La misteriosa clausura de los hikikomori
Esperan lo máximo de ellos. Son jóvenes japoneses que no lograron cumplir con lo que la sociedad nipona, que premia la competitividad y el éxito, esperaba de ellos. Su respuesta fue el aislamiento social. Recluidos en la habitación de casa durante meses, incluso años, padecen un trastorno social. No tienen contacto con la realidad. Tampoco con su familia ni amigos. Se refugían en la realidad virtual de las redes sociales y los videojuegos. Son los «hikikomoris».
Los hikikomori se refugian en la realidad virtual para huir de la presión social nipona (Kim Kyung Hoon/REUTERS)
Internet llegó a nuestras vidas con la firme intención de quedarse en ellas. Pero en algunos casos se ha apropiado de la vida de quienes se han dejado seducir por los encantos del cibermundo. Es la alternativa en la que han caído los hikikomori. Jóvenes japoneses asfixiados socialmente, por no cumplir con lo que una sociedad estricta espera de ellos. Su frustración les encierra en una habitación durante largas temporadas. En ocasiones pueden permanecer recluidos varios años. Allí, entre cuatro paredes, su único contacto con la realidad es, precisamente, con la realidad virtual: redes sociales, juegos online… Su otro mundo se vuelve su único mundo.
Un trastorno social
El término hikikomori es traducido al español como «apartado de la sociedad». No podría describir mejor lo que representa. Las personas que padecen este trastorno buscan, como sea, desaparecer del entorno social. Se niegan a empatizar con el mundo exterior, al que temen. Tampoco se relacionan con su familia ni con sus amigos. Su respuesta es la reclusión. Apartados, buscan refugio en realidades alternativas; entre las más comunes, las ofrecidas por Internet: juegos online y redes sociales.
Una definición con la que también coincide el gobierno japonés. Su acepción de hikikomori es: “el/la que sin participar en la sociedad, se retira en su casa durante seis meses o más. Se distingue de una enfermedad mental, como la esquizofrenia”. Establece al mismo tiempo una diferencia con el fenómeno “futoko”, que se basa en el rechazo a asistir al colegio entre los menores de 18 años. Considera que el factor de aislamiento en los hikikomori va mucho más allá del simple rechazo al colegio.
Según estimación del psiquiatra Tamaki Saito, quien acuñó el término, 500.000 japoneses -la mayoría hijos únicos- de entre 14 y 20 sufrían este trastorno a finales de los noventa. Es decir, uno de cada diez jóvenes nipones. Pero el fenómeno que en aquel momento no fue tenido en cuenta, no hacía entonces más que echar raíces. Así, en 2010 el número de personas afectadas ascendía a 700.000 casos. No obstante, el hecho de que los enfermos y las familias traten de ocultar su problema hace prever que el número de hikikomoris ronde el millón. Podría haber en estos momentos un millón de jóvenes japoneses aislados completamente del mundo, en clausura las 24 horas del día, sin salir de los pocos metros de su habitación.
No son enfermos mentales
Según explica el psicólogo Javier Miravalles, no resulta descabellado asociar a los enfermos de hikikomori con trastornos como la fobia social, la agorafobia o la esquizofrenia. No obstante, intervienen toda una serie de factores de índole social y cultural que tampoco deben obviarse. Por lo tanto, no se trata estrictamente de un trastorno mental. Es más, de acuerdo con un estudio conjunto publicado por la “International Journal of Social Psychiatry», estos trastornos son efectos secundarios de un hikikomori. Es, en definitiva, una consecuencia de su aislamiento. Ello explica que muchos hikikomori adopten comportamientos compulsivos como, por ejemplo, lavarse las manos constantemente o acumular la basura que hayan tocado o producido.
El origen del misterioso comportamiento de un hikikomori está en la sociedad, en los valores que promueve la cultura nipona: máxima competitividad. Los jóvenes que se recluyen lo hacen acosados por las elevadas expectativas puestas en ellos. No lograr el éxito acaba siendo su condena. Pasan a ser la oveja negra del grupo, de la mayoría válida donde se sienten útiles; pero también de la familia. Por eso, los hikikomori se excluyen cuando no logran prosperar en el colegio, en el trabajo, o su propia casa al mismo ritmo que exige la sociedad.
Así, por ejemplo, en el ámbito educativo la presión es excesiva. Obtener las mejores notas en el colegio y el instituto es una prioridad. De ello depende el acceso a una universidad adecuada que es, en definitiva, la garantía de una exitosa carrera. Esta es la doctrina que les inculcan desde niños. La única vía para alcanzar un sueño personal que es, al mismo tiempo, la forma de servir al país. Ser competitivos es su máxima, tanto en casa como en las aulas.
Pueden dejar de ser hikikomoris
Los testimonios de las familias permiten establecer un patrón de comportamiento entre los hikikomoris. Un claro ejemplo es Shun Kobayashi. Relató su caso a la BBC. No quería estudiar. “No me gustaba estudiar. Perdí la oportunidad de entrar en una buena universidad. Era realmente importante para asegurar un buen trabajo en un buena compañía”, explica. Fue el detonante a su encierro, a su conversión en hikikomori. “Dejé de ir a clase. Me quedaba en mi habitación. Allí, jugaba a videojuegos, leía Manga… Fue lo que sucedió conmigo”, concluye.
En líneas generales, los hikikomori optan por dormir durante el día para evitar coincidir con sus padres en casa. Es durante la noche cuando arranca su particular jornada, cuando comienzan a funcionar todos los aparatos de la casa en el interior de su habitación.
La situación de exclusión de los hikikomori se puede revertir. Todo pasa por una reinserción social progresiva que les lleve a abandonar el enclaustramiento. En cualquier caso, es necesaria la ayuda de un psicólogo. No hay que obviar que afecta tanto al hikikomori como a la familia, que se ven abrumados ante el problema. Por eso, ambos forman parte de la solución.
Kazuhiko Saito, director del Departamento de Psiquiatría de Chiba’s Kohnodai Hospital, asegura que el primer paso es “reorganizar” la relación del paciente con sus padres, que comience a esteblecerse la comunicación entre los miembros de la familia. Ganada su confianza, el hikikomori puede inciar un tratamiento en una clínica o insertarse en una terapia de grupo junto a otros pacientes.
En algunas ciudades, existe una red de hikikomoris que lograron vencer el trastorno. Ellos conocen la realidad mejor que nadie y son de gran ayuda para quienes inentan dejar atrás las cuatro paredes de una habitación y ese adictivo mundo virtual.