Impeachment. Episodio 3: C’est fini
Exactamente como se anticipaba el impeachment de Donald Trump ha sido históricamente breve y predeciblemente decepcionante.
Impeachment
n. [ im-peech-muh nt ]
1. Cuestionar la ética de alguien. Acusación de mala praxis.
2. Procedimiento iniciado por la Cámara de Representantes de los Estados Unidos contra un funcionario federal que puede llevar, si prospera, a la destitución del citado funcionario.
3. Resumen periódico –ma non troppo– de los últimos acontecimientos en torno al procedimiento iniciado por la Cámara de Representantes de los Estados Unidos contra el presidente Donald J. Trump. O sea: esto.
Como dijimos en el primer episodio de esta serie –que preveíamos breve pero no tanto– el Partido Demócrata necesitaba un milagro para que el Senado, controlado por el Partido Republicano, aceptara las pruebas presentadas por sus legisladores y retirase los galones a Donald Trump.
Ese milagro no se ha producido.
Tras atender primero a los legisladores Demócratas y después a los abogados de Trump, el Senado votó el viernes si con lo que había escuchado tenía suficiente como para emitir un veredicto o si, por el contrario, necesitaba extender la investigación llamando a declarar a ciertos testigos de primer nivel como John Bolton, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca que fue despedido por Trump en septiembre.
Esa era, precisamente, la baza de los Demócratas. Llevar más testigos al Senado para poder seguir poniendo colorado a Trump y, a la larga, lograr convencer a dos tercios de la Cámara Alta de que el presidente violó la Constitución al congelar la ayuda militar a Ucrania para ver si así los ucranianos se ponían a sacar las vergüenzas de un rival político. Pero para conseguir llevar más testigos al Senado necesitaban el sí de 51 senadores (de un total de 100). El Partido Demócrata cuenta con 45, más dos independientes que suelen estar de su parte. Necesitaban, por tanto, el voto de cuatro senadores Republicanos para mantener vivo el impeachment…
… pero sólo lograron convencer a dos. Ergo no habrá más testigos. No habrá más investigación. No habrá más discusiones en el Senado, que a lo largo de esta semana anunciará que Trump no debe abrazar la jubilación forzosa.
Los últimos diez días
La ofensiva Demócrata comenzó el miércoles 22 de enero. El Senado concedió 24 horas –a repartir en varios días consecutivos– para que los legisladores progresistas expusiesen por qué el Donald se había pasado la Constitución por el arco del triunfo. Estos volvieron a explicar el primer punto de su acusación –el supuesto abuso de poder cometido por Trump al chantajear a Ucrania con el tema de la ayuda militar– e insistieron particularmente en el segundo: la obstrucción llevada a cabo por el Donald a la labor de la Cámara Baja cuando ésta se puso a investigar si el presidente había cometido el mencionado abuso de poder.
¿Por qué esta insistencia en el segundo punto de la acusación? Porque es cierto que la Casa Blanca ordenó a su gente no acudir a testificar a la Cámara Baja y porque eso, según los Demócratas, fue una práctica autoritaria dirigida a menoscabar el poder de lo más sagrado. Es decir: el poder del Congreso de los Estados Unidos. Tamaña afrenta –concluyeron los legisladores progresistas– también les afecta a ustedes, señores Republicanos, porque ustedes también son parte del Congreso. ¿O es que acaso quieren sentar un precedente semejante haciendo caso omiso?
Según cuentan los corresponsales con acceso a las sesiones, pese a la cuidada retórica de Adam B. Schiff, jefe de los legisladores Demócratas, los senadores, y sobre todo los senadores Republicanos, estuvieron más pendientes del reloj y del repartidor del Pizza Hut que de sentirse parte de un momento histórico. Hubo bostezos.
La defensa de Trump comenzó su exposición el sábado 25 de enero. Sus argumentos también ocuparon varias sesiones repartidas a lo largo de varios días, aunque podrían resumirse en que la gestión del Donald en el affaire ucraniano no tuvo nada de malo. “Los Demócratas –añadieron los abogados del presidente– han presentado una selección de pruebas totalmente sesgada en la que no han incluido datos y hechos que lo exoneran”. Se estaban refiriendo, sobre todo, a que Trump no le dijo expresamente al gobierno ucraniano eso de “o investigáis a Joe Biden o no vais a ver otro tanque americano ni en pintura… y suerte con los rusos”.
La performance de la defensa se vio brevemente sacudida por una filtración relacionada con el libro que John Bolton, quien ya dijo hace unas semanas que si el Senado le llamaba a testificar acudiría encantado, está intentando publicar. (Los abogados de la Casa Blanca se encuentran trabajando para impedirlo alegando que el manuscrito incluye material clasificado). Por lo visto, detalles relevantes sobre el contenido del libro llegaron hasta la redacción del New York Times. Detalles, claro, que no dejaban en buen lugar al presidente.
La filtración alimentó las esperanzas de los legisladores Demócratas, que vieron en ella una oportunidad de oro para convencer al Senado de que debía seguir investigando el rol de Trump en el affaire ucraniano y llamar a testificar al propio Bolton.
Lamar se lo piensa dos veces
No cayó esa breva.
Si bien la Cámara Alta, una vez despachada la defensa del Donald, llegó al voto del viernes con cuatro senadores Republicanos planteándose seriamente alinearse con los Demócratas y votar a favor de seguir investigando el asunto, al final sólo optaron por ese camino Mitt Romney y Susan Collins. Los otros dos, Lisa Murkowski y Lamar Alexander, recapacitaron y decidieron que no merecía la pena seguir indagando.
De hecho, Lamar –discípulo predilecto de Howard Baker, uno de los azotes de Richard Nixon durante el Watergate– fue el encargado de emitir una declaración que en los círculos políticos gringos se ha entendido como la declaración institucional del Partido Republicano sobre el impeachment: “Fue inapropiado por parte del presidente pedir a un líder extranjero que investigara a un rival político y fue inapropiado congelar la ayuda prometida por los Estados Unidos para tratar de impulsar dicha investigación. Pero la Constitución no otorga al Senado el poder de destituir a un presidente por una conducta que es, simplemente, inapropiada”.
En otras palabras: Trump actuó mal, pero no violó la Constitución.
¿Una jugada inteligente?
A falta de que el Senado dé carpetazo oficial al impeachment, el debate que recorre ahora mismo el periodismo político norteamericano gira en torno a una cuestión: ¿de qué manera ha afectado todo este proceso a un tipo que se presenta a la reelección en noviembre? Puesto de otro modo: ¿de qué manera han afectado las revelaciones de los últimos meses a la popularidad del Donald?
De momento lo que sabemos es que muchos observadores progresistas se muestran desilusionados y buena parte del establishment conservador (el establishment conservador pro-Trump, claro) se muestra confiado.
¿A quién dará la razón el paso del tiempo? Stay tuned.