) un extraordinario monólogo protagonizado por una joven alemana residente en Londres que, mientras es examinada por el doctor Seligman, comienza a hablar sin dejar espacio para réplica alguna. Solo la escuchamos a ella, que, como la propia autora, señala que gran parte de los problemas que todavía hoy los alemanes tienen con los judíos -no es casualidad, de hecho, que el propio doctor Seligman sea de origen judío- radica en una culpabilidad no completamente asumida. «Para alguien que se ha criado en Alemania una persona judía viva es una sensación, algo para lo que nadie nos había preparado. Nunca las habíamos visto más que muertas o desgraciadas, mirándonos fijamente desde incontables fotografías grises o desde algún lugar muy lejano en el exilio», le cuenta la protagonista a su silencioso doctor. Es por esto, continúa la joven que «nuestra única manera de compensarles [a los judíos] fue convirtiéndolos en criaturas mágicas que iban soltando polvo de hadas por todos sus orificios, con intelectos superiores, nombres curiosos y biografías infinitamente más interesantes».  

Si la identidad judía es todavía un problema en Alemania –«en parte porque, a diferencia de lo que sucede, por ejemplo, en una ciudad como Londres, la comunidad judía alemana es muy poco visible»– es algo que se ve claramente en la polémica que surgió entre dos escritores, «uno acusó a otro de fingir ser judío». Volckmer no da nombres, pero se refiere a la pelea pública entre Maxim Biller y Max Czollek. El primero acusó al segundo en un Die Zillet de afirmarse judío cuando en realidad no lo es en cuanto su madre no es judía. Según la Halajá el ser judío se hereda únicamente de la madre. En su artículo, Biller iba más allá y acusaba a Czollek de utilizar en su beneficio propio y de su propia obra la identidad judía y lo comparaba con el escritor Binjamin Wilkomirski que, como aquí hizo Enric Marco, fingió ser un superviviente de un campo de concentración, en concreto del de Auschwitz. Y el debate no terminó aquí, sino que pronto pasó de ser una diatriba entre dos individuos a convertirse casi en un asunto nacional: la escritora Mirna Funk criticó a Czollek por la falta de transparencia al hablar de los orígenes de su familia, mientras que Micha Brumlik, antiguo director del Instituto Fritz Bauer para el Estudio y Documentación de la Historia del Holocausto, criticó las formas de Biller, si bien suscribió sus argumentos.

Decía el director de Shoah, Claude Lanzmann, que Alemania terminaría encontrándose con su pasado cuando las nuevas generaciones comenzaran a preguntar a sus padres y abuelos dónde estaban mientras todo sucedía.

Si, por un lado, como señala Volckmer, Alemania afirma autoengañándose haber sido capaz de hacer frente y gestionar su pasado, por el otro lado, el reciente debate muestra las heridas todavía abiertas. Como reflexiona la protagonista de su novela, para un alemán todavía es incómodo lidiar con un judío y con su testimonio. «Se le escucha y se asiente», comenta Volckmer, «pero siempre hay algo de incómodo cuando se es alemán y se está frente a un judío». Y precisamente por esto nadie osó cuestionar a Czollek hasta ahora y por esto tampoco nadie cuestionó a Wilkomirski en cuyo libro de memorias relataba su supuesta experiencia en el campo. Fue un periodista suizo quien destapó el engaño. El libro, premiado y considerado casi de inmediato por algunos como un clásico de la literatura del Holocausto fue inmediatamente retirado por los editores alemanes. Un escándalo que evidenció todavía más si cabe ese sentimiento de culpa soterrado y renegado, esa incomodidad de un país que, insiste Volckmer, «no ha afrontado hasta el fondo el papel y la responsabilidad que tuvo durante los años del nazismo».

Decía el director de Shoah, Claude Lanzmann, que Alemania terminaría encontrándose con su pasado cuando las nuevas generaciones comenzaran a preguntar a sus padres y abuelos dónde estaban mientras todo sucedía, qué hacían mientras los apartamentos de sus vecinos judíos quedaban vacíos de un día para otro. «Aunque mi bisabuelo no trabajó en Auschwitz», cuenta la protagonista al médico, «él no era más que el jefe de estación de tren antes de llegar a Auschwitz, donde los trenes a menudo hacían noche, donde se aseguraba de que no hubiese congestiones, de que todo funcionase como la seda y de que los trenes vacíos pudiesen regresar sin estorbos. Él no tenía mala intención». Y, sin embargo, al relatarlo, la bisnieta pone encima de la mesa la responsabilidad de aquel que, sin mala intención, fue cómplice, porque no vio o no quiso ver lo que sucedía, por qué en ningún momento quiso preguntarse el porqué de esos trenes vacíos. Y ahí está, como vemos también en el documental de Lanzmann esa culpabilidad no asumida y que, sin embargo, está ahí. 

Katharina Volckmer: lenguaje e identidad a revisión 2
Imagen vía Editorial Anagrama.

«Y no se trata solo de esto», apunta Volckmer, «mi abuela era una niña durante la guerra, así que no se le puede atribuir responsabilidad alguna, pero lo que sí es cierto es que ella fue al colegio durante el Tercer Reich, es decir, ella fue educada en ese contexto ideológico». «Además −añade la escritora tras la guerra, muchos profesores que habían sido fieles al Reich volvieron a las aulas». Para la autora de La cita, aquel lenguaje en el que se formó más de una generación todavía no ha desaparecido, sino que permanece de forma sutil en palabras y expresiones del alemán contemporáneo.

En su famoso ensayo, el filólogo Víctor Klemperer observaba de qué manera la propaganda nazi fue permeando el lenguaje modificándolo. Casi ochenta años después, Volckmer pone de relieve de qué manera aquel nuevo lenguaje analizado por Klemperer no desapareció con la guerra, sino que sigue estando ahí. ¿Cómo huir de él? «El lenguaje es lo que nos constituye, es a partir de él que construimos nuestra identidad» y, precisamente por esto, porque La cita es un monólogo en torno al peso de la identidad y en torno a la búsqueda de una redefinición, Volckemer lleva a cabo un inteligente trabajo de deconstrucción del lenguaje a través de un doble mecanismo: el humor y la traducción.

(Auto) Traducción o la identidad como cárcel

De la misma manera que Volckmer opta por el inglés y abandona así su idioma materno, el alemán, para escribir su primera novela, su protagonista también recurre al inglés para hablarle al doctor Seligman. El elegir el inglés es para la joven protagonista, ante todo, una forma de romper con la lengua materna y, consecuentemente, con el vínculo materno, con esa madre que «quería que fuera una hija distinta a la que fue» y, cabría añadir, una mujer distinta a la que sigue siendo en el presente. Las recriminaciones que la joven le hace a su madre van mucho más allá de la cuestión transexual: la joven no se limita a reprocharle a su madre que no acepte su deseo de ser chico. En cierta manera, no le sorprende la actitud de su madre, puesto que, como ella misma reconoce, creció en un tiempo y en una sociedad en la que «nadie cantaba sobre qué se siente siendo un chico que está atrapado en el cuerpo de una chica y se quiere follar a otros chicos» y, además, no se muestra muy convencida sobre hasta qué punto han cambiado los tiempos: «Ni siquiera estoy segura de que alguien cante sobre eso hoy en día, porque en realidad la cultura pop no es tan subversiva». Sin embargo, como decíamos, los reproches hacia su madre trascienden esta cuestión: la protagonista le recrimina haberla querido convertir en la niña, en la chica y en la mujer que nunca fue ni quiso ser, le recrimina no haberla aceptado en su totalidad, no haber aceptado que no entraba en ese prototipo de «hija» que ella deseaba. «Todavía hoy», comenta la autora, «en muchas familias se educa a las hijas de manera distinta de los hijos» y la razón no es otra que esta: «Se sigue pensando los roles de manera distinta. ¿Por qué será? Seguramente es resultado de la misoginia de nuestra sociedad», concluye la autora, haciendo hincapié en el hecho de que es el cuerpo donde primeramente se inscriben todas las imposiciones sociales y de género.

Katharina Volckmer: lenguaje e identidad a revisión 1
Foto: Liz Seabrook | Cedida por la editorial.

Desde siempre, el cuerpo es el relato de la dominación y la violencia: en los cuerpos esqueléticos, rapados, mutilados y hacinados es donde quedaron inscritas las barbaridades cometidas por el nazismo contra los judíos. En los cuerpos de las mujeres es, asimismo, donde se produce la violencia machista, es en los cuerpos femeninos donde quedan las heridas de las vejaciones, los golpes y los abusos. Y es también en los cuerpos, primeramente, en los femeninos, donde se inscriben las imposiciones sociales, empezando por las estéticas: «todas esas normas absurdas que se aplican a los cuerpos de las mujeres», se queja la protagonista, recordando cómo desde que era niña su cuerpo siempre «me ha hecho sentir muy mal, porque estaba siempre reñido con el mundo, siempre pensé que era enorme, como una irregularidad que descubres de pronto con la lengua». Y, ¿cómo huir de esta autopercepción? Esta es una de las preguntas que recorre La cita, una interrogación constante en torno a cómo construimos nuestra identidad, en torno a qué palabras elegimos para escribir nuestra historia o en torno a qué relatos nos contamos para hacer frente a nuestra culpa o a las expectativas impuestas acerca de lo que debemos ser. 

Las palabras y sus restricciones

«No lo sé describir cómo es, doctor Seligman, cuando comprendes por primera vez lo que significa mirar a un hombre libre de las restricciones de tu cuerpo, cuando aprendes a mirar con tus propios ojos, cuando te das cuenta de que tu vagina no es real y que nada de lo que pensaba sobre el deseo es cierto». A lo largo de su extenso y torrencial monólogo, la protagonista de Volckmer desmonta cada una de las restricciones que le han impedido afirmarse desde una autonomía que, como ella misma asume, es casi imposible adquirir por completo. Resulta imposible dejar atrás los lastres del pasado, pero todavía más difícil es salirse por completo del discurso −de las palabras− a partir de las cuales te has construido, aunque sea por oposición a ellas. Sin embargo, lo que sí se puede adquirir es la consciencia de dichas palabras, la conciencia de esas restricciones o esas imposiciones convertidas en lentes a través de las cuales mirarse a sí misma, mirar a los otros y mirar el propio pasado.

«Los peores chistes sobre los judíos, los hacen los propios judíos. Ellos pueden, los demás no»

Desde su verborrea políticamente incorrecta −«lo que tenía claro es que de quien no se puede hacer humor es de las víctimas», confiesa Volckmer, para quien el límite está precisamente ahí, en la imposibilidad de reírse de la víctima cuando una no lo es. «Los peores chistes sobre los judíos, los hacen los propios judíos. Ellos pueden, los demás no»−, desde su humorismo mordaz, desde un pesimismo que, sin embargo, no impide en las páginas finales vislumbrar algo de luz, la protagonista de Volckmer hace una enmienda a la totalidad, sin excluirse a sí misma de dicha enmienda. Sí, ahí están Bernhard y Dostoyevski como referentes, pero también está Joyce con esa Molly Bloom que, en su monólogo final, parece querer contarlo todo, sin filtro, sin restricciones. Y, solamente así, hablando y hablando, enfrentándose al lenguaje desde el propio lenguaje Volckmer consigue hacer de La cita un libro que asume que al lenguaje siempre hay que enfrentarse con desconfianza, siendo consciente de que su asimilación acrítica es la asimilación del «discurso del opresor», como diría Marta Sanz.

Desmontar las palabras para resignificarlas y para observar lo que esconden –sus silencios y sus señalaciones– es lo que hace a través de su protagonista Volckmer, consiguiendo así hacer de La cita un libro incómodo, lúcido, radical. 

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