A comienzos de semana la nación más poderosa del mundo sufrió una sacudida tras constatar que sus muertos por coronavirus ya son más numerosos que los registrados durante los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001. En términos estrictamente matemáticos el sorpasso es lógico; durante el 11S ‘apenas’ murieron 3.000 personas (solo en España el coronavirus se ha cobrado más de 9.000 vidas). Pero si se analiza en términos psicológicos, o de memoria colectiva, el titular es demoledor. El 11S es uno de los episodios más trágicos en la historia reciente de los Estados Unidos y cualquier estadística que lo supere está destinada a remover conciencias.
Frente republicano
La primera que ha removido es la del propio presidente. Donald Trump ha reculado y parece que ya no pretende regresar a la normalidad después de Semana Santa. “Nada sería peor que declarar una victoria antes de tiempo”, explicó tras anunciar que las medidas de distanciamiento social promovidas por el gobierno se extenderán, como mínimo, hasta finales de abril. El equipo de reporteros del Washington Post que entrevistó off the record a quince asesores del presidente cuenta que Trump cambió de opinión después de ver las imágenes de un hospital de Queens –el distrito neoyorquino donde creció– y de analizar una predicción presentada por sus expertos de confianza. La predicción de estos expertos sostiene que en el mejor de los casos el coronavirus se cobrará la vida de 100.000 estadounidenses y que, en el peor, los muertos superarán los dos millones.
Ver al Donald recular ha causado desconcierto en el seno del Partido Republicano. Tan es así que alguno de sus miembros más prominentes ha sentido la necesidad de explicar al respetable que el rumbo errático del presidente se debe –¡sorpresa!– al Partido Demócrata. Pongamos por caso las palabras del senador Mitch McConnell, de Kentucky: “Esto empezó a pasar cuando estábamos enfangados en el impeachment. Creo que el impeachment distrajo al gobierno porque nos pasábamos el día lidiando con el impeachment”.
McConnell se refiere al juicio político que tuvo lugar en el Congreso entre los meses de septiembre y febrero. Un proceso impulsado por los congresistas del Partido Demócrata tras entender que el Donald había intentado chantajear al gobierno ucraniano para que investigara el paso de Joe Biden por aquel país. (Era y sigue siendo muy probable que Biden sea quien finalmente le dispute la presidencia en las elecciones de noviembre.) Mediante el impeachment los congresistas del Partido Demócrata pretendían lograr la destitución de Trump. Sin embargo, un Senado liderado precisamente por McConnell evitó que la cosa fuese a más.
En otras palabras: Mitch McConnell ha dicho que si Trump da la sensación de estar improvisando, de no tener un criterio formado en torno al coronavirus, no es su culpa sino culpa de las distracciones y molestias causadas por el Partido Demócrata en los últimos meses.
La prensa progresista ha dedicado bastante tinta a matizar estas afirmaciones explicando que el impeachment no paralizó nada ni a nadie –entre otras cosas porque el Senado nunca quiso investigar el asunto– y que, en fin, es de esperar que un presidente de los Estados Unidos pueda estar a más de una cosa a la vez. Pero las palabras de McConnell iban dirigidas a un votante que pasa olímpicamente de la prensa progresista. Es lógico suponer, por tanto, que el New York Times anda predicando en el desierto.
Frente demócrata
Si las últimas andanzas de Trump pueden ser catalogadas de “erráticas”, las del Partido Demócrata entran en la categoría de “estáticas”. Joe Biden, que hasta la eclosión de la crisis vírica llevaba la voz cantante en las primarias, se encuentra encerrado en su casa de Delaware ofreciendo charlas por Skype sin que nadie le haga demasiado caso. Aunque en un principio parecía inteligente mantener un perfil bajo, no pocos votantes afines al Partido Demócrata han comenzado a exasperarse. Que una cosa es no aprovechar la pandemia para hacer demasiada sangre y otra quedarse callado durante días para luego decir cuatro vaguedades en remoto. He ahí la gran diferencia entre Biden y el Donald; el primero quizás gestione mejor las cosas, pero como animal político en tiempos del show business están a años luz.
Our health care workers are putting their lives on the line every day, and our president is accusing them of stealing lifesaving supplies. It’s time for Donald Trump to do his job, so our heroes are able to do theirs. Lives are at stake. pic.twitter.com/qiwRjrVUYz
— Joe Biden (@JoeBiden) March 30, 2020
Así lo dicen las últimas encuestas: la popularidad del presidente ha subido y, más importante todavía, sus potenciales votantes están mucho más entusiasmados con él de lo que lo están los potenciales votantes del Partido Demócrata con su candidato. Esto puede parecer una gilipollez pero no lo es; la perspectiva histórica dice que el grado de entusiasmo es un buen indicador a la hora de comprobar quién tiene más posibilidades de salir elegido. Ahora bien: estas encuestas se han realizado en un momento extremadamente convulso a todos los niveles y, por lo tanto, pueden estar chetadas (jerga de gamers) por las circunstancias. Además, quedan siete meses para las elecciones.
In my view, during this crisis, nobody in America should have to worry about a medical bill. They’ve got enough to worry about.
Right now, our goal must be to protect every single one of our people and ensure that their basic right to health care is taken care of.
— Bernie Sanders (@SenSanders) March 31, 2020
En cualquier caso, sigue habiendo vida más allá de Biden. Bernie Sanders, que perdió las últimas primarias celebradas antes de la irrupción del virus, no solo no tira la toalla sino que insiste un debatir de nuevo con él. (Biden le ha dicho que espere sentado.) Es lógico que Sanders insista. Sabe que es un candidato demasiado izquierdista para el gusto del norteamericano medio, pero ese norteamericano medio empieza a ser consciente de que vive tiempos extraordinarios. Tiempos extraordinarios que quizás requieran tipos extraordinarios. O tipos ordinarios que se comporten de forma extraordinaria. Como Andrew Cuomo, gobernador del estado de Nueva York y uno de los líderes regionales más activos en la lucha contra el coronavirus. En varios círculos progresistas ha empezado a sonar su nombre como alternativa a Biden y Sanders. No obstante, los expertos dicen que las primarias del Partido Demócrata están en fase avanzada y que Cuomo tiene cosas más importantes que hacer. Poco probable, pues.