Rodrigo Rato: jaque mate al hombre que pudo ser presidente del Gobierno
De Rodrigo Rato se puede decir que ha sido uno de los políticos más influyentes y respetados de la reciente historia democrática del país. Una afirmación que puede causar estupor a tenor de su situación penal actual. Pero es cierto, fue en los años 80 y 90. Entonces era un político con mayúscula, demostrando su capacidad de trabajo, ya fuera desde la bancada de la oposición midiéndose a ministros del Gobierno socialista de Felipe González como Carlos Solchaga, o después, ya en el banco azul como vicepresidente económico y ministro de Economía y Hacienda en los gobiernos del PP presididos por José María Aznar.
De Rodrigo Rato hay que decir que ha sido uno de los políticos más influyentes y respetados de la reciente historia democrática del país. Una afirmación que puede causar estupor a tenor de su situación penal actual y su ingreso en la cárcel madrileña de Soto del Real para cumplir cuatro años y seis meses de condena por el famoso caso de las ‘tarjetas black’. Pero es cierto, fue en los años 80 y 90. Entonces era un político con mayúsculas, demostrando su capacidad de trabajo, ya fuera desde la bancada de la oposición midiéndose a ministros del Gobierno socialista de Felipe González, o después, ya en el banco azul, como vicepresidente económico y ministro de Economía y Hacienda en los gobiernos del PP presididos por José María Aznar.
Era brillante y mostró como pocos en su partido un talante abierto, dialogante, como quedó demostrado cuando el PP ganó en 1996 las elecciones generales con una mayoría simple que obligó a los populares – y Rato fue el encargado de ello – a buscar apoyos para gobernar. Era, sin duda, un buen negociador; afable en el trato, solía aderezar sus intervenciones y debates con una mezcla de soberbia y arrogancia.
Han pasado muchos años desde entonces y muchas cosas. El PP de Aznar es historia y Rodrigo Rato ha vuelto a las portadas de los medios de comunicación, no por su faceta como político sino por sus líos con la Justicia, convertido en un personaje desacreditado.
Puede que a toro pasado muchos digan que veían venir la caída de este político en quien Aznar pensó cuando buscó un sucesor al frente del PP, pero para la gran mayoría fue una sorpresa saber que Rato no era trigo limpio. El caso de las ‘tarjetas black’ es el que le ha llevado a prisión, pero el otrora influyente político popular que pudo gobernar España tiene otras dos investigaciones más en curso.
El exvicepresidente económico de Aznar, condenado a cuatro años y medio de cárcel por las ‘tarjetas black’, tiene aún dos causas pendientes con la Justicia
¿Cómo ha sido posible que una persona como Rodrigo de Rato y Figaredo haya caído tan bajo? Procedente de una adinerada y aristócrata familia asturiana, su padre Ramón Rato, fue un empresario que, al igual que ahora su hijo, tuvo problemas con la Justicia. En 1967 fue condenado por llevarse dinero a Suiza y pasó tres años en prisión. Condenado también a pagar una multa de 176 millones de pesetas – una fortuna – fue despojado del Banco de Siero, que después pasó a llamarse Banco del Norte. Como si de una película se tratara, el mismo día de la boda de su hija María de los Ángeles – la hermana de Rodrigo – con un sobrino de Emilio Botín, varios guardias civiles se personaron en el hotel Castellana Hilton de Madrid y se llevaron al empresario esposado. Pero esta es otra historia.
Aquello no amilanó a la familia Rato que, para entonces, ya contaba con las emisoras de radio del mismo nombre y siguió haciendo dinero. Rodrigo, con esa soberbia que le caracterizaba, siempre fue con la cabeza alta, menos cuando un agente le puso la mano para ayudarlo a entrar en un coche el día que fue detenido, en una imagen devastadora para alguien que se había codeado con lo más granado del mundo económico mundial y pasó a ser tratado como un delincuente en una fría mañana madrileña de 2015 camino de los juzgados, acusado de presunto blanqueo de capital, fraude fiscal y alzamiento de bienes.
La biografía de Rato va íntimamente ligada a una vida llena de comodidades. Le viene de familia. Quizá, por eso, sorprenda más ese afán por gastar el dinero que no era suyo, por evadir impuestos, por blanquear capital. Según la Audiencia Nacional que lo condenó a cuatro años y seis meses de cárcel, el ex responsable de la economía del país durante los gobiernos del PP se gastó 44.217 euros de la tarjeta de Caja Madrid, y más de 54.0000 de la de Bankia, entidades que dirigió. Unas tarjetas opacas que no tributaban a Hacienda. Según el auto confirmado por el Supremo en octubre de 2018, ese dinero se lo gastó en instrumentos musicales, ropa, discotecas y bares. Vamos, en cosas que nada tenían que ver con gastos de representación.
A Rato siempre le gustó salir de cañas y de copas, y también era asiduo asistente a los conciertos de rock. Nada que objetar. Quienes conocen a Rato, coinciden en destacar de él, en el plano personal, su fama de ligón, aunque sólo se le conocen dos mujeres en su vida. Gela, con la que tuvo a sus tres hijos, y su segunda mujer, Alicia, una periodista 22 años menor que él. La pareja, que no tiene hijos pero sí perros, se casó en secreto en 2015, tras más de 15 años de convivencia.
Con una carrera política que se suponía impecable, Rodrigo Rato comenzó su andadura en Alianza Popular en 1979. Su llegada al Congreso de los Diputados no se produjo hasta 1982. Estudió en los Jesuitas en Madrid, se licenció en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, y cuenta – este sí – con un máster en Administración de Empresas por la Universidad de Berkley, en California. Además, se doctoró en Economía Política en 2003, siendo ya ministro de Economía.
Fue la mano derecha de José María Aznar casi desde el mismo momento en que éste fue elegido presidente del PP. Fue Aznar quien le designó portavoz del Grupo Popular en el Congreso donde Rato demostró sus dotes dialécticas, y junto al líder popular, fue convirtiéndose en figura clave del partido y después del Gobierno, destacando por encima de otros políticos del PP. Trabajador incansable, estaba destinado a ser presidente del PP. Aznar se lo ofreció en dos ocasiones y en ambas Rato declinó la oferta, por eso fue Mariano Rajoy el sustituto en 2003. Por eso fue Rajoy el que acabó convirtiéndose en presidente del Gobierno años después y no Rato.
Salir por la puerta de atrás
Rodrigo continuó con su carrera ascendente en mayo de 2004 cuando fue elegido director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI). Un cargo de gran relevancia internacional. Su aventura al otro lado del charco no salió del todo bien y, tras algo más de tres años en el cargo, abandonó la entidad financiera por la puerta de atrás.
Ahí comenzó a vislumbrarse la curva descendente en la biografía de Rato, porque aunque él dijo que había dimitido por cuestiones personales, no hay que olvidar que el FMI redactó un informe demoledor en el que denunció las deficiencias internas en la dirección de la institución y criticó su falta de previsión ante la grave crisis económica y financiera que estalló entre 2007 y 2008.
Rato regresó a España. Comenzó el principio del fin de quien pudo serlo todo, incluso presidente del Gobierno. Dicen que la avaricia rompe el saco y un buen ejemplo de ello es Rodrigo Rato. Antes de que comenzaran a estallarle los escándalos, en diciembre de 2007 entró a formar parte del banco de inversiones Lazard y un año después se incorporó al Consejo Asesor Internacional del Banco Santander.
Sólo pasaron dos años, y en 2010 fue nombrado presidente de Caja Madrid. De ahí pasó a presidir Bankia, entidades que le llevaron a la perdición. Las ‘tarjetas black’ le han llevado a prisión, pero Rato tiene aún que responder ante la Justicia por otros dos casos.
A finales de noviembre se sentará en el banquillo de los acusados por presuntas irregularidades en la salida a bolsa de Bankia tras la fusión de Caja Madrid, Bancaja, La Caja de Canarias, Caja Ávila, Caja Segovia, Caixa Laietana y Caja Rioja. Se le acusa junto al resto de los directivos, de fraude por, presuntamente, ocultar la verdadera situación del banco cuando salió a bolsa.
Se suponía, según un informe del propio Rato, que la entidad iba a ser uno de los cuatro bancos más potentes y solventes de España. Nada de eso ocurrió. La realidad fue que había un desfase multimillonario: las pérdidas de Bankia en 2011 eran de algo más de 2.900 millones de euros, frente a los 309 millones de beneficio anunciados por su director ejecutivo, Rodrigo Rato, quien, por segunda vez en pocos años, abandonaba un cargo por la puerta de atrás, eso sí, usando la famosa tarjeta hasta el último día.
Sobre el caso Bankia basta reseñar su comparecencia en enero de 2018 ante la comisión del Congreso de los Diputados que investiga la crisis financiera y el rescate bancario. En una respuesta al portavoz de Izquierda Unida, Alberto Garzón, que le acusó de mala praxis y le recordó que, además de Bankia, tenía otras dos causas pendientes, el exvicepresidente del Gobierno le miró y le dijo condescendiente: “En Bankia no había un desfase contable, ¡¿quién ha dicho eso?! Podría haber otra cosa pero no un desfase y, por tanto, yo no lo reconozco”.
Ese es Rato. El mismo que tiene que hacer frente también a una tercera investigación. Un juzgado de Madrid investiga sus negocios y su patrimonio acumulado. La Fiscalía le acusa de presuntos delitos contra la Hacienda Pública y blanqueo de capitales por valor de 8 millones de euros que, según las investigaciones, guardó en Suiza e Irlanda.
Él, Rodrigo Rato, que cuando estaba en el Gobierno criticaba a los evasores de impuestos, ¿resulta que era uno de ellos?, ¿cuándo empezó todo?, ¿antes, durante o después de pasar por el Gobierno?. Sí sabemos que en 2012 fue uno de los que se acogió a la amnistía fiscal del ministro Cristobal Montoro. Sabemos también que creó varias empresas off shore para ocultar dinero al fisco, según se desprende de los Papeles de Panamá. El que fuera vicepresidente económico resulta que era uno de los defraudadores.
¿Cómo acabará todo esto? Por el momento, con uno de los políticos más importantes que ha tenido España después de la transición en prisión. Desprestigiado para el resto de su vida, convertido en un ‘apestado’ – el PP le dio de baja en 2014 tras estallar el escándalo de las tarjetas -, con apenas un puñado de amigos, y del que todo el mundo ahora reniega.