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Sus pioneras señorías: hablan los primeros diputados de la Transición

“Treinta y tantos millones de españoles y yo soy de estos 350… ¡asombroso!”. El pensamiento forma parte del recuerdo del exdiputado José Ramón Pin Arboledas –número cuatro de UCD por Valencia-, pero no sería raro pensar que pasara por la cabeza de otros tantos de aquellos primeros “padres de la patria” que el 13 de julio de 1977 iniciaron la andadura de las cámaras legislativas elegidas menos de un mes antes por los ciudadanos con su voto después de casi 40 años de dictadura.

Sus pioneras señorías: hablan los primeros diputados de la Transición

“Treinta y tantos millones de españoles y yo soy de estos 350… ¡asombroso!”. El pensamiento forma parte del recuerdo de José Ramón Pin Arboledas –número cuatro de UCD por Valencia-, pero no sería raro pensar que pasara por la cabeza de otros tantos de aquellos primeros “padres de la patria” que el 13 de julio de 1977 iniciaron la andadura de las cámaras legislativas elegidas menos de un mes antes por los ciudadanos con su voto después de casi 40 años de dictadura.

Algunos de ellos afrontaron la noche electoral con la práctica seguridad de que serían elegidos diputados. Es el caso de Francisco Vázquez –número uno del PSOE por A Coruña-, que ya había desplegado una intensa actividad en los últimos tiempos de la clandestinidad coordinando huelgas desde su posición de inspector de trabajo, y que contaba con un cargo orgánico de la importancia de la Secretaría General del partido en Galicia. Otros, sin embargo, no las tuvieron todas consigo hasta muy avanzado el escrutinio. “Pensábamos salir uno o dos”, recuerda Pin Arboledas, que no tuvo la certeza de que entraría en el Congreso hasta la mañana siguiente. Eran otros tiempos. O no creían demasiado en convertirse en diputados después de una inclusión en las listas algo precipitada, como Luis del Val, número tres de UCD por Zaragoza. José Ramón Lasuén, cabeza de lista por Teruel e importante representante del sector socialdemócrata de esa formación, se lo dejó claro: “O dentro de UCD o desaparecemos”.

Ni históricos de sus propios partidos se libraron de la incertidumbre. Ramón Tamames concurría como número cuatro del PCE por Madrid, y ni un escaño más obtuvieron los comunistas por esa provincia. El economista vio el peligro de quedar fuera. “La verdad es que fue una espera bastante agónica, y al final, cuando se confirmó mi acta de diputado, tuve una de las grandes alegrías de mi vida”. Diferente es el recuerdo de Ignacio Camuñas –número siete de UCD por Madrid- que rememora seguir los resultados desde el Hotel Eurobuilding de la capital, haciéndose fotos junto a Garrigues “con todas las chicas que nos acompañaban, así como con un puñado de artistas encabezados por Bárbara Rey que habían hecho campaña por UCD”.

 

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Un 600 con los carteles electorales de los partidos que se presentaron a las elecciones del 77 | Foto: Congreso de los Diputados

Conseguida el acta, quedaba recogerla –primero en la Audiencia Provincial correspondiente- y pasar por los oportunos trámites. Hoy es un proceso seguido casi en directo por las cámaras de televisión. Entonces, sus señorías lo cumplimentaron sin albergar ningún recuerdo especial. Francisco Vázquez, que fue diputado hasta el 2000, hizo entonces un gesto que luego se convertiría en obligatorio: aportar una declaración de bienes avalada por notario.

Algunos ya conocían la casa. Era el caso de José Pedro Pérez-Llorca –número 11 de UCD por Madrid- que era, por oposición, letrado en Cortes y, por tanto, testigo privilegiado de la peculiar transición que la Carrera de San Jerónimo hizo desde los procuradores franquistas a los diputados democráticos. Aquellas últimas promociones de letrados, subraya hoy Pérez-Llorca, representaban un pluralismo político mucho mayor que la de los procuradores. Se conocía de memoria todos los reglamentos y normas presentes y pasados, gracias a su aplicación como opositor, pero la mayor ventaja sobre el resto de diputados era más bien topográfica, recuerda, al saber dónde estaban lugares estratégicos como el cuarto de baño.

Al contrario de lo que pasaría después, una vez aprobada la Constitución de 1978, aquella legislatura echó a andar con el gobierno ya formado. El rey Juan Carlos ratificó a Adolfo Suárez dos días después de los comicios del 15 de junio, y éste compuso un nuevo gabinete el 5 de julio. En él, ocupaba la cartera de Relaciones con las Cortes un joven Ignacio Camuñas de 36 años. Eso le obligó a trabajar intensamente en los preparativos de las primeras sesiones, que hizo con el presidente de las Cortes, todavía elegido por el monarca, Antonio Hernández Gil, uno de los senadores por designación real que existieron en esa etapa ya democrática pero todavía no constitucional. Hernández Gil pudo, de ese modo, reencontrarse con Tamames, que había sido alumno suyo en la universidad. “No había Reglamento del Congreso y hubo que improvisar y pactar una multitud de detalles de carácter protocolario pero de gran repercusión política que me dieron algún que otro quebradero de cabeza”, recuerda hoy Camuñas.

Lejos de la vanguardia tecnológica

En la actualidad, los kits que reciben los diputados electos –dispositivos electrónicos de última generación o conexiones a Internet en condiciones ventajosas- despiertan recelo en la sociedad. No fue el caso hace 40 años. Y es que no hubo prebendas, más allá de unos vales para Iberia y RENFE. Ni siquiera fueron dados de alta en la Seguridad Social durante los primeros meses, recuerda Pin Arboledas. Las dietas eran pequeñas, heredadas de los procuradores franquistas, y los despachos no eran individuales. “Encima, los procuradores habían vaciado el presupuesto (…) nos obligaban a pernoctar en hostales y pensiones del entorno de las Cortes. Pero nadie se quejó”, apunta Francisco Vázquez. José Ramón Pin Arboledas, para ahorrar, dormía en casa de su padrino, que vivía en Madrid. “(…) así obviaba la soledad del hotel y me relacionaba con otras personas de fuera de la política para evitar desenfocar mi visión de la realidad, que siempre es pluriforme.”
La austeridad tecnológica continuó cuando empezaron los trabajos de redacción de la Constitución. “Lápiz, papel, el Aranzadi y gomas de borrar” por todo equipamiento, afirma Pérez-Llorca, que destaca el papel de Celia, la funcionaria que se encargaba de pasar a máquina sus escritos y de corregir los errores con Tipp-Ex.

 

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José Pedro Pérez-Llorca en el acto conmemorativo de los 40 años de las elecciones de 1977 en el Congreso de los Diputados, el 28 de junio de 2017 | Foto: Congreso de los Diputados

Pérez-Llorca es, junto a Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y Miquel Roca, la terna superviviente de los llamados “Padres de la Constitución.

La imagen de la Pasionaria

“No se oía ni un carraspeo” en el hemiciclo del Congreso de los Diputados cuando, en la sesión inaugural de la legislatura constituyente, Dolores Ibárruri se levantó de su escaño provisional y, del brazo de Rafael Alberti, bajó la escalera para formar parte de la mesa de edad. La foto se ha reproducido hasta la saciedad. Y queda en el firmante el temor a que su evocación sea un terrible cliché, una de esas imágenes que adquieren mucha más importancia cuando se ven después que la que le dieron en su momento los protagonistas que se hallaban sobre el terreno. Pero el testimonio de Luis del Val no deja lugar a dudas. Para Tamames era la mejor ilustración del concepto de “reconciliación nacional” que el PCE propugnaba desde 1956. “El momento fue emocionante, pero no creo que fuéramos totalmente conscientes de la trascendencia del mismo”, apunta Pin Arboledas, al que le viene a la cabeza otro recuerdo cuando echa la vista atrás hacia aquel 13 de julio de 1977. 39 años antes de que el bebé de Carolina Bescansa acaparara todos los focos en la sesión constitutiva de la fallida XI legislatura, Carmen, la hija de tres años del flamante diputado, “se revolcaba por las alfombras del Congreso”.

Luis del Val añade otra imagen; la de Simón Sánchez Montero, dirigente comunista con muchos años de cárcel a su espalda, saludando al ex ministro franquista y entonces líder de Alianza Popular, Manuel Fraga, en el salón de los pasos perdidos. “Hubo un titubeo, Simón extendió la mano y Manuel la apretó. Para mí fue la confirmación de que aquello podía salir bien”. Francisco Vázquez se recuerda impresionado por el escenario, que él conocía por las descripciones de Galdós, Azaña, Prieto o Fernández Flórez. “A mis 31 años formaba parte del lugar donde los últimos 200 años había sucedido todo lo que había leído y estudiado, donde habían sido protagonistas los personajes que admiraba”.

Aquel día hubo alguna otra incidencia. El reglamento indicaba que los distintos procesos constitutivos de la cámara se debían ir haciendo uno “acto seguido” del otro. Dieron las dos y cuarto de la tarde y sus señorías no habían almorzado. Pérez-Llorca decidió intervenir desde el escaño -toda una novedad ya que los procuradores sólo lo hacían desde la tribuna- para decir que la expresión “acto seguido” indicaba sólo que no se debían hacer otros trabajos parlamentarios entre medias y que, por lo tanto, podían parar a comer. Hoy reconoce que improvisó tal interpretación para conseguir el parón.

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Dolores Ibárruri y Rafael Alberti presidieron la constitución de las primeras Cortes salidas de las elecciones del 77 | Foto: Efe archivo

El día a día en la Carrera de San Jerónimo

Allí convivían diputados que llevaban años de trabajo conjuntamente en la clandestinidad con otros que compartían siglas sin apenas conocerse. “No es que no nos conociéramos entre los de distintas provincias, es que incluso los de la misma candidatura nos acabábamos de conocer un poco antes de las elecciones”, apunta Luis del Val. También coincidieron distintas personalidades que, pese a las diferencias políticas, se admiraban en la distancia. Así le sucedió a Pin Arboledas con Tamames. Y es que aquellos primeros próceres trabajaron en una sintonía que estuvo por encima de las siglas. “El ambiente inicial fue extraordinario. Todos los que habíamos convivido en la oposición democrática nos conocíamos perfectamente porque llevamos muchos años de trabajo en común y entre muchos de nosotros existía una verdadera amistad de antiguo, fundamentalmente entre los hombres de la UCD y el PSOE incluyendo a la mayoría de los nuevos diputados comunistas”, recuerda Ignacio Camuñas. “Trabajamos mucho, eso sí, y negociábamos todo. Estábamos convencidos que el consenso era la clave de la nueva España y había un respeto mutuo entre todos”, señala hoy José Ramón Pin Arboledas. “La relación personal fue siempre buena. No los veía como enemigos, sino como compañeros con los que discrepaba pero con los que estábamos dispuestos a llegar a soluciones comunes, cediendo cada uno de sus planteamientos iniciales”, añade.

«Estábamos convencidos que el consenso era la clave de la nueva España y había un respeto mutuo entre todos», recuerda José Ramón Pin Arboledas

 

Francisco Vázquez cree que en las afinidades entre diputados de distintos partidos jugaba un papel muy importante la edad o la profesión. Eran más difíciles, a su entender, entre los mayores y pertenecientes a los extremos ideológicos, que en aquel parlamento se situaban en el PCE y AP. Tamames apunta más bien al nivel cultural y capacidad oratoria, “dos facetas muy desigualmente distribuidas entre los oradores parlamentarios”. En ese clima de entendimiento, reconoce Ignacio Camuñas, jugó un papel clave un lugar estratégico pero pocas veces retratado por los medios: la cafetería. Allí, o en almuerzos en restaurantes aledaños, podía uno, en palabras de Luis del Val, conversar “sin corsés ideológicos”.

Todo estaba por hacer. Incluida la asunción de conceptos tales como la disciplina de voto. Luis del Val evoca la figura de Juan de Dios Ramírez Heredia, activista de los derechos de los gitanos que fue elegido diputado en las listas de UCD por Barcelona. Adolfo Suárez hubo de reconvenirle en una larga entrevista mantenida en La Moncloa cuando se levantó de una votación en desacuerdo con la postura mantenida por su grupo. Había hábitos difíciles de sacarse de encima. Francisco Vázquez señala la “rechifla” que en la izquierda provocó una intervención que se inició con un “señores procuradores…”. Tamames recuerda las “pollas en vinagre” (sic) que pronunció en un discurso un diputado asturiano minero de profesión. “Afortunadamente, repasé el Diario de Sesiones al día siguiente y tales palabras habían sido retiradas, con toda la razón”. La labor de los taquígrafos da poco pie a la creatividad. Pero, cuenta el entonces diputado comunista, “(…) cité en una cierta ocasión las palabras de Dante “lasciate ogni speranza…”, y al día siguiente, en el Diario de Sesiones, vi que el taquígrafo había agregado “voi ch’entrate”. Eso es cultura”.

Diputados y periodistas

La nueva generación política nació en paralelo a una flamante hornada de periodistas que dieron sus primeros pasos en el tardofranquismo y, muy jóvenes, entraron en la primera línea de la información política con la Transición. También ellos eran novatos a la hora de relatar lo que sucedía en unas Cortes democráticas. “Los considerábamos dentro del mismo proyecto. Por supuesto que a veces no coincidía lo que queríamos expresar cada uno con lo que ellos publicaban. Ese fue un aprendizaje importante, conocer cuál es la dinámica de unos medios de comunicación en un país libre y democrático. Supongo que a ellos también les costó aprenderlo”, apunta Pin Arboledas. Ignacio Camuñas recuerda que de ese trato se derivaron indiscreciones que ocasionaron no pocos problemas políticos en aquel momento. A su juicio, había “excesiva francachela no exenta a veces de alguna que otra falta de respeto y consideración por parte de algunos profesionales de los medios, que se olvidaban muchas veces que los amigos de antaño hoy eran miembros del gobierno incluyendo al propio presidente del mismo”.

 

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José María Gil Robles, dirigentes de la Federación Democracia Cristiana, conversa con periodistas tras emitir su voto en junio de 1977 | Foto: EFE Archivo

“Los primeros días, se te acercaba un desconocido, te hacía un comentario, y luego te enterabas de que era periodista”, afirma Pérez-Llorca. Vázquez describe aquello como un “totum revolutum” en el que hubo “un exceso de confianza y de relaciones”. En parecida línea se expresa Luis del Val: “el trato era confianzudo, pero se fue alejando, a medida que aumentaban las responsabilidades políticas. Por ejemplo, José Luis Martín Prieto y Felipe González vieron juntos las elecciones del 82, pero cuando éste fue investido presidente de gobierno, esa relación se distanció. Los periodistas creyeron que la camaradería iba a seguir, aunque el político fuera nombrado ministro, pero no fue así. Y hubo desilusión y pena por ambos lados.” El periodista aragonés reconoce que le pudo su condición en aquella etapa en que se desempeñó como diputado. “Yo mismo actué un poco de periodista. Por ejemplo, me apunté a la Comisión de Defensa, no porque me interesara mucho entonces por la defensa, sino porque me constaba que allí estarían los primeros espadas: Santiago Carrillo, Felipe González, Alfonso Guerra, como así fue. Eso me permitió conocer de cerca al general Manuel Gutiérrez Mellado”.

Tamames no percibió esos excesos. “Los periodistas fueron muy importantes, aunque no tanto como ellos pensaban que lo eran”. Sí recuerda, en cambio, un partido de fútbol en que sus señorías perdieron ante los representantes del ‘cuarto poder’. Capítulo aparte merecen los gráficos, “capaces de sacarte una foto saliendo del servicio”, en palabras de Pérez-Llorca.

Más allá de los grandes líderes, aquella primera tanda de representantes del pueblo sacrificó sus vidas profesionales para cambiar la España en la que crecieron. “Yo, en dos meses, dejé mi trabajo en un banco valenciano y me lancé a la aventura política sin paracaídas”, dice Pin Arboledas. Pero, como señala Francisco Vázquez, “fue un momento impactante e irrepetible, muy cargado de idealismo. Nadie esperaba nada a nivel personal, porque además había cierta incertidumbre y te jugabas tu carrera, pero ser Constituyente es un honor imperecedero.”

Nunca está de más recordarlo.

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