Meirav Kampeas-Riess, nieta de una víctima del nazismo: "A un negacionista le diría que viajara conmigo a Auschwitz"
Un día, Yoel, el hijo de Meirav, regresó a casa con un dibujo que había hecho en el colegio. Era su abuela, Edith, dirigiéndose hacia un tren a vapor en el que no quería montarse. Edith Roth es una superviviente del holocausto nazi. Con solo 17 años llegó a Auschwitz-Birkenau montada en uno de esos trenes.
Un día, Yoel, el hijo de Meirav, regresó a casa con un dibujo que había hecho en el colegio. Era su abuela, Edith, dirigiéndose hacia un tren a vapor en el que no quería montarse. Edith Roth es una superviviente del holocausto nazi. Con solo 17 años llegó a Auschwitz-Birkenau montada en uno de esos trenes. Se calcula que casi seis millones de judíos fueron asesinados por los nazis, más de 1.000.000 en Auschwitz-Birkenau, el más grande de los campos nazis. Edith Roth estuvo internada allí, como tantos otros cuya única condena fue nacer de una madre judía. Edith, ante todo, es una superviviente, no en vano consiguió superar hasta en tres ocasiones las selecciones que el temido doctor Menguele realizaba para escoger entre las personas que debían vivir y las que eran enviadas a las cámaras de gas. Separada de sus padres al ingresar en el campo, Edith nunca más volvió a tener noticias de ellos. Poco después comprendió que habían sido asesinados y quemados en los crematorios. Así lo cuenta su nieta, Meirav Kampeas-Riess, una profesora de hebreo que lleva 17 años viviendo en Madrid, en su obra El pequeño libro de los grandes valores, todo un canto a la superación.
Edith, de 95 años de edad, todavía conserva tatuado en su brazo el número de presa. Una marca que le acompañará el resto de sus días. Hasta 2017, más de 70 años después de ser liberada de la «fábrica de matar» nazi en Oświęcim, Polonia, Edith no se atrevió a contar su historia, decía que «hay heridas que causan mucho dolor y es mejor no reabrir». A través de las vivencias de su abuela, Meirav nos transporta a la Europa de mediados del siglo XX para cuestionarnos nuestros valores y mostrar la importancia de la memoria, la historia y la educación. Hablamos con ella de su libro, de la pérdida de valores en la sociedad, de la importancia de la educación y de la política del Estado de Israel frente a Palestina, entre otras cosas.
En tu libro hablas de una llave que un soldado alemán regaló a tu bisabuelo y que posteriormente llegó a Edith, tu abuela. ¿Qué significado tiene esa llave?
La llave es la idea principal de la historia, no es real, pero representa la educación, los valores que pasamos de generación en generación, y que abre cualquier puerta si sabemos utilizarla bien. El dibujo de la llave que ilustra la portada del libro tiene forma de corazón porque creo que la única manera de educar bien y de que nuestros niños crezcan sanos, es a través del corazón. Si no hacemos las cosas realmente desde el corazón, no sirve para nada.
¿En alguna ocasión Edith regresó a Selish, su ciudad de origen o a Auschwitz?
No. Nunca regresó.
¿Tú has viajado a Auschwitz?
Mis hermanos ya han ido, y yo quiero hacerlo ahora. He tenido varias oportunidades previas, pero no era capaz. Ahora, después de enfrentarme a todos los detalles que me contó mi abuela, estoy preparada.
Escribes que la educación es la base de todo. ¿Consideras que la educación actual no es la adecuada?
Yo creo que todos venimos al mundo y tenemos más o menos, en cualquier familia, los mismos valores, como el amor o el respeto mutuo. No obstante, la situación de cada uno y donde vive, influye muchísimo. Por ejemplo, si vives en un país subdesarrollado, la familia te protege con su amor, pero quizás luego, para conseguir sobrevivir, tienes que hacer cosas que te van a desviar de estos valores, de la ética.
Lo que tenemos que hacer dentro del caos que hay actualmente es concentrarnos en las cosas buenas que tenemos en el día a día. Damos mucho enfoque a las cosas malas, pero no todo está mal, hay muchas cosas buenas en la vida. Debemos dejar de lado un poco las tecnologías, centrarnos más en hablar con las personas físicamente, en mirarnos a los ojos, tocar a la persona, dar un abrazo, decir gracias. Esto es la base de todo.
¿La religión puede ayudar a consolidar esos valores que hemos perdido?
Yo creo que sí y no al mismo tiempo. Cualquier religión tiene sus extremos, que son minoría, pero tienen mucha fuerza. El problema entre los extremistas religiosos y los creyentes, es que no llegan a ponerse de acuerdo en los puntos en común que tienen, que son los valores y los sentimientos. Al final, podríamos llegar a algo en común que es muy simple: poder hablar con la otra persona, mirarle a los ojos y conectar entre nosotros, sin importar nuestra religión, nuestra ideología, solamente nuestro corazón.
Hablas de la memoria, de la importancia de no olvidar pero, ¿Y perdonar?
Es una buena pregunta. Yo creo que mi abuela nunca llegó a ello. Perdonar a todas aquellas personas que mataron a tu familia tan sólo por el hecho de ser judíos es muy difícil. Durante muchos años mi abuela no quiso tener en casa ningún producto alemán, ni hablar de lo que le sucedió. A pesar de esto, ella siempre nos enseñó cómo salir adelante, a no tener miedo en la vida y, ante todo, a respetarnos unos a otros.
Son varias las voces que dicen que el Holocausto nazi no es verdad. ¿Qué le dirías a un negacionista si le tuvieras enfrente?
Yo le ofrecería viajar conmigo a Auschwitz y que comprobara si todo eso es un montaje o, a lo mejor, sí que hay algo que pasó allí;hablar con la gente que vive allí, y si después de todo eso, puede seguir negándolo. Esa persona que niega algo que pasó en la Historia y que es tan grande, es tonto. No sé si toda su creencia es hacer el mal o negar que pasó para que vuelva a ocurrir. No entiendo cuál es su motivación.
¿Qué recuerdas de tu infancia en Israel?
El Kibutz en el que crecí, y en que todavía vive mi familia, mi abuela, es precioso, está cerca del mar y rodeado de naturaleza. El Kibutz es una idea de la gente que llegó a Israel después de la Segunda Guerra Mundial, generalmente sin familia, y que decidió vivir en comunidad y compartir todo. Yo crecí así, en total libertad, descalza todo el día.
¿Por qué decidiste venir a España?
La inseguridad en Israel, sobre todo en 2001, es uno de los puntos que me hizo marcharme de allí. Yo vivía en una ciudad muy bonita que se llama Haifa -al norte de Israel- y un día a las ocho de la mañana, debajo de mi casa, hubo un atentado que hizo explotar un autobús escolar con niños dentro. Eso me rompió totalmente y tomé la decisión de irme. Mi abuela, Edith, me dijo: «Cómo te vas a ir ahora después de todo lo que yo sufrí para llegar aquí». Yo le explique que no me iba para siempre, solo para un poco, y ya han pasado 17 años.
¿Qué opinas sobre la política sionista actual de Israel contra Palestina?
Esta situación que sacude a Israel desde hace muchos años me genera tristeza. En ambos lados sufren mucho. En el caso palestino, lamentablemente, la gente que vive ahí lo hace bajo el miedo del Gobierno de Hamás, no hay democracia. No hay, por tanto, nadie con quien hablar ni negociar, ahí está la dificultad en este conflicto. Yo soy totalmente apolítica y soy una persona que siempre quiere la paz y entender a la persona que tengo al lado.
Los dos lados quieren lo mismo, vivir en paz. El conflicto es que no hay con quién o cómo llegar a este acuerdo, porque todos quieren y tienen el mismo derecho a vivir dignamente. No hay ningún lado que sea mejor que el otro, simplemente, el problema es que todo lo que se publica sobre Israel actualmente en los medios es negativo. Hay que recordar que en 1948 se hizo una votación en la que 33 países democráticos se mostraron favorables a la creación del Estado de Israel, por lo que democráticamente, Israel tiene su territorio y podemos compartirlo. El problema es que alguien decidió que este territorio no es demasiado bueno y justo ahí comenzó la guerra.
¿Cómo crees que se solucionará el conflicto?
No veo el fin del conflicto, a pesar de que soy una persona muy positiva. A Israel siempre se le considera la parte mala del conflicto, pero lo que no mucha gente sabe es que Israel es de los pocos países que actualmente ayudan de manera comunitaria a Siria, a todos los refugiados que salen de allí, pero esto no sale a la luz. Además, hay muchos palestinos que cruzan a Israel porque necesitan ayuda médica, por ejemplo, e Israel les ayuda. También proporciona electricidad a Gaza, porque si no, no podrían vivir allí, ya que Hamás no puede suministrar esos servicios. Hay que enfocarse en hacer el bien y ver cómo podemos mejorar. Hay que dejar de echarse la culpa unos a otros y sentarse a hablar para que ningún conflicto, o un holocausto nazi, por ejemplo, vuelvan a ocurrir.
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