Dentro de siete días la ciudadanía estadounidense se habrá pronunciado sobre el rumbo que debe tomar el país durante los próximos cuatro años. Lo que no está nada claro es si dentro de siete días esa misma ciudadanía será consciente de lo que ha dicho al respecto. Puesto de otro modo, y cito al New York Times: “Muchos estados no tendrán los resultados definitivos durante la noche electoral”. O sea: que según el Times, cuyo equipo de reporteros se ha molestado en hablar con los responsables de contar las papeletas a lo largo y ancho del país, cabe la posibilidad de que el próximo miércoles 4 de noviembre los estadounidenses se despierten sin saber si continúan en manos de Donald Trump o si acaban de iniciar el viaje al pasado prometido por Joe Biden.
Que se vaya a tardar tanto en contar los votos se debe a dos cosas. La primera tiene que ver con la cantidad de gente que ha decidido apuntarse a la fiesta de la democracia (las predicciones apuntan a una participación récord). La segunda tiene que ver con la forma de votar. Queriendo evitar las aglomeraciones en tiempos de pandemia, muchísima gente lo ha hecho por correo. Cuando digo “muchísima gente” quiero decir 70 millones de personas. Y ojo porque esa cifra, que supone más del 50% de la participación total registrada en 2016, no es definitiva. Va a seguir subiendo.
Así que si a la avalancha del voto presencial se suma la avalancha del voto por correo, y si a esas dos avalanchas se suma, además, que en algunos estados se aceptarán las papeletas que lleguen después de las elecciones (el requisito es que hayan sido depositadas en el buzón antes del Día D)… nos queda un escenario poselectoral que invita a la paciencia. Salvo que los votos que logren ser contados esa noche basten y sobren para otorgar la victoria a uno de los candidatos, claro. Algo poco probable, pero quién sabe.
Frente demócrata
En cualquier caso, todo eso tendrá lugar la semana que viene. Mientras tanto, hay que matar el gusanillo. ¿Cómo? Pues con encuestas. El Washington Post ha publicado esta semana una media con lo que dicen las que considera más fiables y, en resumen, las noticias son buenas para Biden. No tanto por su ventaja a escala nacional –nueve puntos– sino por su ventaja en estados que hace cuatro años se decantaron por Trump como por ejemplo Michigan (donde Biden le sacaría nueve puntos), Wisconsin (ocho puntos), Pensilvania (siete puntos), Arizona (cinco puntos), Carolina del Norte (cuatro puntos) y la siempre problemática Florida (¡solo un punto de ventaja!).
Lo que ocurre es que, tras el batacazo del 2016, son los propios encuestadores quienes piden calma y tomarse los sondeos como una orientación en base a los datos que se han podido conseguir y no como una profecía. Porque las profecías, ahora lo sabemos, las carga el diablo.
Y qué decir de Biden. Pues que sigue a lo suyo. Tras el último debate presidencial, del que todo el mundo ha destacado que fue más civilizado que el anterior como si eso fuera un gran logro, ha vuelto a adoptar el perfil bajo que ha caracterizado su campaña. Un perfil bajo que también ha adoptado, contra todo pronóstico, su candidata a la vicepresidencia: doña Kamala Harris. El caso es que si la estrategia de asomarse al ruedo lo justo y necesario, muy criticada por Trump –dice que es sintomática de lo débil que es su rival– y por una parte del progresismo gringo, le da finalmente la victoria habrá que leer las elecciones del 2020 como un referéndum en torno a Trump antes que como una disputa entre dos candidatos bien definidos.
Frente republicano
Lo que dicen las encuestas que ha analizado el Washington Post combina bien con el derrotismo que se respira en el conservadurismo. El artículo que preside la edición digital de la revista conservadora National Review a la hora de escribir estas líneas no puede ser más claro al respecto: Trump ha perdido sex appeal. Y lo ha perdido –sostiene el autor de la pieza– en primer lugar porque no es lo mismo ser un aspirante (puedes atacar lo que te venga en gana) que presentarse a una reelección (tienes que rendir cuentas y defender tu gestión) y, en segundo lugar, porque se ha convertido en un político previsible. Aburrido, vaya. Sí: de vez en cuando suelta alguna frase lapidaria o se saca algún as de la manga porque, bueno, Trump sigue siendo Trump, pero ya no regala los festivales de incorrección política que regalaba en 2016.
The Republican strategists and grassroots organizers I talk to daily on the ground across the US are far more willing to believe the polling comports to they’re seeing than the Republican keyboard warriors of Twitter who are way more confident 2020 will wind up like 2016.
— Erick Erickson (@EWErickson) October 28, 2020
A esas verdades hay que añadir el bluf que ha supuesto lo de Hunter Biden. Ya saben: el hijo ‘bala perdida’ de Joe Biden que utilizó el nombre de papá para conseguir un puestazo en una gasística ucraniana de dudosa reputación y ganar un pastizal en el campo de las finanzas.
La campaña de Trump lleva semanas empeñada en demostrar que Hunter no hizo lo que hizo por su cuenta y riesgo y que papá estaba metido en el ajo. Pero no solo no lo ha conseguido sino que además ha quedado en evidencia después de que el Wall Street Journal, el diario conservador por excelencia, sacara un artículo diciendo que había investigado las acusaciones a conciencia pero que no había dado con nada que pusiese en entredicho la integridad de Joe Biden. Un artículo que ha tenido bastante repercusión porque días antes de su publicación Trump anunció que se venía algo grande en sus páginas. Ya veréis, comentó durante una conversación con sus asesores que se hizo pública. Vais a flipar con lo que va a sacar el Journal, jeje.
Al final, y como todo el mundo sabe a estas alturas de la película, el artículo poniendo en cuestión la integridad de Joe Biden apareció en el New York Post. El Post es un tabloide que hay que leer cuando uno quiere saber qué se cuece en las tripas de Nueva York –los reporteros destinados a cubrir el día a día de la ciudad son auténticos sabuesos– pero que conviene poner en cuarentena cuando publica asuntos que van más allá de los cinco distritos. De hecho, poco después de publicar el artículo intentando comprometer a Joe Biden varios periodistas del Post confirmaron, off the record, que no se había verificado absolutamente nada. De modo que la historia, tal y como se ha presentado hasta el momento y siempre y cuando no aparezcan nuevas pruebas, ha quedado desacreditada.
Por último, no hay que olvidarse del telón de fondo, y es que el coronavirus sigue campando a sus anchas por la primera potencia del mundo. Casi 230.000 muertos y cerca de nueve millones de infectados. Unas cifras que, con toda seguridad, seguirán aumentando.