THE OBJECTIVE
Cultura

Juan Villoro: «También el delito y la justicia dependen de narrativas»

Conversamos con el escritor mexicano Juan Villoro quien acaba de publicar el libro ‘La tierra de la gran promesa’ (Literatura Random House, 2021)

Juan Villoro: «También el delito y la justicia dependen de narrativas»

Cedida por la editorial

En 1982, la cineteca de México ardió. Se perdió un amplio archivo, pero también se perdieron promesas y utopías. Este es el punto de partida de la nueva novela de Juan Villoro, La tierra de la gran promesa (Literatura Random House) una obra en la que, a través de su protagonista, un documentalista que abandona México y se traslada a vivir a Barcelona, el escritor y periodista indaga en la historia reciente de su país.

La violencia, la corrupción y, sobre todo, ese futuro próspero que nunca terminó de llegar son algunos de los temas de esta novela, en la que, además, Villoro reflexiona sobre la escritura, en concreto, sobre cómo narrar la realidad y sobre la capacidad de aprehenderla. A través de su personaje, que habla dormida, Villoro explora los mecanismos en los que contamos y nos contamos la realidad, así como nos apropiamos consciente e inconscientemente de ella.

La novela lleva el mismo título que la película de Andrzej Wajda, en la que se cuenta cómo un incendio destruye la fábrica puesta en marcha por tres amigos arribistas con ansias de prosperar. ¿México es la tierra de la gran promesa? 

El título de esa película resultó irónico. En 1982, cuando se incendió la Cineteca, el gobierno hablaba de un nuevo periodo de esplendor que bautizó como «la administración de la abundancia». El incendio fue una metáfora de las ilusiones calcinadas. Por otra parte, la novela también alude a la crisis de las utopías. Quienes crecimos en los años sesenta y setenta aspirábamos a una aurora donde todo sería distinto. La lección que aprende Diego, protagonista de mi novela, es que la tierra prometida no está lejos: es el desastre que nos rodea, pero que podemos modificar en la medida de nuestras posibilidades. 

¿Cuándo comenzaron a revelarse como incumplidas esas promesas o esas utopías? ¿Con el movimiento del 68? ¿En 1977, cuando se permitió más presencia de la oposición en las elecciones? 

México es un país con enormes recursos naturales, con una cultura muy potente. Las opciones de bienestar siempre han estado entre nosotros, pero una y otra vez han sido mancilladas. En la novela digo que aprendemos geografía por las tragedias: nos enteramos del nombre de Acteal por la matanza de niños y mujeres que ahí ocurrió y de Ayotzinapa por la desaparición forzada de 43 estudiantes. Los desastres siempre han estado presentes en nuestra vida; lo que ha cambiado es que también la esperanza entró en crisis. Mi generación creció en un momento en que las utopías estaban en oferta y hemos tenido que pasar por un doloroso aprendizaje. Mónica, la mujer de Diego, es mucho más joven que él, pertenece a la generación millennial, y entiende mejor un mundo donde sólo existe la crisis y donde no se puede confiar en remedios absolutos; esto no la lleva al conformismo sino a actuar en el espacio, reducido pero necesario, que le corresponde, lo cual es un aprendizaje para Diego.

Juan Villoro: «También el delito y la justicia dependen de narrativas» 2
Imagen vía Editorial Random House

La novela comienza con el incendio de 1982, bajo la presidencia de López Portillo que, leemos, «gobernó como un patriarca que sólo obedecía los caprichos de su testosterona»…

Fue una época esquizofrénica, como tantas de México. Otros sectores de la cultura florecieron, la oposición ganó territorios, la política exterior fue progresista, pero el cine se vio terriblemente perjudicado, y la corrupción y el nepotismo crecieron a niveles de delirio. El cine no es un arte individual, requiere de apoyos muy fuertes, y a mi generación le costó mucho más trabajo filmar. 

Asimismo, pensando en Diego, ¿se puede hablar de un progresivo descreimiento ante el potencial transformador del arte?

El arte no cambia el mundo, cambia la vida de quien lo disfruta. En su adolescencia, Diego asume el arte como un acto de fe. Poco a poco entiende que la realidad no cambia con un poema, pero también que un poema modifica un destino. Es un rito de paso importante.

Antes mencionaba el personaje de Mónica, ¿los años que le separan de Diego determinan su manera de ver el mundo?

Mónica conoce y entiende el desastre, pero no se resigna. Cuando México carecía de democracia estábamos convencidos de que, en el momento en que hubiera una elección limpia, ganaría el mejor partido. Pero las elecciones pueden llevar al triunfo de Hitler o Trump. Mónica no tiene una confianza irrestricta en el porvenir porque no ha conocido otra cosa que la desesperanza, pero esto le da una fuerza especial de resistencia: no quiere transformar el mundo, quiere transformar su vida, y lo logra.

A través de Diego, pero también de su padre, notario, o de Adalberto Anaya, la novela reflexiona sobre cómo aprehender la realidad e, incluso, sobre su posibilidad.

La novela indaga diversos niveles de la narrativa, comenzando con la onírica, pues Diego habla dormido. Su mujer, que es sonidista, lo graba y poco a poco entiende lo que él está tratando de decir. Se trata de una confesión dolorosa sobre algo de lo que se arrepiente. Ella descifra esto y tiene la grandeza de no decírselo y de seguirlo queriendo más allá de ese problema. La narrativa diurna de Diego tiene que ver con su trabajo de documentalista, pero también ahí advierte que no tiene todo bajo control y que las muchas voluntades que intervienen en una película hacen que eso sea tan incontrolable como el sueño. Por otra parte, su padre es notario, otra forma de testimoniar la realidad; registra transacciones que pueden venir de ilícitos, pero su papel es restringido: debe dar fe sin alterar las voluntades ajenas. Me interesaba reflexionar sobre los límites de rendir testimonio y los compromisos éticos que adquirimos al hacerlo.

Usted que ha ejercido también el periodismo, nos propone reflexionar sobre los límites de la ficción, pero también sobre los límites de la no ficción.

La novela es el mejor medio para trabajar con ideas contradictorias. Es lo opuesto al pensamiento único. Dostoyevski repudiaba a los anarquistas, pero los retrató de tal manera que el lector puede estar de acuerdo con ellos y no con el autor. El periodismo es esencial para entender el entorno, pero no puede ahondar en la vida secreta de la gente; a ese plano sólo se llega a través de la imaginación. La novela tiene la extraordinaria capacidad de contar lo que fue y lo que pudo ser, lo sabido y lo que sólo podemos soñar, anhelar o conjeturar. 

Anaya tacha a Diego de intelectual, dice que su documental no tiene el peso que su reportaje y le recuerda que él se jugó la vida para escribir. ¿Hay aquí un exceso de prejuicios? ¿Son los periodistas quienes se están realmente jugando la vida?

México es el país más peligroso para ejercer el periodismo. En esas condiciones, los reporteros no han dejado de hacer un trabajo heroico. El gran periodismo es literatura bajo presión; por desgracia, esto no siempre se toma en cuenta. Daniel Defoe es extraordinario por Robinson Crusoe, pero también por su Diario del año de la peste. Álvaro Cunqueiro, Josep Pla y Gómez de la Serna hicieron gran literatura en los periódicos. En el caso de Anaya, se mezclan resentimientos y frustraciones personales con la muy legítima crítica a una élite intelectual que no aprecia el trabajo decisivo de los periodistas.  

Los problemas para Diego empiezan cuando entrevista a un narcotraficante y luego este es detenido. Este hecho le permite reflexionar sobre los tentáculos del narcotráfico, pero también sobre el papel del documentalista.

Diego es un culpable involuntario, lo cual es un problema moral fascinante. A veces cometemos errores sin saber que lo estamos haciendo. Gracias a un contacto clandestino, Diego tiene la oportunidad de ir a una casa de seguridad a hacer la entrevista. Pero nadie da información clasificada por altruismo. Aunque sabe que puede ser rehén de voluntades ajenas, Diego no calcula todas las aristas del problema. Logra un buen documental que tiene inesperadas repercusiones judiciales. ¿Cuál es el límite del testimonio? ¿Vale la pena buscar la verdad más allá de sus efectos? ¿Las nobles intenciones de quien indaga lo eximen de consecuencias que no controla? Son preguntas esenciales para quienes tratamos de entender y reflejar la realidad.  

Todo lleva a reflexionar sobre la «omertá». ¿Es gracias a este silencio que el narcotráfico se expande sin aparente resistencia? O, como dice el notario, ¿ahí la «ilegalidad no se combate»?

También el delito y la justicia dependen de narrativas. No han faltado montajes televisivos en los que la policía pretenden resolver un caso en «tiempo real». Por su parte, el crimen organizado se beneficia de la percepción de los hechos. Cuando un capo es detenido, se le pueden atribuir las fechorías que hizo, pero también las que otros hacen e incluso las que todavía no suceden. Para actuar en la impunidad, la delincuencia crea narrativas para que la culpa se busque en otra parte.  

Juan Villoro: «También el delito y la justicia dependen de narrativas»
«El arte no cambia el mundo, cambia la vida de quien lo disfruta». | Foto cedida por la editorial

Diego viaja a Barcelona con el deseo de vivir en un país no violento, donde no deba temer por su vida. ¿Se llega uno a acostumbrar a la violencia? Cuando usted viene a Barcelona, donde ha vivido varias temporadas, ¿siente ese alivio al que alude Diego?

Fui a vivir a Barcelona después de que sufrimos un asalto en México. Mi hija tenía un año y quería estar en un sitio donde la vida diaria no fuera una amenaza. Este es un elemento autobiográfico de La tierra de la gran promesa. En Barcelona no extrañé la violencia; la gente encuentra formas de seguir adelante en medio de las amenazas, pero nunca te acostumbras a tener miedo. Pasado el tiempo, extrañé que me pasaran cosas raras, que no es lo mismo. Puedo prescindir del terror, pero no de los asombros, y México es un bastión de las sorpresas. El pasado 2 de noviembre, Día de Muertos, mi esposa fue a un hospital y encontró que todas las enfermeras se habían maquillado el rostro como calaveras. Ese tipo de cosas pueden pasar cualquier día. Detesto las desgracias de mi país, pero me gusta que aquí hasta la costumbre se vuelve rara.

«México había dejado el virreinato sin dejar sus costumbres. En España parecía suceder lo contrario. Diego nunca había sentido que visitaba una monarquía». Con todos los escándalos que están saliendo del antiguo monarca esta reflexión resulta interesante… No sé si alguien de aquí diría lo mismo. 

Obviamente, lo que piensa el personaje de una novela no es lo que piensa un país. La percepción de Diego es la siguiente: en España no le parece que el trato cotidiano tenga usos monárquicos; en cambio, todas las relaciones sociales mexicanas le parecen virreinales. Al entrar a una papelería española, Diego no siente que ingresa a una pequeña corte, algo distinto a lo que le sucede en México, donde hasta en el más pequeño negocio distingue jerarquías palaciegas. Es una comparación que me parece interesante, sin que con ello pretenda formular una tesis sobre el papel histórico de la Corona. 

Y en cuanto a España, hay un momento en que se dice que México se ha independizado del país, pero no del BBVA.

Hace unos años, la liga de futbol que une a América Latina fue bautizada como «Santander Libertadores». Llevaba el nombre de los próceres de la independencia y de la entidad bancaria española que la hacía posible. Esta contradicción expresa que pasamos de la sujeción política a la económica (la principal diferencia respecto al pasado es que dependemos mucho menos de España que de Estados Unidos o China).

Por último, quiero regresar al tema de la escritura y hacer énfasis en los sueños. ¿Podemos leer el sueño como una metáfora de lo que es o debe ser la escritura literaria? 

Buñuel, que aparece en la novela, concebía el cine como un sueño dirigido; Borges pensaba lo mismo de la literatura. Me interesaba mucho que una de las principales revelaciones de la novela ocurriera en un sueño. Uno de los grandes misterios del campo onírico es que sus misterios están de nosotros; en esa medida, se trata de algo que «ya sabíamos», pero que no habíamos advertido cabalmente. El psicoanálisis se basa en este autoconocimiento. Lo difícil es escribir sueños que sean interesantes de leer. Como en el sueño todo está permitido, es sencillo caer en lo arbitrario y lo artificioso. El desafío es «traducir» el sueño en literatura. Algunos de los mejores ejemplos de «narrativa soñada» ocurren sin que un personaje duerma, pero donde se percibe la rara sustancia de lo que está entre la ilusión y la lucidez. Kafka y Rulfo sueñan con los ojos abiertos. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D