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Madrid

Lorent Saleh, preso político de Maduro desterrado en España: "Estaba preparado para todo menos para estar libre"

A Lorent Saleh le encanta el chocolate oscuro. Pide un croissant cubierto de este dulce, un café y una Coca Cola. Quiere invitar él a la merienda en una sencilla pastelería en Madrid. “Tengo mucho tiempo sin manejar esto”.

Lorent Saleh, preso político de Maduro desterrado en España: «Estaba preparado para todo menos para estar libre»

A Lorent Saleh le cuesta acostumbrarse a la libertad. No teme reconocerlo: “El problema de ser un rehén político es que no sabes cuándo vas a salir, ni cómo, ni hacia dónde. Yo estaba preparado para todo menos para estar libre”.

Tras cuatro años y dos meses en las mazmorras de la policía política venezolana, sin ver la luz natural, sin conocer la hora, sin poder salir a un patio, sin audiencias o juicios, hoy Saleh relata lo vivido. El joven dirigente estudiantil sufrió 53 suspensiones de sus audiencias judiciales y permaneció en la cárcel sin pruebas de delito. Dice que no le interesa llegar a tener un puesto político. 

Pide un croissant cubierto de chocolate, un café y una Coca-Cola. Su mirada delata la fascinación ante la variedad de sus opciones. Quiere invitar él a nuestra merienda en una sencilla pastelería de Madrid. “Llevo mucho tiempo sin manejar esto”. Se refiere al dinero. Lorent Saleh era, hasta hace dos semanas, uno de los más de 230 presos políticos de Nicolás Maduro, según los últimos datos de la ONG Foro Penal. Ahora es un desterrado de lo que él califica como una “dictadura terrorista”.

Aterrizó en el  Aeropuerto Internacional Adolfo Suárez Madrid-Barajas el 13 de octubre para iniciar un nuevo capítulo de su vida en el que, asegura, mantendrá su lucha por la defensa de los derechos humanos, lo que ya en el 2017 le valió el premio Sajárov a la Libertad de Conciencia otorgado por el Parlamento Europeo estando aún preso.

No siente que perdió el tiempo en prisión, aunque lamenta haber dejado de hacer algunas cosas que le apasionan como el surf. Durante estos días, ya en Europa, se prepara para viajar a La Haya a declarar en un caso ante el Tribunal Penal, en el que se acusa al Gobierno de Maduro por torturas y métodos utilizados en Venezuela, forma parte de los denunciantes. 

También acudirá en diciembre al Tribunal Interamericano de Derechos Humanos en Washington. “Esto será interesante porque no serán mis abogados versus el Estado, sino que estaré yo presente. Por parte del Gobierno de Venezuela irá Larry Davoe, que es el secretario de la Comisión de la Verdad (un órgano de la Asamblea Nacional Constituyente de Maduro)». Davoe es el funcionario que fue a la cárcel, junto a los representantes de la embajada de España, el día de su liberación.

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Saleh junto a su madre en su primera rueda de prensa en Madrid tras la liberación. | Foto: Oscar Del Pozo | AFP

 

Antecedentes

Te detienen en Colombia el 4 de septiembre de 2014. Juan Manuel Santos te entrega a Venezuela y el Gobierno de Maduro te acusa de haber facilitado la entrada ilegal de extranjeros para generar “protestas violentas”. ¿Cómo recuerdas la detención en Colombia?

 

Yo llevaba trabajando en la defensa de los derechos humanos desde 2009, principalmente desde Costa Rica y Centroamérica. No había tocado Colombia, a pesar de que habíamos montado una oficina de la ONG Operación Libertad Internacional allí (organización fundada por el propio Lorent Saleh). La posición de Colombia era muy hostil ante la crisis en Venezuela, pero me tocó ir para dar unas conferencias sobre las víctimas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Desde allá me di cuenta de algo interesante: que había más militares y policías colombianos presos que guerrilleros. Noto el nivel de politización en el sistema de justicia colombiano, y además, el ocultamiento de víctimas. Es verdad que en Colombia se firmó un tratado de paz, pero quedó gente secuestrada y campamentos activos. Para mí era un fenómeno interesante el hecho de que había una especie de persecución hacia los militares más decididos a hacer frente al narcotráfico y a los paramilitares. Empecé a atender los casos de estos militares desde la ONG.

 

¿Por qué te interesaba la política colombiana cuando tu país atravesaba una de las crisis humanitarias más graves de la historia?

 

En 2014 yo estaba en Costa Rica y había hablado con varios compañeros en Venezuela y les dije que nadie debía incitar a la protesta en la calle porque los colectivos (grupos paramilitares del chavismo armados para defender la Revolución Bolivariana) estaban preparados para masacrar a la sociedad. Yo sostenía que teníamos que visibilizar la situación de los colectivos y ponerles bajo la lupa internacional.

 

Saleh cuenta que, antes de ir a Colombia, trabajó en Costa Rica con el expresidente del país y premio Nobel de la paz, Óscar Arias. Estuvo involucrado en campañas internacionales de rechazo a la salida de Venezuela del Sistema Interamericano de Derechos Humanos (2013), así como en la denuncia de las violaciones de DDHH durante las protestas estudiantiles de 2014 en su país en las que murieron 43 personas –la mayoría a manos de los colectivos– y por las que el líder opositor Leopoldo López resultó preso. Por esta razón, a través de un documento, pidió a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que solicitara al Gobierno venezolano que no se saliera del sistema interamericano, que liberara a los presos políticos que ya había, así como el desarme de los colectivos armados.

 

En ese entonces los presidentes no prestaron mucha atención a la petición. Era la época de la complicidad regional con la dictadura venezolana. Estando en Costa Rica, pasa lo que pasa el 12 de febrero (el inicio de las protestas) y me reúno con el presidente Óscar Arias. Le planteo formar un grupo de amigos influyentes que hicieran presión a favor del cese de la violencia en Venezuela. Arias está de acuerdo y apoya la propuesta y fuimos sumando voluntades. El entonces presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, era una pieza importante. Por un lado, porque era el país fronterizo y podía tener una buena comunicación con Maduro, ya que hacía poco lo había calificado de “nuevo mejor amigo”. Por eso viajé a Colombia, para pedirle a Santos que nos ayudara y que dejara de ser cómplice. El trabajo que se venía haciendo con ese grupo de amigos a nivel internacional se enfrió con la mesa de diálogo que se celebró, poco después (en abril de 2014), entre el Gobierno de Maduro y la oposición venezolana.

Por otra parte, los casos de la defensa de algunos militares de Colombia por el conflicto me permitió tener buena comunicación con las Fuerzas Armadas colombianas. También, en esa época, se estaba formando el marco jurídico para la paz en Colombia y la posición de nuestra organización era que el conflicto colombiano había dejado víctimas trasnacionales. Hicimos informes de lo que sucedía en la frontera con Venezuela. En Táchira, en Barinas, en Apure y Amazonas, vinculado a las FARC, y eso incomodaba a Santos.



¿Qué encontraron y qué denunciaron con esos informes?

 

Campamentos guerrilleros, operaciones de contrabando y narcotráfico… impulsamos la Mesa internacional de víctimas de las FARC. Eso incomodó aún más a Santos y a ello se le sumó la presión para que se pronunciara por lo que sucedía en Venezuela. Ese trabajo desde el Congreso, desde la Organización de Estados Americanos (OEA), desde la Organización de Naciones Unidas (ONU), hacía ruido. Yo sabía que había puesto en jaque al presidente de Colombia. Yo pensaba que me iban a expulsar pero no que me iban a secuestrar. 

 

Estudiaste en la Escuela Superior de Guerra en Bogotá…

 

Sí, Seguridad y Defensa Nacional. Todo lo que es el esquema de seguridad. En Venezuela hay operaciones de organizaciones terroristas, las instituciones del Estado están salpicadas por el narcotráfico y hay bandas criminales altamente organizadas. Nosotros, desde mi organización estábamos trabajando en un plan para abordar esa situación. ¿Cómo haces en un Estado fallido controlado por bandas y grupos criminales para regresar y garantizar la seguridad? Ese asunto era el que me interesaba.

 

¿Entonces tu foto cargando un fusil Galil (de fabricación israelí), muy utilizada por los medios del Gobierno venezolano, es de los tiempos de la Escuela de Guerra?

 

Exacto. No hay ninguna foto mía con guerrilleros o paramilitares.

 

Asegura que con su detención se desmovilizaron muchas protestas que todavía se daban aquel año en Venezuela debido a la creciente preocupación por la crisis económica, los niveles de criminalidad y la corrupción. Aquellas fueron las manifestaciones más reprimidas por el Gobierno de Maduro, antes que las del año pasado que dejaron más de 150 muertos.

 

La detención

 

¿Cómo fue tu entrega en 2014 por parte de la Policía Nacional de Colombia a la policía política venezolana?

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Lorent Saleh en un momento de la entrevista. | Foto: Anna Carolina Maier | The Objective

A mí me detienen llegando a la Escuela Superior de Guerra, en Bogotá. De allí me llevan a una oficina de migración. Me incomunican y cuando llegan mis compañeros de estudio, les dicen que me van a llevar a la comandancia de la Policía Nacional. Cuando en el trayecto veo que llego al aeropuerto, empiezo a llorar porque ya sabía lo que me venía.

 

Lo que sucede a continuación es propio de una película de acción, y de terror:

A Lorent lo trasladaron al hangar de la Policía Nacional de Colombia. Entonces llegó el director de migración y le leyó un documento: “No puede regresar a territorio colombiano en los próximos 10 años porque representa un amenaza a la seguridad de Colombia”. No hubo orden de captura, ni explicaciones, ni llamadas a abogados, ni otras opciones de destino más que unas mazmorras de 2×3 metros cuadrados de cemento gris en las que pasaría sus primeros 26 meses de prisión.

Llegó a un aeropuerto en Cúcuta, ciudad colombiana situada en la frontera con Venezuela, donde se encuentra el famoso puente Simón Bolívar por donde, según datos extraoficiales, han huido más de tres millones de venezolanos desde 2015.

Era de noche. La furgoneta de la policía colombiana se detuvo en mitad del puente. Abrieron la puerta. Saleh vio a un grupo de hombres armados hasta los dientes y vestidos de negro. Algunos con los rostros tapados. Era la comisión del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin). La Policía Nacional de Colombia lo entregó. Le cambiaron las esposas y uno de los funcionarios le dijo: “Bienvenido a Venezuela, camarada”. Después le colocaron un chaleco antibalas y lo subieron a la patrulla. Ahí comenzaron a golpearle.

 

El Sebin temían que los paramilitares te capturaran durante el trayecto hacia Caracas, ¿cómo lo recuerdas?

 

Había un avión listo para despegar desde el aeropuerto de San Antonio del Táchira (la ciudad fronteriza con Colombia en Venezuela), pero deciden llevarme a Barinas. Ese trayecto fue muy violento. Los funcionarios conducían el vehículo a toda velocidad, a pesar de la curvas del trayecto. No dejaron de golpearme. 

 

Recuerda que el comisario de Táchira le pidió disculpas y le dio un rosario. Le confesó que no sabía cómo iba a llegar a casa esa noche porque su hija era estudiante universitaria que apoyaba las protestas y no iba a perdonarle lo que estaba haciendo. Saleh pasó una noche en un calabozo de Barinas, estado donde, por cierto, nació Hugo Chávez Frías. En Barinas lo entregaron a la comisión que lo trasladó a Caracas.

Finalmente, un avión privado lo llevaron hasta el aeropuerto La Carlota, base militar ubicada en medio de Caracas. Desde allí lo condujeron a la sede del Sebin en Plaza Venezuela.

 

Cuando siento que el coche empieza a bajar por el sótano varios pisos ya yo sabía para dónde iba. Yo sabía que existía ‘La Tumba’.

 

Los años en prisión

 

‘La Tumba’ es un sótano-prisión situado cinco pisos bajo un edificio del Sebin. Por encima de ‘La Tumba’ pasa el metro de la Estación Plaza Venezuela que es la que presenta mayor afluencia de pasajeros en la capital. Allí Saleh permaneció dos años y dos meses. Después pasó al Helicoide, la otra sede del Sebin donde se encuentran cientos de presos políticos sometidos a condiciones extremas de aislamiento y también, en ocasiones, de hacinamiento. Durante los cuatro años de prisión las celdas en las que estuvo carecían de luz natural.

 

¿Es verdad que te encendían la luz durante las 24 horas del día en ‘La Tumba’?

 

Dependía. Duré mucho tiempo con la luz encendida durante 24 horas seguidas. Después, me la quitaban. Cuando me querían castigar me la volvían a encender. Cuando pasas más de 72 horas con una luz blanca encendida, sientes en el párpado como si tuvieras dos pesas gigantes que te presionan porque el músculo se tensa.

 

Me da un ejemplo de cómo pasaba las horas en esas mazmorras. Sentado en la silla en el café de Madrid me hace un gesto de como si tuviese las manos atadas a la espalda y me pregunta:

 

¿Me están torturando?.

 

No lo sé, depende. A primera vista, pareciera que no.

 

Cuando pasas 48 horas o tres días en esta posición con las manos esposadas es una tortura, pues el dolor es brutal. Lo que te quiero explicar con esto es que la garantía de los derechos humanos y los esquemas de protección a estos derechos han evolucionado, pero no tanto como los métodos de tortura.

 

¿En ‘La Tumba’ siempre estuviste solo?

 

Sí, solo con los guardianes. Cuando me fui (del Helicoide) les dije: ‘Estos cuatro años de sufrimiento a ustedes se los voy a cobrar con favores’. Me fui en paz, no me podía ir con rencor. En ‘La Tumba’ era yo con ellos, pero en el Helicoide era otra dinámica porque había muchos otros presos. Una cosa es que te torturen a ti y otra es ver o sentir que torturan a otro. Eso es peor. Entonces, golpearme les llegó a salir muy caro.

 

¿Quieres decir que en ‘La Tumba’ el maltrato fue peor?

 

Sí. Ya cuando yo estaba en el Helicoide habíamos logrado visibilizar mucho mi caso. Allí ya no le tenía ni miedo a los tipos.

 

¿Cómo era un día en El Helicoide?

 

Escribir y leer, casi todo el día. Siempre consigues métodos para comunicarte con otros presos. Yo siempre estaba trabajando, documentando todo. Hacía informes que han llegado incluso a la Unión Europea.

 

Pero ante tanto control, ¿dónde los escribías y cómo los hacías llegar?

 

Yo llegué a escribir cartas e informes incluso en la ropa y después las lográbamos sacar de la cárcel entre la ropa sucia. Estando preso hice informes y cartas a montones.

 

¿Quiénes eran tus amigos más cercanos dentro de la cárcel?

Yo tenía poca interacción con gente. Llegué a ver a otros presos (políticos) como Daniel Ceballos pero había mucha distancia entre las celdas. Era muy difícil encontrarnos. Él también estaba aislado. Me hice muy amigo de Joshua Holt porque lo pusieron frente a mi celda. Nos hablábamos a través de los barrotes.

 

Holt es un misionero estadounidense que permaneció encarcelado en Venezuela desde 2016 hasta mayo de 2018, cuando el Gobierno lo libera después de gestiones hechas por el Ejecutivo de Donald Trump. Tampoco tuvo juicio ni procedimientos legales. Antes de ser detenido por el Sebin, se casó con la venezolana Thamara Caleño quien también fue arrestada. Ambos fueron acusados de posesión ilícita de un arma de guerra y el Ministerio del Interior del país argumentó semanas después de su arresto que el piso de la pareja se usaba como un «centro de almacenamiento de armas y explosivos» con el fin de «ejecutar acciones terroristas».

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Lorent Saleh momentos antes de la rueda de comparecer ante los periodistas en Madrid. | Foto: Oscar Del Pozo | AFP

¿Sienten los presos políticos en Venezuela aprecio por las gestiones de José Luis Rodríguez Zapatero? Se ha llegado a decir, de manera metafórica, que tiene la llave de algunas celdas.

 

Yo lo que creo es que no debemos dinamitar el puente. Yo crucé un puente y tengo que cuidarlo para que otros lo crucen, creo que hay intenciones genuinas por parte del Gobierno español, aunque hay gente a la que no le conviene que salgamos. La gente quizá espera que sea más beligerante pero no quiero ser un agente instrumentalizado para el odio, porque se está invirtiendo en el odio. El odio es una fuente de energía que después no se puede controlar. Creo que la Unión Europea tiene que tener posiciones más claras y firmes hacia el régimen de Maduro. El combate político sin diálogo es un suicidio, pero el diálogo sin combate político es una estupidez. Tiene que haber una línea de comunicación porque si no, lo único que va a haber es muerte y ellos tienen mayor capacidad de fuego.

 

Volviendo a tus días tras las rejas, ¿cómo era el aseo personal durante la prisión?

 

En el Helicoide era difícil bañarse, pero en ‘La Tumba’ siempre había agua, lo que pasa es que dependía de ellos. Yo en ‘La Tumba’ tenía que tocar un timbre y hacía mis necesidades con ellos delante de mí.

 

¿Qué fue lo más fuerte?

 

El aislamiento. Es tan fuerte que llegas a dudar de si estás vivo. Cuando te quitan los sonidos, cuando no ves colores y te ponen con una temperatura fría que te obliga a estar con el cuerpo tenso, ¿cómo sabes que estás vivo? Yo llegaba a golpearme para sentir dolor. El dolor es una afirmación de que estás vivo. Llegó un punto, cuando había pasado más de un año en prisión, en que me preguntaba por qué me seguían molestando. Entonces yo ya no podía permitir que ellos (los funcionarios), mientras me tenían aislado, estuviesen tranquilos viendo televisión. De modo que les amenacé con matarme si me seguían maltratando. Decidí que yo no los podía dejar dormir y me llegué a cortar las venas dos veces.

 

Muestra las cicatrices.

 

Era la manera de joderlos. “Ustedes no duermen, hijos de puta”, pensaba. Entonces tenían que estar las 24 horas allí viéndome. Así los obligaba a cesar el maltrato. Es el último recurso que uno tiene, no muy distinto al de una huelga de hambre. Por eso, hubo un tiempo en que me obligaron a dormir desnudo en la celda con un funcionario. Ninguno quería cuidarme porque era complicado. Yo no tenía nada que perder, estaba convencido de que me moriría allí dentro. Además, yo necesitaba matar cualquier esperanza de libertad.

 

 

¿Cómo es volver a la vida cotidiana?

 

Una cosa que me daba miedo era acostumbrarme a vivir preso. Cada vez me resultaba más extraña la calle. Ayer pude finalmente dormir, pero me ha costado. Al principio era desconcertante estar en libertad. Me preguntaba dónde estaba mi colchón, mi celda, porque se convierte en tu espacio. Valorar las cosas que parecen sin importancia es algo que aprendí y que vale oro. Por ello no escogería olvidar nada. Pepe Mujica (expresidente de Uruguay) dice que ser libre significa hacer lo que a uno le hace feliz. Yo espiritualmente me siento un hombre libre porque amo lo que hago: la defensa de los derechos humanos. Eso tiene un riesgo y un precio que estoy dispuesto a pagar. Voy a seguir siendo incómodo hoy y mañana, así cambie la dictadura en mi país y llegue otro mandatario. Algún día se me apagará la luz, pero uno le pierde miedo a la muerte.

 

Comienzas a sentirte realmente libre, ¿cómo proyectas tu felicidad?

 

Se queda callado un rato largo.

 

Es que yo no puedo sentirme feliz.

 

Y me pregunta:

 

¿Tú aquí en España, siendo venezolana, no sientes culpa de comer bien, mientras en nuestro país muchos mueren de hambre?

 

Sí, muchas veces.

 

Mi celda no está vacía. Yo tengo tatuada una frase de San Agustín que dice: ‘Nadie es perfectamente libre hasta que todos lo seamos’.

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