Muerte y corrupción de menores en La Habana (y II)
“Tengo documentación comprometedora para el Gobierno de Fidel”. Así comenzó Pedro Riera, el misterioso ex cónsul que me había pasado información sobre el caso a cambio de unos dólares. Me pedía ayuda para conseguir un pasaporte y escapar a España, donde sacaría a la luz la documentación sobre Castro. A cambio, me daría los papeles de Paco y Lozano. Intenté huir de aquella situación y terminé ingresado en el Cira García. ¿El diagnóstico? Envenenamiento. En un encuentro con Castro, le conté que me había sin pagar del Cira García por la exagerada factura. “Ha hecho usted bien”, me dijo. Pero al día siguiente tenía a sus esbirros en casa. A mi me retiraron la acreditación de corresponsal y los crímenes de corrupción de menores quedaron impunes. Me marché de Cuba.
Fernando Quintela en una comida de periodistas con Fidel Castro
“Tengo mucha documentación comprometedora para el Gobierno de Fidel”
Pedro Riera fue directo al grano. “Mira, yo he trabajado con la Seguridad del Estado y tengo mucha documentación muy comprometedora para el Gobierno de Fidel. Yo a esto no puedo darle luz desde aquí. Necesito marcharme de Cuba para poder hacerlo y para eso necesito un pasaporte español. Cuando esté en España yo lo cuento todo donde tu digas, me buscas una editorial o un periódico”. Yo no entendía qué era lo que quería de mi y él mismo me lo aclaró: “Habla con tu periódico en España, diles quien soy y que tengo muchos papeles. Que me den un adelanto de 50.000 dólares y tu con ese dinero vas a Jaimanitas (un barrio humilde al final de 5ªAvenida, justo antes de la Marina Hemingway) a una dirección que yo te doy. Con una fotografía mía y unos datos de dirección que sean reales de Madrid. Ellos te darán un pasaporte español con mi nuevo nombre. Cuando lo tenga, te doy los papeles de Villa Maristas del asunto de Paco y Lozano, que por cierto es hermano de un alto mando militar y está muy protegido”. No sé si Riera tenía realmente esa información por mil veces que lo asegurase, pero desde luego estaba utilizando el dato para tratar de conseguir su objetivo: salir de Cuba, escribir un libro y sacarse una pasta.
No me salían las palabras del susto que tenía encima, pero le dije que me dejara pensarlo. Quería consultarlo con Antonio Rubio y Manuel Cerdán, periodistas de investigación de El Mundo. Antonio fue muy claro: “Fernando, este tema lo puedes investigar y denunciar desde España y nosotros te ayudamos, pero hacerlo tu solo desde ahí es muy peligroso. Una vida no vale nada y te quitan de en medio sin problemas. En España las cosas son de otra manera”. Convencido por ellos, consulté también con el Comisario Jerez, y sus palabras fueron igual de claras: “Quintela, saca el pie de ese asunto que vas a acabar mal. Te están sacando información y te están tendiendo una trampa. Habla con alguien de tu confianza en la Embajada para que sepan donde estás siempre”. Si ya estaba asustado, el Comisario lo remató. Decidí no hablar aún con la Embajada.
Mientras tanto, Pedro Riera seguía insistiendo: su dinero y su pasaporte. Ya era una exigencia hacia mi. Llamé a Rodrigo, el periodista que me había puesto en contacto con Riera y que era otro de los chivatos de Villa Maristas. Le conté todo y le dije que no quería saber nada más del tema, que me quería olvidar. Si no lo investigaba la Policía y estaba protegido el asunto por las autoridades cubanas, meter los pies en el barro estando solo y sin apoyo en Cuba me daba mucho miedo.
Una peligrosa cena para zanjar el asunto
Rodrigo me dijo “tranquilo, organizo una cena con él y zanjas el asunto. No tiene que molestarse. Tiene que entenderlo”. Y me citaron dos días después en una casa particular, un paladar ilegal donde estábamos cenando Rodrigo, Pedro, otras dos personas que no recuerdo quiénes eran, y yo. El menú era el mismo para todos, ya lo habían encargado: langosta grillada con arroz. Cervezas, mojitos, y esas cosas. Durante la cena, yo no fui capaz de acabarme esa langosta ilegal, su venta y consumo estaba prohibida fuera de los circuitos oficiales, no se habló del tema. Al acabar, me pidieron entrar en un salón con una mesa de comedor y un espejo que ocupaba una pared entera. La casa estaba en la Calle 6 de Miramar. Un chalet.
En esa mesa Pedro me preguntó por qué no quería seguir con el tema. Acojonado, le dije que en mi periódico no interesaba al no tener en mis manos los documentos de las detenciones, acusaciones, etc y que además yo no iba a ir a Jaimanitas a buscarle un pasaporte falso. Le dije que si algún día llegaba a España hablaría entonces con él. Me lo quería quitar de encima. Me dijo que ok, que no pasaba nada pero que yo tenía ya mucha información y que no podíamos perder el contacto. Me fui a la casa de Miramar a tratar de dormir.
A las ocho de la mañana siguiente tenía un desayuno con un empresario hotelero de la isla, o sea un funcionario cubano, que quería que le hiciera un reportaje de los hoteles. La cita era en el Hotel Comodoro y debía acudir con Rafael Lezca, del CPI. Pero me desperté, me levanté y me caí al suelo. No veía y no oía nada. Pasaron unos minutos y recuperé la vista, pero borrosa, con un dolor de cabeza terrible y el oído que iba y venía. No sabía qué me pasaba, me dolía mucho el estómago también.
Llamé de inmediato a un médico en España, mi hermano mayor. Le conté lo que me pasaba y me dijo: “no me cuelgues el teléfono y ponte delante de un espejo. Tápate un ojo y luego destápalo y dime cómo reacciona la pupila”. La pupila derecha no reaccionaba, estaba dilatada y paralítica. Mi hermano me dijo que fuera, mejor si me llevaba alguien, inmediatamente a un hospital y que me viera un neurocirujano. Me presenté en el Cira García de La Habana, hospital privado, sólo para extranjeros.
Me ingresaron en la habitación 104, comencé a devolver y a tener unas diarreas tremendas y me hicieron dos veces un lavado de estómago. La pupila, los mareos, el oído, no mejoraba. Me hicieron todo tipo de pruebas y recorrí La Habana entera en una ambulancia hasta el hospital público Hermanos Ameijeiras, en Centro Habana, en el que entré en camilla por el sótano por un pasillo tan negro y tenebroso que sólo acentuaba mi miedo. El doctor que me acompañaba, Félix Izquierdo Albert, para rematar la historia, me dijo “procure no moverse ni hacer ningún esfuerzo. Puede tener usted un aneurisma intracraneal y morir en cualquier momento si eso revienta”. Me hicieron un escáner cerebral y me devolvieron en la ambulancia al Cira García.
Mi padre, también médico en España, no estaba de acuerdo con el diagnóstico, y habló con el neurocirujano cubano. Era viernes y hasta el lunes siguiente yo me quedaba allí a expensas de cualquier cosa.
Diagnóstico en España: envenenado
El domingo mi padre me advirtió: “si mañana te dicen que te quieren hacer una arteriografía con contraste niégate y pide el alta voluntaria bajo mi responsabilidad. Coges un avión y te vienes a España”. Mis pupilas ya funcionaban y el oído también, así que el lunes cuando efectivamente el Dr. Félix me dijo que me iban hacer esa prueba les dije que adiós, que me iba. El médico cubano se enfadó mucho y me advirtió de que en cualquier momento podía palmarla.
Dejé pasar unos días y me fui a España. Me hicieron una revisión a fondo y la conclusión, sin absoluta certeza por los días que habían pasado, es que me habían envenenado.
Comida con Fidel Castro
Volví a La Habana, y pocos días después de llegar tuve una comida, con otros periodistas, con el Comandante en Jefe Fidel Castro. En el Palacio de la Revolución.
Vino a hablar conmigo y estuvimos un rato charlando. Me pidió mi opinión sobre distintos temas y se la di con la sinceridad más inocente. Uno de los temas era la, según Castro, excelencia del sistema de salud cubano y, con toda la rabia y naturalidad del mundo le conté mi experiencia y además le dije que me había ido sin pagar los 2.500 dólares que me querían cobrar por 4 días de ingreso por no estar de acuerdo con la factura (casi 1.400 dólares eran de apenas cuatro llamadas de teléfono y además me habían hecho pruebas sin mi consentimiento, en algunas de ellas obligado, como la prueba conocida como Elisa, que determina el positivo o negativo del VIH). Su respuesta, con su mano derecha sobre mi hombro izquierdo fue: “ha hecho usted muy bien”. Se retiró de mi lado y no me volvió a dirigir la palabra.
A Fidel Castro le pareció muy bien pero al día siguiente, por la mañana, tenía a dos esbirros en la puerta de la casa de Miramar reclamado el pago de la factura bajo amenaza de expulsión inmediata. Pagué.
Retirada de acreditación como corresponsal permamente
Volviendo al núcleo central, largas semanas más tarde me citaron en la sede del CPI (Centro de Prensa Internacional), órgano dependiente del MINREX (Ministerio de Relaciones Exteriores), para mantener una “conversación amistosa”. En ese despacho había dos militares con todos sus galones a la vista y me invitaron a contarles por qué estaba ofreciendo pasaportes falsos. Y antes de poder responder me retiraron mi acreditación como corresponsal permanente. Les conté mi verdad, la verdad, y le pedí que me dejaran aportar una prueba.
Esa misma mañana regresé al CPI pero ya no me recibieron los militares, sino una funcionaria que se encargaba de las relaciones con corresponsales extranjeros. A la vez que grababa mi conversación con ella, por si acaso, le entregué la grabación de Pedro Riera en la que me pide el dinero y me encarga que vaya a por un pasaporte para él. Esta funcionaria, conocida como “la china”, apodo real, se quedó sin palabras.
Los abusadores, impunes, el periodista, fuera de Cuba
Esos días si acepté el trasladarme a vivir a casa del diplomático español. Me pidió que no contestara llamadas, le informase de cuándo salía y a dónde iba, y llamase también cuando estuviera de regreso.
Yo me tuve que marchar de Cuba, Paco y Lozano quedaron impunes y, eso sí, Pedro Riera fue detenido y encarcelado, según me contó un hermano suyo en una llamada telefónica desde Londres una vez que yo ya me había ido de Cuba. Y ya no quise saber nada más de él.
Mire usted, si crímenes tan bestias como el de corrupción de menores y un supuesto asesinato quedan tapados y la documentación protegida o eliminada por un sistema de gobierno como el cubano, cuando llega el momento de contarlo lo mejor es utilizar algunos nombres no reales. Aunque ellos saben quiénes son y llevarán esa losa toda su vida. Aunque se están tomando cañas. Bueno, si es que tienen vergüenza.