Los eurobonos: una condición de supervivencia de la Unión Europea
El BCE, pese a los titubeos iniciales, ha apoyado con 750.000 millones de euros la liquidez del sistema. Pero no es suficiente
La población mundial está pasando por momentos muy complicados debido a la pandemia de coronavirus [contexto id=»460724″]. La pérdida en vidas humanas es sin duda el fenómeno más dramático. Pero no es el único. Toda la sociedad está siendo puesta a prueba. Preocupa mucho la situación económica, actual y, sobre todo, futura.
Podemos empezar preguntándonos cómo empezó todo.
La confinación de la población de la provincia de Hubei –tras la aparición de los primeros casos de infección en Wuhan– tuvo consecuencias devastadoras por las siguientes razones:
- Las duras reglas del confinamiento supusieron cortar la producción de sus empresas, especialmente de las manufactureras. Una parte muy importante de su producción tiene como destino empresas occidentales que las utilizan, bien como productos intermedios (en la industria automovilística, por ejemplo) o en el ensamblaje de productos finales (por ejemplo, Apple).
- La caída de la producción, junto con el miedo, y las restricciones a la movilidad para frenar el contagio, provocaron una fuerte caída en la demanda mundial. China tiene en la actualidad un papel muy relevante, en la producción, pero también el comercio, el turismo, el mercado de materias primas y las industrias de bienes de lujo. Actualmente, representa una tercera parte de la demanda agregada mundial, y su PIB, el 16% del PIB mundial.
- El desconocimiento de lo que estaba pasando ha aumentado la incertidumbre. El efecto más visible es la fortísima caída de la bolsa, con subidas de la aversión al riesgo resultado del pánico. Esto afecta a los mercados financieros y los hace más vulnerables. Es el componente que faltaba para la tormenta perfecta.
Conteniendo la respiración en Occidente
Mientras el problema estuvo concentrado en China, Corea, Japón o Irán, los países occidentales contenían la respiración. Lo que desencadenó un estado de pánico de dimensiones apocalípticas fue la aparición de los primeros infectados en Italia, uno de los motores económicos de la Unión Europea. El salto de Italia a España fue rápido. Han seguido Francia, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos y, en la actualidad, todos los países están amenazados.
Por primera vez parecía haber acuerdo en tres frentes:
- Es un fenómeno transitorio, pero de duración desconocida.
- El cierre de la actividad económica impone unos costes económicos difíciles de calcular, pero que se anticipan enormes.
- Hay que reforzar el sistema sanitario y evitar a toda costa que se vayan al garete las empresas solventes y se despida trabajadores, con el riesgo de que se queden en el paro alargando mucho la recuperación posterior.Este último objetivo se sintetizaba en dos ideas: proporcionar toda la liquidez que hiciera falta a las empresas, y un colchón de seguridad a los trabajadores, incluyendo rebajas fiscales y ofreciendo moratorias en el pago de impuestos.
Todo cuesta dinero, mucho dinero
Pero todo esto cuesta dinero, mucho dinero. Y, además, se necesita el dinero ya. No es posible posponer el gasto sanitario, ni tampoco lo es dejar a los trabajadores y empresas en la cuneta por un suceso sobrevenido. Cada país empezó a diseñar sus propios paquetes de medidas económicas que, aunque difieren en los detalles, comparten las tres ideas anteriores: salvar el sistema sanitario, a los trabajadores y las empresas. Casi nada.
Hay un acuerdo bastante general en que, para que estas medidas sean efectivas, deben ser muy generosas, porque solo así son capaces de infundir confianza a los agentes y frenar el pánico. Y si este mecanismo opera, es muy probable que al final haga falta mucho menos dinero, no solo el prometido sino también del que se verían forzados a gastar con medidas menos ambiciosas.
El ejemplo más claro fue la rápida y generosa respuesta de Estados Unidos en la crisis de 2007, y su rapidísima recuperación posterior. Pero para ello hace falta que la respuesta sea creíble. No se puede ir de fanfarrón porque los mercados, es decir, todos nosotros, pronto anticiparemos que no podrán devolverse las deudas y el país terminará quebrando. La crisis de 2007 también nos ha dejado ejemplos claros, y muy próximos, de esto.
La emisión de eurobonos
Pero los países tienen posibilidades económicas y financieras muy distintas. Lo inmediato, en estas circunstancias, es solicitar ayuda a los amigos. Y los amigos, en nuestro caso, son la Unión Europea y el Banco Central Europeo (BCE). La respuesta de la Comisión no pudo ser más decepcionante: sálvese quien pueda, aligeraré las restricciones a las ayudas de estado y miraré para otro lado en la restricción de déficit y deuda. El BCE, pese a los titubeos iniciales, ha apoyado con 750.000 millones de euros la liquidez del sistema.
Pero no es suficiente. Es urgente tomar medidas fiscales. La que tiene más visos de prosperar es la emisión de eurobonos, que no son más que deuda (como la deuda pública del Reino de España), pero de la que todos los países del euro serían responsables (y no solo los ciudadanos españoles).
No hemos estado nunca tan cerca de emitir, por primera vez, deuda en nombre de todos los países del euro. No es todavía la muy necesaria unión fiscal, pero es un paso importante en esa dirección.
Si no se hace ahora, dudo mucho que la Unión Europea sobreviva a la pandemia.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.