Hace unos días Isaac Chotiner, un periodista famoso por enseñar el colmillo en sus entrevistas, llamó por teléfono a Stuart Stevens, uno de los fontaneros más veteranos del Partido Republicano. Lo de fontanero –la palabra que se utiliza en la jerga política para definir al asesor de un mandamás– no lo digo yo. Lo dice su trayectoria: trabajó para George W. Bush en dos campañas presidenciales, para Mitt Romney en la del 2012 y para incontables congresistas conservadores entre medias.
Durante la conversación que mantuvieron, Stevens, que se ha convertido en una de las voces más críticas dentro del conservadurismo gringo, reconoció haber vivido engañado. “Durante mucho tiempo quise creer que cuando Donald Trump apareció en escena estaba secuestrando el partido”, explicó. “Pero si te fijas en lo que Trump dice, y en lo bien que recibe sus declaraciones el partido, no sé qué otra conclusión sacar salvo que Trump encaja perfectamente en el Partido Republicano”.
Frente republicano
Stevens tiene razón. En los últimos cuatro años las voces discrepantes se han contado con los dedos de una mano. El consenso, sin embargo, parece destinado a resquebrajarse.
Los primeros carraspeos comenzaron hace unos meses, cuando la pandemia aterrizó en los Estados Unidos y el Donald se dedicó a negar la mayor. Entonces algunas cabezas visibles dentro del partido levantaron la mano para decir que, quizás, convendría hacer algo al respecto. Luego llegó la muerte de George Floyd y el consiguiente pitote callejero; una circunstancia que dejó imágenes tan llamativas como la de Mitt Romney –que ya se había mostrado crítico con Trump antes– marchando junto al movimiento Black Lives Matter por las calles de Washington.
Pero la mayor muestra de disconformidad (hasta la fecha) llegó a finales de la semana pasada, cuando Trump se preguntó en voz alta, vía Twitter, si no sería mejor retrasar las elecciones de noviembre. La reacción fue inmediata. Mitch McConnell, jefe de los conservadores en el Senado y principal responsable de poner a dormir el ‘impeachment’, o sea un aliado de fiar, aseguró que la fecha de la cita electoral está grabada en piedra y que si no se han movido elecciones en el pasado, cuando había guerras de por medio y tal, tampoco se van a mover ahora.
McConnell no fue el único en pronunciarse. Los senadores Lindsey Graham, Marco Rubio, Thom Tillis y Ted Cruz también rechazaron la sugerencia. El jefe de los conservadores en la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, ídem. Varios gobernadores del Partido Republicano –Chris Sununu o Charlie Baker, por citar dos ejemplos–, ídem. Ni siquiera su amigo Ron DeSantis, gobernador de Florida, se entretuvo con la idea. “Florida está preparada para celebrar las elecciones el 3 de noviembre”, respondió. Y punto.
Según los reporteros que cubren la Casa Blanca para el Washington Post, el tuit del Donald pilló a todo el mundo por sorpresa. Y eso incluye a sus asesores más cercanos. Uno de ellos, a modo de explicación, dijo que no había que darle más importancia al asunto, que Trump “solo está troleando”.
Podría ser. No obstante, la sugerencia de retrasar los comicios tiene su explicación: si el bicho no remite antes de noviembre mucha gente no va a querer acudir a las urnas por miedo a contagiarse. Lo que ocurre es que, claro, ante esa circunstancia, que es totalmente lógica, existe una alternativa llamada voto por correo. El problema es que el Donald no la contempla porque dice que un voto por correo masivo conllevará fraudes en medio país.
With Universal Mail-In Voting (not Absentee Voting, which is good), 2020 will be the most INACCURATE & FRAUDULENT Election in history. It will be a great embarrassment to the USA. Delay the Election until people can properly, securely and safely vote???
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) July 30, 2020
Esta impresión de que votar por correo de forma masiva equivale a fraude masivo y por lo tanto a elecciones amañadas, una impresión que Trump ha repetido más de una vez, preocupa a unos analistas que empiezan a preguntarse qué pasará si los resultados son desfavorables al Donald. ¿Los rechazará? Y si los rechaza, ¿qué? Hombre, la Constitución establece que el 20 de enero, a más tardar y siempre y cuando las urnas no confirmen su segundo mandato, tiene que entregar las llaves de la Casa Blanca. La pregunta, claro, es cómo se van a tomar sus seguidores más acérrimos el panorama. Porque cabe recordar que algunos de sus incondicionales creen en la existencia de un Deep State al servicio de una agenda globalista que quita y pone presidentes. Y cabe recordar, también, que algunos de ellos tienen el carnet de la Asociación Nacional del Rifle.
Con todo, y aunque no hay indicios que sugieran que un voto por correo masivo puede desembocar en fraude, esa alternativa sí arrastra un problema: hoy por hoy el país no tiene la capacidad para gestionar decenas de millones de votos por correo a tiempo. Es decir: que si las autoridades pertinentes no se ponen las pilas el recuento de votos puede tardar meses.
Una última curiosidad, creo que importante: el Donald envió el tuit sugiriendo retrasar las elecciones tras conocerse un informe sobre la economía estadounidense indicando que ésta se ha desplomado casi un 10% entre los meses de abril y junio. O sea: indicando la caída trimestral más severa en décadas.
Frente demócrata
Joe Biden sigue sin anunciar quién será su vicepresidenta en el caso de llegar a la Casa Blanca. Primero se dijo que desvelaría el nombre el 1 de agosto. Luego, que durante la primera semana de agosto. Luego, que a finales de la primera semana de agosto. Y ahora, según los medios gringos, habrá que esperar hasta el comienzo de la segunda semana de agosto. Pero sorpresa ninguna; Biden en su línea. Con calma, pasito a pasito, y haciendo gala de una indecisión que de momento, y gracias a la pandemia y a las performances del Donald, pasa desapercibida.
De todas formas, es lógico que se piense muy bien a quién escoge como mano derecha. Por dos motivos. El primero es que a partir del anuncio va a tener que abandonar el perfil bajo que tan bien le ha venido hasta la fecha. Muchos focos van a posarse sobre la mujer elegida. Entre otras cosas –y este es el segundo motivo por el que Biden se tiene que pensar muy mucho a quién escoge– porque con la edad que tiene hay quien da por hecho que el candidato del Partido Demócrata, con 77 añazos a sus espaldas, no va a conseguir estar cuatro años al mando. O, al menos, no en plenas facultades. Así que su segunda, lejos de ser una figura simbólica, será especialmente relevante. Ergo una mala elección le puede reportar muy mala prensa y, sobre todo, dependiendo de a quién escoja, cierto grado de desunión en un Partido Demócrata en el que ahora mismo, y contra todo pronóstico, reman todos a una.