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Lo que Biden y Harris tienen por delante

¿Cómo dirigir un país polarizado con un gobierno dividido? Hoy por ti, mañana por mí

Lo que Biden y Harris tienen por delante

Andrew Harnik | Reuters

Se hizo esperar, pero llegó: aunque a Trump le esté constando reconocerlo, el pueblo ha hablado y ha escogido a Joe y Kamala. Georgia y Carolina del Norte siguen contando votos –en Georgia los volverán a contar todos a mano– y algunos medios estadounidenses tienen sus dudas respecto a Arizona. Sea como sea, el pescado está vendido. Biden tiene 290 votos electorales y camina hacia la Casa Blanca. 

Hasta el 20 de enero –cuando el presidente toma posesión– poco puede pasar. Trump grita fraude a los cuatro vientos, pero su reclamo choca con la realidad. El fiscal general de EEUU dio luz verde el pasado martes a los estados para investigar posibles irregularidades en el recuento de votos, siempre y cuando «haya denuncias que sean claras y aparentemente creíbles». Las denuncias tendrían que aprobarlas los juristas de cada estado, después el Tribunal Supremo del mismo, y en último caso podrían llegar al Supremo de EEUU. Hasta ahora, todos los pleitos han caído en saco roto. Nos remontamos a la historia para estudiar posibilidades: las elecciones del 2000, que enfrentaban a Bush y Al Gore, se decidieron en la Corte Suprema. La diferencia radica en que, entonces, los juristas de Florida y el Supremo de ese estado aceptaron la demanda de Bush, el caso pasó al Supremo del país que, por mayoría de cinco a cuatro, aceptó darle Florida al republicano y, con ello, la presidencia. En fin, Trump puede seguir intentándolo hasta el 14 de diciembre, cuando los electores escogidos –presumiblemente, según el voto popular– en cada estado votan [si te preguntas qué son los electores, espera y lee esto antes de seguir]. El 6 de enero el Congreso hace un recuento de los votos electorales y certifica la decisión de los electores. Entonces toca ya cambiar las sábanas en la Casa Blanca. 

Pongamos que el camino de Biden y Harris hacia la presidencia sigue su curso actual y el 20 de enero toman posesión. Ni el camino ha sido de rosas ni lo será su llegada: se encontrarán con un gobierno dividido. El órgano del poder legislativo en EEUU es el Congreso, que se divide en dos cámaras: la Cámara de Representantes y el Senado. La primera la controla su partido; la segunda, no. Se plantea entonces una pregunta más importante que las anteriores.

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Foto: Mark Makela | Reuters

¿Cómo gobernar un país polarizado? 

Antes de responder a esta pregunta –y de seguir metiéndonos en harina–, fundamental un cambio de chip: no podemos mirar la política y la forma de legislar en EEUU con ojos europeos. En un país con 330 millones de habitantes, la forma de hacer política es mucho más local. «Los partidos políticos son sólo grandes plataformas que funcionan durante las elecciones, pero cada congresista representa a su distrito y cada senador a su estado, y eso lo tienen clarísimo», explica Ernesto Pascual, profesor colaborador de los Estudios de Ciencias Políticas de la UOC (Universidad Oberta de Cataluña). El partido apoya la candidatura de sus congresistas y senadores económicamente y con su sello, pero ahí acaba el poder. Por eso no es raro que las leyes se aprueben por transacciones y negociaciones. Pascual nos pone en el siguiente supuesto: «Imagínate que ahora quisiesen sacar una ley para recuperar lo que Trump ha derogado del Obamacare. Pues igual un congresista republicano estaría dispuesto a votar a favor, pero siempre hay un a cambio de qué. Por ejemplo, si este republicano quiere en su distrito una nueva estación de bomberos, pues tendrá los fondos aprobados por la Cámara. Funciona así, cada quien mira por lo suyo y está dispuesto a ceder algunas veces para conseguir lo que quiere otras». De esta forma se supera el bloqueo, pero también obliga a que las reformas sean menos disruptivas. «Con este tipo de gobierno, todo está en la negociación y las reformas serán de mínimos, nunca integrales o muy vanguardistas», afirma Pascual. 

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Alexandria Ocasio-Cortez, congresista por El Bronx (NYC) y una de las patas más progresistas del partido demócrata, en el colegio electoral de su barrio. | Foto: ANDREW KELLY | Reuters

¿Cómo se legisla en Estados Unidos?

Igual que en España, la iniciativa de aprobar una nueva ley puede surgir del presidente (poder ejecutivo) o de las cámaras (poder legislativo). La diferencia es que en EEUU, tanto el Congreso como el Senado tienen que llegar a un acuerdo para que el proyecto de ley se apruebe y se debata. 

La Cámara de Representantes está compuesta por 435 congresistas que se escogen cada dos años. Cada congresista representa a un distrito dentro de un estado. En el Senado hay 100 sitios, dos por cada estado, y cada dos años se renuevan dos tercios. Hasta el momento, los demócratas mantienen el control de la primera, aunque han perdido algunos sitios. Todavía no están todos los escaños decididos tras estas elecciones, pero todo apunta a que Nancy Pelosi dirigirá la mayoría más pequeña desde 2002. En el Senado, los republicanos han conseguido 50 sitios y los demócratas, 48. La posibilidad de un empate está en los dos senadores de Georgia, que irán a segunda vuelta el próximo 5 de enero al no haber alcanzado la mayoría de votos necesaria para ganar. En caso de los ganasen los senadores demócratas y el control de esta cámara quedase en un 50-50, el papel de Kamala Harris sería decisivo. El speaker del Senado es siempre el (en este caso la) vicepresidente del país y tiene el voto de calidad. En caso de empate, puede involucrarse y desempatar.

A falta de negociación, órdenes ejecutivas (o no)

Cuando Trump entró en la Casa Blanca, se encontró una situación similar: una de las cámaras estaba controlada por el partido contrario. Así que lanzó una batería de órdenes ejecutivas –similar a un decreto ley en España– para romper con el establishment y reafirmar la posición que había defendido durante su campaña. Una de ellas, el famoso decreto ejecutivo de no dejar entrar a personas de origen musulmán y de ciertos países localizados. Pero el sistema norteamericano está compuesto por varios agentes con poder de veto. Uno de ellos son los jueces de cada estado, que pueden parar órdenes ejecutivas si éstas atentan contra derechos fundamentales. Y así fue cómo muchas de estas órdenes cayeron en saco roto. 

Parece, pues, que la clave para gobernar a las dos Américas pasa por dar el brazo a torcer y por unir los extremos, precisamente, huyendo de ellos, a pesar del atractivo que supone su simplicidad. Lo dice mejor David Mejía en estas mismas páginas: «Joe Biden deberá suturar la herida que recorre su país y asumir que esa herida no la abrió Trump, aunque se aprovechara de ella: para que un político canalice la ira, ésta tiene que precederle».

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