Anna Grau: «No van sólo contra mí, van contra la libertad de expresión»
La periodista y columnista de la casa denuncia las presiones de parte del nacionalismo catalán para acabar con la pluralidad
No es fácil digerirlo: uno va a un debate —arguye, conversa, difiere— y a la salida tiene el lío montado. «Yo me podría equivocar en todo, no tengo la verdad revelada; pero cuando hablo con alguien con el que no estoy de acuerdo trato de convencerle con argumentos: no le llamo borracho». Porque Anna Grau, que es la entrevistada, que estuvo en el programa Quién educa a quién de Televisión Española y defendió el bilingüismo en las escuelas, conoce bien el significado de la palabra escarnio. Anna Grau, que es periodista y presidenta de Societat Civil Catalana en Madrid, llamó espías a quienes fueron a escuelas catalanas a comprobar en qué idioma hablaban los niños; unas escuelas donde, como recoge el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, el castellano es una lengua «residual». Un colaborador de TV3 tuiteó el momento con una apostilla: «¿Está borracha?». Y se echaron encima de Anna. Y no es la primera vez. Y está harta. Y quiere llevarlo a los tribunales.
Hay un punto de orgullo personal. «Tengo una hija que va a cumplir 15 años y que lee Twitter, no se le escapa lo que me pasa. Ya está bien. Es tremendo. Te dices: ‘O aguanto esto en silencio hasta la noche de los tiempos o me cuadro’. Y me he cuadrado. Me he dicho: ‘Basta. Prou. Ni una más’». Hay un punto de dignidad profesional. Anna Grau ha escrito un informe —Del oasis al Gulag— donde recoge acosos, ataques, presiones. Denuncia que fuerzan a la autocensura, que «decir la verdad, o simplemente aquello que se piensa, es una actividad de alto riesgo en la Cataluña del procés».
—Llevo 17 años padeciendo problemas de este tipo; otros compañeros, también. Hace 17 años que comencé a sentir esta incomodidad. Estuve en la prensa catalanista, vi una deriva hacia la radicalidad, la represión, el autoritarismo. No estaba de acuerdo y me fui saliendo y saliendo y vi cómo me echaron de un sitio, cómo de otro dejaron de llamarme. Y ahora veo que uno me insulta en Twitter, y se supone que es una persona anónima; pero, de repente, ese mismo insulto lo repiten quinientos papagayos. Eso te hace pensar que está orquestado, aunque no pueda demostrarlo.
Anna Grau sostiene que con ella han llegado tan lejos que ya no tiene «nada que perder», cree que hay cierto encarnizamiento por ser catalana, de nombre y apellido, de acento inconfundible. No se le agotan los ejemplos: «Cuando te llaman borracha, puta, follaviejos. Cuando se meten con tu vida privada, con tu padre, con tu expareja, con tu hija. Cuando te desean la muerte. Cuando te dicen que no eres catalana. Cuando, no contentos con eso, se lanzan a pedir a un medio de comunicación que no te llame más. Me lo han hecho en Espejo Público, en Catalunya Ràdio, en FAQs».
Hay mucha gente que no tiene estómago para esto, dice; pero ella sí, de momento. Así que ha organizado varias reuniones la próxima semana. Con los presidentes de la APM, la FAPE y la Asociación de Periodistas Europeos; ha escrito a la presidenta de RTVE, a su director de informativos, al Defensor del Oyente, al Sindicato de Periodistas de Cataluña, a partidos políticos. Quiere llevarlo a instancias europeas; teme que la libertad de expresión llegue a niveles preconstitucionales en España, dado que asume que ya están ahí en Cataluña. Algunos colegas y allegados del independentismo le han mostrado su apoyo, siempre en privado; los abraza con agradecimiento y amargura: «No deja de ser una cobardía, aunque una cobardía más que justificada…».
Llegados a este punto de la conversación, y después de 17 años de ataques, una pregunta ronda.
—¿Por qué ahora?
—Porque es un hecho diferencial que acaba de ocurrir a nivel nacional —responde—. Porque ha sido en un programa de TVE y las personas que han orquestado mi señalamiento y el de la presentadora del programa, su dirección, casi que de la cadena, son personas muy conocidas. Se hace difícil ocultar que hay un señalamiento y que no es espontáneo. Y no sé si se entiende en Madrid que esto no es un simple pique político entre separatistas y no separatistas, no estoy pidiendo que alguien arbitre. Lo que hay aquí es un cuerpo social y político que expulsa al otro del espacio. Lo que quieren es callarnos, que nos dé miedo decir ciertas cosas en los medios; sobre todo, teniendo en cuenta que la precariedad en los medios de comunicación y de los periodistas es espantosa en España. Mucha gente no quiere complicarse la vida porque, cuidado, si en un momento así te hacen bullying profesional…
Y continúa:
—Mucha gente se cree que a mí me va la marcha, que soy una follonera. Y no. Muchos días me he ido llorando. Pero reaccionas, te creces. Me di cuenta de que esto tiene que trascender, que no van sólo contra mí, que esto va de democracia, de libertad de expresión, que es un ataque frontal a la pluralidad, a que los periodistas hagamos nuestro trabajo con dignidad. Esto va más allá de quién tiene razón en un debate. ¿Alguien se cree que todos los periodistas catalanes están a favor del procés?
Le pregunto si está agotada, aburrida, del asunto. Y confiesa que sí, pero no: «Esto es como si un señor de Nueva York en los sesenta hubiera estado agotado o aburrido de lo que pasaba con los negros en el Misisipi. Si eres un negro en el Misisipi, no puedes permitirte el lujo de aburrirte».
—Y te digo —concluye—: se han atrevido a tratar un debate de TVE como si fuera un debate de TV3. Allí están acostumbrados a que sólo se diga lo que ellos quieren y como ellos quieren. Pretenden trasladar ese modelo a la televisión de todos los españoles. O la gente se cuadra o se les van a venir encima. La gente buena, normalmente, quiere tener la fiesta en paz, no meterse en problemas; de eso se aprovechan los que no son tan buenos.