Fauci advierte contra una reapertura acelerada, pero la tasa del paro apremia
Los últimos datos del paro han causado angustia en la Casa Blanca, que sigue animando a reactivar la economía pese a la prudencia que ha pedido el epidemiólogo Fauci.
Hace unos días la Casa Blanca anunció que estaba más que dispuesta a volver a la rutina pre-vírica. En paralelo, el Senado, controlado actualmente por el Partido Republicano, realizó un anuncio parecido. El objetivo era trasladar a la población estadounidense un mensaje reconfortante: lo peor ha pasado y la reactivación del país está en marcha. He aquí el ejemplo.
Lamentablemente, días después del anuncio el virus hizo su aparición en ambos lugares. En consecuencia, varios asesores de Donald Trump –el epidemiólogo Anthony Fauci entre otros– y algunos senadores –Lamar Alexander, por ejemplo– tuvieron que regresar a casa y echar la llave hasta nueva orden.
Los medios críticos con el Donald no han tardado en señalar la justicia poética del asunto. Frente a la creencia de que los Estados Unidos están listos para levantar la persiana, el bicho. Frente a la fe de Trump, la realidad. Sin embargo, cuando el periodista Philip Rucker preguntó al presidente su opinión por lo sucedido –¿Sigue usted pensando que los negocios estadounidenses están listos para levantar la persiana tras comprobarse que uno de los lugares más seguros del país no ha podido evitar la irrupción del virus?– el Donald respondió que dada la enormidad de la Casa Blanca el hecho de registrar un par de infectados entraba dentro de lo que él llamaría buenas noticias.
Frente republicano
Fauci no opina lo mismo. Este martes, aprovechando su comparecencia pública en el Congreso, advirtió de los riesgos que encierra reactivar la actividad económica de forma prematura. El epidemiólogo, que habló con los miembros del Congreso por videoconferencia, explicó que su mayor preocupación reside en la posibilidad de un brote muy difícil de controlar si no se mantiene un cierto orden a la hora de reabrir el país.
Fauci explicó que una apertura controlada, ergo aceptable, es una apertura que contemple fases. ¿Y qué habría que hacer para pasar de una fase a otra más avanzada? Demostrar que durante las últimas dos semanas se ha registrado un descenso constante en el número de infectados. Esta es una medida que no se aleja mucho de las recomendaciones que realizó el propio Trump en abril. El problema de Trump, como ya ha dejado caer en alguna ocasión Fauci, es que un día dice una cosa y al siguiente la contraria.
La comparecencia de Fauci ha coincidido con el inicio de la reapertura en muchos estados y con el creciente desasosiego que genera el cuadro macroeconómico. En abril la tasa de paro alcanzó el 14,7%, la peor cifra desde la Gran Depresión, cuando hace dos meses, en febrero, se encontraba en el 3,5%.
Estas cifras han desatado un nuevo temor entre los conservadores: perder el control del Senado. Porque en las elecciones de noviembre los estadounidenses no solo votarán a un presidente; también votarán quién ocupará 35 de los 100 escaños del Senado. Hoy por hoy la Cámara Alta se encuentra bajo el control del Partido Republicano –que cuenta con 53 senadores– pero eso podría cambiar si los conservadores no gestionan bien la doble crisis, sanitaria y económica, que tienen delante. Y el Senado, en los Estados Unidos, juega un rol bastante importante.
Frente demócrata
Joe Biden ha conseguido esquivar, de momento, el escándalo sexual. Tara Reade, la mujer que trabajó para él en 1993 y que ha declarado que el entonces senador le metió mano sin su consentimiento, no ha conseguido demostrar la acusación. Además, las pruebas que ha presentado hasta la fecha no son particularmente sólidas. Por eso el Partido Demócrata ha cerrado filas en torno a su candidato con la conciencia tranquila pese a que una encuesta reciente dice que el 43% de los votantes indecisos –importantísimos en las elecciones presidenciales– considera que Biden “probablemente” se propasó con Reade.
En otro orden (más importante) de cosas, unas elecciones locales celebradas esta semana en California han puesto de manifiesto cuál será uno de los grandes campos de batalla del próximo otoño: voto por correo sí o no. Resulta que el gobernador Gavin Newsom firmó hace unas semanas la orden necesaria para que los 425.000 vecinos del distrito donde se han celebrado las elecciones pudiesen votar por correo y mantener, así, el confinamiento. Acto seguido el Partido Republicano, con el Donald a la cabeza, comenzó a hacer aspavientos y a exclamar que las elecciones estaban amañadas.
Debido a la pandemia, cada vez son más las personas que se preguntan si en las elecciones de noviembre que dan sentido a este comentario semanal no habría que votar por correo de forma masiva para evitar aglomeraciones, colas y, en fin, ponérselo fácil al bicho. Es una idea que aterroriza al establishment conservador. En parte porque existe un temor genuino (quizás no justificado, pero sí genuino) a que la novedad conlleve irregularidades. Pero en parte, también, porque el voto por correo facilitaría la participación de una parte de la población que suele pasar millas de votar a nadie pero que, puestos en situación, probablemente se decantaría por el Partido Demócrata.